La dependencia emocional es una condición compleja. Generalmente no obedece a un solo factor, sino que para que aparezca y se mantenga son necesarios diferentes factores. Además, en muchos casos ni siquiera se trata de una realidad consciente. Por el contrario, el dependiente emocional piensa que los problemas derivados de su dependencia tienen un origen distinto y, a menudo, externo.
Detrás de la dependencia suele existir un miedo extremo. También hay muchas fantasías en torno a la propia capacidad o al lugar que se ocupa en el mundo. El dependiente siente, sin pruebas que lo apoyen, que si rompiera o careciera de determinados lazos correría un grave peligro.
“Amargo sabe el pan ajeno, dice Dante, y pesados los escalones de una casa extraña, ¿Y quién mejor que la pobre pupila de una vieja aristócrata para conocer la amargura de la dependencia?”
-Aleksandr Pushkin-
Este tipo de dependencia es similar a la que experimenta un adicto. Como tal, también conlleva un síndrome de abstención. Aparecen episodios de ansiedad y depresión cuando, por alguna razón, el vínculo se rompe o debilita momentáneamente. La existencia misma puede experimentarse como algo insoportable sin ese lazo. Quien la padece, sin duda, sufre mucho. Se puede hablar de tres tipos básicos de dependencia emocional y son los siguientes.
Dependencia emocional de la familia
Es una de las forma de dependencia emocional más difíciles de sortear. Generalmente corresponde a estructuras familiares en donde los padres sufren fuertes estados de ansiedad y lo transmiten a sus hijos. Estos últimos son educados con un excesivo temor frente al mundo. Lo externo es visto como amenaza y el seno familiar como un refugio.
Quienes padecen este tipo de dependencia sobrevaloran la protección que ofrece la familia. Si bien suelen existir lazos afectuosos y grandes gestos de solidaridad, también es cierto que hay rasgos insanos. Dentro de ellos destaca esa idea repetida de que hay que los riesgos, cuanto más lejos, mejor.
En este tipo de familias no se fomenta la auto-confianza. Por el contrario, en el fondo se promueve la creencia de que la persona va a mostrarse incapaz ante los grandes desafíos. De este modo, la familia se convierte en una especie de burbuja que ampara, pero que también encarcela. En el fondo se trata de una manera errónea de sortear la ansiedad. También es una respuesta equívoca frente a la exigencia de crecer y ser autónomos.
Dependencia emocional de la pareja
Este tipo de dependencia es uno de los más frecuentes. También es uno de los más nocivos. Parte de una creencia errónea. En ella se supone que la pareja otorga sentido a la propia vida o protege de una terrible soledad. Por eso la pareja se convierte en el eje de la vida propia.
Este tipo de dependencia es propio de las personas que cargan grandes inseguridades. No tienen claro qué son capaces de hacer y qué no. De hecho, suponen que son muy desvalidos. Por lo tanto, necesitan un apoyo para vivir y ese apoyo sería su pareja. Esta se convierte en una especie de escudo protector contra el sufrimiento o el miedo. Por eso se desarrolla un fuerte apego hacia ella.
Aunque este tipo de dependencia puede funcionar durante un tiempo, la verdad es que más temprano que tarde origina grandes sufrimientos. El dependiente tiene tanto miedo de perder a su pareja, que puede desarrollar comportamientos muy nocivos. Entre ellos cabe destacar los celos excesivos o la sumisión sin límite. Así, la dependencia deteriora la relación en lugar de hacerla más fuerte.
Dependencia del medio social
Lo más característico de esta condición es la excesiva necesidad de ser reconocido y aprobado en cualquier entorno. Si el medio no da señales de franca valoración y aceptación, el individuo entra en pánico. Además, hará lo que sea necesario para lograr esa aparente compensación psicológica. Sentirse rechazado, desde su perspectiva, equivale a que le ocurra lo peor que le puede pasar.
Para lograr la aprobación, una persona puede volverse servil o invisibilizarse. En el primer caso, el dependiente se siente obligado a agradar a otros, pasando por encima de sí mismo incluso. Será capaz de hacer cualquier sacrificio con tal de no tener que enfrentarse a un rechazo o a una confrontación. En el segundo caso, la persona puede renunciar a sus convicciones, con tal de no entrar en tensión con su entorno. En ambos casos, la situación es completamente dañina.
Tanto en el caso de la dependencia familiar, como de pareja o del entorno social, lo que reside en el fondo es una pobre autoestima. Sobre todo, no hay conciencia acerca de lo que uno es capaz de hacer. Se parte de la idea de que se tiene poca valía y se es inferior o menos competente para sortear la vida que los demás.
Todas esas creencias falsas se traducen en miedo y ansiedad. Y como con todo miedo, como todos los miedos injustificados que todos atesoramos, la mejor manera de superarlo es enfrentándolo. Quizás solo necesitas dar el primer paso. Atreverte a caminar solo. Arriesgarte a salir de tu zona de confort. La confianza en uno mismo no se construye de la noche a la mañana, pero algo sí es seguro: si la construyes alejada de “dependencias” esta será mucho más sólida.
Edith Sánchez
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