Las emociones aflictivas o negativas forman parte de nuestro registro emocional. Actúan como auténticos pesos capaces de frenar nuestro crecimiento, llenando nuestra mente de pensamientos adversos y poco útiles para llevarnos a la deriva de un peligroso desánimo. Algo tan importante como dar nombre a estos estados y quitarles poder, nos ayudará avanzar con mayor integridad.
La envidia, la frustración, la rabia, el rencor, la culpa, la decepción… La mayoría sabemos a qué saben estos estados, conocemos qué se siente conviviendo con ellos y cuánto espacio llegan a ocupar en nuestras vidas si los alimentamos. Así, tal y como nos explica el doctor James Gross, psicólogo de la Universidad de Stanford y uno de los exponentes en materia de gestión emocional, las emociones aflictivas o negativas son como zarzillos del mal (crecen de las zonas más oscuras de nuestro ser).
Los zarzillos son un tipo de plantas trepadoras que tienden a asirse a todo aquello que tenga a su alcance. Gross, señala que cuanto más poder demos a estos estados emocionales, más zarzillos crecerán a nuestro alrededor para dejarnos, poco a poco, completamente inmovilizados. Cabe intuir, por tanto, que no resulta nada fácil liberarse de ellos; de hecho, no vale solo con arrancarlos.
Las emociones aflictivas o negativas dejarán de crecer cuando dejemos de alimentarlas. Así de simple. Conseguirlo, aprender a transitar con este tipo de procesos internos requiere que sembremos en nuestro interior las semillas de la autorregulación.
“No puede haber arco iris sin una nube y una tormenta”.
-John H. Vincent-
Los zarzillos son un tipo de plantas trepadoras que tienden a asirse a todo aquello que tenga a su alcance. Gross, señala que cuanto más poder demos a estos estados emocionales, más zarzillos crecerán a nuestro alrededor para dejarnos, poco a poco, completamente inmovilizados. Cabe intuir, por tanto, que no resulta nada fácil liberarse de ellos; de hecho, no vale solo con arrancarlos.
Las emociones aflictivas o negativas dejarán de crecer cuando dejemos de alimentarlas. Así de simple. Conseguirlo, aprender a transitar con este tipo de procesos internos requiere que sembremos en nuestro interior las semillas de la autorregulación.
“No puede haber arco iris sin una nube y una tormenta”.
-John H. Vincent-
Las emociones aflictivas tienen un lugar importante en nuestra vida
Somos conscientes de que en materia de psicología emocional es muy común atribuir a las emociones aflictivas ese papel negativo y casi hasta “patológico”. De ahí, por ejemplo, que no falten los clásicos artículos y libros de autoayuda destinados a ayudarnos a “eliminar o erradicar” tales estados. Cabe señalar que está idea no es del todo acertada.
Tal y como hemos señalado, estas dimensiones forman parte de nuestro registro emocional. No podemos arrancar así como así esos “zarzillos del mal” si la propia tierra, en su mágica diversidad, se caracteriza por albergar todo tipo de especies. De este modo, dimensiones tan básicas como la tristeza, el miedo, la decepción o la rabia forman parte también de lo que somos, y algo así no se puede erradicar. No podemos negar esas emociones que conforman por tanto parte de la esencia que nos define.
La clave reside en dos aspectos muy básicos: en comprender y en regular. Saber que existen, darles nombre, comprender y gestionar esas emociones negativas es lo mejor que podemos hacer para regular nuestra conducta.
Somos conscientes de que en materia de psicología emocional es muy común atribuir a las emociones aflictivas ese papel negativo y casi hasta “patológico”. De ahí, por ejemplo, que no falten los clásicos artículos y libros de autoayuda destinados a ayudarnos a “eliminar o erradicar” tales estados. Cabe señalar que está idea no es del todo acertada.
Tal y como hemos señalado, estas dimensiones forman parte de nuestro registro emocional. No podemos arrancar así como así esos “zarzillos del mal” si la propia tierra, en su mágica diversidad, se caracteriza por albergar todo tipo de especies. De este modo, dimensiones tan básicas como la tristeza, el miedo, la decepción o la rabia forman parte también de lo que somos, y algo así no se puede erradicar. No podemos negar esas emociones que conforman por tanto parte de la esencia que nos define.
La clave reside en dos aspectos muy básicos: en comprender y en regular. Saber que existen, darles nombre, comprender y gestionar esas emociones negativas es lo mejor que podemos hacer para regular nuestra conducta.
La bruja que también debió ser invitada
Todos conocemos el cuento de la Bella Durmiente. En este relato tradicional los padres de la protagonista organizaron una fiesta para celebrar su nacimiento. En el reino contaban con trece mujeres sabias, con trece figuras dotadas de artes mágicas y gran poder. Sin embargo, eligieron invitar solo a doce de ellas porque había una en concreto caracterizada por su mal genio y trato difícil.
A ella no le llegó la invitación y en el reino imaginaron que no le molestaría tal decisión. Sin embargo, la decimotercera dama, hábil en artes oscuras, sí se sintió agraviada, y como castigó lanzó la maldición que ya conocemos sobre la pequeña. Una de las moralejas que podemos afinar del cuento clásico de la Bella Durmiente es que a todos les resultaba más fácil convivir con esas hadas buenas, con esas doce mujeres amables, optimistas, cariñosas y alegres que tan buen trato tenían siempre.
Invitar a la mesa a la bruja más oscura, darle una silla también a esa figura compleja, hubiera sido un acto de inclusión y responsabilidad. El modo en que la trataron es muy parecido al que hacemos nosotros mismos con las emociones aflictivas: negarlas, hacer como si no existieran. Y el resultado de tal acto es casi siempre terrible y muy nocivo.
Se nos olvida que las emociones, buenas y malas, son simples invitadas. A veces nos visitan unas y se van otras. En ocasiones llegan las menos agradables, pero como tales, también estamos obligados a recibirlas y a convivir con ellas, pero eso sí, sin darles excesivo poder y sin permitir que su estancia sea muy larga…
Todos conocemos el cuento de la Bella Durmiente. En este relato tradicional los padres de la protagonista organizaron una fiesta para celebrar su nacimiento. En el reino contaban con trece mujeres sabias, con trece figuras dotadas de artes mágicas y gran poder. Sin embargo, eligieron invitar solo a doce de ellas porque había una en concreto caracterizada por su mal genio y trato difícil.
A ella no le llegó la invitación y en el reino imaginaron que no le molestaría tal decisión. Sin embargo, la decimotercera dama, hábil en artes oscuras, sí se sintió agraviada, y como castigó lanzó la maldición que ya conocemos sobre la pequeña. Una de las moralejas que podemos afinar del cuento clásico de la Bella Durmiente es que a todos les resultaba más fácil convivir con esas hadas buenas, con esas doce mujeres amables, optimistas, cariñosas y alegres que tan buen trato tenían siempre.
Invitar a la mesa a la bruja más oscura, darle una silla también a esa figura compleja, hubiera sido un acto de inclusión y responsabilidad. El modo en que la trataron es muy parecido al que hacemos nosotros mismos con las emociones aflictivas: negarlas, hacer como si no existieran. Y el resultado de tal acto es casi siempre terrible y muy nocivo.
Se nos olvida que las emociones, buenas y malas, son simples invitadas. A veces nos visitan unas y se van otras. En ocasiones llegan las menos agradables, pero como tales, también estamos obligados a recibirlas y a convivir con ellas, pero eso sí, sin darles excesivo poder y sin permitir que su estancia sea muy larga…
Controlar las emociones aflictivas como clave de bienestar
Las emociones deben tener un valor adaptativo. Es decir, deben facilitarnos la adaptación a cada circunstancia de nuestro día a día. Así, estudios como el llevado a cabo en la Universidad de Maryland, nos recuerdan que ser hábiles en materia de regulación emocional nos permite desenvolvernos con efectividad en cualquier contexto y situación social.
Por tanto, es recomendable que nos convirtamos en excelentes gestores de estas complejas dimensiones internas. Transitar con ellas sin vetarlas, negarlas o arrancarlas de nuestro registro emocional es clave para nuestro bienestar. Veamos cómo conseguirlo:
- Las emociones aflictivas aparecen a menudo con un marcador somático: molestias físicas, malestares… Debemos detectarlas, así como el rumor de esos pensamientos negativos con los que se acompañan.
- Entiende por qué aparecen y qué quieren decirte.
- Date tiempo: transita con ellas de forma relajada. La meditación puede ayudarte.
- Canalízalas y exprésalas. Habla con alguien, haz uso de la escritura terapéutica, haz algún deporte para liberar su tensión.
- Busca una estrategia para resolverlas. No dejes para mañana la molestia que sientes hoy, sé procativo con tus emociones.
Para concluir, no olvidemos sin duda la recomendación más importante: las emociones aflictivas son meras invitadas. Tal y como llegan, muchas de ellas se marcharán. No demos espacios permanentes a quienes en poco tiempo, pueden apropiarse de todo.
Valeria Sabater
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