La escala de valores es esa clasificación que nos hacemos a nivel mental y que nos sirve para tomar decisiones. No todas las escalas de valores tienen por qué coincidir, y además, dependiendo de nuestra personalidad, nuestra edad, nuestro sexo incluso, es probable que tengamos una escala de valores u otra. Por otro lado, esta escala es cambiante y el orden sensible a las circunstancias.
Por otro lado, no hay escalas de valores correctas o incorrectas, pero sí que las hay disfuncionales. Cuando nuestra escala de valores no es la adecuada, es normal que suframos por situaciones, personas o hechos de la vida que, en principio, no tendrían que dolernos tanto.
Si le otorgamos demasiada importancia a contenidos vitales tan superficiales como pueden ser el físico, la profesión o tener o no una pareja, es muy probable que acabemos obsesionándonos por conseguir objetivos concernientes a esos valores.
Si bien el deseo es legítimo y nos impulsa a vivir y a avanzar en los caminos que nos interesan, también es importante diferenciar los deseos de las necesidades y sería, por lo tanto, conveniente evitar construir una escala de valores que nos condene al sufrimiento o a la frustración constante.
¿Por qué existen escalas de valores poco saludables?
A todos nos pasa que de una manera u otra, nuestra escala de valores no siempre es la escala perfecta y esto es normal. Hay personas que otorgan más valor al hecho de estar delgados que a ser buenas amigos, buenos padres o hijos, por ejemplo.
Esto ocurre porque vivimos en una sociedad y una cultura, sobre todo, la occidental, que ya de por sí nos predispone a tener una escala de valores desajustada.
Si soy una adolescente de 16 años y continuamente estoy viendo que la sociedad se rige por unos cánones de belleza -una regla de medir que condiciona en buena medida la valoración de los demás-, no será raro que la adolescente se centre en adaptar su físico a este patrón. Además, también es probable que lo considere un objetivo principal, sufriendo en aquellas ocasiones en las que siente que aparecen obstáculos que no pude rebasar para conseguirlo.
También, si he interiorizado que las notas me hacen más merecedor del amor y la consideración de los demás, es probable que disponga todo mi empeño para mejorar las calificaciones. Así, se relegaría el aprendizaje a un segundo plazo, priorizando la evaluación.
La cuestión es que las ideas sociales sobre las diferentes parcelas del ser humano están sumamente sesgadas. No solo asocian el poseer ciertos rasgos, como ser guapo o inteligente, con el hecho de ser buena persona, sino que, por si no fuera poco, también lo unen a la felicidad.
¿Quién no ha oído la frase: “se te va a pasar el arroz“, “te vas a quedar para vestir santos“? Estas frases, por ejemplo, dan valor al hecho de tener pareja, hijos y familia. Y ¡ojo!, claro que tiene valor, pero no podemos colocarlo en la cima de nuestra escala, ya que es posible que no lo tengamos y eso no supondría un obstáculo para ser personas que merezcan la pena.
Lo que ocurre, si nos creemos estas cosas, es que sufrimos muchísimo si al final “nos quedamos para vestir santos” porque nos decimos a nosotros mismos que somos unos fracasados o que somos personas de segunda categoría, cuando esto no tienen sustento real alguno.
Si le otorgamos demasiada importancia a contenidos vitales tan superficiales como pueden ser el físico, la profesión o tener o no una pareja, es muy probable que acabemos obsesionándonos por conseguir objetivos concernientes a esos valores.
Si bien el deseo es legítimo y nos impulsa a vivir y a avanzar en los caminos que nos interesan, también es importante diferenciar los deseos de las necesidades y sería, por lo tanto, conveniente evitar construir una escala de valores que nos condene al sufrimiento o a la frustración constante.
¿Por qué existen escalas de valores poco saludables?
A todos nos pasa que de una manera u otra, nuestra escala de valores no siempre es la escala perfecta y esto es normal. Hay personas que otorgan más valor al hecho de estar delgados que a ser buenas amigos, buenos padres o hijos, por ejemplo.
Esto ocurre porque vivimos en una sociedad y una cultura, sobre todo, la occidental, que ya de por sí nos predispone a tener una escala de valores desajustada.
Si soy una adolescente de 16 años y continuamente estoy viendo que la sociedad se rige por unos cánones de belleza -una regla de medir que condiciona en buena medida la valoración de los demás-, no será raro que la adolescente se centre en adaptar su físico a este patrón. Además, también es probable que lo considere un objetivo principal, sufriendo en aquellas ocasiones en las que siente que aparecen obstáculos que no pude rebasar para conseguirlo.
También, si he interiorizado que las notas me hacen más merecedor del amor y la consideración de los demás, es probable que disponga todo mi empeño para mejorar las calificaciones. Así, se relegaría el aprendizaje a un segundo plazo, priorizando la evaluación.
La cuestión es que las ideas sociales sobre las diferentes parcelas del ser humano están sumamente sesgadas. No solo asocian el poseer ciertos rasgos, como ser guapo o inteligente, con el hecho de ser buena persona, sino que, por si no fuera poco, también lo unen a la felicidad.
¿Quién no ha oído la frase: “se te va a pasar el arroz“, “te vas a quedar para vestir santos“? Estas frases, por ejemplo, dan valor al hecho de tener pareja, hijos y familia. Y ¡ojo!, claro que tiene valor, pero no podemos colocarlo en la cima de nuestra escala, ya que es posible que no lo tengamos y eso no supondría un obstáculo para ser personas que merezcan la pena.
Lo que ocurre, si nos creemos estas cosas, es que sufrimos muchísimo si al final “nos quedamos para vestir santos” porque nos decimos a nosotros mismos que somos unos fracasados o que somos personas de segunda categoría, cuando esto no tienen sustento real alguno.
¿Cuál sería la escala de valores ideal?
No existe una escala de valores idónea, pero sí sería muy conveniente revisar la propia e identificar en qué áreas de nuestra vida sufrimos más. Probablemente, si ves que estás atascado en un área, no fluyes como en las demás y encima sufres por ella, piensas demasiado o inviertes buena parte de tu energía en ella, puede que le hayas otorgado demasiado valor.
No estaría mal que empezaras a darte cuenta con los ojos de la realidad de que seguramente aquello a que le otorgas tanto valor, realmente no lo tiene. O al menos, no en esa medida.
Hay que tener presente que aquello que a casi todos los seres humanos nos hace realmente felices es, en primer lugar, ser buenas personas, con nosotros mismos y con los demás. Si esto se cumple, podemos restar valor al resto de cosas, de manera que se conviertan en metas u objetivos deseables, pero no en imprescindibles.
Portarnos bien con los demás, ayudarlos, apoyarlos es un valor que cualquier ser humano puede hacer suyo. Es un valor prácticamente innato que nace de dentro. Cuando ese valor no está desarrollado, la persona difícilmente es feliz, aunque tenga cultivadas el resto de áreas.
Es posible que tengas muchísimo dinero, una casa espectacular, muchas relaciones sexuales y una profesión socialmente admirable, mientras que tu círculo de apoyo es muy reducido. ¿Para qué quieres entonces todo lo que posees?
Aunque a veces podamos pensar, porque es lo que nos han vendido, que el orden es: primero lo superficial para así obtener el amor de otros y el mío propio, la realidad es que es justo al revés. En primer lugar, tendría que cultivar el aceptarme a mí mismo, ser simplemente yo y a la vez querer a los demás por lo que son. Una vez que desarrolle este valor, obtendré seguramente los demás. Lo bueno, es que ya no serán necesidades, sino deseos genuinos.
La seguridad, la amistad y el amor atraen al resto de valores y, por extensión, también nos hacen más atractivos a nosotros. Además, lo mejor de esto, no es lo que consiga, sino la manera en que se disfruta, que es mucho mejor.
Alicia Escaño Hidalgo
No existe una escala de valores idónea, pero sí sería muy conveniente revisar la propia e identificar en qué áreas de nuestra vida sufrimos más. Probablemente, si ves que estás atascado en un área, no fluyes como en las demás y encima sufres por ella, piensas demasiado o inviertes buena parte de tu energía en ella, puede que le hayas otorgado demasiado valor.
No estaría mal que empezaras a darte cuenta con los ojos de la realidad de que seguramente aquello a que le otorgas tanto valor, realmente no lo tiene. O al menos, no en esa medida.
Hay que tener presente que aquello que a casi todos los seres humanos nos hace realmente felices es, en primer lugar, ser buenas personas, con nosotros mismos y con los demás. Si esto se cumple, podemos restar valor al resto de cosas, de manera que se conviertan en metas u objetivos deseables, pero no en imprescindibles.
Portarnos bien con los demás, ayudarlos, apoyarlos es un valor que cualquier ser humano puede hacer suyo. Es un valor prácticamente innato que nace de dentro. Cuando ese valor no está desarrollado, la persona difícilmente es feliz, aunque tenga cultivadas el resto de áreas.
Es posible que tengas muchísimo dinero, una casa espectacular, muchas relaciones sexuales y una profesión socialmente admirable, mientras que tu círculo de apoyo es muy reducido. ¿Para qué quieres entonces todo lo que posees?
Aunque a veces podamos pensar, porque es lo que nos han vendido, que el orden es: primero lo superficial para así obtener el amor de otros y el mío propio, la realidad es que es justo al revés. En primer lugar, tendría que cultivar el aceptarme a mí mismo, ser simplemente yo y a la vez querer a los demás por lo que son. Una vez que desarrolle este valor, obtendré seguramente los demás. Lo bueno, es que ya no serán necesidades, sino deseos genuinos.
La seguridad, la amistad y el amor atraen al resto de valores y, por extensión, también nos hacen más atractivos a nosotros. Además, lo mejor de esto, no es lo que consiga, sino la manera en que se disfruta, que es mucho mejor.
Alicia Escaño Hidalgo
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