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viernes, febrero 24, 2017

Esa extraña sensación de que “ya nada es como antes”

En ocasiones, llega esa extraña sensación: la de que ya nada es como antes. Las miradas pierden su brillo, las palabras su música, y día a día, somos más conscientes de que solo nos quedan cenizas, y de que tarde o temprano llegará ese viento raudo que todo se lo lleva y todo lo cambia. Instante para el cual, debemos estar preparados.



No es fácil. A lo largo de todo nuestro ciclo vital ya hemos afrontado muchas veces ese mismo sabor. Muchos dicen que todo se debe a la rutina, ella quien arrastra sus pesadas cadenas a nuestro alrededor para convertirnos en seres menos espontáneos, menos ávidos de cercanía, de caricias a escondidas y de detalles que aceleran el corazón.

“No hagas con el amor lo que un niño con un globo: que al tenerlo lo ignora y al perderlo llora”
-Pablo Neruda- 

Tal vez sea ella, la temible rutina, o tal vez seamos nosotros quienes cambiamos con el tiempo, nosotros mismos quienes permitimos que día a día y casi sin saber por qué, se vayan apagando nuestras emociones. A veces, somos como esa vela que brilla llena de intensidad en la noche, un luz que baila y nos inspira con sus formas, pero que se va consumiendo con las horas, hasta que al final deja en el ambiente un extraño perfume dulzón e incómodo, como un ensueño del pasado que ya no tiene sentido en el presente. Tal vez…

Asumir que ya nada es como antes nos invita a una profunda reflexión. Puede no sea un obligado final, pero si un instante de necesario diálogo, de imperantes esfuerzos mutuos con los que renovar ese vínculo, esa relación. Actuar con madurez y responsabilidad es la mejor llave para dar paso a un nuevo inicio, o quizás a un inevitable final.

Nada es como antes y yo no somos los mismos de ayer

Cuando uno toma plena conciencia de que las cosas ya no tienen el brillo, la intensidad y la magia del ayer, lo primero que siente es una profunda contradicción, el pinchazo de la amargura y la pincelada de la nostalgia. Más que momentos echamos en falta las emociones del pasado y esas complicidades que edificaban un día a día donde no existían huecos, donde la ilusión lo llenaba todo, y a su vez otorgaba sentido a la vida.

Cuando ese vínculo emocional pierde fuerza y la intimidad del ayer en la pareja languidece, podríamos decir que falta todo. Es un lento ocaso que entristece y desespera a la vez, porque nuestro cerebro necesita por encima de todo “sentirse seguro”. Piensa que no le agrada la contradicción y esos desajustes que interpreta al instante como una amenaza, como una señal de peligro.

Cuando entramos en esta fase de alarma lo primero que hacemos es buscar un porqué. Aunque son muchos los que, sencillamente, se centran en el “quién”. Es común proyectar en el otro todas las culpas: “es que me descuidas, es que ya no me tienes en cuenta, es que antes hacías esto y lo otro y ahora ya no le das importancia a esos detalles”.

Centrarnos en exclusiva en el otro para acusarlo puede estar justificado en algunas ocasiones, queda claro, pero no en todas las relaciones existe un único culpable. Es más, sería una buena idea que nos acostumbraramos a cambiar ciertas expresiones en este tipo de dinámicas relacionales. En lugar usar la palabra “culpabilidad” y el componente negativo que ello implica, es mejor hacer uso del término “responsabilidad”. 

En el juego de energías y refuerzos, tanto positivos como negativos, que conforman el universo de la pareja, los dos miembros son responsables del clima y de la calidad de la misma. Y en ocasiones, y esto es bueno que tengamos claro, no hay que buscar un culpable a la desesperada para entender por qué ya nada es como antes, por qué ya no nos miramos igual ni parece que nos necesitamos tanto como ayer.

El amor a veces se apaga. Puede que lo haga en uno de los dos o puede que en ambos. Porque aunque muchas veces nos hayan convencido de lo contrario, las personas cambiamos con el tiempo, o más que cambiar, crecemos. Aparecen nuevas necesidades y nuevos intereses: ahí donde lo que antes era prioridad ahora ya no lo es tanto.

Un hecho no exento de cierta dureza que es interesante saber gestionar de forma adecuada.

Si ya nada es como antes, actúa

Nadie puede ni tampoco merece vivir eternamente en esa antesala de las emociones rotas, de las relaciones incompletas o de las esperanzas que nunca van a cumplirse. Si ya nada es como antes y nada puede solucionarlo, demos el paso de forma madura para terminar la relación de la forma más digna posible.

“El amor no prospera en corazones que se alimentan de sombras”
-William Shakespeare- 

En un interesante estudio del 2005 del “Journal os Social Personal Relationships“ concluían que existen tres claves para cerrar una relación de pareja de la forma más positiva y adecuada para ambos miembros de la pareja. Así, según las conclusiones de este trabajo lo que ha de evitarse por encima de todo según este mismo trabajo, es lo que se conoce como la aplicación del “efecto fantasma”, es decir, poner en práctica una conducta evasiva donde, sencillamente, alejarse progresivamente del otro sin dar explicación alguna.

Veamos a continuación cuáles son esas tres claves para finalizar de forma madura una relación.

Si nada es como antes, entonces es el momento de empezar a caminar por separado
  • El primer punto a la hora de gestionar estas situaciones es alcanzar la certeza de queda otra opción que la separación. Recuerda siempre que afrontaremos mucho mejor el duelo sabiendo que hemos hecho todo lo posible.
  • El segundo paso que recomiendan los expertos es no “destruir” al otro antes de “acabar” con la propia relación. Lo señalábamos con anterioridad, en ocasiones buscar culpables no sirve de mucho. Si hacemos uso de la crítica, el reproche, la humillación y la rabia lo único que conseguimos es alimentar las emociones negativas hasta crear una energía tan profunda que nos impedirá aún más cerrar esa etapa.
  • Por último, y aunque sea un aspecto que siempre cuesta y al que muchos no le hallan sentido, es necesario perdonar. Perdonar no es ni mucho menos claudicar; es un rito de paso imprescindible para dejar ir sin cargas, sin rencores. Es poner fin a una etapa donde perdonarnos a ambos por el dolor causado, pero aceptando a su vez todo lo positivo que hemos compartido. Un adiós, a tiempo seguido de un “perdón” valiente, nos ayudará a iniciar nuevos caminos dejando atrás un ayer donde ya no tenía cabida la ilusión ni la esperanza.

Valeria Sabater

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