En la vida solemos querer más de todo y eso hasta cierto punto es un impulso para conseguir lo que deseamos. Las expectativas son subjetivas y parciales, y no hay que confundir el ser ambiciosos con nuestros objetivos, con esperar más sobre algo ajeno a nosotros. Poco a poco nos vamos dando cuenta de que algunas cosas no son como las esperábamos y que idealizamos nuestras amistades, relaciones, y proyectos.
Un reciente estudio relaciona la personalidad evitativa con la baja habilidad para disfrutar de la vida. Una de las características de estas personas es la de distorsionar con facilidad los estímulos neutros y percibirlos de forma negativa, además de necesitar una constante aprobación de los demás.
Las expectativas son un arma de doble filo que hay que saber manejar en nuestra conveniencia. Unas veces son el incentivo necesario para ayudarnos a avanzar y, otras, el camino más directo hacia la decepción personal. Mantener expectativas positivas sobre algo equivale a sentirnos ilusionados, anticipando el desenlace satisfactorio de una situación. El peligro viene cuando pecamos de un exceso de optimismo, aunque sería más apropiado llamarlo irrealidad.
“Espera lo mejor, planea para lo peor y prepárate para sorprenderte”
-Denis Waitley-
Humildad, la receta contra las expectativas irreales
La humildad se puede definir como el conocimiento de nuestras propias debilidades y limitaciones y actuar en consecuencia a ellas. Podemos sentir orgullo de nosotros mismos al reconocer nuestros éxitos o mejoras sin que esto nos haga sentir superior al resto de los seres humanos. Todos deberíamos esforzarnos a diario por cultivar nuestra humildad.
Cultivar la humildad nos alejará del orgullo desmedido. Una persona soberbia o demasiado orgullosa esconde su falta de conocimiento para enfrentarse a ciertas situaciones. La soberbia implica la satisfacción excesiva por la contemplación propia, el soberbio se siente mejor y más importante que el prójimo y de ahí sus metas siempre deberán ser más y mejor que las de los demás, llegando a veces a incurrir en metas poco coherentes con sus capacidades sobrestimadas.
Las personas humildes son gente auténtica, sin complejos, con alta autoestima. Son personas tan seguras de sí mismas que no necesitan gritar lo grandes que son a todo el mundo, a todas horas. Son personas que enganchan, contagian ilusión, pasión y que disfrutan de su día a día.
“El secreto de la sabiduría y del conocimiento está en la humildad”
-Ernest Hemingway-
Practicar la gratitud nos ayudará a valorar las pequeñas cosas
Practicar la gratitud es una de las actitudes más importantes que podemos adquirir y una gran fuente de bienestar. Además de hacernos sentir bien a nosotros mismos y a los demás, nos permite abordar el cambio y la mejora desde la consciencia y la serenidad, alejándonos de las urgencias.
Hay personas que parecen capaces de agradecer todo aquello que la vida les pone en su camino sin aparente esfuerzo, y sin embargo otras a las que les cuesta un mundo porque todavía no han aprendido como hacerlo. Las actitudes de queja e insatisfacción permanente nos llevan a no estar conformes ni contentos con lo que tenemos.
Por más que consigamos o tengamos, si solo nos fijamos en lo que no tenemos en vez de agradecer lo que sí tenemos, estamos condenados a la infelicidad. La gratitud es una actitud que nace de la humildad, por lo tanto para ser agradecido hay que ser primero humilde, cualidad de la que las personas permanentemente insatisfechas suelen carecer.
Expresar gratitud, desde una simple sonrisa a un “gracias”, hace saber a la otra persona que su presencia, sus palabras, o sus actos son importantes y que, de alguna manera, nos ayude con lo que hace. Se trata de demostrar respeto y de valorar lo que los demás hacen por nosotros independientemente de cual sea su motivación para hacerlo.
Si esperamos despertar cada mañana es poco probable que nos sintamos agradecidos por estar vivos
Fátima Servián Franco
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