La rabia es el extremo desadaptativo del enfado o el enojo. Estas últimas son consideradas emociones sanas, básicas y universales, es decir, que nos ayudan a resolver los problemas con los que nos encontramos y que todos las sentimos en algún momento de nuestra vida.
El enfado tiene la función de protegernos de aquello que es suceptible de hacernos daño. Así, podríamos decir que es necesario enfadarse cuando la situación lo demanda, marcar límites coherentes con el mundo y con los demás y expresar nuestras expectativas y necesidades.
Cuando acumulamos muchos enfados no expresados, estamos lejos de sentir esta emoción en nuestro cuerpo y nos cuesta mucho más controlarla. Acabamos estallando y entonces es cuando surge la rabia.
La rabia ya no es funcional, ya no nos ayuda si no que entorpece nuestras acciones, encaminadas a la consecución de nuestras metas. Además nos hace sentirnos muy mal a nivel emocional, por no hablar de lo perjudicial que es para nuestras relaciones sociales en general. Lo que ocurre es que por miedo a sentir dolor, por temor a sufrir, aguantamos hasta que la emoción dice ¡basta! y necesita ser expresada.
Como si fuésemos una olla exprés, nos llenamos de molestias no comunicadas y de demandas no desahogadas. Así, acabamos iracundos, lo que nos hace parecer personas hostiles y agresivas.
Los demás dejan de tomarnos en serio o bien, a su vez, se enfadan con nosotros y la manera agresiva de expresar nuestro dolor nos hace perder la razón que en principio podría estar de nuestro lado.
Detrás de la rabia hay mucho miedo
La persona rabiosa, aunque pueda parecer dura, con las cosas claras y que impone respeto allá por donde pasa, en el fondo es un ser muerto de miedo. Necesita usar esa manera de expresarse, esa ira, para defenderse. ¿De qué pretenden defenderse las personas que sienten ira? Evidentemente, de algo que puede hacerles daño o sufrir. Tienen mucho miedo de caer en el sufrimiento y utilizan la estrategia de la ira para librarse de él.
La pregunta sale instantáneamente: ¿Por qué iban a sufrir o padecer dolor estas personas? La respuesta es clara: no ver cubiertas sus expectativas, necesidades o demandas les da mucho miedo,porque eso significa que no siempre el mundo, la vida o los demás van a hacer las cosas como les gustaría.
No siempre los demás van a actuar en post de nuestro beneficio y no siempre nuestra vida va a ser fácil y cómoda, porque la vida casi nunca es fácil ni cómoda.
La persona iracunda interpreta que, al no ser estas exigencias satisfechas, se encuentra en una situación de peligro. Ese supuesto peligro les da miedo y ese miedo envía la señal al cuerpo de llevar a cabo la respuesta de lucha en la que está implicada la defensa del yo. Si es necesario, el airado llevará a cabo cualquier estrategia que considere que le puede salvar: gritar, intimidar, romper cosas, hacer aspavientos, insultar…
Quizás con este comportamiento -piensa- las cosas cambien, los demás actúen como yo necesito que lo hagan o el mundo gire en el sentido que me beneficia, pero al final resulta que no es así, si no que esta persona acaba encontrando más problemas: peleas familiares o con amigos, malestar estomacal, tomar drogas para evadirse, etc…
¿Cómo manejar la rabia?
Para empezar, hemos de saber que el objetivo no es eliminar la emoción sana de enfado, si no la ira que es la que nos está poniendo la zancadilla. Enfadarse sí es beneficioso y nos permite tener relaciones sociales más saludables aparte de una gran liberación emocional para nosotros mismos.
El primer paso que debemos seguir para eliminar esa rabia es, como ocurre con todas las emociones, aceptarla y querer sentirla. Para ello, podemos retirarnos a una habitación tranquila, cerrar los ojos y dejarla estar en nuestro cuerpo, hacerle su propio espacio, darle nombre, forma y color de manera que sintamos que existe y la observemos.
Ser conscientes de que existe y aceptarla no significa juzgarla. Precisamente juzgar las emociones es una de las cosas que hace que aumenten, ya que volvemos a repetir el círculo vicioso de “enrrabiarnos” con la misma emoción por interpretarla como peligrosa.
Una vez hayas aceptado tu emoción y su intensidad haya disminuido, puedes empezar a cuestionar tus exigencias hacia el mundo y hacia los demás. Para ello podemos hacernos algunas preguntas: ¿Qué me estoy diciendo a mi mismo que me hace sentir esta rabia? ¿Qué estoy exigiendo? ¿Son realistas o irrealistas estas exigencias? ¿Pueden las personas actuar como les plazca o han de sucumbir a mis deseos?
Puedes hacerte preguntas a ti mismo hasta que encuentres tus exigencias absolutistas y decidas que has de cambiarlas por deseos y preferencias, aceptando que aunque yo quiera que algo suceda, puede que, realmente, no suceda.
Por último y no menos importante, es descubrir ese miedo que está en el fondo de ti y ver qué necesidad tienes que no se ha cubierto. Quizás es algo que te viene de niño, como una necesidad de amor, de seguridad o una necesidad más presente, relacionada con el amor, la familia o el trabajo.
Una vez la identifiques, escríbela, sácala afuera, hazla consciente y al igual que has hecho con las exigencias, cuestiónala y date cuenta de que ya no necesitas todo eso que crees necesitar. Si esa necesidad que tienes no es cubierta, no ocurrirá nada terrible como puedes pensar, ya que no se trata de una necesidad realista.
Alicia Escaño Hidalgo
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