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jueves, junio 28, 2018

A ti, que te fuiste casi sin decir adiós

A ti que te fuiste casi sin decir adiós, que después de tanto (o eso creía) redujiste todo a lo insignificante. Aun sigo sin entender cómo se puede pasar del calor al frío en cuestión de segundos. Cómo una mirada puede perder el brillo en un mismo día y las palabras que antes construían se volvieron balas directas a mi corazón.

 
 
A ti, sí. ¿En qué momento cambiaste de opinión que fui tan ignorante de no darme cuenta? ¿Cómo es posible que siguiera creyendo que eso nuestro era auténtico y verdadero? ¿Por qué no avisaste cuando comenzaste a percibir que nuestro mecanismo de seguridad ya no nos protegía?

Probablemente me quede sin respuestas, con miles de dudas y el sentimiento de culpa acechándome. Un día pensaré que fui yo, otro quizás tú, nosotros o simplemente, el tiempo y la rutina… Y otros me daré cuenta que dar vueltas solo me sirve para generarme más angustia, más sufrimiento y, por supuesto, para mantenerte más vivo, aunque solo sea en mis recuerdos…
A ti, que te fuiste sin decir adiós. Que abandonaste a la primera y me ofreciste a la incertidumbre como respuesta. ¿En qué momento cambiaste de opinión?
 
A ti, que fuiste todo y te volviste nada en cuestión de segundos

A ti, sí. Que imaginabas conmigo el futuro mientras dibujabas una sonrisa. Que me hiciste soñar con viajes, momentos únicos y apoyo incondicional… Que me incluías en tu día a día, en tus nuevos proyectos y hasta en tus fantasías.

De hecho, eras más tú que yo el que cosía fuertemente nuestros ilusiones, el que me recordaba lo bonito que era esto que teníamos y que nada ni nadie nos separarían. Quien me dijo que todo lo que necesitaba era cómo le hacía sentir… A veces calma, a veces paz, otras tranquilidad, pasión y ganas. Superación y motivación, pero sobre todo cómo le valoraba.

Me niego a pensar que fuiste capaz de borrar todo de un plumazo. No solo lo que nos decíamos, sino también aquello que disimulábamos a través de gestos y abrazos. Las ganas de comernos el mundo, de acompañarnos en el sofá con los ojos cerrados, de cogernos de la mano, de besarnos, de arroparnos de dicha, bromear hasta las tantas, mordernos las ansías y rozarnos en la cama aunque sea a milímetros para asegurarnos de que estábamos ahí al despertar cada mañana. Me niego.

Quizás haya sido así, tampoco lo descarto, pero me cuesta creer que el tiempo feliz que hemos tejido se haya deshilachado de la noche a la mañana. Llámame incrédula o ignorante, pero los sentimientos mandan y yo tengo la mala costumbre de siempre rendirme su evidencia.
“El que no arriesga no… nada. Ni pierde, ni gana; ni sufre, ni ama”.
-Pablo Arribas-
 
A ti, que te fuiste sin decir adiós y que no apostaste por luchar sino por abandonar

A ti, que te fuiste sin decir adiós. Para ti va esta carta, estas letras encendidas de un amor que parece que no se acaba.

Aun no llego a comprender cómo ha surgido esta grieta, esta desgana y este querer acabar con todo lo que hasta hace poco nos ataba. Pero lo que más me mata por dentro es la incertidumbre de no saber tus motivos, de ni siquiera querer intentarlo, siendo la primera vez que la tempestad ha venido a zarandearnos.

Luchar es el verbo que sostiene la columna vertebral de las parejas, al menos de esas que han crecido a partir del bienestar y que no entienden de abandonar todo a la primera. De quienes saben que la unión hace la fuerza, que la ilusión se apaga cuando el amor evoluciona, pero que puede volver a encenderse su llama.

Perdóname, pero no lo entiendo. Es imposible cerrar algo sin llave, sin candado… que has decidido dejar abierto. Y más difícil es cuando ni siquiera se baraja la opción de sanarlo o al menos de hablar sobre lo que pasa.

Ahora bien, no pienses que no me arrepiento de todo el año que te he hecho. Sé que en algún momento mis actos no han correspondido con aquello que esperabas, pero también es cierto que necesitaba que me lo dijeras. No soy perfecta. Una palabra, un gesto, una pequeña señal… Algo que me indicase cómo te sentías, ante la ingenuidad de mis actos. No tengo una varita mágica, muy a mi pesar.

Quiero pedirte perdón, hacerte daño no fue mi intención. Lo siento, si fue así. Pero sigo sin entender la brusquedad de la situación. Al menos esta primera vez, si existiese alguna anterior, quizás me sería fácil o si arrastrásemos el malestar desde hace tiempo. Pero ese mismo día me agarraste de la mano, me dijiste te quiero y me hiciste partícipe de uno de tus sueños… para desecharlo todo por la noche.

A ti, sí. Que te fuiste sin decir adiós. A ti me dirijo porque tu ausencia me escuece, me araña y hace crecer esta sensación de vacío cada vez más amplia. Porque te quiero, te echo de menos y siento que me haces falta.
“Todo el mundo tiene una cabaña en el corazón donde se refugia cuando fuera está lloviendo demasiado fuerte”.

Gema Sánchez Cuevas

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