A veces, lo hemos pasado tan mal en una relación anterior que nuestro único objetivo es evitar pasar por lo mismo. Han sido tantas las decepciones, tanto el dolor que nos ahogaba, que tenemos pánico a experimentarlo de nuevo. El problema es que tenemos tanto miedo a que nos hagan daño, tanto miedo al sufrimiento, que en un intento de ponernos a salvo puede que también nos pongamos en peligro.
Es cierto, si a cualquiera de nosotros nos preguntasen si queremos sufrir, responderíamos que no sin dudarlo. La cuestión es que aunque tomemos esa decisión, las circunstancias no siempre suceden como esperamos, ya que el sufrimiento es una vivencia común en nuestras vidas. De hecho, cada uno de nosotros tiene la huella de sus heridas y cicatrices en su propia historia. Una huella que, de alguna forma, condiciona todo nuestro universo.
En el caso de las relaciones de pareja es muy común que los fantasmas del pasado hagan acto de presencia; sobre todo, si tras una ruptura, no fueron sanadas las heridas y esa etapa no quedó concluida; si en lugar de poner un punto y final, fueron los puntos suspensivos los que ganaron la partida.
De esta forma, el pasado influye en el presente como una señal de alarma y cualquier señal detectada por nuestra mente como amenazante o peligrosa pone en marcha a todo el organismo.
El problema es que, en ocasiones, esta también se confunde y, aunque su último fin sea protegernos, nos paraliza. Nos impone unas barreras a nuestro derecho a amar y ser amados -a veces, casi infranqueables-, a confundirnos y a aprender de ello. Es decir, nos impide continuar por ese miedo a que nos hagan daño…
“Todo lo que siempre has querido está al otro lado del miedo”.
-George Adair-
Las cadenas del miedo a que nos hagan daño
El miedo nos protege y nos advierte, pero también nos limita.
Nadie quiere al sufrimiento en su vida, de ahí que todos de alguna forma pretendamos huir de él, engañarlo o, al menos, evitarlo. Incluso puede que, a veces, lo escondamos en el sótano de nuestra mente. Tenemos pánico a sufrir, a experimentar ese dolor desgarrador que nos hace trizas, que nos recuerda que somos vulnerables, sobre todo en el amor.
Así, cuando tenemos miedo a que nos hagan daño, la mayoría de las veces, tememos sufrir por entregarnos, por confiar, por dar todo de nosotros a otra persona y que no nos valore como esperamos, nos rechace o incluso nos abandone. Tenemos miedo a confundirnos de nuevo. Por ello, solemos entregarnos a medias, con el candado echado a nuestro corazón y con corazas que blindan nuestras vulnerabilidades.
El problema es que amar es un ejercicio de riesgo y es completamente normal que el miedo acompañe al amor en muchos planos. La cuestión es hasta dónde decidimos nosotros y a partir de dónde comienza a hacerlo el miedo; es decir, cuándo le entregamos el poder de gobernar nuestras vidas y nuestras relaciones.
Porque si nos fiamos del miedo, si nos convertimos en víctimas de nuestros propios temores, es muy probable que nuestra relación de pareja se deteriore o incluso que acabe, si no hacemos nada por gestionarlo, si no se lo expresamos al otro.
Por miedo a decir qué sentimos, por miedo a expresar que tenemos miedo, por miedo a qué pensarán de nosotros, nos callamos. Silenciamos nuestras preocupaciones y damos paso a una espiral de creencias negativas que desembocan en un gran malestar, ese que llevamos a cuestas y tiñe todo nuestro universo. Ese que nos vuelve apáticos y desconfiados, que lanza señales a nuestra pareja de descontento o que se camufla a través de inseguridades, celos y conflictos.
En cuestiones de amor, cuando tenemos miedo a que nos hagan daño, nos volvemos más fríos. Y aunque solo sea un mecanismo de protección también ejerce como una barrera de distanciamiento. De ahí que liberarnos de ese miedo sea fundamental para que el vínculo con el otro sea sano y dejemos de experimentarlo como una amenaza.
Porque aunque en algún momento nos hayan hecho daño, no significa que vaya a suceder siempre y tampoco que tengamos que cambiar por completo nuestra forma de actuar.
El miedo a que nos hagan daño es una prisión que resta calidad de vida de nuestro presente y que da forma a estados debilitantes que nos perjudican.
Sufrir es inevitable: cómo superar el miedo al sufrimiento
El miedo a sufrir en una relación de pareja provoca que se pongan en marcha ciertos mecanismos que impiden profundizar en el vínculo con la otra persona, conectar profundamente con los sentimientos y mostrarnos tal y como somos. El problema es que, la mayoría de las veces, actúan de manera inconsciente, bajo un mandato de protección liderado por el autoengaño.
Ahora bien, es posible desprenderse, poco a poco, del miedo a que nos hagan daño. Para ello, es necesario trabajar con uno mismo, indagar en las creencias, experiencias del pasado y en cómo nos valoramos. Tener en cuenta los siguientes aspectos puede ser de gran ayuda:
Como vemos, superar el miedo a que nos hagan daño es un proceso en el que el trabajo personal es la columna vertebral. Porque aunque es totalmente comprensible experimentarlo, lo importante es no dejarse llevar por él, ya que el miedo al sufrimiento suele incapacitarnos y generar más miedo y el amor es un sentimiento muy bonito como para dejarlo escapar e impedir que llegue a nuestras vidas.
Gema Sánchez Cuevas
En el caso de las relaciones de pareja es muy común que los fantasmas del pasado hagan acto de presencia; sobre todo, si tras una ruptura, no fueron sanadas las heridas y esa etapa no quedó concluida; si en lugar de poner un punto y final, fueron los puntos suspensivos los que ganaron la partida.
De esta forma, el pasado influye en el presente como una señal de alarma y cualquier señal detectada por nuestra mente como amenazante o peligrosa pone en marcha a todo el organismo.
El problema es que, en ocasiones, esta también se confunde y, aunque su último fin sea protegernos, nos paraliza. Nos impone unas barreras a nuestro derecho a amar y ser amados -a veces, casi infranqueables-, a confundirnos y a aprender de ello. Es decir, nos impide continuar por ese miedo a que nos hagan daño…
“Todo lo que siempre has querido está al otro lado del miedo”.
-George Adair-
Las cadenas del miedo a que nos hagan daño
El miedo nos protege y nos advierte, pero también nos limita.
Nadie quiere al sufrimiento en su vida, de ahí que todos de alguna forma pretendamos huir de él, engañarlo o, al menos, evitarlo. Incluso puede que, a veces, lo escondamos en el sótano de nuestra mente. Tenemos pánico a sufrir, a experimentar ese dolor desgarrador que nos hace trizas, que nos recuerda que somos vulnerables, sobre todo en el amor.
Así, cuando tenemos miedo a que nos hagan daño, la mayoría de las veces, tememos sufrir por entregarnos, por confiar, por dar todo de nosotros a otra persona y que no nos valore como esperamos, nos rechace o incluso nos abandone. Tenemos miedo a confundirnos de nuevo. Por ello, solemos entregarnos a medias, con el candado echado a nuestro corazón y con corazas que blindan nuestras vulnerabilidades.
El problema es que amar es un ejercicio de riesgo y es completamente normal que el miedo acompañe al amor en muchos planos. La cuestión es hasta dónde decidimos nosotros y a partir de dónde comienza a hacerlo el miedo; es decir, cuándo le entregamos el poder de gobernar nuestras vidas y nuestras relaciones.
Porque si nos fiamos del miedo, si nos convertimos en víctimas de nuestros propios temores, es muy probable que nuestra relación de pareja se deteriore o incluso que acabe, si no hacemos nada por gestionarlo, si no se lo expresamos al otro.
Por miedo a decir qué sentimos, por miedo a expresar que tenemos miedo, por miedo a qué pensarán de nosotros, nos callamos. Silenciamos nuestras preocupaciones y damos paso a una espiral de creencias negativas que desembocan en un gran malestar, ese que llevamos a cuestas y tiñe todo nuestro universo. Ese que nos vuelve apáticos y desconfiados, que lanza señales a nuestra pareja de descontento o que se camufla a través de inseguridades, celos y conflictos.
En cuestiones de amor, cuando tenemos miedo a que nos hagan daño, nos volvemos más fríos. Y aunque solo sea un mecanismo de protección también ejerce como una barrera de distanciamiento. De ahí que liberarnos de ese miedo sea fundamental para que el vínculo con el otro sea sano y dejemos de experimentarlo como una amenaza.
Porque aunque en algún momento nos hayan hecho daño, no significa que vaya a suceder siempre y tampoco que tengamos que cambiar por completo nuestra forma de actuar.
El miedo a que nos hagan daño es una prisión que resta calidad de vida de nuestro presente y que da forma a estados debilitantes que nos perjudican.
Sufrir es inevitable: cómo superar el miedo al sufrimiento
El miedo a sufrir en una relación de pareja provoca que se pongan en marcha ciertos mecanismos que impiden profundizar en el vínculo con la otra persona, conectar profundamente con los sentimientos y mostrarnos tal y como somos. El problema es que, la mayoría de las veces, actúan de manera inconsciente, bajo un mandato de protección liderado por el autoengaño.
Ahora bien, es posible desprenderse, poco a poco, del miedo a que nos hagan daño. Para ello, es necesario trabajar con uno mismo, indagar en las creencias, experiencias del pasado y en cómo nos valoramos. Tener en cuenta los siguientes aspectos puede ser de gran ayuda:
- Es importante reflexionar a qué tenemos miedo más allá del temor a que nos hagan daño. El miedo es una emoción que nos indica que existe una amenaza o un peligro para nosotros, algo que se ha configurado a lo largo de nuestra historia. En este caso, señala que tenemos miedo a sufrir, a pasarlo mal o a que nos abandonen. Y aunque parezca algo sencillo de reconocer, ser consciente de ello no lo es tanto. De ahí que se recomiende indagar en él, para ver de dónde procede y qué efecto tiene en nuestro presente. Cuáles son las creencias y sentimientos que activa en nosotros.
- Sufrir es inevitable. Más tarde o más temprano, el sufrimiento aparece. Lo importante la actitud que tomemos para hacerle frente. Porque aunque sus efectos sobre nosotros sean complejos, negativos y desagradables, también tiene una misión: obligarnos a detenernos, a apagar nuestras energías, para que, poco a poco, entendamos qué nos pasa.
- Gestionar las emociones frena los impulsos y nos ayuda a conocernos. Una emoción es un indicador de cómo nos encontramos, una señal con información sobre nosotros. Ahora bien, es importante experimentaras en lugar de reprimirlas, pero también no dejarse llevar de manera impulsiva por ellas. Por lo tanto, lo mejor es preguntarse qué nos dice esa emoción y para qué nos sirve. Si nos lo tomamos en serio, poco a poco iremos descubriendo cómo somos. Por ejemplo, los celos suelen ser una advertencia de inseguridad y baja autoestima.
- Expresar cómo nos sentimos destruye muros y barreras en la relación con el otro. Hablar sobre nuestras preocupaciones y miedos orienta al otro sobre cómo nos encontramos y, de alguna forma, facilita que pueda comprendernos. De lo contrario, podemos llegar a confundirle sobre cuáles son nuestros sentimientos y lo peor de todo es que actuara en consecuencia. Por ejemplo, puede comenzar a distanciarse porque piense que necesitemos espacio y nosotros podemos interpretarlo como algo negativo, decidiendo alejarnos también. Y lo que en un momento era una simple preocupación, poco a poco, ha desembocado en un enfriamiento de la relación por falta de comunicación.
- Para amar hay que arriesgarse, además de convivir con el riesgo de perder. Amar conlleva atreverse, decidir valientemente mostrar nuestros sentimientos y confiar en otra persona. Es invertir tiempo, esfuerzo y emociones en la creación de un vínculo que no tenemos la seguridad de que vaya a perdurar, pero que, a pesar de esa incertidumbre, consideramos que merece la pena.
- Hay que cerrar ciclos y poner puntos y finales. Decir adiós al pasado es clave para abandonar el miedo a que nos hagan daño. Sanar heridas y extraer lecciones de lo vivido que nos ayuden a crecer es fundamental. Si no lo hacemos, los fantasmas del pasado aparecerán continuamente y nos recordarán que no somos validos, que nos harán daño de nuevo y que estamos condenados al fracaso. No hay dos personas iguales y juzgar una relación en base a la anterior es una medida muy injusta para el otro, para nosotros y para la relación en sí misma.
- Quererse con responsabilidad es una buena medida de protección. Amarse a uno mismo es el sostén desde el que erigir una relación sana con nosotros y con los demás. Esa en la que aunque aparezca el miedo, seremos capaces de derrotarlo, de saber que es simplemente un aviso, pero que no siempre lleva razón. Porque la mejor medida de protección es quererse a uno mismo.
- Aceptación y empatía son una buena combinación. La aceptación está muy ligada con el amor propio cuando tiene que ver con uno mismo; pero cuando está enfocada a otro es el apoyo para valorar tal y como es, sin añadiduras de ningún tipo. Así como la empatía. Ambas habilidades son necesarias en una relación; dos armas muy potentes que además de crear vínculos sanos, debilitan temores.
Como vemos, superar el miedo a que nos hagan daño es un proceso en el que el trabajo personal es la columna vertebral. Porque aunque es totalmente comprensible experimentarlo, lo importante es no dejarse llevar por él, ya que el miedo al sufrimiento suele incapacitarnos y generar más miedo y el amor es un sentimiento muy bonito como para dejarlo escapar e impedir que llegue a nuestras vidas.
Gema Sánchez Cuevas
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.