«Escucháis», dijo el Maestro, «no para descubrir nada nuevo, sino para dar con algo que confirme lo que pensáis. Discutís, no para hallar la verdad, sino para defender vuestra manera de pensar».
Y contó la historia de aquel rey que, al pasar por una pequeña ciudad, vio que por todas partes había señales de la presencia en ella de alguien dotado de una asombrosa puntería: en árboles, vallas y paredes había infinidad de dianas con un agujero de bala en el mismísimo centro. Cuando quiso que le presentaran a tan extraordinario tirador, éste resultó ser un muchacho de diez años.
« ¡Es increíble!», dijo el rey asombrado. « ¿Cómo demonios lo haces?»
«Es muy fácil, Majestad», le respondió. «Primero disparo, y luego dibujo la diana».
«Lo mismo hacéis vosotros: primero sacáis vuestras conclusiones, y luego construís en torno a ellas vuestras premisas», dijo el Maestro. « ¿Acaso no es así cómo os las ingeniáis para aferraros a vuestra religión o a vuestra ideología ?»
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.