La energía no se crea ni se destruye, solo se transforma, al menos esto es lo que caracteriza a los sistemas conservativos. Sin embargo, esto no parece ajustarse a la ley de los sentimientos, si es que la hubiera. Como una nebulosa de fuego que no parece hacer reacción con un hormigón de viento, la ilusión parece un espejismo cuando por breve o demasiado intensa para soportar, termina extinguiéndose sin remedio.
Aupada por la euforia y apagada por cualquier resquicio de cotidianidad, la ilusión es un sentimiento que puede perdurar toda la vida o puede desaparecer inmediatamente. La ilusión es el punto débil de los soñadores, pero nunca de los fantasiosos.
La ilusión es la sentencia del recuerdo para toda una vida de los que aman como nunca y para siempre solo una vez en la vida. Para todas estas personas, la ilusión no se transforma, solo aparece o se pierde para siempre. Se trataría pues de jugar con los tiempos, los principios y los finales, pero nunca se podrían modular los sentimientos.
La ilusión perdida de los que quieren amar como la primera vez
Para ciertas personas amar no es una cosa seria, sino irreversible en la forma y fondo.Un salto en el tiempo que esperan que se mantenga inmutable. Son los “ilusionistas” de las emociones. Apuestan por el apego, pero dinámico, revitalizante e incombustible.
Un apego que crea nuevas formas y figuras para luego dinamitarse en forma de fiesta, pensando ya en la próxima “cremá” fallera. La fiesta del desapego constructivo y del compromiso eterno, que mantiene la ilusión para siempre.
Los “ilusionistas”, los fanáticos de esta inmutable y verdadera ilusión pueden dar un poco de lo que tienen a los que no aman como desearían, como quizás ya un día hicieron. Solo proporcionan pequeñas aristas de su intimidad e identidad, para que sea un tránsito corto y sin mayor complicación. Lo justo para confirmar su presencia y contentar a la audiencia.
Ofreciendo lo imprescindible para no perder lo preciado, para que se mantenga intacto por si vuelve a aparecer la nueva ilusión que nunca pudieron transformar en otra, para que al menos les sirviera con otras personas.
Nadie nos advirtió de que en muchas de nuestras relaciones solo podríamos aspirar a consumirnos lo menos posible y no podríamos sentir esa ilusión. Simplemente contentando las expectativas de ego de los demás y disimulando nuestros sentimientos de soledad.
Los amantes perpetuos de la ilusión suelen perderse por estos caminos, conscientes de que nada ni nadie es responsable de lo poco e insípido a lo que les saben muchas cosas que les ocurren en sus vidas. Su descontento está en su naturaleza, que unas veces dinamiza sus existencias y otras las dinamita. Pocas veces saben transformar sus emociones, solo hacer que aparezcan o se vayan.
La ilusión que se acabó porque no supimos hacer un truco de ella
Para los/as ilusionistas que no usan trucos, sino que buscan la verdadera magia, esta se contiene y finaliza en un momento. Este quedará siempre retratado como tal y solo podrá ocupar el lugar del ideal de una belleza e intensidad insuperables: si se hubiera prolongado en el tiempo perdería el sentido de su propia existencia.
Si los momentos de intensa ilusión y emoción profunda son alargados demasiado tiempo perderán la esencia que los hace únicos. Su recuerdo jamás existirá ya como tal y dejará a los amantes de la ilusión sin una máxima en torno a la que bailar y soñar.
Los momentos de su memoria son su fe y su ideal, que podrá ser vivido de otra forma y con otra intensidad, teniéndolo siempre en mente en un recóndito y acogedor lugar del cerebro, que seguramente esté reservado para la utopía y para vivir caminando hacia a ella. Cuando no aparecen momentos nuevos para hacerles sombra a los antiguos, el recuerdo a veces es lo único que nos queda.
La ilusión no tiene una ley física que la explique
Parece que la ilusión no parece cumplir la ley de la conservación. Parece que muchas personas no pueden transformar la ilusión una vez que esta se rompe. Solo puede explosionar en su comienzo y terminar con un ocaso seco y árido.
Las ilusiones ligadas a sentimientos arrolladores no suelen transformarse, sino aumentar o disminuir de intensidad en ocasiones, pero su profundidad no se ve alterada. Si se pudieran transformar las ilusiones en lo que queremos, muy probablemente en lo que un día tuvimos, esa fórmula se agotaría.
Lo que habría que pensar es si las ilusiones que se rompen cumplen una función que no debe ser alterada, por muy doloroso que sea ver como se rompen en pedazos y no lograr crear otras porque confundimos el apego con la inmovilidad.
Parece no existir una ley física que nos sitúe en el punto del partida, en él nos sentíamos invencibles ante cualquier obstáculo. Valientes a la par que inocentes, risueñas y sin demasiadas cargas pasadas. Nuestra fuerza e ilusión nacían de una ingeniudad“sabionda”, antes de que nadie osara intentar enseñarnos nada. Ni tan siquiera la misma vida.
De ese tipo de sabiduría ingenua, salen las ganas de vivir sin expectativas y sin ganas de sacar provecho. De ahí salen las ambiciosas ilusiones que ambicionan ser conservadas con continuo ingenio, paciencia y resistencia. Muchas se romperán por no soportar obstáculos que nunca se pensaron encontrar en el camino, demasiado dolorosos. Otras muchas se conservarán en la memoria y cumplirán su función utópica, como bien hemos dicho. Otras explosionarán, arderán y volverán a formarse pero nunca se transformarán, como buenas piezas de arte fallero.
Cristina Roda Rivera
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