Hay una mala costumbre muy extendida. De hecho, es común sufrirla casi desde la infancia, un lugar donde puede que nuestros padres nos compararan con los demás, destacando lo que otros logran y nosotros no. También en la edad adulta son comunes las comparaciones por parte de personas que, con buena o mala fe, destacan aquello que los demás hacen o tienen y de lo que según ellos, nosotros carecemos.
Atreverse a ser diferente parece ser poco más que un desafío en una sociedad que refuerza lo normativo. Es más, en ocasiones ni siquiera nosotros mismos buscamos marcar diferencias respecto a los demás; pero basta con salirse un poco de lo que para muchos es “socialmente esperable” para que al instante alguien nos señale con el dedo.
Nadie es como otro. Ni mejor ni peor, es otro; y las comparaciones son odiosas, decía Jean Paul-Sartre. Sin embargo, el ser humano tiene como punto débil compararse y comparar a los demás. Parece casi un vicio, una obsesión muy contagiosa que mina el crecimiento personal y destruye identidades.
Porque quien nos compara con otros, y esto lo habremos vivido la mayoría alguna vez, no lo hace para alabar aquello que nos hace únicos y especiales; lo hace para destacar aquello de lo que carecemos, aquello que falla o no es normativo.
La comparación es un veneno para la autoestima. Ya lo es sobre todo si la ejercitamos nosotros mismos, si tenemos la mala costumbre de poner la mirada en nuestro entorno para otorgarnos valor. Ahora bien, igual de dañino es que lo hagan otros, que sea nuestra familia o nuestra pareja quien guste de distorsionar nuestra imagen, potencial o carácter al compararnos con otros.
“La uniformidad es la muerte; la diversidad es la vida“.
-Mijail A. Bakunin-
Nadie es como otro. Ni mejor ni peor, es otro; y las comparaciones son odiosas, decía Jean Paul-Sartre. Sin embargo, el ser humano tiene como punto débil compararse y comparar a los demás. Parece casi un vicio, una obsesión muy contagiosa que mina el crecimiento personal y destruye identidades.
Porque quien nos compara con otros, y esto lo habremos vivido la mayoría alguna vez, no lo hace para alabar aquello que nos hace únicos y especiales; lo hace para destacar aquello de lo que carecemos, aquello que falla o no es normativo.
La comparación es un veneno para la autoestima. Ya lo es sobre todo si la ejercitamos nosotros mismos, si tenemos la mala costumbre de poner la mirada en nuestro entorno para otorgarnos valor. Ahora bien, igual de dañino es que lo hagan otros, que sea nuestra familia o nuestra pareja quien guste de distorsionar nuestra imagen, potencial o carácter al compararnos con otros.
“La uniformidad es la muerte; la diversidad es la vida“.
-Mijail A. Bakunin-
Personas que nos comparan con los demás: razones por las que lo hacen
La teoría de la comparación social, enunciada por el psicólogo social Leon Festinger en 1954, nos señala algo interesante. Cuando una persona se queda sin pistas obvias sobre su eficacia, valías o características, pone la atención en quienes le rodean. De este modo, obtiene una referencia sobre sí misma para hacer una valoración. Así, y de algún modo, el ser humano busca definirse a sí mismo tomando de referencia también al resto.
Sabemos que esto es una fuente de frustración constante. Sin embargo, ¿por qué hay quienes nos comparan con los demás? Pongamos algunos ejemplos sobre este tema. Imaginemos a una madre que siempre compara a sus dos hijas. A la menor le recuerda, casi cada día, que a su misma edad, la hermana mayor ya tenía un buen trabajo, pareja estable y el primer hijo.
Asimismo, y por si no fuera bastante, esta misma chica sufre el peso de las comparativas por parte de su pareja. Este le indica que es casi tan insegura como una compañera suya de trabajo o que físicamente se parece cada vez más a una de sus primas. Algo así tiene sin duda un efecto determinante en la autoestima de esta joven. Este tipo de verbalizaciones minan y crean inseguridades y hasta complejos.
Como bien decía Confuncio, los complejos vienen como pasajeros. Al principio son meros huéspedes pero al final se quedan como auténticos amos. Y si además son otros quienes los refuerzan y alimentan a diario, las consecuencias pueden ser muy desgastantes. Veamos, a continuación por qué lo hacen, por qué hay personas que nos comparan con los demás.
La teoría de la comparación social, enunciada por el psicólogo social Leon Festinger en 1954, nos señala algo interesante. Cuando una persona se queda sin pistas obvias sobre su eficacia, valías o características, pone la atención en quienes le rodean. De este modo, obtiene una referencia sobre sí misma para hacer una valoración. Así, y de algún modo, el ser humano busca definirse a sí mismo tomando de referencia también al resto.
Sabemos que esto es una fuente de frustración constante. Sin embargo, ¿por qué hay quienes nos comparan con los demás? Pongamos algunos ejemplos sobre este tema. Imaginemos a una madre que siempre compara a sus dos hijas. A la menor le recuerda, casi cada día, que a su misma edad, la hermana mayor ya tenía un buen trabajo, pareja estable y el primer hijo.
Asimismo, y por si no fuera bastante, esta misma chica sufre el peso de las comparativas por parte de su pareja. Este le indica que es casi tan insegura como una compañera suya de trabajo o que físicamente se parece cada vez más a una de sus primas. Algo así tiene sin duda un efecto determinante en la autoestima de esta joven. Este tipo de verbalizaciones minan y crean inseguridades y hasta complejos.
Como bien decía Confuncio, los complejos vienen como pasajeros. Al principio son meros huéspedes pero al final se quedan como auténticos amos. Y si además son otros quienes los refuerzan y alimentan a diario, las consecuencias pueden ser muy desgastantes. Veamos, a continuación por qué lo hacen, por qué hay personas que nos comparan con los demás.
Falta de Inteligencia Emocional
Quienes nos comparan con los demás presentan por encima de todo una baja Inteligencia Emocional. Debemos tener muy claro este aspecto para no dejarnos avasallar por esta práctica tan común. Así, esas personas que recurren con tanta agilidad al uso de las comparaciones carece de esa empatía con la cual, entender que cada ser es único, excepcional en carácter, esencia, presencia y valores.
Si no entienden esta realidad, no conectan con nosotros, no hay respeto, no son capaces de ponerse en nuestro lugar. Asimismo, otro principio de la Inteligencia Emocional es la correcta comunicación. Dentro de este enfoque algo que siempre se tiene en cuenta es que el uso de las comparaciones no es válido ni aún menos ayuda.
Si queremos llamar la atención a una persona sobre algo referente a su conducta, le hablaremos de su comportamiento sin hacer referencia a terceras personas.
Quienes nos comparan con los demás presentan por encima de todo una baja Inteligencia Emocional. Debemos tener muy claro este aspecto para no dejarnos avasallar por esta práctica tan común. Así, esas personas que recurren con tanta agilidad al uso de las comparaciones carece de esa empatía con la cual, entender que cada ser es único, excepcional en carácter, esencia, presencia y valores.
Si no entienden esta realidad, no conectan con nosotros, no hay respeto, no son capaces de ponerse en nuestro lugar. Asimismo, otro principio de la Inteligencia Emocional es la correcta comunicación. Dentro de este enfoque algo que siempre se tiene en cuenta es que el uso de las comparaciones no es válido ni aún menos ayuda.
Si queremos llamar la atención a una persona sobre algo referente a su conducta, le hablaremos de su comportamiento sin hacer referencia a terceras personas.
- Un ejemplo, no podemos decirle a un niño “eres tan torpe en mates como tu hermano Pablo, ninguno tenéis remedio”. En lugar de usar esta aseveración lo correcto sería decirle “veo que tienes problemas en mates, pero creo que si te esfuerzas un poco y preguntas lo que no entiendes lo tendrás superado”.
Personas que no valoran lo que tienen
Las personas que nos comparan con los demás, posiblemente, no aprecian lo que tienen. Lo hacen los padres que piensas que los hijos de los demás son más aplicados. Lo hace esa persona que no aprecia a su pareja como merece. Aún más, tampoco nos valoramos nosotros mismos cuando nos comparamos con otros.
Así, en un estudio publicado en el Journal of Personality and Social Psychology, por los doctores Sebastian Deri y Shai Davidai, nos indican que quienes tienen la mala costumbre de compararse ellos mismos o a sus seres cercanos con terceras personas, no aprecian lo que son y lo que tienen. Su sesgo pesimista e inconformista hace que nunca terminen de apreciar a sus seres queridos tal y como son.
Y algo así es altamente problemático.
Las personas que nos comparan con los demás, posiblemente, no aprecian lo que tienen. Lo hacen los padres que piensas que los hijos de los demás son más aplicados. Lo hace esa persona que no aprecia a su pareja como merece. Aún más, tampoco nos valoramos nosotros mismos cuando nos comparamos con otros.
Así, en un estudio publicado en el Journal of Personality and Social Psychology, por los doctores Sebastian Deri y Shai Davidai, nos indican que quienes tienen la mala costumbre de compararse ellos mismos o a sus seres cercanos con terceras personas, no aprecian lo que son y lo que tienen. Su sesgo pesimista e inconformista hace que nunca terminen de apreciar a sus seres queridos tal y como son.
Y algo así es altamente problemático.
Las personas que nos comparan con los demás hacen uso de la manipulación emocional
Por último y no menos importante, nos queda una tercera opción. Quienes nos comparan con los demás pueden también tener otros motivos, que no son otros más que los de manipularnos y minar nuestra autoestima. De hecho, es una táctica común en quienes desean ejercer el control, porque la comparación constante es un ejercicio de humillación y menosprecio.
Para concluir, como podemos ver esas personas que nos comparan con los demás carecen de esas herramientas básicas de sociabilidad, respeto y empatía. Evitemos darles poder, no permitamos estas conductas y defendamos siempre nuestra individualidad. Ser únicos, diferentes y singulares es nuestro mejor valor.
Valeria Sabater
Por último y no menos importante, nos queda una tercera opción. Quienes nos comparan con los demás pueden también tener otros motivos, que no son otros más que los de manipularnos y minar nuestra autoestima. De hecho, es una táctica común en quienes desean ejercer el control, porque la comparación constante es un ejercicio de humillación y menosprecio.
Para concluir, como podemos ver esas personas que nos comparan con los demás carecen de esas herramientas básicas de sociabilidad, respeto y empatía. Evitemos darles poder, no permitamos estas conductas y defendamos siempre nuestra individualidad. Ser únicos, diferentes y singulares es nuestro mejor valor.
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