Cuando dejamos de hablarnos con un familiar es porque hay razones detrás que, en la mayoría de los casos, lo justifican. No es algo sencillo ni una decisión que se tome de forma impulsiva o de un día para otro. El alejamiento familiar responde, a menudo, a ciertas fricciones, desavenencias crónicas, heridas no sanadas y la negativa por alguna de las partes a efectuar un cambio, una mejora.
Comentan los expertos en dinámicas de familia que estos distanciamientos responden a una de las realidades más dolorosas que el ser humano pueda experimentar. Ahora bien, el sufrimiento no llega siempre por la propia decisión de marcar un límite. Es más, en ocasiones, ese paso lo que genera es alivio. El auténtico malestar se concentra en toda la experiencia pasada, la misma que motiva esa decisión.
Por otro lado, hay un hecho a menudo indiscutible que se da con excesiva frecuencia. Nuestra sociedad proyecta un juicio muy severo hacia quien, en un momento dado, elige marcar distancia sobre la familia. Casi al instante, aparece la etiqueta de “el mal hijo”, “el mal nieto”, “la mala hermana”… No siempre se deja espacio para la duda ni para esa empatía desde la que preguntarnos qué puede justificar ese comportamiento.
Asimismo, es importante señalar que son muchas las personas que, aun habiendo dado ese paso, siguen experimentando sufrimiento. De ahí que necesiten apoyo psicológico con el fin de lidiar, gestionar y desenredar la madeja de un pasado que sigue doliendo. El mismo cuya huella sigue sin borrarse y gana peso con el paso de los días.
“He aprendido que estar con aquellos a los que amas es suficiente”.
-Walt Whitman-
Por otro lado, hay un hecho a menudo indiscutible que se da con excesiva frecuencia. Nuestra sociedad proyecta un juicio muy severo hacia quien, en un momento dado, elige marcar distancia sobre la familia. Casi al instante, aparece la etiqueta de “el mal hijo”, “el mal nieto”, “la mala hermana”… No siempre se deja espacio para la duda ni para esa empatía desde la que preguntarnos qué puede justificar ese comportamiento.
Asimismo, es importante señalar que son muchas las personas que, aun habiendo dado ese paso, siguen experimentando sufrimiento. De ahí que necesiten apoyo psicológico con el fin de lidiar, gestionar y desenredar la madeja de un pasado que sigue doliendo. El mismo cuya huella sigue sin borrarse y gana peso con el paso de los días.
“He aprendido que estar con aquellos a los que amas es suficiente”.
-Walt Whitman-
Cuando dejamos de hablarnos con un familiar, la decisión más difícil
Dejamos de hablarnos con un familiar cuando sentimos que hemos llegado al límite. Cuando la discrepancias crean muros, cuando las emociones negativas vertebran casi cada situación, circunstancia y palabra. No obstante, y a pesar de que dicha decisión marcará un antes y un después, el distanciamiento ya se ha producido años antes.
Insistimos una vez más en que no es una decisión fácil y que nadie suele tomar a la ligera. Tanto es así que, a día de hoy, existen organizaciones orientadas a ofrecer apoyo a esas personas que se han distanciado de su familia.
Un ejemplo, en el 2015 se publicó un estudio llevado a cabo por el Centro para la Investigación Familiar de Londres y la Universidad de Cambridge. El objetivo era analizar esta realidad que aunque nos llame la atención se da con mucha frecuencia en nuestra sociedad.
El trabajo se tituló Hidden Voices: Family Estrangement in Adulthood.
En él, se nos revela datos tan interesantes como que el hecho de distanciarnos de un familiar (o de varios) genera, a menudo, el enfado de otros miembros de la familia. Aparecen las recriminaciones e incluso la humillación.
No importa que, a veces, exista una clara justificación (como pueden ser los malos tratos). No todas las personas respetan dichas decisiones ni son sensibles a la realidad de cada uno.
Alejarse de la familia: un dolor emocional muy complejo
El distanciamiento familiar acontece según los datos en una horquilla generacional tan amplia como es la contenida entre los 18 y los 60 años. Hay quien aguarda a ser mayor de edad para dar el paso. Otros, en cambio, tardan más en tomar una decisión ante la cual no siempre estamos preparados.
A veces, es por miedo, otras por indecisión y la mayoría de las veces por esa presión social que nos enseña desde bien temprano que poner distancia de los nuestros es algo inapropiado. Y sin embargo, los datos siguen aumentando. Expertos en psicología familiar, como el doctor Joshua Coleman, señalan que este hecho es habitual, una “realidad silenciada” que requiere sin duda de mayores estudios, apoyos y sensibilidad.
Cuando dejamos de hablarnos con un familiar experimentamos muchos tipos de dolor de los que no siempre se habla:
- Queda todo el sufrimiento vivido en el pasado, ese con el cual no sabemos cómo lidiar.
- Asimismo, otra realidad que sufren muchas personas es vergüenza. Vergüenza por no tener una” buena familia”, personas que ofrezcan apoyo, un afecto real… Sienten vergüenza también por no saber si la decisión dada es la acertada, por sufrir las críticas de una parte de su entorno más cercano.
Por otro lado, factores como el peso del estigma e incluso el aislamiento social también influyen y deben considerarse.
¿Es adecuado dejar de hablar a un familiar?
Tal y como hemos señalado, dejar de hablar a un familiar no es una decisión que se suela tomar a la ligera. No es un capricho, la reacción de un adolescente o fruto de una desavenencia puntual. En la mayoría de los casos, hay una realidad lentamente generada que puede tener muchos orígenes: maltrato, autoritarismo, desprecio, falta de apoyo continuado, invisibilidad, falta de afecto…
Queda claro que cada persona vive su realidad de un modo. Habrá quien opine que nunca se ha dado ninguna de las realidades antes citadas, otros que se han dado a diario. No obstante, y sea como sea, lo que hay es un conflicto no resuelto. Lo ideal en estos casos es abordarlo, afrontarlo, darse la oportunidad de generar cambios en los que cada miembro sea reconocido.
Si esto no ocurre, si no hay voluntades y el sufrimiento es elevado, la distancia es una respuesta acertada. No obstante, lo que se recomienda en primer lugar es lo siguiente:
Decidir una frecuencia de contacto. Podemos probar con reuniones de una vez cada dos semanas o una vez al mes. Pensaremos también en la duración de esas visitas (dos horas, una…).
Elegir qué tipo de contacto nos es más cómodo. Visitas al hogar, encuentros fuera del hogar, llamadas, mensajes…
Iremos valorando cada situación y circunstancia. Poco a poco podemos decidir si es mejor dejarlo en una vez al mes, en dos visitas al año o sencillamente, reducir por completo el contacto y la comunicación.
Para concluir, cuando dejamos de hablarnos con un familiar en ocasiones el problema no se termina aquí. En algunos casos quedan muchos cabos sueltos, muchas improntas que generan malestar y que deben resolverse. En estas situaciones, siempre nos será de utilidad la terapia psicológica. Pensemos en ello.
Valeria Sabater
Tal y como hemos señalado, dejar de hablar a un familiar no es una decisión que se suela tomar a la ligera. No es un capricho, la reacción de un adolescente o fruto de una desavenencia puntual. En la mayoría de los casos, hay una realidad lentamente generada que puede tener muchos orígenes: maltrato, autoritarismo, desprecio, falta de apoyo continuado, invisibilidad, falta de afecto…
Queda claro que cada persona vive su realidad de un modo. Habrá quien opine que nunca se ha dado ninguna de las realidades antes citadas, otros que se han dado a diario. No obstante, y sea como sea, lo que hay es un conflicto no resuelto. Lo ideal en estos casos es abordarlo, afrontarlo, darse la oportunidad de generar cambios en los que cada miembro sea reconocido.
Si esto no ocurre, si no hay voluntades y el sufrimiento es elevado, la distancia es una respuesta acertada. No obstante, lo que se recomienda en primer lugar es lo siguiente:
Decidir una frecuencia de contacto. Podemos probar con reuniones de una vez cada dos semanas o una vez al mes. Pensaremos también en la duración de esas visitas (dos horas, una…).
Elegir qué tipo de contacto nos es más cómodo. Visitas al hogar, encuentros fuera del hogar, llamadas, mensajes…
Iremos valorando cada situación y circunstancia. Poco a poco podemos decidir si es mejor dejarlo en una vez al mes, en dos visitas al año o sencillamente, reducir por completo el contacto y la comunicación.
Para concluir, cuando dejamos de hablarnos con un familiar en ocasiones el problema no se termina aquí. En algunos casos quedan muchos cabos sueltos, muchas improntas que generan malestar y que deben resolverse. En estas situaciones, siempre nos será de utilidad la terapia psicológica. Pensemos en ello.
Valeria Sabater
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