Tener personas con las que sincerarnos es poder aliviar cargas. De hecho, nos basta con una sola: ese alguien con quien compartir miedos, descargar tensiones, desvelar errores, desgranar sueños y deseos… Son figuras hechas de confianza firme y alianza auténtica que siempre están ahí, ellas con quienes no tememos mostrar nuestras transparencias y oscuridades.
A todos nos suena esa sensación. Porque si hay algo que todos sabemos, es que desde un punto de vista psicológico, pocas dimensiones son tan relevantes en nuestro día a día como la confianza. Es casi como ese pegamento social con el que hallar seguridad, con el que construir vínculos sociales y afectivos sólidos con los nuestros.
Es ahí donde nos sentimos validados, aceptados y respetados. Gracias a esta dimensión se reduce la incertidumbre para dar forma a interacciones donde la confianza es plena, donde no tienen cabida los miedos ni la sombra del temor a ser traicionados. Ahora bien, por llamativo hay un matiz interesante en este tema que merece tenerse en cuenta.
A menudo, no todas las personas que son de nuestra confianza nos sirven como confidentes. Podemos confiar en nuestra madre e incluso en nuestra pareja. Sin embargo, cuando necesitamos sincerarnos sobre algún aspecto en concreto, buscamos siempre a esa persona mitad refugio, mitad espejo que conoce ya lo peor y lo mejor de nosotros mismos…
“A veces, lo más prudente es ser uno mismo su propio confidente”.
-Stendhal-
Es ahí donde nos sentimos validados, aceptados y respetados. Gracias a esta dimensión se reduce la incertidumbre para dar forma a interacciones donde la confianza es plena, donde no tienen cabida los miedos ni la sombra del temor a ser traicionados. Ahora bien, por llamativo hay un matiz interesante en este tema que merece tenerse en cuenta.
A menudo, no todas las personas que son de nuestra confianza nos sirven como confidentes. Podemos confiar en nuestra madre e incluso en nuestra pareja. Sin embargo, cuando necesitamos sincerarnos sobre algún aspecto en concreto, buscamos siempre a esa persona mitad refugio, mitad espejo que conoce ya lo peor y lo mejor de nosotros mismos…
“A veces, lo más prudente es ser uno mismo su propio confidente”.
-Stendhal-
Personas con las que sincerarnos, nuestros selectos confidentes
Decía Aldous Huxley con gran acierto que después del mejor amigo, el mejor confidente es un completo desconocido. Este dato puede parecernos contradictorio, pero encierra una gran realidad.
Esas personas con las que sincerarnos no siempre forman parte (por término medio) de nuestro círculo más cercano. Es decir, no es común que busquemos a nuestros familiares o parejas para hablar de esas cosas que más nos inquietan.
Decía Aldous Huxley con gran acierto que después del mejor amigo, el mejor confidente es un completo desconocido. Este dato puede parecernos contradictorio, pero encierra una gran realidad.
Esas personas con las que sincerarnos no siempre forman parte (por término medio) de nuestro círculo más cercano. Es decir, no es común que busquemos a nuestros familiares o parejas para hablar de esas cosas que más nos inquietan.
Las personas que amamos ¿son con quienes nos sinceramos?
La respuesta es “no siempre”. Las personas que amamos no son siempre las personas con las que sincerarnos. Este dato es un hecho descubierto recientemente. Hasta no hace mucho, la comunidad científica apenas se había fijado en esta hipótesis porque se daba por sentado que todos buscamos a nuestros seres queridos a la hora de compartir ciertos hechos más profundos o delicados.
Así, en un estudio llevado a cabo por el doctor Mario Luis Small, sociólogo y profesor de la Universidad de Harvard, se demostró justo lo contrario. En este trabajo se preguntó a una amplia muestra de población quiénes eran las personas que más amaban. Más tarde, se les hizo una nueva pregunta: cuando usted necesita hablar sobre problemas de trabajo, de amor, de dinero o de otros hechos más íntimos ¿con quién lo hace?
La respuesta no pudo ser más llamativa. Más de la mitad de la muestra no buscaba a sus seres más queridos. En realidad, preferían hacerlo con ese amigo que siempre actuaba de confidente. Alguien alejado del círculo más íntimo, más familiar.
Alguien que no te juzga, alguien que respeta tus luces y tus sombras
El trabajo del doctor Small no niega que casi el 40% de la muestra, sí tenía a su pareja como al mejor confidente. Sin embargo, la mayoría de nosotros buscamos personas con las que sincerarnos más allá de casa, más allá del tejido afectivo. Y que sea así no es ni negativo ni mucho menos sancionable.
- Preferimos a figuras alejadas del entorno familiar para no sentirnos juzgados. Para sentir presión o el miedo a qué dirán o pensarán de nosotros.
- Preferimos a esas “personas refugio” con las que compartir confidencias junto a un café. Ahí donde poder revelar ciertas vivencias y pensamientos que, quizá, causarían contradicción a nuestras parejas o familiares. Queremos a alguien que reconozca nuestras luces, pero también, que aprecie nuestras oscuridades.
Personas con las que sincerarnos, figuras que saben escuchar y que no tienen la obligación de resolvernos nada
Este es otro matiz relevante: las personas con las que sincerarnos no están obligadas a nada. Así, cuando acudimos a esa amiga, a ese compañero de vida, de trabajo o de infancia para explicarles algo que tenemos en mente, no esperamos que nos resuelvan ningún problema. No queremos soluciones, aceptamos consejos, pero, en realidad, solo necesitamos ese soporte emocional donde ser escuchados y aceptados.
Esto, sin embargo, no ocurriría con nuestros familiares o parejas. Las personas que están más vinculadas a nosotros harían todo lo posible por buscar una solución. Pero, a veces, lo único que necesitamos son nuevas perspectivas y ese refugio de calma donde nadie emita juicios, ni se busquen culpas o responsabilidades.
Hablar, desahogar, compartir silencios, razonar de manera sosegada y, a veces, hasta reírnos de nuestras propias fatalidades actúa como ese resorte balsámico con el que reiniciarnos por dentro y por fuera. Por tanto, no dudemos en acudir a esos preciados confidentes cuando lo necesitemos.
A veces, por llamativo que nos parezca, permitirnos estar tristes con las personas adecuadas sana y revierte mucho más en nuestro bienestar que estar felices con las personas inadecuadas.
Valeria Sabater
Este es otro matiz relevante: las personas con las que sincerarnos no están obligadas a nada. Así, cuando acudimos a esa amiga, a ese compañero de vida, de trabajo o de infancia para explicarles algo que tenemos en mente, no esperamos que nos resuelvan ningún problema. No queremos soluciones, aceptamos consejos, pero, en realidad, solo necesitamos ese soporte emocional donde ser escuchados y aceptados.
Esto, sin embargo, no ocurriría con nuestros familiares o parejas. Las personas que están más vinculadas a nosotros harían todo lo posible por buscar una solución. Pero, a veces, lo único que necesitamos son nuevas perspectivas y ese refugio de calma donde nadie emita juicios, ni se busquen culpas o responsabilidades.
Hablar, desahogar, compartir silencios, razonar de manera sosegada y, a veces, hasta reírnos de nuestras propias fatalidades actúa como ese resorte balsámico con el que reiniciarnos por dentro y por fuera. Por tanto, no dudemos en acudir a esos preciados confidentes cuando lo necesitemos.
A veces, por llamativo que nos parezca, permitirnos estar tristes con las personas adecuadas sana y revierte mucho más en nuestro bienestar que estar felices con las personas inadecuadas.
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