¿Existe el amor verdadero? Si tuviéramos que definirlo, diríamos que es algo más que un sentimiento. Es una sutil combinación en la que la causalidad se alía con la conexión y brilla con la complicidad. A su vez, surgen elementos tan poderosos como la reciprocidad, el cuidado, la atención y ese compromiso firme donde emprender proyecto en común, pero respetando a su vez el crecimiento individual.
Decía don Francisco de Quevedo que los de corazón se quieren, con el corazón se hablan. Sin embargo, como bien sabemos, aunque los afectos sean sinceros, a menudo no sabemos hablarnos (comunicamos) de la manera más eficaz. La pasión puede ser inmensa, pero a veces fallan toda una serie de elementos donde el amor lejos de ser perdurable se queda en poco más que una aventura efímera.
¿Cuál es el secreto entonces? En realidad, en lo que a materia afectiva se refiere, el éxito no reside en “amarse mucho”. Aún menos en llevar a cabo todos los sacrificios posibles por el ser amado.
La fórmula no está en querer mucho, sino en quererse bien; en como decía Erich Fromm, hacer del amor un arte donde entender que querer a alguien no es un acto pasivo, sino una entrega constante y un trabajo diario.
Asimismo, hay algo que la mayoría debemos admitir. Cada vez que nuestro destino se ha cruzado con el de una persona especial, singular y casi mágica ante nuestra mirada, nos hemos preguntado aquello de ¿será esta él/ella la definitiva? ¿habré encontrado por fin mi amor verdadero? Expertos en el tema como Helen Fisher nos dan las respuestas para entender si estamos en buen camino. Veámoslo a continuación.
“El amor no es esencialmente una relación con una persona específica; es una actitud, una orientación del carácter que determina el tipo de relación de una persona con el mundo como totalidad, no con un objeto amoroso”.
-Erich Fromm-
Componentes del amor verdadero
Nada es verdadero hasta que nosotros mismos le damos autenticidad. Esto en el ámbito del amor se traduce en algo muy simple: en luchar por aquello que de verdad merece la pena, en darle valor a lo que enciende nuestro corazón. Expertos en el tema, como Richard Schwartz, profesor de psiquiatría de la Escuela de Medicina de Harvard, nos indican en primer lugar que es cuestión de saber abordar los retos que aparecen en cada momento durante una relación
El amor, como la Luna, tiene sus fases. Comprometernos en cada una de esas etapas hará que ese vínculo sea cada día más auténtico. Porque de algún modo, al ver cómo ambos aunamos esfuerzos, atenciones y compromisos por igual, la unión se fortalece y todo parece cada día más significativo. Es por tanto ese empeño cotidiano lo que hace cada vez más real, brillante y resistente nuestro tejido relacional.
Por otro lado, y para entender mejor qué suele caracterizar a este tipo de vínculos afectivos, nunca está de más conocer sus componentes.
Es algo más que pasión
El amor verdadero es más que un sentimiento y la pasión orquestada por una serie de neurotransmisores. Al inicio cuenta con unos elementos particulares:
La sorpresa, la intriga, el desconcierto… De pronto damos con alguien que nos atrae por muchos más aspectos que la mera apariencia. Hay una conexión temprana que rompe todos los patrones que hasta el momento habíamos vivido. Esa complicidad casi inmediata nos atrae y nos inquieta.
Estudios, como los llevados a cabo por la antropóloga Helen Fisher, nos señalan algo interesante. Las parejas que mantienen relaciones estables no solo experimentan atracción sexual. En su cerebro se iluminan a su vez, las áreas de la empatía, el cuidado y la motivación.
Es un estado mental perdurable
El amor verdadero es también un estado mental y emocional capaz de perdurar en el tiempo. Ello significa, por ejemplo, que siempre está presente la preocupación por el otro. También la necesidad de favorecer su bienestar, de aliviar sus sufrimientos, de interesarnos por sus inquietudes, de ser cómplices ( y no controladores) de ese día a día donde estar presentes en las pequeñas y grandes cosas.
El amor verdadero es también un estado mental y emocional capaz de perdurar en el tiempo. Ello significa, por ejemplo, que siempre está presente la preocupación por el otro. También la necesidad de favorecer su bienestar, de aliviar sus sufrimientos, de interesarnos por sus inquietudes, de ser cómplices ( y no controladores) de ese día a día donde estar presentes en las pequeñas y grandes cosas.
La idea de la atemporalidad
La atemporalidad significa que en una relación de pareja estable y feliz, no importa el pasado ni inquieta el futuro. Las personas capaces de construir un amor verdadero no se sienten cautivas de sus errores del pasado, ni aún menos de sus relaciones del ayer. Se limitan a apreciar el presente con intensidad, sabiduría y valentía.
Ven a su pareja presente como ese punto cardinal donde centrar cada ilusión, cada esfuerzo, compromiso y esperanza. Lo que haya pasado ayer no existe. Los miedos hacia el futuro y hacia lo que pueda ocurrir con esa relación presente tampoco importa. Porque no hay temores, solo la convicción de que aquello que se quiere, se cuida y se disfruta aquí y ahora.
La sinergia
La sinergia es confluir en un mismo ideal y proyecto. Es invertir esperanzas, compromisos y voluntades no solo en una misma dirección, sino en múltiples direcciones a la vez. Es ser una pareja de baile que se desliza con ritmo y armonía creando nuevos movimientos para sortear juntos mil y una dificultades.
Las parejas que son sinérgicas crecen en todos los ámbitos de la vida. Porque juntos son más que la suma de sus partes individuales, juntos crean una presencia solvente y eficaz donde apoyarse, donde no dejarse caer jamás y avanzar ahí donde deseen sintiéndose siempre seguros, siempre amados.
Para concluir, el amor verdadero existe, no hay duda. A veces, aún sabiendo que lo es se nos escapa de las manos por muy diversas razones. Sea como sea, lo más importante es permitirnos experimentar esa sensación las veces que sean necesarias. Cuando esto ocurra, no debemos dudarlo: hay que hacer lo posible para que perdure, para que no se escape y ser así bailarines eternos en la pista de las relaciones felices.
Valeria Sabater
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