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viernes, junio 15, 2018

Cómo saber cuándo reclamar y cuándo dejar pasar

La agresividad es uno de los instintos menos comprendidos y peor manejados. Tiene, en general, una connotación negativa. Sin embargo, forma parte del equipo de la supervivencia, por lo cual es fundamental. Una de las situaciones en las que ese dilema de apreciación cobra vida, es en aquellas ocasiones cuando debemos reclamar.

 
 
Muchas veces asalta la duda de si al reclamar estaremos siendo hipersensibles con algo que no vale la pena, o si en verdad se trata de algo importante que no se puede dejar pasar. No es fácil dilucidarlo, pues depende de una valoración subjetiva que, por lo mismo, depende muchas veces de nuestro estado de ánimo y no de la realidad objetiva.

“Sin razón se queja del mar el que otra vez navega”.
-Séneca-

El dilema de reclamar o no puede ser más relevante de lo que parece a primera vista. Cuando es necesario formular una reclamación y no se hace, damos pie para que pasen por encima de nosotros. Y cuando reclamamos por algo que no lo amerita, podemos dar lugar a un conflicto innecesario. Ambos hechos podrían llegar a ser decisivos, si involucran una situación de importancia.
 
Pistas para saber cuándo reclamar

La pregunta es: ¿cuáles son los criterios que debemos aplicar para saber si lo adecuado es reclamar, frente a una situación que causa molestias, incomodidades o daños? Lo primero que se debe puntualizar es algo que está implícito en esta pregunta: no siempre es válido iniciar una reclamación, bien sea personal o corporativa.

En principio, podemos afirmar que reclamar es inapelable cuando:
  • Se afecta un derecho básico o fundamental. Nunca se debe guardar silencio en este caso. No reclamar bajo estas circunstancias, abre una puerta hacia el irrespeto y la falta de consideración.
  • Cuando en daño causado tiene efectos que no son solo inmediatos, sino que condicionan tu bienestar a mediano y largo plazo. En este caso, no reclamar significa prolongar un efecto adverso sobre nosotros.
  • Si se viola un acuerdo o un pacto, deliberadamente. Si se establece un acuerdo y este se rompe, esto constituye un motivo válido para reclamar. Supone un cambio en las reglas de juego. Si no se hace la reclamación, se aceptan nuevas normas, incluso si son perjudiciales para uno.
  • Cuando se atenta contra la dignidad. Esto puede darse de manera verbal, física o simbólica. En ninguno de esos casos debe aceptarse. Callar o mantenerse inactivo equivale a legitimar esa acción.
 
¿Cuándo no reclamar?

Así como hay unos criterios que orientan para reclamar, también hay otros que nos dan pistas sobre esas situaciones en las que el reclamo sobra. La primera de ellas es cuando alguien nos causa un daño, una molestia o una afección involuntariamente. Allí no hay intención de dañar, sino que debido a alguna circunstancia se termina afectando a otro sin quererlo. ¿Por qué reclamar entonces?

Tampoco es adecuado reclamar cuando lo que resulta afectado es nuestro ego o nuestra vanidad. Por ejemplo, cuando no nos invitan a una actividad grupal en la que esperábamos participar. O cuando no nos atienden como reyes, sin que tampoco nos prodiguen un mal trato. En esos casos, la molestia viene dada por una herida narcisista que tenemos que superar, en lugar de reivindicar.

Uno de los casos en los que nunca deberíamos reclamar es en aquellas ocasiones en las que hemos hecho un favor a alguien y esperamos que nos lo devuelva, sin que esa persona se haya comprometido a esto. Si no hay un acuerdo previo, cada quien está en todo el derecho de devolver el favor o de no hacerlo. De uno depende también volver a hacerle un favor o no.
 
Reclamar es también un arte

Cuando se decide que lo adecuado es reclamar, no quiere decir que esto signifique iniciar un conflicto airado. Conflicto lo hay, pues se ha llegado a una situación en la cual una de las partes actúa en detrimento de otra. Lo que no debe haber es agresión o falta de voluntad para solucionar el problema.

Siempre es mejor hacer cualquier reclamación cuando la molestia no esté a flor de piel. Si nos causan un daño, esto origina frustración. A la vez, da lugar a un enojo que puede ser muy justo, pero que muchas veces no nos permite ni dimensionar, ni gestionar la situación adecuadamente. Por eso lo mejor es tratar de calmarte antes de reclamar.

Lo siguiente es exponer claramente tu reclamo. Indicar cuál es el aspecto que se rechaza y por qué. Indicar de qué manera vulnera nuestros derechos, pactos o nuestro fuero interno. Pedir o exigir una explicación y, de ser el caso, una disculpa o una reivindicación por el mal causado. Todo ello se puede hacer sin enojarte. Nada como la serenidad para solucionar este tipo de dificultades.

Edith Sánchez

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