Cuando uno de los discípulos cometió una grave equivocación, todos esperaban que el Maestro le aplicara un castigo ejemplar.
Pero cuando, transcurrido un mes, vieron que no pasaba nada, uno de los discípulos le manifestó al Maestro su desacuerdo: «No podemos ignorar lo sucedido. A fin de cuentas, Dios nos ha dado ojos...»
«Sí», replicó el Maestro, «y también párpados».
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