Siempre que el predicador mencionaba a Dios, el Maestro decía: «No metas a Dios en esto».
Pero, un día, el predicador ya no pudo seguir soportándolo: « ¡Siempre había sospechado que eras un ateo!», gritó. « ¿Por qué no debo meter a Dios en esto? … ¿Por qué?»
Y el Maestro le contó la siguiente historia:
Un sacerdote acudió a consolar a una viuda por la muerte de su marido.
« ¿Ha visto lo que me ha hecho su Dios ?», vociferó la mujer.
«A Dios no le agrada la muerte, hija mía», replicó el clérigo, «sino que le resulta tan lamentable como a ti».
«Entonces, ¿por qué la permite'?»
«No hay forma de saberlo, porque Dios es un Misterio…»
«Entonces, ¿cómo sabe usted que la muerte no le agrada?», preguntó la mujer.
«Bueno..., realmente... digamos que....»
« ¡Cállese!», gritó la viuda. «No meta a Dios en esto, ¿quiere?
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