Todos conocemos a ese tipo de personas que se creen que ellos son los únicos habitantes del mundo. Esas personas que pase lo que pase siempre están peor que tú, siempre han sufrido más y su vida ha sido mucho más dura. Esas personas a las que deseamos decirles que si levantan la vista de su ombligo verán que no son el centro del universo.
Carecen de un equilibrio emocional y viven de ser parásitos ante los demás utilizando la pena como arma de seducción. No tienen una sola cara, sino que se disfrazan de aquello que más les convenga para conseguir ser el ombligo de su mundo.
Son niños tratando de llamar la atención, y para ello, no dudan en usar los sentimientos ajenos. Utilizan los extremos de las emociones ajenas para suplantar su dolor, en base a artimañas disfrazadas de historias de su propia invención.
Esas historias que suelen ser exageraciones de alguna realidad que puedan haber conocido, pero que después de pasar por el filtro de su ombligo, si hay algún parecido a la historia original es pura coincidencia. Así, con esas historias tratan de conquistarte apelando a la pena que puedan suscitarte.
El yo-ismo o el arte de mirar solo el propio ombligo
El yo-ismo o arte de mirar solo el propio ombligo consiste en pasarte la vida hablando en clave de yo. Sí, ese yoi-smo caracterizado por el “y yo más”, “lo mío es peor”, “yo solo sé que siempre me pasan las peores cosas” o “yo soy la persona con peor suerte del mundo”.
Estas personas se quejan de que no son escuchadas, que nadie las entiende, pero son ellos los primeros que dejan de escucharte para hablarte de sus penas. Muchas veces este comportamiento es inconsciente, porque es la única manera de no sentirse solos.
En esos casos, se trata de personas de baja autoestima que no saben comunicar sus sentimientos de manera correcta. Además, suelen carecer de habilidades sociales que le permitan comunicarse mejor y, sobre todo, entender al otro y ponerse en su lugar.
En otros casos este arte de mirarse el ombligo lo hacen de forma completamente deliberada. En este caso demuestran su falta de empatía. Son personas egoístas y dañinas. Y es por ese egoísmo por el que se convierten en manipuladores emocionales.
Características de los egoístas emocionales
Estos manipuladores emocionales que son egoístas de forma consciente porque tratan de obtener de los demás un beneficio apelando a la pena, tienen las siguientes características identificables:
- Insatisfacción vital: no les gusta la vida que viven y por tanto se inventan una realidad paralela. Con esta realidad tratan de llamar la atención de los que están a su alrededor usando para ello cuentos dramáticos.
- Hallan placer en el lamento: suelen encontrar placer en el acto de quejarse, porque así asumen mejor su papel de “pobres víctimas” y logran llamar la atención de los demás. Pero eso solo ocurre al principio, con el tiempo vuelven a estar solos. Como se suele decir, lo poco atrae, pero lo mucho agota.
- Chantaje emocional: porque si de verdad aprecias a estas personas no dejarás que sufran solas. Así de simple. Esa es su premisa para continuamente pedirte atención mediante la pena. Se trata, básicamente, de hacernos creer que somos malas personas si no obedecemos a sus demandas.
- Profundo egocentrismo: derivado de la falta de empatía. Estas personas dan por descontado que merecen más que las otras y, cuando no lo obtienen, se quejan. Cuando no se les hace el caso que creen que merecen, se quejan. En definitiva, ellos son los importantes y el resto está para servirles.
Cómo lidiar (que no enfrentarse) a estas personas
Es muy difícil lidiar con este tipo de personas y evitar los chantajes y enfrentamientos. Resulta complicada una convivencia tranquila con estos manipuladores emocionales porque vampirizan todos tus recursos a la vez que te hacen sentir culpable.
Lo primero que tienes que saber es que, la utilidad de sus quejas o de sus historias, radica en conseguir lo que quiere. En un primer momento, la queja puede haber surgido de un motivo razonable, como, por ejemplo: una pérdida o una experiencia muy negativa.
En aquel momento, la persona se quejó y encontró el apoyo de quienes la rodeaban. Demostró que era una víctima (sufriente y doliente) y probablemente se le prestó más atención. Esta atención suplió las propias carencias emocionales que tiene. Así, la queja y el egoísmo se convirtieron en su manera de relacionarse.
Por ello, es una habilidad que puede corregirse como cualquier otro aprendizaje. Pero requiere de la admisión por parte del egoísta de que está siéndolo al hablar solo de sus sentimientos y al inventar historias para conseguir la ansiada atención de los demás.
Lo que tú, como conocedor y sufridor del egoísta puedes hacer es intentar conseguir que sea consciente de su problema para que, si él quiere, pueda pedir ayuda. Para ello utilizar estrategias comunicacionales como “la técnica del sándwich” pueden ayudar.
La técnica del sándwich consiste en hacer llegar una crítica y lograr que sea bien recibida. Empieza puntualizando una cualidad positiva de la persona, a continuación, menciona lo que crees que se podría mejorar y termina con unas palabras positivas hacia el que recibe la queja.
En este caso podría ser: “Entiendo que lo que te está pasando te hace mucho daño a pesar de que eres una persona muy fuerte, pero estaba hablando yo de lo que me preocupa y me gustaría que me escucharas al igual que yo lo hago contigo, ya que sueles ayudarme mucho”
Así podrás expresar tu malestar y a la vez no permitir que este vampiro emocional te absorva en su círculo del egoísmo. Porque, aunque deseemos decirle que levante la vista de su ombligo, para que vea que no es el centro del universo, no es la manera más adecuada de dirigirse a las personas. Si queremos recibir buen trato, hay que darlo primero, sea como sea la persona receptora.
Lorena Vara González
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