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martes, febrero 28, 2017

La ilusión no se recupera, solo aparece o se pierde

La energía no se crea ni se destruye, solo se transforma, al menos esto es lo que caracteriza a los sistemas conservativos. Sin embargo, esto no parece ajustarse a la ley de los sentimientos, si es que la hubiera. Como una nebulosa de fuego que no parece hacer reacción con un hormigón de viento, la ilusión parece un espejismo cuando por breve o demasiado intensa para soportar, termina extinguiéndose sin remedio.



Aupada por la euforia y apagada por cualquier resquicio de cotidianidad, la ilusión es un sentimiento que puede perdurar toda la vida o puede desaparecer inmediatamente. La ilusión es el punto débil de los soñadores, pero nunca de los fantasiosos.

La ilusión es la sentencia del recuerdo para toda una vida de los que aman como nunca y para siempre solo una vez en la vida. Para todas estas personas, la ilusión no se transforma, solo aparece o se pierde para siempre. Se trataría pues de jugar con los tiempos, los principios y los finales, pero nunca se podrían modular los sentimientos.

La ilusión perdida de los que quieren amar como la primera vez

Para ciertas personas amar no es una cosa seria, sino irreversible en la forma y fondo.Un salto en el tiempo que esperan que se mantenga inmutable. Son los “ilusionistas” de las emociones. Apuestan por el apego, pero dinámico, revitalizante e incombustible.

Un apego que crea nuevas formas y figuras para luego dinamitarse en forma de fiesta, pensando ya en la próxima “cremá” fallera. La fiesta del desapego constructivo y del compromiso eterno, que mantiene la ilusión para siempre.

Los “ilusionistas”, los fanáticos de esta inmutable y verdadera ilusión pueden dar un poco de lo que tienen a los que no aman como desearían, como quizás ya un día hicieron. Solo proporcionan pequeñas aristas de su intimidad e identidad, para que sea un tránsito corto y sin mayor complicación. Lo justo para confirmar su presencia y contentar a la audiencia.

Ofreciendo lo imprescindible para no perder lo preciado, para que se mantenga intacto por si vuelve a aparecer la nueva ilusión que nunca pudieron transformar en otra, para que al menos les sirviera con otras personas.

Nadie nos advirtió de que en muchas de nuestras relaciones solo podríamos aspirar a consumirnos lo menos posible y no podríamos sentir esa ilusión. Simplemente contentando las expectativas de ego de los demás y disimulando nuestros sentimientos de soledad.

Los amantes perpetuos de la ilusión suelen perderse por estos caminos, conscientes de que nada ni nadie es responsable de lo poco e insípido a lo que les saben muchas cosas que les ocurren en sus vidas. Su descontento está en su naturaleza, que unas veces dinamiza sus existencias y otras las dinamita. Pocas veces saben transformar sus emociones, solo hacer que aparezcan o se vayan.

La ilusión que se acabó porque no supimos hacer un truco de ella

Para los/as ilusionistas que no usan trucos, sino que buscan la verdadera magia, esta se contiene y finaliza en un momento. Este quedará siempre retratado como tal y solo podrá ocupar el lugar del ideal de una belleza e intensidad insuperables: si se hubiera prolongado en el tiempo perdería el sentido de su propia existencia.

Si los momentos de intensa ilusión y emoción profunda son alargados demasiado tiempo perderán la esencia que los hace únicos. Su recuerdo jamás existirá ya como tal y dejará a los amantes de la ilusión sin una máxima en torno a la que bailar y soñar.

Los momentos de su memoria son su fe y su ideal, que podrá ser vivido de otra forma y con otra intensidad, teniéndolo siempre en mente en un recóndito y acogedor lugar del cerebro, que seguramente esté reservado para la utopía y para vivir caminando hacia a ella. Cuando no aparecen momentos nuevos para hacerles sombra a los antiguos, el recuerdo a veces es lo único que nos queda. 

La ilusión no tiene una ley física que la explique

Parece que la ilusión no parece cumplir la ley de la conservación. Parece que muchas personas no pueden transformar la ilusión una vez que esta se rompe. Solo puede explosionar en su comienzo y terminar con un ocaso seco y árido.

Las ilusiones ligadas a sentimientos arrolladores no suelen transformarse, sino aumentar o disminuir de intensidad en ocasiones, pero su profundidad no se ve alterada. Si se pudieran transformar las ilusiones en lo que queremos, muy probablemente en lo que un día tuvimos, esa fórmula se agotaría.
Lo que habría que pensar es si las ilusiones que se rompen cumplen una función que no debe ser alterada, por muy doloroso que sea ver como se rompen en pedazos y no lograr crear otras porque confundimos el apego con la inmovilidad. 

Parece no existir una ley física que nos sitúe en el punto del partida, en él nos sentíamos invencibles ante cualquier obstáculo. Valientes a la par que inocentes, risueñas y sin demasiadas cargas pasadas. Nuestra fuerza e ilusión nacían de una ingeniudad“sabionda”, antes de que nadie osara intentar enseñarnos nada. Ni tan siquiera la misma vida.

De ese tipo de sabiduría ingenua, salen las ganas de vivir sin expectativas y sin ganas de sacar provecho. De ahí salen las ambiciosas ilusiones que ambicionan ser conservadas con continuo ingenio, paciencia y resistencia. Muchas se romperán por no soportar obstáculos que nunca se pensaron encontrar en el camino, demasiado dolorosos. Otras muchas se conservarán en la memoria y cumplirán su función utópica, como bien hemos dicho. Otras explosionarán, arderán y volverán a formarse pero nunca se transformarán, como buenas piezas de arte fallero.

Cristina Roda Rivera

lunes, febrero 27, 2017

Los conflictos son percepciones, no realidades

Si os preguntara qué es un conflicto todos sabríais darme una definición aproximada, ¿verdad? Surgirían ideas conceptos de laguna forma paralelos como pelea, desacuerdo, discusión… Tenemos claro que es un “con-frontamiento” entre dos o más personas que se encuentran en posiciones enfrentadas, ¿no?



En un conflicto, los intereses y las necesidades de la otra parte son incomprensibles… Pero, espera un momento, ¿son realmente incompatibles o nosotros los percibimos como tal? ¡He aquí el quid de la cuestión! Resulta que en los conflictos juegan un papel importante las emociones y los sentimientos… ¡Sigue leyendo y descubre lo que se esconde detrás de los enfrentamientos!

“Se requieren nuevas formas de pensar para resolver los problemas creados por las viejas formas de pensar”
-Albert Einstein-

¿Por qué los conflictos son percepciones y no realidades?

Pero esto, ¿qué quiere decir? Pues que los seres humanos no somos puramente objetivos. No procesamos ni analizamos la información tal cual es, sin más. Para ello, utilizamos nuestra experiencia pasada y nuestras creencias, algo que va a condicionar que pensemos e interpretemos las situaciones de una determinada manera.

Así, el conflicto puede que exista o no, al igual que puede ser percibido o no. Me explico. Por un lado, puede que realmente los deseos y las necesidades de ambas partes sean incompatibles y sí que exista un conflicto como tal. En este caso va a haber competitividad, ya que para que una parte gane la otra debe perder.

Por otro lado, puede que el conflicto sea real pero una de las partes no lo perciba. Si no percibimos incompatibilidad, no vamos a estar enfrentados. Así mismo, es posible que no exista realmente un enfrentamiento como tal, sino que este se base en percepciones falsas. Es decir, aquí hemos interpretado la conducta del otro de forma negativa, creyendo que es perjudicial para nosotros. Si te parece complejo no te preocupes, porque ahora vamos a intentar aclararlo.

¿Qué es la Teoría del Iceberg?

Para comprender mejor todo esto, vamos a ver qué dice la Teoría del Iceberg. Esta teoría plantea que los conflictos son precisamente como un iceberg. Hay una pequeña parte que vemos, la de las posiciones de las partes enfrentadas. Pero también hay otra parte que no se ve en el confrontamiento.

Esta está compuesta por los intereses, las necesidades, los valores y las emociones involucradas. Los intereses serían los beneficios que deseamos obtener mediante el conflicto. Las necesidades suelen estar relacionadas con los intereses, aunque pueden no coincidir con ellos. A las partes les cuesta, generalmente, tanto percibirlos como reconocerlos.

Lo que justifica y argumenta los comportamientos son los valores. Estos están compuestos por elementos tanto culturales como ideológicos. Muchas veces, ni siquiera somos conscientes de que los valores juegan este papel en los enfrentamientos, ni reflexionamos sobre ello.

Por último, debajo de los conflictos hay emociones. Es sumamente relevante que sepamos cómo se siente el otro para poder llegar a una solución conjunta. Si no nos ponemos en el lugar del otro y le comprendemos, no vamos a poder llegar a un acuerdo que satisfaga a todas las partes. Para poder hacer esto, tenemos que conocer los procesos psicológicos que se dan.

“La cooperación no es ausencia de conflictos, sino el medio para resolver el conflicto”
-Deborah Tannen-

¿Qué procesos psicológicos hay detrás del conflicto?

Los procesos psicológicos que encontramos tras los conflictos son: la percepción selectiva de información, la profecía autocumplida, el error atribucional fundamental, el entrampamiento y la búsqueda de información confirmatoria. Esta última consiste en buscar información que confirme lo que esperamos que se dé. Por ejemplo, contarle el conflicto a alguien que sabemos que se va a poner de nuestra parte o que nos va a dar la razón.

“El conocimiento de las creencias y maneras de la gente de pensamiento debe ser usado para construir puentes, no crear conflictos”
-Kjell Magne Bondevik-

La percepción selectiva de información hace referencia a que solemos atender y procesar solo una parte de los estímulos que recibimos. Así, solemos captar e interpretar la información en base a nuestras propias creencias y actitudes. En un conflicto, por ejemplo, prestaremos seguramente más atención a cuando el otro pone caras “raras” y lo interpretaremos como que nos está despreciando.

La profecía autocumplida es propiciar, mediante nuestro comportamiento y de forma inconsciente, que suceda lo que creemos que va a suceder. Por ejemplo, tras discutir con una persona, esperar que nos mire mal cada vez que nos crucemos y que esto se cumpla, probablemente por nuestra propia actitud hacia él o ella.

El error atribucional fundamental consiste en explicar el mal comportamiento de los demás por cómo son, y el nuestro por factores externos. Es decir, los otros lo hacen mal porque son así, en cmabio nosotros lo hacemos por la situación. Finamente, el entrampamiento sería el seguir defendiendo nuestra opinión, aún ya siendo conscientes de que estamos equivocados.

Esta forma que tenemos todos los seres humanos, en mayor o menor medida, de pensar va a hacer que el conflicto se mantenga. Por ello es importante que seamos conscientes de ello y tratemos de manejarlo lo mejor posible. Para llegar a un punto en común, es necesario que ambas partes perciban que se necesitan entre sí, así como comprometerse a conseguir una solución satisfactoria para todos.

Laura Reguera Carretero

domingo, febrero 26, 2017

A veces, es mejor respirar profundo y quedarnos callados

Dicen que el silencio es el arte que alimenta la sabiduría, por ello en ocasiones no hay más remedio que hacer uso de él para responder con acierto, para no continuar con conversaciones y hechos que no valen la pena. Respirar profundo y quedarse callados en ciertos momentos es la mejor opción que podemos tomar.



Resulta curioso como quienes llevan muchos años trabajando en psicoterapia ven muchas veces en el propio silencio del cliente un avance considerable en el proceso de curación. Para muchos puede resultar algo contradictorio puesto que la terapia se construye con un intercambio poderoso a través de la palabra. Así, el medio es ese diálogo que actúa como una energía que confronta, que ahonda, que despierta y reconstruye.

“El silencio es un amigo que nunca traiciona”
-Confucio- 

Sin embargo, ese silencio repentino, en que la persona se queda callada un instante y toma aire, marca muchas veces un instante crucial. Es cuando toma plena conciencia de sus emociones, es cuando se da cuenta de algo que hasta el momento no había percibido. Es, también, cuando la persona se encuentra más centrada que nunca al armonizar pensamientos y emociones, y el pasado, se queda a un lado para centrarse con autenticidad en el momento presente.

El silencio, en ocasiones, actúa como un despertar de la conciencia, y eso es algo excepcional. No solo nos sirve para gestionar mejor conversaciones o situaciones puntuales, es también un canal donde tomar contacto con nosotros mismos para dejar de “hacer” durante un instante y, simplemente, “ser”.

Estamos pues ante un tema con interesantes matices y curiosos aspectos que pueden servirnos de gran ayuda en el día a día. Te invitamos a profundizar en los múltiples aspectos del silencio y en el arte de quedarnos callados.

El ruido mental, el ruido que nos envuelve y nos devora

Vivimos en la cultura del ruido. No nos referimos precisamente a la presión del sonido ambiental, al ronroneo persistente del tráfico, al ronquido perpetuo de las fábricas o al eco de las grandes ciudades que nunca duermen. Hablamos del ruido mental, ese alboroto de emociones contrapuestas. Una cacofonía mental que produce no solo que dejemos de escuchar a quien tenemos enfrente, sino que a menudo provoca que dejemos de escucharnos a nosotros mismos.

Estamos influenciados por un tipo de comunicación donde la voz entusiasta, la que grita y no deja pausas es la que triunfa. La vemos en nuestros políticos, la vemos en muchas de nuestras reuniones de trabajo, ahí donde quien guarda silencio se le etiqueta al instante como a alguien poco decidido o falto de carisma. De hecho, el ensayista y periodista George Michelsen Foy-, hizo un estudio para demostrar que en la cultura occidental la persona que guarda silencio antes de responder es vista con desconfianza o con sospecha.

Las conversaciones se ensamblan muchas veces a través de frases y palabras que no pasan por un adecuado filtro mental o emocional. Se nos olvida que gestionar el lenguaje y la palabra es también el arte de la inteligencia, ahí donde el silencio, es a menudo un punto de paso necesario.

Detengámonos, al menos un instante, para encontrarnos. Es necesario pararnos para ver y sentir al otro. Comprendamos pues que no hay nada malo en coger aire y quedarnos callados en medio de una conversación. Tal vez lo que digamos tras esa pausa sea la solución al problema o la llave para recuperar nuestra relación.

Quedarnos callados y regalar silencio puede ser un castigo

George Bernard Shaw decía que “el silencio es la expresión más perfecta del desprecio”. Así, debemos tener mucho cuidado en cómo lo utilizamos, en cómo lo aplicamos en función del contexto y las personas receptoras de eses silencio. Hasta el momento, hemos dejado claro que el uso del silencio es una herramienta perfecta para gestionar las propias emociones, para centrarnos en el aquí y ahora y poder emitir así una respuesta o un tipo de acción más acertada.

“El que no sabe estar en silencio no sabe hablar”
-Ausonio- 

El emprendedor, investigador y conferenciante Luis Castellanos nos habla de este mismo tema en su libro “La ciencia del lenguaje positivo“. El silencio es una pausa para nosotros mismos. Quedarnos callados es algo necesario, por ejemplo, cuando volvemos del trabajo y estamos a punto de entrar a casa. Algo tan sencillo como respirar profundo y permanecer en silencio unos segundos puede alejar la presión y la ansiedad de ese otro contexto que no debemos proyectar en casa.

Ahora bien, algo que estaría bien tener en cuenta es que el silencio puede actuar muchas veces como un cercenador de la calidad de nuestras relaciones personales. Son las palabras las que educan, son las palabras las que sanan y ellas quienes nos ayudan a tender puentes, a crear raíces y consolidar nuestros vínculos a través de un lenguaje positivo, empático y cercano.

De ahí que debamos tener muy claro que el silencio no es un castigo positivo para ningún niño, que cualquier mal acto, travesura o desatino no se soluciona con retirarle la palabra o con renegarle a la soledad de su habitación. Con ello, lo que hacemos muchas veces es alimentar la ira. En estos casos la comunicación es imprescindible, esencial para cambiar conductas, para reconocer errores y prestar ayuda hacia la mejora.

Hagamos pues un buen uso del silencio. Hagamos de él nuestro palacio de calma donde reencontrarnos, donde armonizar emociones, donde calmar la mente y para encontrar en él, la mejor respuesta, la palabra más hermosa para el momento más necesitado.

Valeria Sabater

sábado, febrero 25, 2017

Cómo ayudar al niño que un día fuimos

Es una obviedad decir que todos hemos sido niños en algún momento. Hasta la persona que pueda parecerte más agresiva, iracunda, cascarrabias o tóxica ha pasado por esa dulce etapa vital que se supone, debería ser la infancia. Pero no siempre es de color de rosa. Para muchas personas la infancia ha significado un periodo vital del que prefieren no acordarse.
Niños huérfanos, maltratados, abandonados, criticados…Tristemente, el ser niño no te exime de recibir comportamientos tan penosos o negligentes por parte de los adultos. 



Y esto acaba pasando factura. Ese niño crece con una autoestima deficiente, pensando que no es digno de amor, que siempre le abandonarán, que dependerá de otros para ser feliz o que carece de valía personal. Al llegar a la edad adulta, todas estas carencias pueden ser sacadas a la luz en forma de falta de asertividad, celos, rabia, adicciones o depresión.

No pretendemos echar toda la culpa de como nos sentimos ahora a nuestro pasado, pero sí que es importante conocer su influencia para ahora, en el presente, aprender las herramientas que necesitamos para salir a flote.
Ese niño, que aun está dentro de nosotros, sigue dolido y necesita que el adulto que ahora somos le ayude a sanarse. 

Los esquemas vitales

Jeffrey Young es un psicólogo americano conocido por ser el fundador de la terapia de esquemas. Esta terapia consiste en que la persona que está sufriendo se dé cuenta de los esquemas que hoy día rigen su vida y como estos deben ser modificados.

Estos esquemas fueron aprendidos en la infancia y han sido extrapolados a la edad adulta. El objetivo de la terapia es desactivar los esquemas y conseguir sanar al niño que llevamos dentro.
Los esquemas son patrones de pensamiento, emoción y acción que repetimos constantemente al encontrarnos en una situación determinada. 

Si por ejemplo nuestra madre nos abandonó cuando éramos niños, y es un hecho que no supimos gestionar, es probable que en la actualidad presientas con frecuencia que vas a ser abandonado. Esto repercute en las relaciones de amistad, familiares o pareja y puede estar generándote una conducta celotípica, agresiva o dependiente.

Digamos que aquella figura tan importante para ti que era tu madre, ha sido proyectada por ejemplo, en tu pareja. Así, como crees no ser digno de amor, piensas erróneamente que puede dejarte, al igual que lo hizo tu madre.

Además del esquema de abandono, existen otros como el de privación emocional, fracaso, vulnerabilidad al daño, desconfianza, etc… los cuales por razones de espacio no entraremos a explicar aquí. Todos ellos comparten la peculiaridad de que han sido formados en la infancia, ya sea por el tipo de apego con la familia o por experiencias tempranas traumáticas.
Estos esquemas siguen activándose cuando somos adultos, al encontrarnos con experiencias que se parecen a las que experimentamos de niños. 

Sanar al niño interior

Las terapias cognitivo-conductuales se basan en el cambio de pensamientos automáticos negativos y creencias actuales, además de en la deshabituación de ciertos comportamientos repetitivos que son disfuncionales. También trabajan con las emociones y la influencia que tienen sobre nuestro comportamiento y su evaluación.
La terapia de esquemas, además de todo esto, añade el ejercicio de echar un vistazo al pasado, de volver a revivir aquello que nos hirió cuando éramos pequeños e intentar que nuestro adulto ayude a nuestro niño. 

Un ejercicio que podemos practicar cada día es imaginarnos a nosotros mismos de niños, en una situación que fue dolorosa y no hemos superado. Cierra los ojos, relájate e intenta revivir lo más nítidamente posible aquella escena. Observa a ese niño o niña que eras y siente las emociones que sentiste. No huyas de la tristeza, ni de la ansiedad ni de la rabia que te supuso. Permítete sentirlas en todo su esplendor.

Una vez que estés metido en la escena y lo sientas todo casi como aquel día, saca a escena a tu adulto, con toda la sabiduría que ahora tiene y deja que ayude a ese niño. El adulto abrazará al niño, le secará las lágrimas, lo entenderá y le dirá que está ahí para siempre. Además, el adulto le preguntará al niño qué es lo que necesita e intentará satisfacerlo. De esta forma, habrás cubierto tus necesidades y ayudado a ese niño, que eres tú.
Además, el adulto debe animar al niño a perdonar. Este acto, tan valiente, rompe las cadenas de la esclavitud de un recuerdo difícil de superar y que aun nos pesa en la actualidad. 

Es un ejercicio muy emotivo que ayuda a profundizar en nuestros sentimientos y a desactivar, en parte y con mucha práctica, los esquemas disfuncionales que hemos aprendido.

Alicia Escaño Hidalgo

viernes, febrero 24, 2017

Esa extraña sensación de que “ya nada es como antes”

En ocasiones, llega esa extraña sensación: la de que ya nada es como antes. Las miradas pierden su brillo, las palabras su música, y día a día, somos más conscientes de que solo nos quedan cenizas, y de que tarde o temprano llegará ese viento raudo que todo se lo lleva y todo lo cambia. Instante para el cual, debemos estar preparados.



No es fácil. A lo largo de todo nuestro ciclo vital ya hemos afrontado muchas veces ese mismo sabor. Muchos dicen que todo se debe a la rutina, ella quien arrastra sus pesadas cadenas a nuestro alrededor para convertirnos en seres menos espontáneos, menos ávidos de cercanía, de caricias a escondidas y de detalles que aceleran el corazón.

“No hagas con el amor lo que un niño con un globo: que al tenerlo lo ignora y al perderlo llora”
-Pablo Neruda- 

Tal vez sea ella, la temible rutina, o tal vez seamos nosotros quienes cambiamos con el tiempo, nosotros mismos quienes permitimos que día a día y casi sin saber por qué, se vayan apagando nuestras emociones. A veces, somos como esa vela que brilla llena de intensidad en la noche, un luz que baila y nos inspira con sus formas, pero que se va consumiendo con las horas, hasta que al final deja en el ambiente un extraño perfume dulzón e incómodo, como un ensueño del pasado que ya no tiene sentido en el presente. Tal vez…

Asumir que ya nada es como antes nos invita a una profunda reflexión. Puede no sea un obligado final, pero si un instante de necesario diálogo, de imperantes esfuerzos mutuos con los que renovar ese vínculo, esa relación. Actuar con madurez y responsabilidad es la mejor llave para dar paso a un nuevo inicio, o quizás a un inevitable final.

Nada es como antes y yo no somos los mismos de ayer

Cuando uno toma plena conciencia de que las cosas ya no tienen el brillo, la intensidad y la magia del ayer, lo primero que siente es una profunda contradicción, el pinchazo de la amargura y la pincelada de la nostalgia. Más que momentos echamos en falta las emociones del pasado y esas complicidades que edificaban un día a día donde no existían huecos, donde la ilusión lo llenaba todo, y a su vez otorgaba sentido a la vida.

Cuando ese vínculo emocional pierde fuerza y la intimidad del ayer en la pareja languidece, podríamos decir que falta todo. Es un lento ocaso que entristece y desespera a la vez, porque nuestro cerebro necesita por encima de todo “sentirse seguro”. Piensa que no le agrada la contradicción y esos desajustes que interpreta al instante como una amenaza, como una señal de peligro.

Cuando entramos en esta fase de alarma lo primero que hacemos es buscar un porqué. Aunque son muchos los que, sencillamente, se centran en el “quién”. Es común proyectar en el otro todas las culpas: “es que me descuidas, es que ya no me tienes en cuenta, es que antes hacías esto y lo otro y ahora ya no le das importancia a esos detalles”.

Centrarnos en exclusiva en el otro para acusarlo puede estar justificado en algunas ocasiones, queda claro, pero no en todas las relaciones existe un único culpable. Es más, sería una buena idea que nos acostumbraramos a cambiar ciertas expresiones en este tipo de dinámicas relacionales. En lugar usar la palabra “culpabilidad” y el componente negativo que ello implica, es mejor hacer uso del término “responsabilidad”. 

En el juego de energías y refuerzos, tanto positivos como negativos, que conforman el universo de la pareja, los dos miembros son responsables del clima y de la calidad de la misma. Y en ocasiones, y esto es bueno que tengamos claro, no hay que buscar un culpable a la desesperada para entender por qué ya nada es como antes, por qué ya no nos miramos igual ni parece que nos necesitamos tanto como ayer.

El amor a veces se apaga. Puede que lo haga en uno de los dos o puede que en ambos. Porque aunque muchas veces nos hayan convencido de lo contrario, las personas cambiamos con el tiempo, o más que cambiar, crecemos. Aparecen nuevas necesidades y nuevos intereses: ahí donde lo que antes era prioridad ahora ya no lo es tanto.

Un hecho no exento de cierta dureza que es interesante saber gestionar de forma adecuada.

Si ya nada es como antes, actúa

Nadie puede ni tampoco merece vivir eternamente en esa antesala de las emociones rotas, de las relaciones incompletas o de las esperanzas que nunca van a cumplirse. Si ya nada es como antes y nada puede solucionarlo, demos el paso de forma madura para terminar la relación de la forma más digna posible.

“El amor no prospera en corazones que se alimentan de sombras”
-William Shakespeare- 

En un interesante estudio del 2005 del “Journal os Social Personal Relationships“ concluían que existen tres claves para cerrar una relación de pareja de la forma más positiva y adecuada para ambos miembros de la pareja. Así, según las conclusiones de este trabajo lo que ha de evitarse por encima de todo según este mismo trabajo, es lo que se conoce como la aplicación del “efecto fantasma”, es decir, poner en práctica una conducta evasiva donde, sencillamente, alejarse progresivamente del otro sin dar explicación alguna.

Veamos a continuación cuáles son esas tres claves para finalizar de forma madura una relación.

Si nada es como antes, entonces es el momento de empezar a caminar por separado
  • El primer punto a la hora de gestionar estas situaciones es alcanzar la certeza de queda otra opción que la separación. Recuerda siempre que afrontaremos mucho mejor el duelo sabiendo que hemos hecho todo lo posible.
  • El segundo paso que recomiendan los expertos es no “destruir” al otro antes de “acabar” con la propia relación. Lo señalábamos con anterioridad, en ocasiones buscar culpables no sirve de mucho. Si hacemos uso de la crítica, el reproche, la humillación y la rabia lo único que conseguimos es alimentar las emociones negativas hasta crear una energía tan profunda que nos impedirá aún más cerrar esa etapa.
  • Por último, y aunque sea un aspecto que siempre cuesta y al que muchos no le hallan sentido, es necesario perdonar. Perdonar no es ni mucho menos claudicar; es un rito de paso imprescindible para dejar ir sin cargas, sin rencores. Es poner fin a una etapa donde perdonarnos a ambos por el dolor causado, pero aceptando a su vez todo lo positivo que hemos compartido. Un adiós, a tiempo seguido de un “perdón” valiente, nos ayudará a iniciar nuevos caminos dejando atrás un ayer donde ya no tenía cabida la ilusión ni la esperanza.

Valeria Sabater

jueves, febrero 23, 2017

Esa maravillosa sensación de sentirnos útiles

¿La conoces? ¿Conoces esa maravillosa sensación de sentirte útil? Es algo realmente alentador para el ser humano. Ese sentido de utilidad, ese “estoy siendo útil para alguien”, ese sentirse partícipe del cambio de otra persona, es algo muy valioso. Un oasis dentro de este temporal de egoísmo y falta de empatía en el que a veces vivimos.



Seguro que en más de una ocasión te has visto dudando sobre tu capacidad para hacer aportes interesantes a un proyecto. Te has preguntado ¿para qué valgo yo? ¿Qué puedo aportar al mundo? Bueno… este tipo de cuestiones requieren de una respuesta bien elaborada, de manera que la interioricemos y evitemos que las dudas se cronifiquen y se conviertan en el mejor caldo de cultivo para la inseguridad.
Nuestra existencia a veces queda relegada a una serie de pasos bien definidos y estructurados. Pasos que muchas veces hemos elegido sin desearlos realmente, pasos que otras veces eran los que creíamos debíamos tomar… 

¿En qué podemos ser útiles?

Muchas veces nos encontramos viviendo sin un propósito que sirva como una motivación intrínseca. Trabajamos por muchas razones: para ganar el dinero que cubra nuestras necesidades, ya sean reales o espejismos, para estar ocupados y sentirnos realizados en nuestro día a día, para establecer relaciones sociales, etc. Trabajamos en aquello que nos gusta, o trabajamos en aquello que no nos quedaba otro remedio trabajar para poder sobrevivir. Si es que tenemos la suerte de poder trabajar.

De una manera o de otra, para muchas personas el trabajo se convierte en una auténtica prueba de voluntad, ya que no les gusta nada. Una situación que asumen pero que no se cuestionan porque intuyen que si miran para abajo los metros de caída pueden ser muchos. Han dejado de preguntarse qué les emociona, qué les alimenta o qué podría enriquecer sus almas.
Sin embargo, también hay esperanza. A veces se produce ese “CLICK”. Algo toca nuestro ser. Algo aparece bien nítido y definido. Un sentido de vida, un sentido de utilidad, ¡un motivo por el cual vivir! Vivir una vida digna de ser vivida, una vida bien vivida desde MI persona. 

Esa sensación es maravillosa. Ese momento exacto en el que nos descubrimos a nosotros mismos siendo relevantes. El ser humano, como sabemos, es un ser social. Necesita de un buen apego en la infancia para poder tener una psique sana con la que desarrollarse en su adultez. Somos seres sociales por naturaleza.

Ayudando a los otros reafirmamos nuestras virtudes y habilidades

Ser útiles tiene que ver con crear o producir que se percibe como valioso, ya sea en nuestro mundo, en los alrededores o en las lejanías. Repercutir en los otros y serles de utilidad es una sensación que nos reafirma y nos conecta con aquello que es importante para nosotros. Muchas veces nos sentimos así a través de la profesión que desempeñamos, pero este no es el único ámbito de nuestra vida donde podemos sentirnos útiles.

Muchas personas descubren este sentido después de haber estado en múltiples trabajos, y llegan a la conclusión que estos trabajos no estaban alimentando sus necesidades más genuinas. Y es de manera azarosa como, en muchas ocasiones, acaban descubriendo ese sentido de utilidad. Se descubren ayudando a los demás y se encuentran, paradójicamente, a sí mismos en este movimiento.

Algo parecido a lo que sucede cuando estamos inmersos en una actividad y el mundo deja de existir. Solo existimos nosotros. Fluimos en esa actividad. Nos diluimos en ella. Nos llena tanto que dejamos de ser conscientes de lo que estamos haciendo para fluir y permitirnos ser. 

Cuando somos genuinos y útiles en el mundo, sentimos plenitud

Cuando somos útiles de manera genuina, y el sentimiento tiene que ver con nuestras habilidades y nuestras fortalezas más auténticas y propias, generamos la sensación de que tenemos un poder potencial mucho más grande que el que nos correspondería si comparásemos nuestra insignificancia física con la inmensidad del Universo. Fluimos. Somos conscientes de que nos estamos ayudando -o de que estamos ayudando al otro- y eso nos llena de ilusión y alimenta de paz.

Por ello, ser agradecidos con quien nos ayuda -de una manera en la que lo perciba- es una actitud que no deberíamos obviar ni olvidar. La gratitud alimenta el propio corazón y el ajeno. Todavía estás a tiempo de descubrir dónde te encuentras siendo útil y a la vez sintiéndote en plenitud por ello. ¡Tienes todo tu presente por delante!

Alicia Garrido Martín

miércoles, febrero 22, 2017

3 tipos de dependencia emocional

La dependencia emocional es una condición compleja. Generalmente no obedece a un solo factor, sino que para que aparezca y se mantenga son necesarios diferentes factores. Además, en muchos casos ni siquiera se trata de una realidad consciente. Por el contrario, el dependiente emocional piensa que los problemas derivados de su dependencia tienen un origen distinto y, a menudo, externo.



Detrás de la dependencia suele existir un miedo extremo. También hay muchas fantasías en torno a la propia capacidad o al lugar que se ocupa en el mundo. El dependiente siente, sin pruebas que lo apoyen, que si rompiera o careciera de determinados lazos correría un grave peligro.


“Amargo sabe el pan ajeno, dice Dante, y pesados los escalones de una casa extraña, ¿Y quién mejor que la pobre pupila de una vieja aristócrata para conocer la amargura de la dependencia?”

-Aleksandr Pushkin-

Este tipo de dependencia es similar a la que experimenta un adicto. Como tal, también conlleva un síndrome de abstención. Aparecen episodios de ansiedad y depresión cuando, por alguna razón, el vínculo se rompe o debilita momentáneamente. La existencia misma puede experimentarse como algo insoportable sin ese lazo. Quien la padece, sin duda, sufre mucho. Se puede hablar de tres tipos básicos de dependencia emocional y son los siguientes.

Dependencia emocional de la familia

Es una de las forma de dependencia emocional más difíciles de sortear. Generalmente corresponde a estructuras familiares en donde los padres sufren fuertes estados de ansiedad y lo transmiten a sus hijos. Estos últimos son educados con un excesivo temor frente al mundo. Lo externo es visto como amenaza y el seno familiar como un refugio.

Quienes padecen este tipo de dependencia sobrevaloran la protección que ofrece la familia. Si bien suelen existir lazos afectuosos y grandes gestos de solidaridad, también es cierto que hay rasgos insanos. Dentro de ellos destaca esa idea repetida de que hay que los riesgos, cuanto más lejos, mejor.

En este tipo de familias no se fomenta la auto-confianza. Por el contrario, en el fondo se promueve la creencia de que la persona va a mostrarse incapaz ante los grandes desafíos. De este modo, la familia se convierte en una especie de burbuja que ampara, pero que también encarcela. En el fondo se trata de una manera errónea de sortear la ansiedad. También es una respuesta equívoca frente a la exigencia de crecer y ser autónomos.

Dependencia emocional de la pareja

Este tipo de dependencia es uno de los más frecuentes. También es uno de los más nocivos. Parte de una creencia errónea. En ella se supone que la pareja otorga sentido a la propia vida o protege de una terrible soledad. Por eso la pareja se convierte en el eje de la vida propia.

Este tipo de dependencia es propio de las personas que cargan grandes inseguridades. No tienen claro qué son capaces de hacer y qué no. De hecho, suponen que son muy desvalidos. Por lo tanto, necesitan un apoyo para vivir y ese apoyo sería su pareja. Esta se convierte en una especie de escudo protector contra el sufrimiento o el miedo. Por eso se desarrolla un fuerte apego hacia ella.

Aunque este tipo de dependencia puede funcionar durante un tiempo, la verdad es que más temprano que tarde origina grandes sufrimientos. El dependiente tiene tanto miedo de perder a su pareja, que puede desarrollar comportamientos muy nocivos. Entre ellos cabe destacar los celos excesivos o la sumisión sin límite. Así, la dependencia deteriora la relación en lugar de hacerla más fuerte.

Dependencia del medio social

Lo más característico de esta condición es la excesiva necesidad de ser reconocido y aprobado en cualquier entorno. Si el medio no da señales de franca valoración y aceptación, el individuo entra en pánico. Además, hará lo que sea necesario para lograr esa aparente compensación psicológica. Sentirse rechazado, desde su perspectiva, equivale a que le ocurra lo peor que le puede pasar.

Para lograr la aprobación, una persona puede volverse servil o invisibilizarse. En el primer caso, el dependiente se siente obligado a agradar a otros, pasando por encima de sí mismo incluso. Será capaz de hacer cualquier sacrificio con tal de no tener que enfrentarse a un rechazo o a una confrontación. En el segundo caso, la persona puede renunciar a sus convicciones, con tal de no entrar en tensión con su entorno. En ambos casos, la situación es completamente dañina.

Tanto en el caso de la dependencia familiar, como de pareja o del entorno social, lo que reside en el fondo es una pobre autoestima. Sobre todo, no hay conciencia acerca de lo que uno es capaz de hacer. Se parte de la idea de que se tiene poca valía y se es inferior o menos competente para sortear la vida que los demás.

Todas esas creencias falsas se traducen en miedo y ansiedad. Y como con todo miedo, como todos los miedos injustificados que todos atesoramos, la mejor manera de superarlo es enfrentándolo. Quizás solo necesitas dar el primer paso. Atreverte a caminar solo. Arriesgarte a salir de tu zona de confort. La confianza en uno mismo no se construye de la noche a la mañana, pero algo sí es seguro: si la construyes alejada de “dependencias” esta será mucho más sólida.

Edith Sánchez

martes, febrero 21, 2017

La dirección de tu vida la marcan tus valores, no tus objetivos

¿Qué huella te gustaría dejar cuando todo termine? A veces podemos encontrarnos con la sensación de no tener el control. Parece que somos un gran autobús siguiendo las indicaciones de los pasajeros que nos acompañan en el viaje. Tomamos decisiones que la gente de alrededor nos recomienda y terminamos cogiendo calles que van en una dirección muy diferente a nuestros valores.



Cargamos con una mochila de inseguridad que pesa cada vez más, dejando nuestros valores en la cuneta. Como resultado no somos conscientes de que el tiempo prende igual de rápido que una mecha, y que dar marcha atrás no siempre es posible. 

Tomamos caminos que no nos llenan, no nos convencen y nos presionan. Caminos que nos indican desde fuera, nos los repiten insistentemente bajo los convincentes títulos de “es lo mejor para ti” “créeme, es lo correcto” “ahora es lo que te toca”. Entonces un día te descubres conduciendo sin las manos al volante.

“De alguna forma, hemos llegado a la creencia errónea de que no somos más que carne, sangre y huesos y eso es todo. Por lo que dirigimos nuestros valores a cosas materiales” 
-Maya Angelou- 

Los valores son direcciones de vida

Para empezar, un valor no es un resultado en sí mismo, no es una meta; un valor no se agota, siempre está ahí. Los valores definen las palabras que vas a utilizar para darle forma al argumento de tu vida: aceptación, persistencia, orden, conformidad, imparcialidad o intimidad. Una larga lista compuesta de direcciones que te permite decidir qué objetivos son los que realmente importan.

Por lo tanto, una vida valiosa es el resultado de actuar al servicio de lo que valoras realmente. El problema es que muchas veces no sabemos identificar cuáles son esos valores y qué relación tienen con nuestras áreas vitales. Existen nueve áreas principales que componen nuestra vida: las relaciones familiares, las relaciones íntimas o de pareja, las relaciones sociales, el trabajo, la educación, el ocio, la espiritualidad, la ciudadanía y la salud.

“La madurez se consigue cuando una persona pospone placeres inmediatos por valores a largo plazo”
-Joshua Loth Liebman- 

A cada área le damos un nivel de importancia y en cada una actuamos de diferente manera para solucionar los obstáculos que surgen. Sin embargo, la trampa está en que muchas veces las soluciones que ponemos en marcha no coinciden con nuestros principios. Por eso hacemos cosas de las que nos arrepentimos o nos bloqueamos al tomar decisiones. Todo ello nos lleva a sentirnos desbordados, agotados o perdidos.

Lamentos a destiempo

Bronnie Ware, una enfermera canadiense, recopiló a lo largo de varios años los últimos arrepentimientos de sus pacientes en la unidad de cuidados paleativos. Un artículo publicado posteriormente por Harvard Business Review lo corroboraba, existen 5 lamentos comunes que se repiten en las personas que van a fallecer:
  • Ojalá hubiera vivido una vida fiel a mí mismo y no lo que querían los demás.
  • Me gustaría no haber trabajado tan duro y haber disfrutado más tiempo con mi pareja y familia.
  • Ojalá hubiera tenido el coraje de expresar mis sentimientos.
  • Tendría que haber contactado más con mis amigos.
  • Me hubiese gustado ser más feliz.

“La felicidad es el estado de consciencia que procede del logro de los valores propios”
-Ayn Rand- 

Las personas se arrepienten de soltar las riendas de su vida, de haber perdido tiempo junto a sus seres queridos, de no haberse expresado por evitar conflictos con los demás o por tener miedo. Nos atrapamos en un conformismo mediocre. Nos enjaulamos en nuestra rutina y dejamos de lado el tiempo y esfuerzo que merecen lo que realmente nos importa.

La felicidad es una elección, el miedo al cambio nos encadena a hábitos que no nos producen satisfacción. Pasamos más tiempo haciendo creer a los demás que somos felices que siéndolo.

Tú eliges hacia dónde ir

Piensa que la clave está en adelantarnos a esta frustración, en encontrar nuestros valores y en plantearnos objetivos que den sentido a los trayectos que elegimos. Los profesionales de la psicología ayudamos a las personas a pasar del discurso a la acción. El primer paso es identificar tus valores y su jerarquía en función del momento vital en el que te encuentras.

A partir de ahí se establecen metas a corto y largo plazo. Es decir, los valores formarán los pilares sobre los que nos iremos marcando objetivos a lo largo del tiempo. Objetivos que realmente nos aportan sentido y con los que tendremos la oportunidad de superarnos y de sentirnos cómodos.

Más adelante concretaremos y planificaremos esos objetivos en acciones. Esta es la parte que más miedo da por las dificultades que anticipamos. Realizar cambios nos produce inseguridad y queremos huir para evitar afrontarlos. Desde la psicología trabajamos durante todo el proceso para superar los obstáculos y las barreras. Piensa que no hay mayor bienestar que aquel que se consigue a través de elecciones propias.

Alicia Yagüe Fernández

lunes, febrero 20, 2017

El autocuidado es signo de libertad, dice Michel Foucault

Michel Foucault fue uno de los pensadores más influyentes del siglo XX. Su extenso legado abarca estudios críticos sobre medicina, psiquiatría, instituciones sociales, ciencias humanas y tratados sobre la sexualidad. El presente escrito intenta plasmar los conceptos básicos que este autor desarrolló acerca del autocuidado como signo de libertad.



Parte de los escritos de Foucault se caracterizan por sus profundos análisis sobre las relaciones de poder, discurso y conocimiento, los cuales han merecido extensos y acalorados debates. Su postura crítica y auténtica frente a la modernidad hace que sea uno de los autores más leídos. Al igual que un referente clave en temas relacionados con las humanidades.


“El ser humano pasa la primera mitad de su vida arruinando la salud y la otra mitad intentando restablecerla”.

-Joseph Leonard-

En términos generales, Foucault se refiere al cuidado de uno mismo como un signo de libertad. Señala la importancia del cuerpo-mente como una unidad trascendente y singular. Existimos para generar autoconciencia y responsabilidad sobre nuestra propia vida. Para esto, es necesario llevar a cabo un proceso de aprendizaje y pasar por un sinnúmero de situaciones en donde ese aprendizaje se pone en práctica.

Preparándonos para el autocuidado

Para Foucault, el alma es equiparable al sujeto. Y como sujeto, no puede desconocer o pretender ignorar los retos que implica la existencia. Por tal motivo, le otorga una especial importancia al hecho de prepararse para la vida adulta. Esta involucra, entre otras cosas, tener el discernimiento para identificar los errores y los hábitos nocivos que acompañan nuestro paso por el mundo.

Ese cuidado de sí es algo que solo puede proporcionarse el mismo sujeto. Es una forma de pertenecerse a sí mismo, de “ser yo”. Para Foucault esto solo es posible en función de la relación que establezcamos con la verdad y con el saber. Si esta relación es adecuada, aparecerá la capacidad para decidir qué rechazamos y qué aceptamos; qué mantenemos igual y qué cambiamos de nosotros mismos.

Adicionalmente, plantea la importancia de mantener una relación de crecimiento con los demás y lo que nos rodea. Dicha retroalimentación implica el aprendizaje como ser social. De manera complementaria nos invita a escuchar, a valorar la experiencia de otros como fuente de conocimiento que enriquece nuestro ser. El trasegar por el mundo de otros es un referente o experiencia indirecta igualmente valiosa.

Ocuparse de uno mismo no implica una actitud egocentrista, sino todo lo contrario. Significa tener conciencia plena de todas nuestras potencialidades y limitaciones. De forma complementaria, hay que sentir interés por el otro y esto solo es posible si hay interés por nosotros mismos. De lo que se trata, con este modelo de pensamiento, es de aprender a cuidar y a tomar la realidad en nuestras manos.

El conocimiento y la acción van de la mano

A manera de ejemplo, el médico obtiene un aprendizaje teórico y práctico para ejercer su oficio en el bienestar y cuidado de los demás. Atraviesa diferentes etapas y llega a comprender que el sujeto es una unidad compuesta de cuerpo y mente. Es decir que cuando una persona incorpora el conocimiento del cuidado a su vida, lo puede convertir en una en los dos sentidos.

Para Foucault, existe un vínculo inseparable entre conocimiento y acción. Al experimentar el cuidar de sí o el autocuidado, se potencia la autorreflexión. Esta, a su vez, conduce a la conciencia de las emociones y a la asimilación de experiencias que integran el conocimiento. Por otro lado, esta percepción de nosotros mismos como sujetos activa nuestra sensibilidad y permite que la incorporemos a nuestras acciones.

Toda filosofía sobre el cuidado exige una búsqueda en torno al cuidado de sí y de los otros, que culmina con la adquisición de sabiduría. En dicha sabiduría toman especial relevancia la elección de los valores que dan lugar a mejores formas de vivir. Todo esto como resultado de lo que elegimos ser y lo que hemos aprendido.

Un pilar de las relaciones sociales

El concepto de autocuidado es un signo de libertad, ya que parte de la consciencia y de un conjunto de decisiones que hemos tomado durante nuestra vida. Adicionalmente, se constituye como un pilar de las relaciones sociales e individuales y en la práctica de un conocimiento adquirido. Este proceso tiene lugar en el campo de la comunicación personal y colectiva.

El autocuidado abarca muchas esferas que se relacionan con el bienestar, como por ejemplo, las necesidades, las emociones, la salud, los comportamientos, los valores, etc. Estamos hablando de todo aquello que permite mejorar nuestra calidad de vida y que no perjudica la de los demás. Por eso, es fundamental que cuerpo y la mente conformen una unidad.

Cuidar sí debe ser un comportamiento natural y esencial de todo ser humano, ya que este es determinante para habitar en el mundo. El autocuidado es una actitud para responder a todas nuestras necesidades ya sean del orden intelectual, físico, espiritual, emocional, etc. No pasemos por alto que es indispensable aprender a cuidar de nosotros como la base del cuidado que ofrezcamos a los demás.

Edith Sánchez

domingo, febrero 19, 2017

Nadie pierde por dar amor, pierde quien no sabe recibirlo

Nadie pierde por dar amor, porque ofrecerlo con sinceridad, con pasión y delicado afecto nos dignifica como personas. En cambio, quien no sabe recibirlo ni cuidar ese inmenso regalo es quien pierde de verdad. Por ello recuerda, nunca te arrepientas de haber amado y haber perdido, porque lo peor es no saber amar.



Afortunadamente la neurociencia va ofreciéndonos día tras día reveladoras informaciones que nos explican por qué actuamos como actuamos en esto del amor. Lo primero que conviene recordar es que el cerebro humano no está preparado para la pérdida, nos supera, nos inmoviliza y nos enclaustra durante un tiempo en el palacio del sufrimiento.

“El amor no tiene cura, pero es la cura de todos los males”
-Leonard Cohen- 

Estamos programados genéticamente para conectar entre nosotros y para construir lazos emocionales con los que sentirnos seguros, con los que edificar un proyecto. Es así como hemos sobrevivido como especie, “conectando”, de ahí que una pérdida, una separación e incluso un simple malentendido haga que salte al instante la señal de alarma en nuestro cerebro.

Ahora bien, otro aspecto complejo sobre el tema de las relaciones afectivas es el modo en el que afrontamos dicha separación, dicha ruptura. Desde un punto neurológico cabe decir que empiezan a liberarse al instante las hormonas del estrés, conformando en muchos casos lo que se conoce como “el corazón roto“. Sin embargo, desde un punto emocional y psicológico, lo que sienten muchas personas es otro tipo de realidad.

No solo experimentan el dolor por la falta del ser amado. Sienten una pérdida de energía, de aliento vital. Es como si todo el amor dado, todas las esperanzas y afectos dedicados a esa persona se hubieran ido también, dejándolos vacíos, yermos, marchitos…

Entonces… ¿cómo volver a amar de nuevo si lo único que habita en nuestro interior es el polvo de un mal recuerdo? Es necesario que afrontemos estos momentos de otro modo. Te hablamos de ello a continuación.

Dar amor o evitar amar de nuevo

Todos nosotros somos un delicado y caótico compendio de historias pasadas, de emociones vividas, de amarguras soterradas y miedos camuflados. Cuando se inicia una nueva relación nadie lo hace enviando previamente todas sus experiencias pasadas a la papelera de reciclaje. Nadie empieza de “0”. Todo está ahí, y el modo en que hayamos gestionado nuestro pasado hará que vivamos un presente afectivo y emocional con mayor madurez, con mayor plenitud.

“Es mejor haber amado y perdido 
que nunca haber amado en absoluto”
-Alfred Lord Tennyson-

Ahora bien, el hecho de haber vivido en piel propia una amarga traición o, sencillamente, percibir que el amor se ha apagado en el corazón de nuestra pareja cambia mucho el modo en que vemos las cosas. Dar amor con intensidad durante una época determinada, para después quedarnos vacíos y enclaustrados en la habitación de los recuerdos y las ilusiones perdidas, cambia muchas veces la arquitectura de nuestra personalidad.

No falta quien se vuelve desconfiado, e incluso quien desarrolla poco a poco la gélida y férrea coraza del aislamiento donde interiorizar el clásico mantra de “mejor no amar para no sufrir“. Sin embargo, es necesario derribar una idea básica en estos procesos de lenta “autodestrucción”.

Nunca debemos arrepentirnos de haber amado, de habernos arriesgado a un todo o nada por esa persona. Son esos actos los que nos dignifican, los que nos hacen ser humanos y maravillosos a la vez. Vivir es amar y amar es dar sentido a nuestras vidas a través de todas las cosas que hacemos: nuestro trabajo, nuestras aficiones, nuestras relaciones personales y afectivas…

Si renunciamos a amar o nos arrepentimos por haberlo ofrecido, renunciamos también a la parte más hermosa de nosotros mismos.

Sanar el amor perdido

Según un estudio llevado a cabo en la University College London, existen ciertas diferencias entre hombres y mujeres a la hora de afrontar una ruptura afectiva. La respuesta emocional parece ser muy distinta. Las mujeres sienten mucho más el impacto de la separación, sin embargo es común que se repongan antes que los hombres.

Ellos, por su parte, suelen aparentar estar bien, se visten con la máscara de la fortaleza refugiándose en sus ocupaciones y responsabilidades. Sin embargo, no siempre logran superar esa ruptura o tardan años en hacerlo. ¿La razón? El sexo femenino suele disponer de mejores habilidades para gestionar su mundo emocional. Facilitar el desahogo, buscar apoyo y afrontar lo ocurrido desde una perspectiva donde se halla el perdón y la actitud de pasar página suele hacer las cosas más fáciles.

Sea como sea, y más allá de los géneros o del motivo que haya originado esa ruptura, quedan claras algunas cosas que es necesario inocular en nuestro corazón a modo de vacuna. Ningún fracaso emocional debe vetarnos nuestra oportunidad de ser felices de nuevo. Digamos “no” a ser esclavos del pasado y eternos cautivos del sufrimiento.

Otro aspecto que es bueno recordar es que amar no es sinónimo de sufrir. No alimentemos esperanzas o alarguemos el “chicle” de una relación que de antemano tiene fecha de caducidad. Una retirada a tiempo salva corazones y un adiós valiente cierra una puerta para abrir otra, esa donde el amor se conjuga siempre con la palabra FELICIDAD.

Valeria Sabater

sábado, febrero 18, 2017

¿Puede ser la soledad una aliada en el crecimiento personal?

Una excelente forma de definir la soledad como algo bello nació de las palabras de Gustavo Adolfo Bécquer. Este romántico literato español afirmaba que “la soledad es muy hermosa… cuando se tiene alguien a quien decírselo”.



No es probable que Bécquer supiera mucho de crecimiento personal, al menos, tal como lo entendemos hoy en día. Sin embargo, sus palabras sí pueden ser muy provechosas en este sentido. En realidad, la soledad puede ser una herramienta preciosa para ser mejores, siempre y cuando sepamos hacer uso de ella.

La soledad como herramienta para crecer

Sentirnos solos, sin ser arropados por alguien que nos quiera puede ser un verdadero dolor. En el fondo, el ser humano es un animal social que necesita de la compañía de otros. Pocos han sido capaces de domesticar a la soledad completa y ser felices en ella. La mayoría nos vemos en la “obligación” de compartir.

Por ello llaman especialmente la atención las opiniones que vierte Felipe Cortés, un enfermero que ha intentado llevar a la psicología positiva a su profesión. Este voluntario de diversas ONGs y activo participante de iniciativas como la IPPA (International Positive Psychology Association) ha desarrollado algunas reflexiones que merecen la pena en este campo.

Para Cortés, la soledad puede ser un vórtice energético. Dicho vórtice subyace bajo las capas con que nos protegemos o nos presentamos en sociedad. Por eso considera que aun estando rodeados de gente y aparentemente felices, tal vez seamos y nos sintamos como unos absolutos incomprendidos.

No obstante, y a pesar de que la soledad no necesariamente significa estar solos, sino sentirnos solos, nos ofrece una serie de caminos interesantes que podemos explorar. De ellos, hay dos que sobresalen por encima de los demás. Podríamos dejar que el sentimiento de vacío se haga enorme en nuestro interior, o bien explorarlo, elevarlo y sacar provecho del mismo.

Comprender la soledad para crecer

Como es lógico, dejar que el sentimiento de vacío se apodere de nosotros no es el objetivo de este artículo. En tal caso, el ser humano que se adentra en esa senda tiene un largo trecho de soledad y probable tristeza que rara vez ofrecerá algo positivo.

Sin embargo, aquellos que desean comprender su soledad, elevarla y aprender de ella podrían encontrar interesantes sorpresas. Es decir, en ella podrían encontrar un sendero interesante de conocimiento y compresión, capaz de aportar valor a nuestro mundo.

Y para aprender a comprender a nuestra soledad y convertirla en una aliada más del crecimiento personal propio, Felipe Cortés ofrece una serie de consejos que resultan especialmente interesantes. ¿Te parece si los vemos?

“La soledad es la suerte de todos los espíritus excelentes”
-Arthur Schopenhauer- 

Consejos para aliarse con la soledad y crecer

Aprender a lidiar con la soledad y usarla en beneficio propio requiere de:
  • Trasformar la soledad en una herramienta de autoconocimiento: si usas tus momentos de soledad para autocompadecerte por tu desgracia, no lograrás nada. Sin embargo, si tratas de aprender de ella y de ti mismo, por extensión descubrirás nuevas facetas de tu vida que tenías olvidadas y que requieren tu atención. Así pues, hablamos de una gran herramienta para el reencuentro con tus anhelos, tus alegrías y tus pasiones verdaderas.
  • La soledad como vehículo de crecimiento: en definitiva, por mucha gente que tengamos alrededor hemos de entender que tenemos que ser nuestros mejores amigos. Así que tener buena relación con uno mismo es prácticamente una obligación. Y para estar contigo, no puede haber nadie más. Aprovecha esos ratos solitarios para aprender de ti, conocerte mejor, confiar en ti y crecer como persona.
  • La soledad para amarte de verdad: también es la soledad la única aliada para que te quieras de verdad. Todos podemos tener deseos extraños y zonas oscuras a las que temer. Pero si las descubrimos y las superamos, entraremos en un mundo de amor propio tremendo. Piensa que solo así podremos querer sinceramente a los demás, empezando por uno mismo.

“La soledad es y siempre ha sido la experiencia central e inevitable de todo hombre”
-Tom Wolfe- 

Como puedes comprobar, lidiar con tu soledad no tiene por qué ser estrictamente negativo. Somos seres individuales, por lo que no solo es una realidad, además es necesaria. De ahí que si queremos comprendernos mejor y ofrecer todo lo bueno que tenemos, deberíamos hacerlo desde un conocimiento propio y un profundo amor por lo que somos.

Pedro González Núñez

viernes, febrero 17, 2017

Tú eres más que el dolor que estás sintiendo

Tú eres más que el dolor que estás sintiendo. Eres más que ese sufrimiento que surge desde lo más profundo de tu alma. No eres tu dolor, ni tu sufrimiento. Eres mucho más que un sentimiento, por invasivo que sea. Piensa que no naciste con este dolor y que has vivido mucho tiempo sin haberlo conocido. Por tanto TÚ eres más grande que todo esto. Tu persona abarca más mundos que ese en el que te has adentrado.



Quizá muchas veces te hayas visto entrando (o más bien cayendo) en un pozo profundo donde has sentido que la oscuridad y la incertidumbre eran tus únicas compañeras. Precisamente porque eso es lo único que ves, porque es lo que te rodea, piensas que no hay nada más. Que se acabó. Piensas que estás abocado a una vida de negrura y desasosiego constante. Sin cambios. Como en una espiral agónica y eterna…

Esta es una sensación normal cuando uno está metido dentro de ese pozo. Miras hacia arriba y la salida te parece inalcanzable, miras a los lados y solo hay paredes que nos impiden ver el exterior… Cuando uno “no puede” ver el exterior, es muy difícil que consiga explorar a este como medio para distraerse y crecer.

El dolor en nuestra vida tiene un sentido que hemos de poder escuchar

De ahí la impotencia tan inmensa que sentimos cuando caemos hasta estas profundidades, de ahí también la frustración de los amigos y familiares que quieren ayudarte. ¡Tienes que salir! ¡No puedes estar así!… Da la sensación de que para los demás, caer en ese pozo no tiene sentido, porque ellos ven muy fácil desde lo alto el camino de salida. Incluso pueden culpar a la persona que está en el pozo porque piensan que han elegido estar ahí.

Precisamente toda caída alberga un sentido y, cuanto más grande es, más tiempo de asimilación necesita. Un diálogo interno con uno mismo, desde la honestidad y desde la verdad. Escucharse, incluso recibiendo palabras que hacen crujir nuestro interior, son actos de valentía. No hablamos de quedarnos estancados en este pozo negro y oscuro, pero sí de entender qué ha precipitado nuestra caída en él.

Desde ahí, y solo desde ahí, podremos comprender esta etapa de nuestra vida con sentido. Porque es una etapa. Una etapa que debíamos vivir y por la que debíamos caminar. Una vez comprendido el sentido de esta experiencia en nuestra vida, en la globalidad de nuestra vida, podremos estar preparados para evolucionar y vivirnos como un TODO. No solo como nuestro dolor.

Ignorar el mensaje del dolor no debería ser el camino a seguir

La manera de acatar el dolor no es ignorándolo. Es entendiendo aquello que nos está queriendo decir. Como cuando tenemos alguna enfermedad leve… para saber cómo erradicarla hay que entender qué enfermedad es y por qué ha aparecido. Una vez ahí podremos tratar los síntomas. Pero de nada sirve eliminar el síntoma sin poder entender por qué ha aparecido o, mejor dicho, PARA QUÉ ha aparecido.

La psicología que trabaja el ámbito de la prevención se dedica precisamente a esto. Entender cómo se ha originado un problema. Una vez entendido este podremos trabajar para que no vuelva a suceder.

Por todo ello todos somos más que nuestro dolor. Nuestro dolor tan solo (y no es para menos…) nos habla de quiénes somos, de aquello que nos falta, de aquello que hemos de cambiar o de aquello que hemos de aceptar muchas veces…

Pasa de la visión de túnel a una más amplia y realista

Como, por ejemplo, en el duelo por un ser querido. La muerte es una realidad que hemos de asumir. No podemos eliminar ese dolor, no tiene sentido ir en contra de una tristeza completamente lógica. Es un trance que hemos de asumir e integrar en nuestro relato.

Ese punto “oscuro” en nuestra vida acaba dándonos, paradójicamente, mucha luz. Nos da una visión más lúcida y real de la persona que somos. Somos MÁS que ello. Aumentemos el campo de visión. 

Hay más allá de este pozo negro.

Hay más luces, hay más pasiones, hay vivencias y experiencias, hay ilusiones y hay deseos por cumplir. Pero es importante entender que si solo ves negro es porque estás en ese momento del camino. No porque no haya nada más, no porque todo esté perdido.
Si tienes claro que tu visión es limitada estás dando un paso inmenso

Es simplemente que solo estás mirando con ese caleidoscopio de “túnel” con el que tantas veces miramos las cosas. Entendiendo esto ganarás más espacio y más visión. Poco a poco irás volviendo a ver todo lo que está a tu alrededor. Tan solo es cuestión de que puedas entender esto desde una visión más realista y global.

“Solo en la misma medida en que el hombre se compromete al cumplimiento del sentido de su vida, en esa misma medida se autorrealiza”
-Víctor Frankl- 

Desde aquí mandamos mucho ánimo a todas las personas que se encuentren en este pasaje de la vida.

Alicia Garrido Martín

jueves, febrero 16, 2017

Lo espiritual va más allá de lo psicológico

No es fácil definir lo espiritual. Es una palabra muy usada en la religión, en donde se le define como ese ámbito de la vida donde está la presencia de Dios. Sin embargo, la religión no es la única que habla de lo espiritual y, desde el punto de vista filosófico, esta palabra puede tener otros significados. Vamos a concentrarnos precisamente en esos otros significados.



Fuera de la religión es usual que se pensemos que lo espiritual es lo mismo que lo psicológico. Desde ese punto de vista, lo que compone dicha espiritualidad serían todos los pensamientos, sentimientos y emociones que nos habitan. Sin embargo, esto no es del todo exacto: lo espiritual va más allá de lo psicológico.

“La espiritualidad necesita ser cósmica, que nos permita vivir con reverencia el misterio de la existencia, con gratitud por el don de la vida y con humildad respecto al lugar que el ser humano ocupa en la naturaleza”.
-Leonardo Boff- 

Son muchas las filosofías y las prácticas que definen lo espiritual como todo aquello que nos otorga un sentido de trascendencia para la vida. En esa perspectiva, lo espiritual tiene que ver con la práctica de la virtud, con el propósito de alcanzar un estado de libertad o de liberación o, en todo caso, de mayor evolución.

Ser espiritual por fuera de la religión

No es necesario creer en Dios para ser espiritual. Hay quienes no se conforman simplemente con ser buenas personas o buenos ciudadanos, sino que quieren ir más allá. Desean que su vida se convierta en un reflejo de las grandes virtudes humanas o de los grandes propósitos de la humanidad.

Esto, por supuesto, involucra el mundo de lo psicológico, pero va más allá de él. El ámbito de lo espiritual es lo que podríamos llamar la esfera de lo ético. Ojo, no de lo moral, sino de lo ético. La espiritualidad no busca cumplir mandatos sociales o morales, sino llevar los valores a su máxima expresión.

Muchos de quienes exaltan la espiritualidad en sus vidas hablan de “un poder superior”, pero no necesariamente lo entienden como un ser específico. Ese poder superior eventualmente es la naturaleza misma, la libertad, el entendimiento, la humanidad y un sinnúmero de conceptos elevados.

La importancia de la espiritualidad

La espiritualidad va más allá de una búsqueda del bienestar psicológico. No se trata de un método, o de un camino para superar la depresión, la ansiedad y todos esos problemas que tanto aquejan la mente de muchas personas hoy en día. Sin embargo, uno de los resultados de la espiritualidad sí es un estado psicológico de mayor equilibrio.

Lo espiritual tiene un papel importante en, por ejemplo, la rehabilitación de personas adictas. Quienes viven presos de este tipo de problemas tienden a sufrir un proceso de decadencia en sus valores, en su ética. Pueden llegar a un punto en el que son capaces de cualquier cosa con tal de obtener la droga. Por eso, buena parte de su rehabilitación consiste en volver a otorgar valor a las grandes virtudes humanas.

La espiritualidad tiene un enorme poder: otorga fuerza para alcanzar logros o metas. Es mucho más que fuerza de voluntad. Se basa más bien en la convicción y en el deseo de superar niveles y de alcanzar mayor trascendencia.

Muchos de los grandes hombres y mujeres de la historia han encontrado en lo espiritual la fuerza para realizar verdaderas hazañas. Es tan fuerte su adhesión a ciertos principios, que son capaces de vencer grandes obstáculos para alcanzar objetivos que consideran trascendentes.

Lo espiritual en la vida cotidiana

Para establecer una conexión genuina con aquellos valores en los que realmente crees no tienes que apuntarte a un curso de yoga, ni pedir una audiencia con el Dalai Lama. Tampoco tu propósito debe ser el de cambiar a la humanidad o ser un modelo de bondad. Lo único que tienes que hacer, en principio, es escuchar tu voz interior.

De lo que se trata, finalmente, es de propiciar un despertar a la conciencia de ti mismo y de tu lugar en el mundo. Más allá de ser padre o madre, eres un educador de un nuevo ser. Además de ser un trabajador, eres una pieza en el progreso de una comunidad, de un país, de un planeta. Y más allá de ser un ciudadano, eres parte de una historia en la que las consecuencias del mañana son fruto de tus acciones de hoy.

Ser espiritual es una forma de ver, pero se traduce en una forma de ser. Abrir los ojos para verte y ver al mundo que te rodea es algo que te otorga una fuerza inusitada. No se logra de la noche a la mañana, sino que es fruto de largas cavilaciones y de hondas confrontaciones contigo mismo. Pero también es, sin duda, el camino más seguro para otorgarle un sentido real y profundo a tu paso por este planeta.

Edith Sánchez

miércoles, febrero 15, 2017

5 mitos sobre la depresión que te sorprenderán

La depresión es un trastorno cada vez más frecuente en la población. Se caracteriza por un estado de ánimo depresivo y/o apatía o anhedonia durante al menos 2 semanas, que se acompaña de otros síntomas como falta de energía, insomnio o hipersomnia, enlentecimiento o agitación psicomotora, falta de energía, sentimientos de minusvaloración y culpa, además de pensamientos de muerte o ideación suicida. En los niños puede darse un estado de ánimo irritable o inestable.



Todos estos síntomas causan un malestar clínico significativo y no pueden explicarse por la acción de una sustancia u otra patología médica. Hay que diferenciarlo de otros trastornos como la distimia, cuyos síntomas son menores en gravedad pero se prolongan en el tiempo al menos dos años. Cuando distimia y depresión aparecen juntas hablamos de depresión doble.

La causas de la depresión son muy diversas, si bien parece que lo que existe en una mezcla de causas psicológicas, predisposición genética u sucesos de vida altamente estresantes. De una forma u otra, la depresión está rodeada de mitos y en este artículo queremos enfrentar algunos de ellos.

Los intentos de suicidio no deben tenerse en cuenta si han sido para llamar la atención

MENTIRA al 100%. Todos los intentos autolíticos deben ser atendidos y tratados, sea cual sea el trastorno de base del paciente y el nivel de tentativa. Es un falso mito muy extendido pensar que “quien se quiere matar, lo hace”. Una persona que ha pasado a la acción en su intento por suicidarse tiene una alta probabilidad de volver a intentarlo.

Que no haya encontrado la forma de hacerlo letalmente o que simplemente sea una manifestación a su entorno del sufrimiento que paciente quiere mostrar, no elimina el hecho de que pueda volver a intentarlo con peores e irreversibles consecuencias.

Existen depresivos “de siempre” y depresivos “por algo que les ha pasado”

MENTIRA al 75%. En manuales de psicopatología y psiquiatría antiguos se aludía a la diferencia entre depresión endógena (o melancólica) y exógena. La primera se compondría de más síntomas vegetativos, ya que tendría un origen más biológico. Presentaría un empeoramiento vespertino y mejor respuesta a los antidepresivos. La depresión exógena por su parte haría alusión a una depresión con menor sintomatología orgánica y cuyo origen podía residir en un estresor en la vida del paciente.

Actualmente esta forma de diferenciar etiológicamente la depresión NO cuenta con estudios empíricos que lo avalen. Si se utilizan categorías como unipolares/bipolares o primarias/secundarias que nos orientan más a una evaluación, diagnóstico y tratamiento más certeros.

El curso de la depresión ayuda a definirla mejor y determina su pronóstico

VERDAD. Hay que hilar muy fino para distinguir todos los trastornos del estado de ánimo y poderles dar un tratamiento más eficaz y delimitado. Gran parte de esa habilidad viene determinada por nuestra capacidad para evaluar y registrar cómo han ido desarrollándose en el tiempo los síntomas depresivos o maníacos en el caso de un bipolar; además de saber con qué gravedad se han manifestado.

Si la depresión aparece en la juventud y no se desencadena por un estresor claramente identificable es probable que a lo largo de la vida se den recaídas. Ya no solo por su pronta aparición, sino porque la inexistencia de un período en el que sí existiera una buena adaptación a su entorno disipa la posibilidad de que el paciente pueda desarrollar hábitos adaptativos con mayor naturalidad. Es decir, siempre es más fácil salir de una depresión si con anterioridad a esta hubiese existido un período de buena adaptación y estabilidad emocional en el paciente que si por lo contrario esto nunca se hubiera producido.

El duelo por una pérdida no puede considerarse depresión

VERDAD al 70 %. No se puede diagnosticar depresión a menos que hayan pasado al menos 2 meses desde la pérdida. Esto siempre se ha considerado así, ya que si diagnosticamos depresión inmediatamente patologizamos un sentimiento natural del ser humano: la tristeza.

Normalmente se empezaba a considerar depresión si a partir de dos meses después de la pérdida el resto de criterios se cummplían. Esto ha cambiado recientemente con la publicación del nuevo DSM-V. Ahora sí se puede considerar que existe depresión justo después de la pérdida si existe una reacción de tristeza realmente patológica, y si los síntomas de depresivos son muy evidentes que dejan claro que no se trata de un “duelo normal”.

Evidentemente, este cambio ha creado mucho polémica pues implica tratar como trastorno una reacción intensa habitual y natural tras cualquier pérdida significativa.

Los hijos de personas depresivas tienen más riesgo de padecer depresión

VERDAD al 60%. En los pacientes cercanos a una persona con alteración del estado de ánimo, la probabilidad de padecer cualquier trastorno dentro de los de espectro del estado de ánimo es mayor. Con pacientes con trastorno bipolar el riesgo de padecer cualquier trastorno del estado de ánimo es mucho mayor, tanto episodios unipolares como bipolares.

Aunque se ha encontrado esta relación en estudios de gemelos monocigóticos y dicigóticos, la duda de si es un trastorno aprendido -por la observación y pautas asimiladas por la relación entre los miembros de la familia- aparece cuando las muestra de estudios, con igual metodología, se realiza con hijos adoptados.

Así, podría existir una cierta predisposición a padecer un estado de ánimo, pero no podemos establecer todavía en qué grado afecta la crianza y el ambiente intrafamiliar para que esa predisposición aparezca desde muy temprano. Quizás un trastorno del estado de ánimo se desencadene por una serie de factores subjetivos y estresores sociales que exponen a cualquier persona a un riesgo elevado de padecer un trastorno del estado de ánimo.

Cristina Roda Rivera