Cuando uno tiene claras cuáles son sus prioridades, las decisiones que toma son mucho más fáciles. Es como apartar las ramas de un tupido bosque con el fin de recordar dónde están nuestras raíces, esas que nutren nuestra autoestima para saber qué y quién nos sobra, para actuar sin miedo y siempre acorde a la voz del propio corazón.
Esta idea que en apariencia puede resultar más que evidente encierra en realidad ciertos matices sobre los que reflexionar. Vivimos en un mundo donde hay una dimensión que conquista territorios con pies de gigante: la desesperanza. Esta emoción que precede muchas veces a un estado depresivo donde la persona pierde por completo el control de su vida, es como una espina que se clava en nuestro interior hasta dejarnos sin respiración.
“Aquel que lo piensa mucho antes de tomar una decisión, se pasará toda su vida sostenido en un solo pie”
-Proverbio Chino-
Esta debilidad emocional se origina en el momento en el que empezamos a cuestionar las decisiones tomadas a lo largo de un periodo de nuestra vida. ¿Por qué invertiré tanto tiempo y esfuerzos en personas que luego me traicionan? ¿Por qué me preocupo tanto por cumplir en un trabajo donde no me valoran? ¿Por qué no habré hecho caso a mi intuición en ese momento y me habré ido cuando tuve la oportunidad?
La desesperanza o el desencanto vital ocasiona insatisfacción, y la insatisfacción la pérdida gradual del control de la propia vida. Son momentos en los que llegamos a pensar aquello de que “haga lo que haga, nada va a cambiar”. Ahora bien, lejos de permitirnos caer en este vacío aciago tenemos la oportunidad de asumir dicho instante de crisis personal como lo que es: un punto de inflexión en nuestras vidas.
Es un momento idóneo para hallar nuevos significados, para autoexplorar nuestros universos interiores en busca de aquello que da fuerza, aliento y coraje a nuestra identidad: las prioridades.
Te proponemos reflexionar sobre ello.
Prioridades, demandas y el cerebro emocional
Uno de los mayores problemas que tenemos a día de hoy es nuestra dificultad para separar las propias prioridades de las demandas del entorno. No se trata en absoluto de rechazar unas para acogernos en exclusiva a las otras. Nadie puede ir por el mundo priorizándose a sí mismo y desoyendo lo que desde el trabajo, la familia o el resto de nuestros entornos le demandan. En realidad, la clave está en mantener un equilibrio sabio, armónico y firme.
Si dedicamos todo nuestro tiempo a cumplir demandas ajenas, nos descuidaremos y nos alejaremos de ese centro de poder, es núcleo delicado al que cuidar y escuchar cada día: nosotros mismos. La raíz del problema está en visualizar primero nuestras prioridades para permitir que las demandas se muevan siempre en esa esfera. Es decir, nadie me puede pedir nada que vaya en contra de mis valores, que vulnere mi autoestima o que afecte a mi integridad física o emocional.
Teniendo esto claro, en el día a día tomaremos siempre decisiones que vayan en esta misma línea: la del propio corazón o más que corazón, nuestro cerebro emocional. Ahora bien, ¿cómo lograrlo? Para entender mejor cómo podemos conseguirlo vale la pena ahondar primero en los mecanismos cerebrales que acompañan a una toma de decisión cualquiera.
Neuronas emocionales y neuronas de decisión
Según un estudio publicado en la revista “Nature Neurosciencie“, la estructura cerebral que orquesta nuestra toma de decisiones es la corteza orbitofrontal. Este trabajo arrojó un dato útil y de gran interés: en esta estructura se concentran dos tipos de neuronas con una función muy concreta.
Las primeras son las neuronas OFC, cuya función es función ofrecer un valor emocional a cada opción que hemos de valorar antes de tomar una decisión. Lo hacen en base a nuestras experiencias previas, a nuestra identidad y nuestra personalidad. Es como un mecanismo previo que se vincula directamente a eso que llamamos “intuición”.
Por ejemplo: Algo me dice que debería rechazar esa oferta de trabajo, porque sé que me exige ciertas competencias que no van como mi carácter.
El segundo grupo de neuronas son las células de valor. Aquí ya no existe un componente emocional, se aplica más bien una atribución práctica “tengo que aceptar ese trabajo porque necesito un sueldo, porque volver al mercado laboral es una prioridad en estos momentos”.
Una vez la persona toma una decisión en base a estos dos mecanismos, el emocional y el componente de valor atribucional, la corteza orbitrofrontal asigna una nueva emoción a esa opción tomada. La finalidad es sencilla: el cerebro nos intenta motivar en todo momento para tener éxito en ese objetivo, en esa demanda.
La necesidad de tener las prioridades claras para tomar decisiones más seguras
Algo que todos sabemos es que en esta vida hay que arriesgar. Habrá decisiones más acertadas y otras que lo serán menos; sin embargo, en ocasiones, lo que nos parece en un principio toda una locura acaba siendo la opción más lógica y exitosa de nuestra existencia. Con todo ello lo que queremos decir es algo muy simple: para ser feliz hay que tomar decisiones y ser responsables de ellas en todo momento.
“Si tienes decisiones que tomar, no lo dudes: asume aquella que te haga feliz”
La sensación de desesperanza -citada al inicio del artículo- se resuelve precisamente conectando con nuestro interior y sacando a la luz las propias prioridades, esas que nada ni nadie debe boicotear. Para lograrlo, vale la pena tener en cuenta 3 sencillas estrategias:
- Reduce. Enumera en un papel todas tus necesidades presentes. Te darás cuenta de que son muchas, sin embargo, entre todas ellas están las auténticas prioridades: ser feliz, ser respetado, estar bien física y emocionalmente… Reflexiona sobre ellas.
- Compara. Una vez tengas clarificadas tus prioridades compáralas con las demandas de tu entorno. ¿Están en armonía? ¿Se te exige algo que va en contra de tus valores? ¿Hay alguna persona que altera tu salud emocional?
- Consolida. Ahora que ya hemos tomado plena conciencia de que hay ciertos aspectos que van en contra de nuestras prioridades, deberemos actuar para consolidar ese equilibrio entre prioridades internas y demandas externas.
Por último, una vez hemos cumplido estos pasos, solo nos queda un último detalle, uno maravilloso y esencial: trazar un plan de vida. Porque si hay algo que nos ofrece el tener bien claras las propias necesidades, los propios valores, sueños y esperanzas, es demostrarnos que podemos y debemos ser dueños de nuestro destino.
Cuando uno tiene por fin muy claro lo que desea, la aventura de la vida se pone en marcha de nuevo.
Valeria Sabater
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