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martes, abril 30, 2019

Mi versión más perfecta

Esa que llega siempre a tiempo, que coloca todos los acentos en los lugares adecuados, perdón tildes. Esa versión de mí que cede lo justo para sembrar la felicidad, protegiéndome para que no me hagan daño.
 
 
 
La que mantiene un orden que es capaz de entender la humanidad y es un torrente de ideas cada vez que tiene un problema. Esa a la que el miedo solamente le da conciencia del valor que puede tener actuar y no esconder la cabeza bajo la arena.

Esa forma paralela de mi ser que tiene paciencia para entretener a toda una sala de espera de urgencias en vez de dar botecitos con el pie que puedan resultar molestos.

A esa versión perfecta de mí le aparecerían los problemas justamente en el momento en el que los demás tienen un hueco para poder escuchar o compartir. Pero no hablo de una conversación con los dedos, sino con los labios, los ojos y las manos; es decir, con todos nuestros cuerpos y sin tecnología de por medio.

Mi comunicación nunca acoge consejos baratos ni regala palabras por el simple hecho de que alguien las quiera escuchar; o bueno, si hay que decir, que sean verdades dolorosas y contundentes que resuelvan el problema.

Además, a esa versión le encantaría manejar los silencios como lo hace con su batuta el mejor maestro de orquesta. Cuidando el tono, por supuesto, para que nadie se ofenda.

No escondo que soy la hija que cuida a sus padres y la madre que tiene todo el tiempo para sus hijos y aún así saca tiempo para ella. Esto es así porque, por supuesto, tengo muy claras mis prioridades.

No te lo he dicho, igual no te importa, pero hago regularmente ejercicio, desayuno mis siete nueces, zumo de naranja, como pan integral y bebo dos litros de agua al día, de la que no es de los floreros.

Además, voy al médico exactamente lo justo. Me hacen pruebas y aunque tengo alguna alteración que otra no me preocupo porque sé cuidarme y recomponerme. Nada me preocupa en exceso y he aprendido a relativizar lo necesario. Tampoco sufro sin motivo y he desterrado a la tristeza de mi vida. Con alegría y optimismo, como ya imaginabas.

En ese sentido, también lo tengo claro: no quiero dormir mal. Como todo el mundo, tengo mis problemillas pero jamás entran en casa. Los dejo a la puerta y a veces se van solos. Cuando esto no sucede, vuelvo a salir y tomo una decisión. Ahí sí que suelen salir corriendo. Pero lo que es seguro es que, de una forma u otra, ya no están cuando descanso.

Domino perfectamente el inglés y estoy aprendiendo chino. Cada vez venden más cosas y nosotros cada vez les compramos más. Soy de los que piensa que hablando se entiende la gente y más si es en asuntos comerciales.

Seguro que ya lo sabes. Enfadarse es una pérdida de tiempo y el resentimiento una bola que algunos se atan con grilletes y a la que se aferran más que a su propia vida. A mí, cuando alguna se me acerca, la mando a paseo y si alguna se le acerca a alguien que está conmigo hago lo mismo. Digan lo que digan los expertos, eso no puede ser bueno.

Tengo mis valores, aunque a veces me cuesten dinero o vayan en contra de mi interés particular. Son propios y solamente los cambio cuando alguien me da buenas razones. Así, por muy atractiva que me pueda resultar la persona que hace propaganda de algo contrario a mis principios, me mantengo en mis trece; eso sí, sin ser cabezota.

Vale, también digo mentiras, pero solo piadosas. Es algo que me ha costado refinar y con lo que he tenido un serio dilema. Por supuesto, que resolví rápidamente cuando noté que a mi madre no le gustaba demasiado que le dijera que las lentejas que hacía eran malísimas. Diciendo esto se ponía triste y, al menos yo, no elicito sentimientos negativos ni causo depresiones.

Aparezco siempre en el momento oportuno y aunque no lo creáis también tengo defectos. Pero mis defectos son de esos perfectamente asumibles y que comprendemos todos, los que dice la psicología que nos pueden hacer más atractivos en vez de repelentes. Porque no hay nadie que aguante a nadie perfecto. ¿Entonces, por qué nos empeñamos en serlo?

Raquel Aldana

lunes, abril 29, 2019

La dura decisión de perdonar

Perdonar es un acto liberador, muy poderoso, pero también muy difícil de llevar a cabo. No siempre estamos dispuestos a perdonar, lo que lo hace un acto aún más valioso.

 
 
Son muchas las circunstancias que nos llevan a personar a alguien. Quizás nos haya decepcionado, quizás no hayan hecho algún mal… Eso sí, perdona implica muchas más cosas de las que pensamos.

El hecho de no aceptar el perdón de alguien, implica que generemos sentimientos de rencor hacia la otra u otras personas. Esto no es beneficioso para nosotros ya que nos veremos con una serie de emociones negativas que no sabremos cómo gestionar.

La vida se vuelve mucho más fácil cuando aceptas una disculpa que nunca llegó. A esto se le llama perdonar en tu corazón 

Perdona 

En muchas ocasiones, pensamos que perdonar a otra persona implica darle la razón. Esto no es cierto. Perdonar no implica darle la razón al otro, significa liberarse de las ataduras de la amargura.

Además, el perdón es una decisión totalmente personal e independiente. Si has cometido un error, pides perdón; si te sientes mal por algo negativo que has hecho, pides perdón. En manos de la otra persona queda concederte ese perdón o no. Eso sí, este debe ser sincero.

Para entender un poco más en qué consiste realmente el perdón, perdonar a otra persona que ha hecho algo negativo y se arrepiente, es necesario que sepamos algo más sobre esta acción «desinteresada».

«Has personas que no perdonan y prefiere odiar, porque odiar les hace sentirse fuertes y con control. En cambio, perdonar los enfrenta a su más profundo dolor.»
-David Fischman-

Hoy vas a descubrir qué significa realmente perdonar a alguien, sin albergar odio alguno, pero tampoco sin olvidar. Aceptar el perdón de otra persona tiene que ser un acto que nos libere, pero para ello debemos conocerlo en profundidad. 

Perdonar no es justificar al otro

Cuando perdonamos no lo hacemos por lo que hizo el otro, es decir, no es una justificación de sus actos. Simplemente, el hecho de perdonar a la otra persona tiene que ver más con tu respuesta que con lo que ha hecho el otro. 

Perdonar tampoco es olvidar

Las personas piensan que una vez son perdonadas todo se olvida y esto no es correcto. Ha sido una situación difícil, amarga, una experiencia más que como tal no es olvidada. Pero no confundamos esto con el rencor, pues a veces si no perdonamos de verdad podemos albergar este oscuro sentimiento.

Cuando perdonas, a pesar de que no olvidas, sientes una paz interior que te libera y te hace sentir bien. No hay espacio para el rencor, ni tampoco para los odios. Todo está en equilibrio. 
 
Perdonar no es minimizar, sino sanar ese dolor

El objetivo de perdonar a alguien es sanar un dolor que nos han causado y que, inevitablemente, nos duele. Somos seres emocionales y es normal que nos duelan las cosas. Pero si perdonamos, será como soltar a ese alguien que teníamos prisionero y te darás cuenta de que ese alguien eras tú.
 
Perdonar es un acto que te hace cerrar el pasado

En ocasiones nos centramos demasiado en cuestiones pasadas que nos impiden ver nuestro futuro y aún menos centrarnos en nuestro presente.

Es por eso por lo que cuando perdonamos no albergamos rencor alguno, aunque no olvidaremos, porque cerraremos ese pasado y miraremos hacia el futuro. Realmente liberaremos toda emoción negativa que tengamos, porque es normal que sintamos decepción, dolor, frustración, rabia, etcétera.

«Perdonar es el valor de los valientes. Solamente aquel que es bastante fuerte para perdonar una ofensa, sabe amar.»
-Mahatma Gandhi-

¿Tú sabes perdonar? No cualquiera es capaz de esto, ya que es algo que requiere de fuerza interior, de la liberación de los miedos a que nos vuelvan a fallar, a decepcionar.

Siempre va a haber alguien en tu vida que te haga daño, ya sea tu pareja, tus hijos, tu familia, tus amigos… Siempre, nunca lo olvides. Por eso es necesario que aprendas a perdonar, porque no te quedará otra que aceptar que las personas hacen daño, incluso tú mismo puedes hacérselo a otras (sin querer, tal vez) y querrás ser perdonado.

Raquel Lemos Rodríguez

viernes, abril 26, 2019

El sueño de Bizan, una historia sobre la serenidad

Esta historia sobre la serenidad comienza en un lejano país, en el que había un viajero. Había recorrido un largo camino y todavía le faltaba un buen tramo para llegar a su destino. Sin embargo, estaba cansado y quería encontrar algún lugar para estar tranquilo y reponerse.

 
 
Recordó entonces que las bellas aguas termales de Bizan se hallaban cerca del lugar en el que estaba. Se dirigió allí, pero el sitio ahora estaba muy descuidado. Antes había hermosos hospedajes allí, pero ahora solo se veían niños curiosos y una mujer que vendía pasteles.

“La virtud está en ser tranquilo y fuerte; con el fuego interior todo se abrasa”.
-Rubén Darío-

El viajero se sintió un poco decepcionado, pero, aún así, notó que aún había una agradable atmósfera en el lugar. Así que se acercó a la vendedora de pasteles y le preguntó si podía ayudarle. Quería pasar la noche allí y quizás ella tendría algún lugar en donde pudiera hacerlo.

La historia sobre la serenidad cuenta que la vendedora, muy humildemente, le dijo que solo contaba con una estera sencilla. Agregó que aprovechara para bañarse en las aguas termales, antes de ir a dormir. También le contó que en la noche vendría a quedarse un viejo maestro samurái con el que se podía conversar agradablemente.

Un encuentro interesante

Dice la historia sobre la serenidad que el viajero se bañó en las termales y luego se dirigió a la humilde vivienda de la vendedora. Estaban cenando un sencillo plato, cuando llegó el maestro samurái. Era un anciano tranquilo y silencioso, que exhalaba sabiduría.

El maestro se sentó a la mesa con ellos y el viajero, respetuosamente, le preguntó su nombre. El anciano respondió: Furuneko Mushinsai. El viajero quedó sorprendido. Era un nombre muy extraño, pues Furuneko significa ‘el que ha renunciado al mundo’ y Mushinsai quiere decir ‘viejo gato’.

El viajero comentó que le parecía muy raro ese nombre y quería saber por qué lo había adoptado. ¿Qué tenía que ver el retiro con un gato? El anciano sonrió dulcemente y dijo que todo tenía una razón de ser. Si lo deseaba, él le contaría la historia. El viajero aceptó encantado.
 
El viejo gato

El anciano samurái le comentó que hacía muchos años también él había ido de viaje y tuvo que pedirle posada a un buen hombre en el camino. Llegó a su humilde casa y fue atendido muy bien. Sin embargo, cuando ya iba a dormirse apareció una rata enorme, que lo desafiaba con su mirada.

Cuenta la historia sobre la serenidad, que luego el anciano dijo: “Le pedí ayuda al dueño de la casa y él trajo un joven gato, muy ágil. Sin embargo, la rata lo enfrentó y salió muy lastimado. Luego trajo a un nuevo gato, pero sucedió lo mismo”.

Al fin, el anciano samurái decidió enfrentar por sí mismo a la rata. Sacó su sable y la encaró, pero la rata se le lanzó con una rapidez impresionante. Incluso lo mordió. Así estaban las cosas cuando, de pronto, apareció un gato anciano, que apenas si tenía dientes. Se aproximó a la rata tranquilamente y esta se quedó quieta. El viejo gato la engulló.

Una historia sobre la serenidad

Según cuenta la historia sobre la serenidad, el anciano samurái dijo que casi no sale de su sorpresa aquel día. Se fue a dormir, pero entre sueños escuchó que los gatos estaban en una asamblea. Todos querían aprender del viejo gato que había vencido a la temible rata, sin saber cómo.

El viejo gato quiso escuchar a los dos gatos que habían enfrentado inicialmente a la rata. El primero dijo que llevaba años ejercitándose y desarrollando todas sus habilidades. Se consideraba el felino más ágil de la comarca y no entendía por qué la rata lo había vencido. El segundo gato dijo que era un experto en poder mental. Tampoco entendía por qué no lo había logrado.

El viejo gato hizo una serie de interesantes razonamientos. Cuenta la historia sobre la serenidad que luego realizó un diagnóstico. Dijo que el primer gato no había vencido a la rata porque estaba concentrado en su habilidad física y esto no era suficiente. Y que el segundo se sentía superior y no supo qué hacer cuando encontró a alguien mejor que él.

Luego señaló que el secreto para vencer en todas las circunstancias era hacer de la serenidad una forma de ser y de vivir. El que está tranquilo deja fluir la realidad. Su misión como gato era ir a la rata y eso había hecho. La rata no pudo reaccionar porque no comprendió su tranquilidad. Al ver su gran sabiduría, el maestro samurái había adoptado su nombre.

Edith Sánchez

jueves, abril 25, 2019

El camino al edén está empedrado de buenas atenciones

Muchas de las personas que acuden a consulta se suelen preguntar cuándo empezaron a dejar de disfrutar de las cosas que antes disfrutaban, por qué pasaron a ser meros espectadores de su sufrimiento o inestabilidad. Nuestra respuesta a estas preguntas está en que en la vida, las circunstancias en las que nos fijamos ocupan nuestras atenciones y nos hacen ver y crecer en esa dirección. Ser hábil o torpe en realidad, no importa. Lo único importante es prestar atención, serenarse y agudizar el oído.

 
 
Elegir a lo que prestamos atención es la base sobre la que fortificamos nuestra pirámide. Paradójicamente también es una de las grandes olvidadas, puesto que pasamos media vida con el piloto automático activado. Nuestro alrededor nos exige muchas atenciones, pero pocas veremos si no sabemos focalizar correctamente nuestra atención.

De nada nos vale pasar el día recordando aquello que nos mortifica porque así solo desviamos nuestra atención hacia una idea o situación que no está presente. De poco vale focalizar la atención sobre aquello que creemos que pasará, porque aunque llegue a pasar no será como la imaginamos. Entonces, ¿No sería mejor prestar atención a aquello que nos atañe y sobre lo que podemos actuar? ¿No será más sano utilizar nuestros recursos en algo presente y no malgastarlo en suposiciones o ideas?

Bien sabido es, que nuestro cerebro se encarga de mandarnos al día 50.000 pensamientos automáticos y repetitivos, hacer que estos no ocupen nuestra atención es fundamental para que no nos afecten. “El cerebro siempre está trabajando, aunque estés sentado sin hacer nada, y puede ser enseñado para actuar en nuestro beneficio“, ha asegurado el físico teórico Jyri Kuusela, que trabaja para la Agencia Espacial Europea (ESA) e impulsa en España la implantación del “neurofeedback”.

Según Elsa Punset, gurú de la inteligencia social: “necesitamos entrenar nuestro cerebro en positivo”. Si lo sabemos, ¿por qué no actuamos? Para reprogramar nuestro cerebro hay que empezar a trabajar la atención, o, más bien, trabajar la buena atención.

“La capacidad de atención del hombre es muy limitada, por eso debemos trabajarla y espolearla constantemente”.
-Elsa Punset-

No miréis hacia atrás con ira, ni hacia adelante con miedo, sino alrededor con atención

Hacer una cosa cada vez significa ser total en lo que haces, prestarle toda tu atención. Esta acción conecta nuestras atenciones hacia donde realmente son útiles y rentables para nuestro cuerpo y para nuestra mente.

Lo contrario es funcionar con el piloto automático, sin ser conscientes de lo que estamos haciendo mientras lo hacemos. Desconectando del presente realizando actividades rutinarias mientras deambulamos por otro lugar y otro tiempo.

Los beneficios de trabajar la atención en el presente son numerosos, como demuestran diversos estudios. Entrenar la mente para permanecer en el momento presente sin cambiar nada, con una actitud de apertura y aceptación de la realidad tal y como es provoca cambios significativos estructurales y funcionales en el cerebro en áreas asociadas con el bienestar y la felicidad.

La atención espontánea es la única que existe hasta tanto que la educación y los medios artificiales intervienen. No existe otra en la mayor parte de los animales y en los niños. Pero, fuerte o débil, siempre y en todas partes tiene por causa estados afectivos. Esta regla es absoluta, sin excepción.
 
A veces, uno no le presta mucha atención a aquello que no va a suceder

Había leído en alguna parte que si quieres que la gente preste atención a lo que dices no debes alzar la voz, sino bajarla: es lo que realmente atrae la atención. Puede ser que, a veces, no nos atraiga lo que es mejor para nosotros, sino aquello que desconocemos.

Unos de las cosas que todos necesitamos trabajar es saber fijar nuestras atenciones en aquello que nos sea más útil y/o mejor para nosotros, y no divagar en luchas irreales, o perdernos en nuestros pensamientos mientras dejamos que la vida se nos vaya escapando.

Las puertas de la percepción están abiertas para todos. En un mundo donde la educación es predominantemente verbal, las personas consideran imposible dedicar una seria atención a lo que no sean palabras y nociones.

Adueñándonos de nuestra atención mantendremos a raya problemas como la ansiedad y la depresión, las cuales se adueñan de nuestra mente cuando nosotros nos adueñamos de lo pasado, de lo incierto y/o de lo externo.

Fátima Servián Franco

miércoles, abril 24, 2019

El contacto físico puede combatir el estrés y la tristeza

En la sociedad actual son cada vez más las actividades que entrañan un contacto físico directo, siendo estas muchas veces rechazadas o asumidas plenamente según la persona que se trate. De este hecho surge un interrogante: ¿por qué a unas personas les resulta imposible o molesto entrar en contacto con otra? O por el contrario, ¿por qué a otras les resulta tan fácil? (Salgado, Eslava, Montes, & Mariño, 2003).
 
 
Nadie puede poner en duda la gran importancia comunicativa y expresiva que el contacto físico entre personas tiene en nuestra sociedad. Hall en 1969 hablaba de esta importancia en lo referido al uso del espacio por el ser humano y, por ejemplo, se destacaba cómo la falta de contacto físico puede alterar el crecimiento físico y mental de un bebé.

Un estudio de científicos de la Universidad de Duke, en Estados Unidos, llegó a la conclusión de que las personas necesitamos recibir abrazos y caricias desde que nacemos, ya que el contacto físico juega un papel muy importante en el desarrollo de las neuronas.

El contacto físico con una persona por la que sentimos afecto hace que nuestro cuerpo libere oxitocina y dopamina, neurotransmisores que combaten el estrés y la tristeza, produciendo sensación bienestar. Al dar o recibir un abrazo también aumentan nuestros niveles de serotonina, por lo que conseguimos mejorar nuestro estado de ánimo.

“Abrazar es estrechar sin ahogar”.
–Simon Pegg-

El valor físico y emocional del contacto

El contacto activa una serie de mecanismos fisiológicos que contribuyen a nuestro bienestar emocional. En concreto, disminuye la producción de cortisol, hormona relacionada con el estrés, y aumenta la producción de oxitocina, hormona relacionada con el afecto. También aumenta los niveles de serotonina, produciendo un efecto relajante, además de disminuir la presión sanguínea y el ritmo cardíaco.

Abrazarse o tomarse de la mano durante al menos diez minutos puede reducir los efectos físicos perjudiciales del estrés, tal y como indica un estudio realizado por especialistas de la Universidad de Carolina del Norte, en Chapel Hill (Estados Unidos).

En otras de las investigaciones, se comprobó que el contacto activaba la zona de córtex cerebral. Esta región tiene que ver con los sentimientos de conformidad y confianza. A partir de estos resultados, se concluyó que quienes se relacionan con los demás usando el tacto, son percibidos como personas más honestas y confiables.

El sentido del tacto está infravalorado y realmente es uno de los sentidos imprescindibles para poder sobrevivir, sobre todo en edades tempranas, ya que las caricias y el contacto cuando somos bebés son tan importantes y tan básicos como el comer o el dormir. Progresivamente pasamos de necesitar el contacto físico a conformarnos con el contacto visual del otro.

En resumen, el contacto físico favorece el sistema inmunitario, reduce el estrés e induce el sueño. Para nuestra salud física y mental es imprescindible, además de una forma de comunicación con los otros.

“Las personas que fingen afecto te darán palmaditas en la espalda para ponerle fin al abrazo, igual que los luchadores; las personas sinceras te abrazarán con fuerza”.
-Allan Pease-

La soledad altera nuestro cerebro

Hasta ahora se sabía que la extrema soledad puede causar en una persona depresión, ansiedad, demencia y psicosis, entre otros trastornos. Sin embargo, un nuevo estudio permite ver un daño extra y más peligroso que la soledad causa en nuestro cerebro. Los investigadores usaron un grupo de ratones –que son animales sociales, como nosotros– y los pusieron en un recinto lleno de juguetes, laberintos, otras distracciones y en aislamiento social.

Según los resultados publicados en la revista Neurobiology of Learning and Memory, este aislamiento social provocó en los roedores una reducción del volumen del hipocampo, una región del cerebro fundamental para el aprendizaje y la memoria.

Aunque las conclusiones no se pueden extrapolar al ser humano, los investigadores sugieren algunos posibles paralelismos. Esta investigación podría indicar que el contacto físico y las relaciones sociales posiblemente representan un factor importante a tener en cuenta para que nuestro cerebro se mantenga sano y que la función cognitiva no se deteriore.

En el mismo estudio se llegó a la conclusión de que la soledad prolongada en la edad adulta produce alteraciones cerebrales y déficit de aprendizaje. El aislamiento social en la edad adulta es un factor de estrés psicosocial que puede resultar en alteraciones endocrinológicas y de comportamiento en diferentes especies.

Es importante que no olvidemos estos datos y que tengamos presente que cada vez que abrazamos de verdad a alguien, ganamos vida y calidad vital.

Fátima Servián Franco

martes, abril 23, 2019

¿Tienes una escala de valores adecuada?

La escala de valores es esa clasificación que nos hacemos a nivel mental y que nos sirve para tomar decisiones. No todas las escalas de valores tienen por qué coincidir, y además, dependiendo de nuestra personalidad, nuestra edad, nuestro sexo incluso, es probable que tengamos una escala de valores u otra. Por otro lado, esta escala es cambiante y el orden sensible a las circunstancias.

 
 
Por otro lado, no hay escalas de valores correctas o incorrectas, pero sí que las hay disfuncionales. Cuando nuestra escala de valores no es la adecuada, es normal que suframos por situaciones, personas o hechos de la vida que, en principio, no tendrían que dolernos tanto.

Si le otorgamos demasiada importancia a contenidos vitales tan superficiales como pueden ser el físico, la profesión o tener o no una pareja, es muy probable que acabemos obsesionándonos por conseguir objetivos concernientes a esos valores.

Si bien el deseo es legítimo y nos impulsa a vivir y a avanzar en los caminos que nos interesan, también es importante diferenciar los deseos de las necesidades y sería, por lo tanto, conveniente evitar construir una escala de valores que nos condene al sufrimiento o a la frustración constante.

¿Por qué existen escalas de valores poco saludables?

A todos nos pasa que de una manera u otra, nuestra escala de valores no siempre es la escala perfecta y esto es normal. Hay personas que otorgan más valor al hecho de estar delgados que a ser buenas amigos, buenos padres o hijos, por ejemplo.

Esto ocurre porque vivimos en una sociedad y una cultura, sobre todo, la occidental, que ya de por sí nos predispone a tener una escala de valores desajustada.

Si soy una adolescente de 16 años y continuamente estoy viendo que la sociedad se rige por unos cánones de belleza -una regla de medir que condiciona en buena medida la valoración de los demás-, no será raro que la adolescente se centre en adaptar su físico a este patrón. Además, también es probable que lo considere un objetivo principal, sufriendo en aquellas ocasiones en las que siente que aparecen obstáculos que no pude rebasar para conseguirlo.

También, si he interiorizado que las notas me hacen más merecedor del amor y la consideración de los demás, es probable que disponga todo mi empeño para mejorar las calificaciones. Así, se relegaría el aprendizaje a un segundo plazo, priorizando la evaluación.

La cuestión es que las ideas sociales sobre las diferentes parcelas del ser humano están sumamente sesgadas. No solo asocian el poseer ciertos rasgos, como ser guapo o inteligente, con el hecho de ser buena persona, sino que, por si no fuera poco, también lo unen a la felicidad.

¿Quién no ha oído la frase: “se te va a pasar el arroz“, “te vas a quedar para vestir santos“? Estas frases, por ejemplo, dan valor al hecho de tener pareja, hijos y familia. Y ¡ojo!, claro que tiene valor, pero no podemos colocarlo en la cima de nuestra escala, ya que es posible que no lo tengamos y eso no supondría un obstáculo para ser personas que merezcan la pena.

Lo que ocurre, si nos creemos estas cosas, es que sufrimos muchísimo si al final “nos quedamos para vestir santos” porque nos decimos a nosotros mismos que somos unos fracasados o que somos personas de segunda categoría, cuando esto no tienen sustento real alguno.
 
¿Cuál sería la escala de valores ideal?

No existe una escala de valores idónea, pero sí sería muy conveniente revisar la propia e identificar en qué áreas de nuestra vida sufrimos más. Probablemente, si ves que estás atascado en un área, no fluyes como en las demás y encima sufres por ella, piensas demasiado o inviertes buena parte de tu energía en ella, puede que le hayas otorgado demasiado valor.


No estaría mal que empezaras a darte cuenta con los ojos de la realidad de que seguramente aquello a que le otorgas tanto valor, realmente no lo tiene. O al menos, no en esa medida.

Hay que tener presente que aquello que a casi todos los seres humanos nos hace realmente felices es, en primer lugar, ser buenas personas, con nosotros mismos y con los demás. Si esto se cumple, podemos restar valor al resto de cosas, de manera que se conviertan en metas u objetivos deseables, pero no en imprescindibles.

Portarnos bien con los demás, ayudarlos, apoyarlos es un valor que cualquier ser humano puede hacer suyo. Es un valor prácticamente innato que nace de dentro. Cuando ese valor no está desarrollado, la persona difícilmente es feliz, aunque tenga cultivadas el resto de áreas.

Es posible que tengas muchísimo dinero, una casa espectacular, muchas relaciones sexuales y una profesión socialmente admirable, mientras que tu círculo de apoyo es muy reducido. ¿Para qué quieres entonces todo lo que posees?

Aunque a veces podamos pensar, porque es lo que nos han vendido, que el orden es: primero lo superficial para así obtener el amor de otros y el mío propio, la realidad es que es justo al revés. En primer lugar, tendría que cultivar el aceptarme a mí mismo, ser simplemente yo y a la vez querer a los demás por lo que son. Una vez que desarrolle este valor, obtendré seguramente los demás. Lo bueno, es que ya no serán necesidades, sino deseos genuinos.

La seguridad, la amistad y el amor atraen al resto de valores y, por extensión, también nos hacen más atractivos a nosotros. Además, lo mejor de esto, no es lo que consiga, sino la manera en que se disfruta, que es mucho mejor.

Alicia Escaño Hidalgo

lunes, abril 22, 2019

Cuenta regresiva (cuando eres consciente de que en lugar de celebrar otro año más tienes un año menos)

Se acerca otro cumpleaños y me entró la idea de hacerme un tatuaje y sin pensarlo mucho lo hice. Si, soy consciente de que sorprendió a mucha gente, a mi familia y amigos. Sin embargo el llegar a 44 años te hace ver que debes de pedir menos opiniones y atreverte más, dado que es tu vida y nunca todos estarán de acuerdo contigo.
Fue una experiencia cansada, dolorosa. Terminar y ver mi tatuaje me dio satisfacción. Aguantar el dolor al pensar "me merezco el resultado, el pensar en mí, nadie me dijo que era placentero y aquí estoy por mi propia voluntad". Me dormí temprano para reponerme del cansancio y aquí estoy de madrugada, cansado de la espalda habiendo pasado 2 horas tratando de volver a dormir, llenando mi mente de ideas establecidas para que no ande tan loca como siempre.
Recordé que ya casi son 7 años sin pareja estable, solo algunas salidas temporales. Que comencé a ir al cine y a cenar por mi cuenta hasta que se me hizo rutina, que este año me animé a viajar solo por primera vez y visitar en un viaje organizado a un lugar que siempre quise. Que también afronté el reto de asistir a un Temazcal tradicional y permanecer durante todo el proceso (puertas). Que escribí y publiqué un libro para mis hijas. Que decidí, después de 35 años, meterme a clases de natación para vencer el miedo y disfrutar el agua. Que mi trabajo y salud van bien. Y que, como símbolo de ese crecimiento y madurez espiritual y personal decidí hacerme un tatuaje del Ying y Yang en el pecho representando mi dualidad e imperfección. Soy luz y sombras, al enfocarme en la luz descubro todo lo escondido en mi inconsciente y aceptando mi parte reprimida y escondida descubro luz. Las figuras no son las comunes, están hechas de dragones y tampoco son puras, luces azules y moradas las mezclan, les dan fuerza, consistencia y me recuerdan lo vulnerable que soy.
Y, es cierto, han sido casi 7 años para aprender que no dependo de una pareja para ser feliz, que mi idea del amor romántico de película me impide vivir para mí, ser libre, independiente. Que mi autoestima en desarrollo me hace buscar, cada vez menos, a mujeres en situaciones de víctimas, porque siento que si las ayudo, ellas en gratitud me amarán, pero no por lo que soy sino por mi apoyo en esos momentos difíciles. Y cuando pienso en las múltiples mujeres que me han atraído solo puedo reconocer que me conformo con personas rotas, porque internamente considero que una mujer plena no se fijaría en mí.
Y es una sensación incómoda pero de crecimiento, al ponerle luz a una sombra y aceptarla, la integras y así la puedes trabajar, no es evadiendo como se crece, es tocando la herida, sintiéndola, mirándola, agradeciendo el que esté ahí para mostrarte que falta mucho para evolucionar y que mi punto débil siguen siendo las relaciones. He avanzando, antes no me atrevía a decirle a alguien que me gustaba, me quedaba en amores platónicos, ahora lo hago aunque sé que solo es mi parte para buscar salir con alguien y conocerla, que no la compromete a aceptar y que me deja satisfecho ser auténtico, dejando los hubiera a un lado.
En una conferencia, Steve Jobs hablaba de unir los puntos y que solo se puede de adelante hacia atrás. Bueno, pues estoy en esos años que puedo unir mis puntos y descubrir los patrones que han marcado mi vida. Nunca he sido promotor de buscar el por qué de las cosas, se me hace más productivo enfocarme en el para qué. Aunque acepto, que como ahora, en paz y actitud de desarrollo, puedo mirar hacia el pasado dejando a un lado los tonos de queja y de víctima. De todas mis experiencias, en cada una de las áreas de mi vida, he tenido un aprendizaje y cada persona me ha apoyado, de una forma y otra, a ser la persona que soy. Un ser cambiante, dinámico, comprometido consigo mismo, que le encanta hacer cosas y que no se conforma con la comodidad de una situación. Que ha soportado muchos eventos dolorosos en su vida y que, aun así, sigue adelante con una sonrisa.
44 años que ya se fueron y no volverán. Cuenta regresiva para disfrutar lo que tengo, lo que soy. No es un año más, es un año menos y en cualquier momento llegará el final de esta historia. Ignoro cuánto tiempo falta, días, meses, años, décadas. Nadie tiene el tiempo comprado, en esta vida nada es seguro, ni la salud, ni el trabajo, ni la compañía de la gente. Tal vez, y solo tal vez, lo único seguro es que, si tienes la actitud, cada día te dará una lección para ser mejor persona si aceptas ese reto.

Wilmer Ramírez Valdez

domingo, abril 21, 2019

Hablar sobre tus metas hace que no se cumplan, según un estudio

Hay personas que lo tienen simplemente como presagio y, de manera sorprendente, parecen haber encontrado evidencias que lo avalan: hablar sobre tus metas hace que no se cumplan. En realidad, no tiene nada que ver con la suerte ni con el destino ni con nada que se le parezca. Hay un hilo conductor lógico que conecta estos dos sucesos.

 
 
Quien trajo el tema a colación fue el emprendedor y estudios del comportamiento humano, Derek Sivers. Ha señalado que hablar sobre tus metas hace que no se cumplan. Se basa para esa afirmación en varios estudios de Kurt Lewin (1926), Wera Mahler (1933) y ciertas obras de Peter M. Gollwitzer (1982 y 2009).

Así mismo, hay varios estudios actuales según los cuales, quienes hacen públicos sus propósitos y proyectos aumentan la probabilidad de llevarlos a buen término. ¿Por qué ocurre esto? ¿Qué tiene que ver el hecho de hablar sobre tus metas con que estas no se cumplan?

“Si no es un éxito, cambia”.
-Derek Sivers-

Hablar sobre tus metas

Según lo que plantea Derek Sivers -dirección hacia la que también apuntan las neurociencias- el cerebro humano tiene algunas “fallos” en su funcionamiento. Uno de los más importantes es que no siempre acierta a diferenciar la realidad de la ficción. Por eso, por ejemplo, podemos llorar viendo una película sabiendo que lo que sucede en ella no es real.

Pues bien, debido a ese sesgo, el cerebro suele confundir decir con hacer. Esto ocurre principalmente cuando ese decir es muy enfático o prolongado. Una meta es un deseo visualizado, pero no alcanzado aún. La clave es esa: que se trata de un deseo. Por lo mismo, implica que hay motivación a alcanzarlo.

Sin embargo, al hablar mucho sobre esa meta, se crea una especie de ilusión. Esta consiste en que tu cerebro comienza a generar la sensación de haber generado esa meta (se produce una especie de anticipación del disfrute del refuerzo que rebajaría su valor). Es como obtener un “logro simulado”.

Lo “problemático” es que también se ha detectado que, en general, a las personas nos gusta mucho hablar de nuestras metas y propósitos. Lo hacemos porque, en muchos casos, una oportunidad para compartir una ilusión es una oportunidad para vivir, para poner sobre el otro -en vez de sobre la realidad- esa ilusión. 

La causa del fenómeno

¿Por qué, finalmente, el cerebro termina creando esa ilusión de logro? Según los estudios citados, esto solo ocurre si se habla de las metas con otros. Puedes pensar sobre ellas, escribirlas en un papel, darles vueltas o hacer lo que quieras, siempre que no las compartas con otros.

Esto se debe a que al hablar sobre tus metas en voz alta normalmente se produce una retroalimentación -si la meta es valorada como positiva, la persona suele recibir un reconocimiento por el hecho de proponérsela-.

Así, la meta puede llegar a ser tratada como un hecho en vez de como una proyección de futuro. De este modo, se genera toda una gama de sensaciones frente a dicha meta, que terminan “desgastando”, por así decirlo, el deseo de lograrla.

No hables sobre tus metas

Se dice popularmente que es mejor hablar con hechos. Esto es totalmente cierto. Si hablamos menos y hacemos más, probablemente vamos a cuidar mejor de nuestra motivación. Impediremos que el cerebro caiga en su propia trampa.

En particular, Derek Sivers señala que si el proyecto produce admiración en los demás, termina generando tal gratificación que lo de menos será concretarlo. Lo que recomienda es lo siguiente:
  • Si vas a hablar sobre tus metas, hazlo con comentarios generales y definiciones vagas. No menciones nada en concreto hasta que no lo hayas conseguido efectivamente.
  • Si no aguantas el deseo de hablar acerca de una meta o de un proyecto, expresa tus ideas de modo en que quedes en deuda con el otro. Que se haga evidente el hecho de que se trata de algo no logrado.

Respecto a la primera recomendación, un ejemplo de ello sería decir algo así como: “Estoy llevando a cabo algunas rutinas para mejorar mi salud”, en lugar de detallar de qué se trata. En cuanto a la segunda, sería algo así como: “Me he propuesto leer un libro al mes. Si dentro de un mes nos vemos y no lo hecho, regáñame”. Inténtalo. Parece que funciona el hecho de utilizar a los demás como elementos de control bajo los parámetros señalados.

Edith Sánchez

sábado, abril 20, 2019

¿El fin de una amistad duele tanto como perder un amor?

El fin de una amistad duele, a veces, infinitamente. Así, y aunque tengamos claro que una pareja no es lo mismo que un amigo, en realidad, perder este soporte cotidiano, esta alianza de confidencias, risas y experiencias compartidas genera un dolor muy comparable al de perder un amor. Porque si el vínculo era significativo, es casi como desprendernos de una parte de nosotros mismos.

 
 
Las personas, lo queramos o no, estamos obligadas a pasar por diversos duelos a lo largo de nuestras vidas. Y no nos referimos solo a una pérdida física, porque en realidad aquellas ausencias que se dan con mayor frecuencia son las relativas a las rupturas de pareja y, en especial, a los distanciamientos de aquellos seres importantes como son las propias amistades.

Por otro lado, algo que todos sabemos es que el ser humano está programado para socializar y empatizar, de ahí que necesitemos construir otras bases de apego diferentes a los vínculos románticos. Un amigo es apoyo de valor inestimable. Es esa relación que nos enriquece y que a su vez nos confiere una notable salud psicológica al poder crear una alianza para desahogar preocupaciones, aliviar el estrés y generar situaciones de positividad y reciprocidad.

Sin embargo, las relaciones como los huesos también se rompen. Es más, en ocasiones no es necesario que suceda nada en particular, el distanciamiento y la frialdad en las relaciones surge casi sin que nos demos cuenta. De manera especial, esto sucede al alcanzar la madurez, momento en el cual empezamos a ser más selectivos en nuestros vínculos e interacciones.

Es más, estudios, como el llevado a cabo en la Universidad de Oxford en Inglaterra, nos señalan que es a partir de los 30 cuando empezamos a primar la calidad frente a la cantidad en lo que se refiere a la amistad. No obstante, ver cómo de un día para otro se aleja de nosotros esa figura que nos eran tan querida, duele. Y lo hace tanto (o más) que cuando la ruptura se produce en el contexto de la pareja.

“La amistad es más difícil y más rara que el amor. Por eso, hay que salvarla como sea”
-Alberto Moravia- 
 
El fin de la amistad, una ruptura a menudo no prevista

Hay un dato interesante que nos facilitan desde la Universidad de Tel Aviv sobre el que vale la pena reflexionar. Un estudio llevado a cabo por la doctora Laura Radaelli, nos señalan que las personas nunca tendremos datos suficientes para determinar quién será un verdadero amigo y quién no.

Es decir, en muchos casos tenemos que hacer un trabajo para asumir la incertidumbre que genera el hecho de que los amigos sean falibles. Aún más, en ocasiones nuestra amistad “percibida” no se corresponde con la amistad “real” que siente la otra persona; una idea que puede producir sufrimiento. 

¿Por qué duele tanto el fin de una amistad?

El dolor por el fin de una amistad es proporcional a lo importante que fuese la relación perdida. No importa por tanto que esa persona estuviera a nuestro lado desde la infancia o que fuera un hallazgo reciente, ese tesoro humano que de pronto, dio una nueva luz a nuestra vida y que ahora marca distancias. Perder o dejar ir a esas figuras resulta doloroso por las siguientes razones:
  • Perdemos un soporte emocional. Nos desvinculamos de alguien que nos ofrecía un tipo refuerzo que otras personas cercanas no nos daban o no lo hacían en el mismo.
  • De un día para otro, se va un espacio de complicidad, así como ese refugio donde relativizar penas y compartir alegrías.
  • Por otro lado, hay otra fuente de dolor destacable. Hablamos de la ruptura de unas expectativas. De algún modo, solemos dar por sentadas ciertas relaciones. En ocasiones hasta damos más por afianzados los lazos de amistad que los de pareja, no los cuestionamos y creemos que son y serán siempre ese faro en el horizonte.
  • Por último, y no menos importante, el fin de la amistad puede resultar traumática para muchas personas porque puede darse también una ruptura de la lealtad. Un ataque a la confianza, es sin duda la herida que más duele. Ver o descubrir que somos traicionados, engañados o que se comporte información privada con terceros, origina una decepción muy profunda. 
 
¿Cómo afrontar la ruptura de una amistad?

Asumir el fin de una amistad, si esta nos era muy significativa, implica pasar un duelo. Así, y aunque a menudo oigamos aquello de que los amigos vienen y van, en realidad, hay relaciones que dejan una huella mayor que otras. La idea, por tanto, es quedarse con todo lo vivido y aprendido, dando prioridad de memoria a los buenos momentos compartidos.

Si focalizamos la mirada en la desilusión, el esfuerzo que tendremos que hacer para pasar página será mayor. Los rencores son malos compañeros de viaje; ponen límites, siembran desconfianzas y alzan muros frente a la oportunidad de seguir socializando.

Decía Robert Louis Stevenson que un amigo es un regalo que uno mismo se hace. Él lo tuvo en el también escritor Henry James. Apenas se vieron más de dos o tres veces durante sus vidas, pero mantuvieron una amistad postal que les sirvió de gran apoyo a ambos en los momentos más difíciles.

No es fácil hallar a esas personas a medio camino entre un tesoro y un faro de luz. Sin embargo, las hay, están ahí, a nuestro alrededor, solo debemos permitirnos confiar de nuevo.

Valeria Sabater

viernes, abril 19, 2019

Personas que nos comparan con los demás ¿por qué lo hacen?

Hay una mala costumbre muy extendida. De hecho, es común sufrirla casi desde la infancia, un lugar donde puede que nuestros padres nos compararan con los demás, destacando lo que otros logran y nosotros no. También en la edad adulta son comunes las comparaciones por parte de personas que, con buena o mala fe, destacan aquello que los demás hacen o tienen y de lo que según ellos, nosotros carecemos.

 
 
Atreverse a ser diferente parece ser poco más que un desafío en una sociedad que refuerza lo normativo. Es más, en ocasiones ni siquiera nosotros mismos buscamos marcar diferencias respecto a los demás; pero basta con salirse un poco de lo que para muchos es “socialmente esperable” para que al instante alguien nos señale con el dedo.

Nadie es como otro. Ni mejor ni peor, es otro; y las comparaciones son odiosas, decía Jean Paul-Sartre. Sin embargo, el ser humano tiene como punto débil compararse y comparar a los demás. Parece casi un vicio, una obsesión muy contagiosa que mina el crecimiento personal y destruye identidades.

Porque quien nos compara con otros, y esto lo habremos vivido la mayoría alguna vez, no lo hace para alabar aquello que nos hace únicos y especiales; lo hace para destacar aquello de lo que carecemos, aquello que falla o no es normativo.

La comparación es un veneno para la autoestima. Ya lo es sobre todo si la ejercitamos nosotros mismos, si tenemos la mala costumbre de poner la mirada en nuestro entorno para otorgarnos valor. Ahora bien, igual de dañino es que lo hagan otros, que sea nuestra familia o nuestra pareja quien guste de distorsionar nuestra imagen, potencial o carácter al compararnos con otros.

“La uniformidad es la muerte; la diversidad es la vida“.
-Mijail A. Bakunin- 
 
Personas que nos comparan con los demás: razones por las que lo hacen

La teoría de la comparación social, enunciada por el psicólogo social Leon Festinger en 1954, nos señala algo interesante. Cuando una persona se queda sin pistas obvias sobre su eficacia, valías o características, pone la atención en quienes le rodean. De este modo, obtiene una referencia sobre sí misma para hacer una valoración. Así, y de algún modo, el ser humano busca definirse a sí mismo tomando de referencia también al resto.

Sabemos que esto es una fuente de frustración constante. Sin embargo, ¿por qué hay quienes nos comparan con los demás? Pongamos algunos ejemplos sobre este tema. Imaginemos a una madre que siempre compara a sus dos hijas. A la menor le recuerda, casi cada día, que a su misma edad, la hermana mayor ya tenía un buen trabajo, pareja estable y el primer hijo.

Asimismo, y por si no fuera bastante, esta misma chica sufre el peso de las comparativas por parte de su pareja. Este le indica que es casi tan insegura como una compañera suya de trabajo o que físicamente se parece cada vez más a una de sus primas. Algo así tiene sin duda un efecto determinante en la autoestima de esta joven. Este tipo de verbalizaciones minan y crean inseguridades y hasta complejos.

Como bien decía Confuncio, los complejos vienen como pasajeros. Al principio son meros huéspedes pero al final se quedan como auténticos amos. Y si además son otros quienes los refuerzan y alimentan a diario, las consecuencias pueden ser muy desgastantes. Veamos, a continuación por qué lo hacen, por qué hay personas que nos comparan con los demás. 
 
Falta de Inteligencia Emocional

Quienes nos comparan con los demás presentan por encima de todo una baja Inteligencia Emocional. Debemos tener muy claro este aspecto para no dejarnos avasallar por esta práctica tan común. Así, esas personas que recurren con tanta agilidad al uso de las comparaciones carece de esa empatía con la cual, entender que cada ser es único, excepcional en carácter, esencia, presencia y valores.

Si no entienden esta realidad, no conectan con nosotros, no hay respeto, no son capaces de ponerse en nuestro lugar. Asimismo, otro principio de la Inteligencia Emocional es la correcta comunicación. Dentro de este enfoque algo que siempre se tiene en cuenta es que el uso de las comparaciones no es válido ni aún menos ayuda.

Si queremos llamar la atención a una persona sobre algo referente a su conducta, le hablaremos de su comportamiento sin hacer referencia a terceras personas.
  • Un ejemplo, no podemos decirle a un niño “eres tan torpe en mates como tu hermano Pablo, ninguno tenéis remedio”. En lugar de usar esta aseveración lo correcto sería decirle “veo que tienes problemas en mates, pero creo que si te esfuerzas un poco y preguntas lo que no entiendes lo tendrás superado”.
 
Personas que no valoran lo que tienen

Las personas que nos comparan con los demás, posiblemente, no aprecian lo que tienen. Lo hacen los padres que piensas que los hijos de los demás son más aplicados. Lo hace esa persona que no aprecia a su pareja como merece. Aún más, tampoco nos valoramos nosotros mismos cuando nos comparamos con otros.

Así, en un estudio publicado en el Journal of Personality and Social Psychology, por los doctores Sebastian Deri y Shai Davidai, nos indican que quienes tienen la mala costumbre de compararse ellos mismos o a sus seres cercanos con terceras personas, no aprecian lo que son y lo que tienen. Su sesgo pesimista e inconformista hace que nunca terminen de apreciar a sus seres queridos tal y como son.

Y algo así es altamente problemático. 
 
Las personas que nos comparan con los demás hacen uso de la manipulación emocional

Por último y no menos importante, nos queda una tercera opción. Quienes nos comparan con los demás pueden también tener otros motivos, que no son otros más que los de manipularnos y minar nuestra autoestima. De hecho, es una táctica común en quienes desean ejercer el control, porque la comparación constante es un ejercicio de humillación y menosprecio.

Para concluir, como podemos ver esas personas que nos comparan con los demás carecen de esas herramientas básicas de sociabilidad, respeto y empatía. Evitemos darles poder, no permitamos estas conductas y defendamos siempre nuestra individualidad. Ser únicos, diferentes y singulares es nuestro mejor valor.

Valeria Sabater

jueves, abril 18, 2019

Reinventarse para sobrevivir

¿Qué hacemos cuando la vida no transcurre por las vías que nos gustarían? Una buena opción es la de reinventarse. Además, la idea de dar este paso puede estar incentivada por una crisis -en muchas ocasiones es así-, pero realmente esta no es una condición necesaria para poner en marcha un cambio importante. De hecho, realizar cambios importantes lejos de momentos críticos nos puede ayudar a prevenir situaciones de mucha ansiedad y estrés.

 
 
Imaginemos que llevamos cinco años en una empresa en la que nos encontramos muy a gusto. A lo largo de ese tiempo no hemos hecho ningún curso ni aprendido nada nuevo. Nos hemos “acomodado” y conformado con acudir al trabajo y cobrar al final de mes. Sin embargo, llegamos un día y nos despiden. La empresa lleva tiempo generando pérdidas y hay que reducir personal. Nos encontramos, de repente, con un gran abismo delante de nosotros.

En esta situación el estrés y la ansiedad pueden aparecer con una intensidad importante. Podemos entrar en una espiral que nos arrastre tan fuerte que termine derivando en una profunda depresión. Así, porque no queda otra, llega el momento de reinventarse para sobrevivir: necesitamos que nuestras necesidades básicas (alimentación, hogar, higiene, etc.) estén cubiertas. ¿No podríamos habernos anticipado? 

Salir de la zona de confort para sobrevivir

La zona de confort es sumamente apacible, y por lo tanto atractiva. En ella nos encontramos a salvo, hasta que un día nos despiden o nos deja nuestra pareja y aparece la necesidad de pasar a la acción buscando alternativas en las que no habíamos pensado. Esto es bastante desagradable, aunque también es una oportunidad para despertar. Habíamos vivido en piloto automático durante mucho tiempo, un término que recoge el artículo Programa de reducción del estrés basado en la atención plena.

No obstante, salir de la zona de confort solo cuando lo demandan las circunstancias no es una buena opción. En estos momentos, a la ansiedad por la urgencia de encontrar una solución solemos sumarle aquella que emana de transitar por territorios desconocidos. De ahí, lo bueno que es actuar de manera preventiva, generando nuevas oportunidades antes de que nuestras necesidades la exijan.

Reinventarse para generar opciones

Reinventarse no significa cambiar nuestra esencia. Simplemente, en lugar de formarnos en algo nuevo (algo que haríamos durante el tiempo de paro que tenemos para poder conseguir otro empleo) podemos hacer esto siempre en lugar de estancarnos. Esto nos permitirá generar alternativas, incluso, anticiparnos al cambio.
  • La formación nos hace crecer: nos permite adquirir conocimientos que nos aportarán no solo títulos y certificaciones, sino habilidades que serán de utilidad para la empresa en la que estamos trabajando o para otras.
  • Adquirir nuevos conocimientos tiene su recompensa: especializarnos o aprender algo “a mayores” -mejor que esté relacionado con lo que hacemos- nos puede llevar a un ascenso o a encontrar un trabajo con mejores condiciones.
  • No tenemos que estar a disgusto para buscar: podemos revisar semanalmente las nuevas ofertas de empleo que han salido o qué pisos se han puesto a la venta. Esto nos puede hacer aprovechar oportunidades y postularnos, desde la seguridad de navegar por aguas tranquilas. 

El plan B

Reinventarse tiene una gran ventaja y es que tendremos un plan B, por no decir, C, D y E. A lo largo de nuestra formación, de los conocimientos que vayamos adquiriendo o de las oportunidades que logremos aprovechar nos daremos cuenta de que estamos generando alternativas a las que aferrarnos si nuestra situación actual cambia.

De hecho, podemos incluso anticiparnos a ese cambio, haciéndolo nosotros primero. Asistiendo a esa entrevista en ese nuevo trabajo que nos ofrece, si bien una remuneración similar, posibilidades de desarrollar otro tipo de habilidades que nos interesan o contacto con posibles personas que nos pueden llevar a conseguir determinados objetivos.

No esperes, acelera

Hemos visto que, cuando las circunstancias mandan, podemos llegar a encontrarnos en lugares complicados con pocos recursos para salir de ellos. Por otro lado, si estamos estancados (como señala el artículo Calidad de vida profesional de los trabajadores de atención primaria), no promocionamos dentro de la empresa y nos conformamos con el sueldo y la tediosa rutina que llevamos a cabo cada día, nada va a suceder. Es decir, si repetimos lo mismo, lo más probable es que obtengamos los mismos resultados.

Por eso, anticiparnos a lo que pueda suceder es una buena política. Podemos emprender mientras trabajamos por cuenta ajena, algo que nos permitirá tener dos puntos de vista (laboralmente hablando) muy diferentes y un salvavidas si nos despiden.

¿Alguna vez te has reinventado para sobrevivir? ¿Cuántas veces lo has hecho por el placer de aprender, de especializarte o de generar opciones? No necesitas cuatro horas al día. A veces, con media hora diaria puedes llegar a desenvolverte en un nuevo idioma o una nueva habilidad pasado el tiempo. No esperes, aprende.

Raquel Lemos Rodríguez

miércoles, abril 17, 2019

Desear que los demás sean felices revierte en nuestro bienestar

Desear que los demás sean felices no cuesta nada y dice mucho de nosotros. Aún más, este tipo de enfoque personal y de deseo auténtico revierte en nuestro bienestar. Sin embargo, de vez en cuando nos encontramos con esas personas que piensan aquello de ‘quiero que seas feliz, desde luego, pero no más de lo que soy yo’. Son perfiles que contradicen el principio de interconexión humana.

 
 
La mayoría de nosotros hemos tenido una experiencia similar. Una donde nos hemos acercado a alguien que creíamos significativo para darle una buena noticia, para compartir con él o ella algo bueno que nos había ocurrido. Al instante, percibimos tirantez, cierta falsedad o esa incomodidad que de pronto revela un fallo en la conexión; una disonancia en emociones y reciprocidad.

Sentir malestar ante la felicidad ajena revela algo más profundo que la sombra de la envidia. En ocasiones, es un golpe a la autoestima. Es también tomar conciencia de que otros logran superarse y alcanzar metas mientras uno mismo sigue cercado en sus inseguridades. No es fácil tolerar la alegría ajena cuando en sus mentes habita la frustración constante.

Desear el bienestar ajeno y celebrar los triunfos de los demás es un ejercicio de bienestar. No tiene nada que ver con principios éticos, morales, religiosos o espirituales. En realidad, detrás de este deseo expreso hay una base psicología tan válida como interesante que nos explican los estudios científicos. Veámoslo.

“El amor es la condición en que la felicidad de otra persona es esencial para ti”.
-Robert A. Heinlein- 
 
Desear que los demás sean felices, el altruismo que emerge de un corazón tranquilo

Hace solo unas semanas la Universidad del Estado de Iowa realizó un estudio tan interesante como curioso. El doctor Douglas A. Gentile y su equipo el departamento de psicología, seleccionaron a un grupo de personas que habían sido diagnosticadas con estrés y ansiedad. Les entrenaron durante varios días en una técnica bastante sencilla que resultó tener buenos resultados.
Se trataba, simplemente, de salir a caminar cada día entre 15 y 20 minutos.
Mientras lo hacían, efectuaban lo que se conoce como la técnica kinhin, que consiste en un ejercicio de meditación mientras la persona anda, corre o lleva a cabo algún tipo de práctica física.
Asimismo, y mientras estos pacientes realizaban esta caminata, los psicólogos les pidieron que intentaran experimentar bondad, calma y bienestar.

Para ello se les pidió simplemente que desearan felicidad a todas aquellas personas con las que se cruzaran. Así, el simple hecho de proyectar en los otros un deseo expreso de bienestar y positividad revertía a su vez en su propio bienestar. La mente reducía la carga de preocupaciones y pensamientos obsesivos. La calma interna y el hecho de focalizarse en un sentimiento de afecto, generaba confort y satisfacción. 

Higienizar pensamientos a través del enfoque de la bondad

El doctor Douglas Gentile comprobó con este experimento tres cosas. La primera, que el nivel de ansiedad y estrés se reducía de manera significativa. Y que esto ocurriera no era solo por el simple ejercicio físico. Era básicamente por cambiar el diálogo interno de la persona y ante todo, su enfoque emocional. Era pasar de la negatividad interna a estimular ese esfuerzo mental por proyectar bondad.

Desear que los demás sean felices, sin importar que quienes se cruzaran ante ellos fuera unos completos desconocidos, aumentaba su empatía y los sentimientos de conexión social. De pronto, se fijaban más en los rostros ajenos, abrían su mirada al exterior y en especial, al factor humano para conectar con él. 
 
Desear que los demás sean felices nos libera de pesos innecesarios

En psicología, hablamos del efecto boomerang o principio de la acción para explicar cómo algunos actos, palabras o pensamientos generan algún tipo de consecuencia. Así, algo tan elemental como ser capaces de desear que los demás sean felices tiene siempre un impacto en nosotros mismos.

Hay una recompensa emocional y hay también un tipo de catarsis. Pensemos en ello; imaginemos, por ejemplo, que tenemos un compañero de trabajo muy envidioso. Es una de esas personas que siempre nos mira de soslayo demostrando cierta incomodidad por nuestro buen hacer y competencia profesional.

Si nosotros imitáramos su comportamiento, crearíamos una retroalimentación donde el malestar, el negativismo y la confrontración nos abocarían a un estado de estrés bastante incómodo. Por contra, desearle el bien, relaja. Aceptar que cada cual es como es y desearle que sea todo lo feliz que pueda dentro de sus posibilidades, nos quita pesos, higieniza la mente y evita hostilidades inútiles.

Por tanto, ese famoso refrán de ‘haz el bien sin mirar a quien‘, también puede reformularse como ‘desea felicidad sin mirar a quien’. Porque el simple hecho de proyectar pensamientos positivos mejora nuestra química cerebral, cambia el diálogo interno y nos obliga a hacer ese esfuerzo mental con el que abrirlos un poco más a los demás. Pongamos en práctica este sencillo consejo de salud y conexión humana.

Valeria Sabater

martes, abril 16, 2019

¿He desperdiciado mi vida?

Tal ves hayan pasado los años sin que te hayas dado cuenta. Las obligaciones laborales, la rutina diaria o un gran número de preocupaciones te han mantenido al margen de la reflexión sobre cómo estás o cómo te encuentras. Pero, quizás, un día cualquiera, cansado de vivir en esa especie de automatismo, hayas comenzado a indagar en ti mismo y preguntas como “¿he conseguido lo que quería o he desperdiciado mi vida?”, “¿estoy en el lugar que deseo estar?” aparezcan en tu mente de manera constante.

 
 
Si alguna vez te has encontrado haciéndote estos planteamientos o si estás en ese punto vital en este mismo instante, no te preocupes. Es más normal de lo que imaginas. Casi todos en algún momento de nuestras vidas atravesamos este tipo de trances.

Ahora bien, aunque en un primer momento cuestionarse pueda asustar porque no sabemos hasta dónde vamos a llegar, también puede ser el momento para que comience a surgir un estado interno de introspección positiva que derive en un enriquecimiento personal. Por lo tanto, de este período de crisis puede brotar un nuevo impulso capaz de redireccionar tu vida hacia un estado más positivo y consciente. Profundicemos.

“Yo no soy el contenido de mi vida. Yo soy vida. Yo soy conciencia. Yo soy el Ahora. Yo soy”.
-Eckhart Tolle-

La gran pregunta: ¿He desperdiciado mi vida?

Cuando una persona se hace esta pregunta, la sensación que puede experimentar se describe, en ocasiones, como una especie de abismo abriéndose en su interior. De hecho, no es infrecuente que esto le lleve a observar su vida, en retrospectiva, con el objetivo de realizar un balance entre los logros conseguidos y los acontecimientos negativos o fracasos.

El resultado puede derivar en multitud de sentimientos que desean salir. Quizás porque durante un tiempo han permanecido dormidos o incluso reprimidos. Lo importante es identificarlos, reflexionar sobre su origen y expresarlos. De alguna forma, esto da pistas sobre cómo uno se encuentra y ayuda a liberar cargas que impedían continuar.

Como vemos, hacerse esta pregunta tiene como consecuencia realizar un extenso recorrido mental y emocional por cada una de las áreas vitales a las que se le concede importancia, valorándolas una tras otra. Así, entre estas importantes áreas destacan:
 
El trabajo

“¿Me gusta mi trabajo?”, “¿qué perspectivas me ofrece?”, “¿estaré aquí para siempre?”, “¿he desperdiciado mi vida en él?”.

Son preguntas que no suelen tener una fácil respuesta. Trabajar es indispensable para vivir y, por lo tanto, es una realidad de la que difícilmente se puede escapar. Por eso, aunque no se puedan controlar todas las circunstancias laborales, la actitud con la que se enfrenta el trabajo depende de cada persona.

No obstante, muchos psicólogos aconsejan que dado que, en general, no es recomendable que la felicidad dependa de un empleo, quizá sea buena idea optar por uno más liviano emocionalmente, si la persona no se encuentra bien o de alguna forma percibe mayor malestar o consecuencias negativas.

“El talento gana partidos, pero el trabajo en equipo y la inteligencia hace ganar los campeonatos.”
-Michael Jordan-

Es importante tomar conciencia de que no se tiene que obligar a nadie a estar donde no quiere. Por esa razón, todos podemos replantearnos nuestra situación laboral y emprender la búsqueda de nuevas oportunidades, si así lo consideramos.

Cuando el trabajo que se desempeña trae más sinsabores que satisfacciones, puede llegar el momento de buscar posibilidades de avance y evitar así un estancamiento en el malestar. No obstante, es cierto que hay veces en las que esto no es posible.

La vida está compuesta de momentos y, por ello, una manera de aprovecharla es aprendiendo a sacar el partido suficiente a cada uno los instantes que la componen. Así, si por ejemplo no siempre puedes estar en casa por tu trabajo, para que ese hecho no te reste capacidad de disfrute de la vida, puedes optar por procurar que los momentos en los que sí estés en el hogar sean inolvidables.
 
La familia

“¿He desperdiciado mi vida familiar?”. Esta puede ser otra de las grandes preguntas que crucen nuestra mente. El lado positivo de enfrentarse a ella es que, replanteando la pregunta, puede obtenerse una respuesta diferente.

Es decir: transformando esa interrogación en un enunciado desprovisto de emocionalidad negativa, que impulse hacia la acción, se puede adquirir una visión más halagüeña de la vida familiar que la que se ha estado llevando hasta ahora: “Puede que haya desperdiciado mi vida familiar. Entonces, ahora es el momento de hacer algo para que deje de ser así”.

En la mayoría de los casos, la familia no se elige; pese a ello, resulta beneficioso, a nivel emocional, experimentar agradecimiento por la familia que se tiene, incluso por el mero hecho de tenerla -ya que no todo el mundo goza de esa suerte-.

Tal vez, en tu caso, haya pasado el tiempo y te hayas distanciado de los miembros de tu familia, o que actualmente no tengas la relación que te gustaría realmente tener. En todo caso, ¿qué te impide tener ahora la relación familiar que has anhelado tener desde hace tanto?

El pasado, si uno lo quiere ver así, puede no ser más que una ensoñación en la memoria. Y por ser nada más que eso, no tiene por qué obstaculizar el hecho de actuar en el momento presente y recuperar los vínculos con la familia. Por ello, si necesitamos perdonar, tenemos permiso para hacerlo y si necesitamos que nos perdonen, tenemos el derecho a hacernos perdonar.

En resumen, puede ser positivo pensar que la familia representa nuestras raíces, nuestro origen; ese grupo de personas con las que tenemos tanto en común. De esta manera, es muy probable que sintamos el deseo de no descuidarla.

Hijos

Existen personas que no conceden importancia al hecho de tener hijos, ya que tienen otras prioridades. Sin embargo, para otras, parece ser casi una misión trascendental en la vida.

Sea como sea, es recomendable reflexionar desde un estado de calma y tomando cierta distancia de aquello que nos sucede. La claridad de pensamiento suele conducir a una actuación acertada.

“Prudente padre es el que conoce a su hijo”.
-William Shakespeare-

En el caso de que exista una gran preocupación por la educación que están recibiendo los hijos o por el futuro de los mismos, la pregunta es ¿hay algo que nos obligue a mantener ese estado constante de preocupación? Existe la posibilidad de intentar estrategias nuevas para aliviar esa preocupación y encauzar las cosas de otro modo.

En ocasiones, para no obtener los mismos resultados de siempre, la manera de actuar más recomendable es hacer las cosas de forma diferente. Siguiendo el mismo camino, se llega al mismo destino.
 
Amigos

Pasan los años y, lo más normal, es que haya amigos que dejen de formar parte de nuestra vida, mientras que otros puedan ir entrando. Algo que ocurre de manera más pronunciada si se cambia de ciudad o de país.

Como resultado, puede que tengamos la sensación de que cada vez nos queden menos amigos. Cuando esto ocurre, generalmente, se opta por uno de los dos siguientes caminos: decidir cerrarse y mantener la esfera social que se tenga, a pesar de pensar que está deteriorada o bien, abrirse a nuevas amistades, sin olvidarse de las antiguas. La elección de un camino u otro depende de cada persona.

Un error que se da de manera relativamente común es idealizar a las antiguas amistades, lo que puede llevar a creer que estas podrán no ser tan buenas como las de antaño, esas que se formaron en el colegio o en la universidad. Pero resulta complicado estar realmente seguro de ello. Además, establecer vínculos con nuevas personas suele beneficiar considerablemente a la salud emocional.
 
Logros

La pregunta que comúnmente antecede a la de “¿he desperdiciado mi vida?” es, en muchas ocasiones, “¿qué he logrado en la vida?”. Con el objetivo de valorar el grado de satisfacción en relación a los propios logros vitales, suele ser típico establecer ciertos criterios de medición que, normalmente, suelen surgir de la comparación.

Y de ese tipo de comparación pueden emerger cuestiones como: “¿no he conseguido todo lo que quería en la vida?”. Quizá lo más pernicioso de esa pregunta es la sensación de que se ha llegado al punto de máximo logro. La cuestión es que casi siempre hay tiempo por delante, por lo que existe muchas posibilidades para embarcarse hacia nuevos éxitos.

Es opinión compartida por muchos que nunca es demasiado tarde para reinventarse y lograr lo que uno se propone. Puede que esta aseveración no esté del todo desencaminada. No obstante, tanto los objetivos que podamos plantearnos como los logros que podamos alcanzar van a depender, casi con total seguridad, de uno mismo. 

Reinventarse para vivir

¿Cuáles son los recursos de los que se dispone? ¿Qué limitaciones existen en el día a día? Estas cuestiones conducen al conocimiento de los factores que pueden estar impidiendo llegar a donde se desea, así como a la toma de conciencia de las habilidades con las que se cuenta para cumplir esos objetivos.

Y esos conocimientos son, en general, importantes para ‘soltar lastre’, para alejarse de aquello que más que ayudarnos en la consecución de nuestros fines, nos dificulta aproximarnos a ellos. Así, aprender de aquellos que poseen cualidades admirables es una buena idea para apoyarse en ese proceso de conocimiento y mejora.

“El futuro recompensa a los que siguen adelante. No tengo tiempo para sentir pena por mí mismo. No tengo tiempo para quejarme. Voy a seguir adelante”.
-Barack Obama-

Los años pasados, aunque sean muchos o pocos, son todos y cada uno de ellos experiencias y recuerdos que se acumulan y que construyen nuestra propia torre de sabiduría. Ahí donde se puede encontrar la materia adecuada para construir una mejor versión de uno mismo.

Si tanto nos asalta la cuestión de haber desperdiciado o no los años de nuestra vida, quizá, y solo quizá, se reduzca todo a una cuestión de tiempo. Es posible que revisando nuestros objetivos y detectando aquello que ha quedado a medio terminar, podamos reiniciar el camino hacia los fines que un día nos planteamos.

Aquello que le resta valor y calidad a nuestros días, no merece nuestra cercanía. En cambio, aquello que nos aporta, puede merecer de sobra nuestra proximidad. Por lo tanto, hay que actuar y seguir aprendiendo y en situaciones de profundo cuestionamiento vital en las que entran en juego nuestras decisiones, se puedes optar por asumir tres actitudes diferentes:
  • Tomar la decisión.
  • No tomarla.
  • Decidir no decidir -aunque en el fondo, es una decisión, por lo tanto es una trampa mental-.

Cual de las tres decisiones es para la más valiente y cual la más cobarde, solo nosotros podemos saberlo. Como decía el maestro de judo Jigoro Kano: “Lo importante no es ser mejor que otros, sino ser mejor que ayer”.

Bernardo Peña Herrera

lunes, abril 15, 2019

¿Eres feliz con la vida que llevas?

La felicidad plena no es un estado, sino más bien un camino y es ese camino el que queremos revisar hoy. Estar feliz con la vida que uno lleva implica momentos de alegría, por supuesto, pero tiene más que ver con lo dinámico que con lo estático, porque en el movimiento es donde nos conjugamos.

 
 
Levantarnos cada mañana con planes e improvisaciones e irnos a dormir con la satisfacción de otro día bien empleado, en vez de con aquella común de cerrar una día más. Ese tipo de felicidad que se cocina dentro de uno una euforia calmada, del saber interno de que las cosas marchan, a mayor o menor ritmo, pero funcionan.

No siempre somos conscientes de nuestro estado interno. Saber si uno está feliz con la vida que lleva pasa por hacerse varias preguntas y responderlas con sinceridad. Es como hacerle una revisión al coche. De vez en cuando conviene testar nuestro momento emocional para reforzarnos por ello y para regular las velas de nuestro barco de la vida si en algún aspecto estamos un poco a la deriva.

¿Cuántas veces te ves quejándote de tu vida?

Esta es una de las preguntas más importantes que podemos hacernos con cierta frecuencia. No se trata solo de evitar la queja, se trata de averiguar el porqué de una queja que se reitera a menudo. Si está situación se repite es fácil que hayas caído en un bucle.

Las quejas tienen su raíz en una frustración, un malestar o un daño percibido. Utilizamos la queja como forma de liberar tensión, pero debemos saber que lejos de aliviar dicha tensión la queja nos está obligando a enfocarnos en el aspecto negativo del hecho en cuestión.

El bucle de la queja tiene dos salidas: o lo acepto o hago algo para salir de la situación. A veces ni siquiera la segunda salida está disponible. Si la única opción es aceptarlo, analiza el asunto, saca una lección y concéntrate en otra cosa lo antes posible. 

¿Tienes a las personas correctas a tu alrededor?

Esta es una pregunta difícil, porque no todas las personas que tenemos alrededor han sido elegidas por nosotros. Obviamente, en entornos laborales o familiares no siempre vamos a encontrar o van a existir esas personas que puedan aportarnos y podamos aportar.

Aprender a crear filtros emocionales con las personas tóxicas es un paso importante. Aprender a ver a los demás en la medida que nos afectan emocionalmente es un ejercicio muy saludable que nos ayuda a relacionarnos con ellas sin que nos afecte negativamente. Simplemente aceptar que no son las personas adecuadas para ti.

Atraer a las personas correctas a tu vida o cuidar a las que ya están ahí es igual de importante. Las personas que nos hacen sentir bien son aquellas con las que podemos ser nosotros mismos sin requerir de ningún tipo de máscara. Son las personas que te apoyan en lo que haces o decides y con las que te encanta pasar el tiempo.

¿Cuáles son los placeres de tu vida actual de los que realmente disfrutas?

A veces, nos dejamos llevar por el recuerdo de momentos felices del pasado. O nos trasladamos fácilmente al mundo imaginario del futuro. Pero hay muchas cosas que nuestro presente nos ofrece para disfrutar plenamente de pequeños placeres que son los que crean recuerdos para el futuro.

Sumergirse en la lectura de un buen libro, pasar una tarde entera cocinando, salir a dar un largo paseo y absorber todos los detalles o sentarnos a ver esa película que tenemos en mente. Para cada cual los momentos placenteros son diferentes y por eso es importante reconocer los propios. Hacer recuento de esos momentos te ayudará a identificar hasta qué punto te sientes feliz con la vida que llevas.

Realizar cualquiera de las actividades que nos hacen sentir bien, evitando quedar atrapados en los problemas o los obstáculos que tengamos en otras facetas de la vida, es un buen punto cardinal para orientarnos.

La sonrisa interior tiene poco que ver con el optimismo. Las personas que sonríen sin motivo lo hacen porque llevan la felicidad dentro. Una alegría que deriva de la paz interior. Saben que no son perfectas, que dan lo mejor de sí mismos, no le tienen miedo a la soledad, no se comparan con los demás y por encima de todo son ellas mismas.

Sonia Budner

domingo, abril 14, 2019

5 maneras de centrarte en medio de una tempestad, según el zen

Centrarte en medio de una tempestad no es solo un arte, sino también una necesidad. Porque es precisamente en los momentos más difíciles cuando más necesitamos de la serenidad en el corazón y la tranquilidad en la mente para saber cómo actuar. También es en esas situaciones cuando nos volvemos más vulnerables al error.

 
 
Cuando las cosas se ponen complicadas es habitual que reaccionemos de forma automática. O nos quedamos completamente bloqueados o respondemos impulsiva y caóticamente. A veces, ese estado dura mucho tiempo. Centrarte en medio de una tempestad significa ir más allá de esas reacciones básicas.

“No hay más calma que la engendrada por la razón”.
-Séneca-

El centro es ese punto de equilibrio en el que nuevamente nos sentimos dueños de nosotros mismos. La razón toma el timón y podemos hacer uso de la inteligencia para definir el siguiente paso a dar. Según el zen, para centrarte en medio de una tempestad es conveniente que lleves a cabo las siguientes acciones. 

1. Cerrar los ojos y respirar

Esta es la acción inmediata que debes poner en marcha para centrarte en medio de una tempestad. El zen nos dice que esto es básicamente lo que debemos hacer, cuando se presenta una situación que de uno u otro modo nos desborda.

Al cerrar los ojos, establecemos un corte con lo externo y nos remitimos a nuestro interior. En un primer momento, dicho corte es necesario, como también lo es tratar de recuperar nuestro ritmo de respiración normal.

Este sencillo acto nos protege de reacciones súbitas, que muchas veces agravan el problema que ya está presente. Cerrar los ojos y respirar actúa como una especie de ancla que nos impide dejarnos llevar.

2. Soltar el control

Quizás te sorprenda saber que muchos de nuestros peores estados emocionales nacen en el deseo de control. Como esto es básicamente imposible, fácilmente conduce a un sentimiento de irritación, frustración e impotencia.

Casi se podría decir que no tenemos control sobre nada, al menos en un sentido absoluto. Por eso, la fantasía de controlar hace mucho daño. En una situación de dificultad es bueno que recuerdes esto. Permite que los hechos fluyan y ubícate en una posición de observador. A medida que esa realidad se despliegue, irás comprendiéndola poco a poco. 

3. Hacer arte, una forma de centrarte en medio de una tempestad

Cuando hablamos de una tempestad nos referimos a esas etapas en las que todo parece conspirar en nuestra contra. Cuando las cosas nos salen mal o ha ocurrido un hecho tan determinante que lo invade todo. Nos sentimos como juguetes del destino.

Todo esto puede generarnos un gran sufrimiento. Sin embargo, para salir de esos estados o de esas etapas primero tenemos que recuperar nuestro centro. Un camino para lograrlo es el arte. No el arte en función de algo específico, sino el arte por el arte. Realizar actividades creativas y enfocarnos en ellas como una herramienta para liberar nuestras emociones, desahogarnos y dar rienda suelta a nuestro ingenio. 

4. Buscar algo que te haga reír

Aunque el llanto muchas veces genera una sensación de relajación, esto no se compara con el poder catártico de la risa. Al reír, se produce una auténtica liberación, tanto de presiones emocionales, como de neurotransmisores y hormonas que mejoran tu estado de ánimo.

Para centrarte en medio de una tempestad, busca la forma de reír. Mira una película de humor o lee algo divertido. Busca videos simpáticos o escucha chistes, si es del caso. Después de reír, seguro te vas a sentir mucho mejor. También, sin darte cuenta, tendrás mayor capacidad para restarle gravedad a las dificultades.

5. Pasar tiempo en la naturaleza

El zen insiste mucho en la importancia de tener contacto frecuente con la naturaleza, especialmente en los momentos difíciles. Las plantas, en particular, tienen un color y una vibración que resultan altamentes positivas para el cerebro. Todo el entorno natural en su conjunto es relajante y te brinda un sentimiento profundo de paz.

El contacto con los animales también suele ser muy beneficioso. Los animales son nobles y algunos de ellos muy sensibles y afectuosos. Son una presencia energética muy positiva, que facilita el desbloqueo emocional y mental.

El zen nos dice que los problemas están ahí no para atormentarnos, sino para enseñarnos algo que necesitamos saber. Nuestra cultura promueve la idea de que deberíamos vivir felices y relajados todo el tiempo, pero esto no es real. Y si lo fuera, resultaría poco saludable. A través de las dificultades logramos evolucionar. Centrarte en medio de una tempestad solo se aprende, cuando aceptas esto.

Edith Sánchez

sábado, abril 13, 2019

Te mereces a alguien que te quiera de verdad

A veces, nos entregamos a amar a otra persona sin pararnos antes a conocernos, a valorarnos y a aprender a amarnos a nosotros mismos. La cuestión es que cuando este amor propio falta y somos unos desconocidos para nosotros, las relaciones que establecemos con los demás no son totalmente auténticas y, en ocasiones, establecemos vínculos que no nos benefician.

Por esta razón, el autoconocimiento es fundamental. Nos ayuda a saborear el bienestar y, además, es el sostén de las relaciones saludables porque nos permite decidir sobre aquello que nos hace bien, nos interesa y nos enriquece, así como detectar en qué situaciones o con qué personas debemos tener más precaución.

Así, una regla fundamental para ser feliz con los demás es primero serlo con uno mismo. Por lo tanto, algo que no puedes olvidar es que aunque te merezcas a alguien que te quiera de verdad, ese amor, primero tienes que experimentarlo por ti mismo.

Por otro lado, para aventurarte por el sendero del amor y disfrutarlo de manera plena y correspondida, puedes comenzar tu andanza averiguando quién eres para aprender a amarte y respetarte. Y, luego, reflexionar sobre lo que verdaderamente quieres en una relación, sin olvidar algo muy importante: estar dispuesto a dar el mismo amor y respeto que quieres recibir del otro.

“Aceptamos el amor que creemos merecer”.
-Stephen Chbosky-

Te mereces a alguien que te quiera de verdad

“Te mereces a alguien que te mire a los ojos cuando hablas.

Te mereces a alguien que no se canse de darte besos.

Te mereces a alguien que te contemple cuando duermes.

Te mereces a alguien que te abrace cuando estés triste.

Te mereces a alguien que te haga reír y no llorar.

Te mereces cada gesto, cada mirada, cada sonrisa de cariño.

Te mereces todo el amor que eres capaz de dar.

Te lo has ganado con cada gesto, cada mirada, cada sonrisa de cariño, que has dado.

Te lo has ganado por tu paciencia, por tu valor para ilusionarte y por tu fuerza a pesar de desilusionarte.

Te lo has ganado por ser quien eres, simplemente por ser tú.”
-Jokebec Vergara-

En el anterior poema, titulado Te mereces a alguien que te quiera de verdad, se dibujan algunas pinceladas de lo que, idealmente, las personas merecemos en una relación de pareja.

Aunque no debería olvidarse que cada persona es distinta y, por ello, cada cual necesita ser tratado de una manera algo particular y diferente para alcanzar la felicidad en la pareja. Es, por tanto, muy importante aprender a amar a la otra persona tal y como necesita ser amada y, al mismo tiempo, enseñarla a amarte como tú necesitas. Y para ello, la aceptación es una buena aliada.

Eso sí, independientemente de unos y otros, algo que prácticamente todos necesitamos y deseamos es sentir que el otro nos da cariño, nos respeta y que experimenta amor por nosotros. Amor tangible, de ese que se demuestra con los actos y no del que se pierde entre palabras vacías. De ahí que los actos y los pequeños detalles sean unos buenos nutrientes para el crecimiento de la relación.

“El amor es como el viento, no se puede ver, pero se puede sentir”.
-Nicholas Sparks-

La persona adecuada: alguien que te quiera de verdad

Ahora bien, ¿cómo saber quién es la persona adecuada? No es fácil responder a esta pregunta. La vida está llena de altibajos, decepciones, momentos de alegría, pero también de sufrimiento. De hecho, a lo largo de nuestra vida, conocemos a muchas personas… pero, ¿cuál es esa que nos corresponde?

En general, la persona adecuada, ese ser capacitado y dispuesto a ofrecerte el amor que mereces y que deseas, puede encontrarte cuando estés preparado para dar y recibir ese amor. Aunque bien es cierto que existen casos en los que una persona enseña a otra a descubrirse y quererse.

Aunque lo importante más allá del amor es estar dispuestos a caminar en la misma dirección: la construcción de la relación, el cuidado del jardín que nace a partir del amor. Un camino que se hace no con los pies, sino con el corazón, junto al esfuerzo y cuidado diarios.

Porque la persona adecuada tratará de retarte día a día a ser mejor persona, a enfrentarte a tus miedos y a correr riesgos. Te aceptará cómo eres, tanto a tus luces como a tus sombras. Te apoyará, cuidará de ti y lo mejor de todo, crecerá junto a ti, aunque a su ritmo.

Cuando ambos estéis dispuestos a encontrar el amor, pero al mismo tiempo estéis preparados para ser felices por vosotros mismos y podáis tener una vida plena sin necesidad de pareja, entonces el deseo de compartir vuestra existencia con otra persona podrá convertirse más fácilmente en realidad.

Además, ese amor que te mereces, ese amor que es bondadoso y te hace crecer y evolucionar como persona, puede provocar en los demás un efecto positivo. De alguna forma, puede ejercer como un ejemplo que les ayude a creer en el amor verdadero. Y esto es algo maravilloso.

Por lo tanto, descúbrete, quiérete y luego haz lo mismo con el otro. Porque no hay nada más bonito que cultivar vínculos respetuosos llenos de afecto que nos impulsen a ser mejor porque el sostén que los mantiene es el amor.

Cristina Calle Guisado