El amor es ese sentimiento que todos experimentamos, pero que pocos se atreven a definir, a encorsetar en unas pocas palabras, debido a su gran trascendencia y complejidad.
Nos impulsa, nos motiva, nos alimenta de bienestar, pero, en ocasiones, también conlleva sufrimiento, tristeza y malestar; sobre todo, cuando no es correspondido o cuando es mal entendido. El amor es tan poderoso como misterioso, pero es inevitable rendirse ante sus efectos.
En nombre del amor se han originado guerras, cometido crímenes, asumido infinidad de riesgos y construido historias dignas de admiración a lo largo del tiempo. La aventura del amor no escapa de errores, obstáculos, tiempos muertos o confusiones.
Amar es la experiencia más grande que la humanidad puede experimentar, pero la más compleja. Se trata de un arte retratado por la entrega y el trabajo constante, que tiene como sostén la bondad y la autenticidad y que en su forma más amplia y profunda nos conecta con la totalidad, con la experiencia divina.
Ahora bien, para llegar a esa conexión, para saborear todo lo que el amor puede ofrecernos es importante aprender a cultivarlo de manera sana en nuestras relaciones. Para ello, es necesario indagar en nuestro interior, en nuestra visión del mundo y de los vínculos con los demás. Las siguientes reflexiones sobre el amor pueden ayudarnos. Profundicemos.
“Donde hay amor, hay vida”.
-Mahatma Gandhi-
Tenemos diferentes formas de ver la realidad
La primera de las reflexiones sobre el amor puede parecer compleja, pero conlleva un poderoso mensaje:
Cada uno de nosotros construye la realidad a través de la educación recibida, las interacciones con los demás y los significados obtenidos a partir de nuestras percepciones, patrones de vida y, en definitiva, nuestra historia. Estamos inmersos en la subjetividad.
Kant, Piaget o Paul Watzlawick son partidarios de esta perspectiva. Esa en la que un mismo fenómeno cobra múltiples significados dependiendo del observador que esté presente, esa que nos recuerda que, de algún modo, no somos poseedores de la verdad absoluta y que la vida tiene tantos matices como personas habitan en el mundo. Esto es lo bonito y lo complicado. Bonito porque nos enriquece y complicado porque, a menudo, conlleva un ejercicio de responsabilidad, humildad y aceptación.
Ser conscientes de que el otro interpreta la situación de manera diferente es importante y, de algún modo, nos sugiere un ejercicio de empatía. Tener presente que nuestra pareja puede ofenderse con algo que para nosotros puede pasar desapercibido nos mantiene alerta. Porque, a menudo, no es tanto lo que sucede sino cómo lo experimentamos cada uno.
Por lo tanto, no se trata tanto de convencer y exigir al otro que asuma nuestra visión sobre la vida, sino de intentar comprenderlo, de averiguar cómo percibe a través de su mirada. Porque solo cuando entendemos que cada persona puede tener una opinión diferente y que se forma sus ideas a partir de su biografía, de su historia de vida, es cuando verdaderamente seremos capaces de establecer relaciones sanas y sinceras. De lo contrario, viviremos en medio de una marea de enfrentamientos y conflictos.
“No hay una sola realidad. Existen múltiples realidades. No hay un único mundo. Sino muchos mundos y todos discurren en paralelo… Cada mundo es la creación de un individuo”.
-Paul Auster-
Las personas cambian y tienen su propio camino
Esta es una de las reflexiones sobre el amor que es recomendable no olvidar. Nada permanece, todo cambia y las personas no vamos a ser menos. Las experiencias nos transforman, a veces de forma obligada por las circunstancias y otras deliberadamente a través de nuestras decisiones. Lo importante es que con el paso del tiempo no somos los mismos.
Entender esto es tener en cuenta que el otro no siempre va a comportarse como esperamos, ni siquiera aun estando acostumbrados a ciertas conductas. Y por supuesto, nosotros tampoco. Cambiar es inevitable y un derecho si así lo queremos.
Otro aspecto que va ligado a lo anterior es que, a veces, las personas deciden recorrer otros caminos diferentes a los nuestros, aun cuando en un principio se convirtieron en nuestros compañeros de vida. Es aquí cuando nos toca armarnos de valor para aceptar y soltar. El amor a veces tiene fecha de caducidad y no podemos remediarlo.
Ahora bien, no solo se recorren caminos únicos cuando se pone un punto y final. Cada persona tiene su propia ruta de vida. Ser consciente de ello nos libera del egoísmo y las exigencias en las relaciones de pareja.
Cada relación es una oportunidad para aprender
Las relaciones están inmersas de sabiduría, de aprendizajes sobre uno mismo, los demás y el mundo en general. Nos enseñan las raíces del dolor, el sufrimiento y la desesperanza, pero también las raíces de la complicidad, la confianza, el amor y el poder del perdón.
Una relación puede llegar a ser una buena maestra, si estamos dispuestos a aprender de ella.
Relacionarnos con otra persona pone en evidencia una parte de nosotros; sobre todo, con aquellos con los que tejemos vínculos fuertes y cálidos. Nuestras vulnerabilidades salen a escena y también nuestras necesidades junto a esos miedos que, a menudo, nos impiden avanzar.
Si estamos dispuestos a extraer los aprendizajes que nos ofrecen nuestras relaciones, nos daremos cuenta de que no dejan de ser lecciones en beneficio propio. Observar nuestras debilidades nos señala en qué aspectos debemos hacer más hincapié y qué esferas tenemos que trabajar más; mientras que ser conscientes de nuestras fortalezas nos indica a qué podemos aferrarnos cuando todo va mal y cuáles son nuestras potencialidades y mecanismo de protección.
Y no solo eso, las relaciones son un gran libro de lecciones sobre los demás. Una oportunidad única para conectar con ellos y ver más allá del disfraz de la apariencia, para observarlos desnudos y contemplar la belleza de su esencia.
Es importante cuidar de uno mismo
Esta es otra de las reflexiones sobre el amor que no podemos dejar pasar. Aunque amar es un sentimiento dirigido hacia los demás, no implica que nos descuidemos. Todo lo contrario.
Solo cuando nos amamos, cuando nos acogemos con cariño y respeto es cuando podemos entregar el verdadero amor a los demás. Si no lo hacemos, ofrecemos heridas, actitudes defensivas, desconfianza y miedos disfrazados, sobre todo, durante los primeros momentos. Ahora bien, esto no implica que no sepamos gestionarlos, pero sí que tengamos que estar atentos.
Amar es quererse para querer, respetarse para respetar. Es saber dónde están nuestros límites y ser conscientes de que no estamos obligados a soportar un mal trato, ninguneos o una continua situación de malestar. Somos libres para elegir en qué lugar estar y con qué personas. No podemos olvidarlo.
Las acciones y los gestos son más importantes que las palabras
Las palabras tienen el poder de crear realidades, pero si no se acompañan de hechos, estas suelen ser efímeras, desaparecen tan rápido como se han creado. Podemos expresar cuánto queremos a una persona, decírselo todos los días, pero no es suficiente. Los actos también son importantes.
Ahora bien, no hacen falta grandes actos para demostrar amor de verdad. Una mirada cómplice, un ¿cómo estás?, escuchar lo que tienen que decirnos, coger de la mano o acompañar en silencio pueden ser suficientes. Pequeños detalles del día a día que aunque hagan poco ruido, llegan a lo más profundo del otro y, en ocasiones, son capaces de recomponer por dentro.
Pero no solo es importante tener gestor de amor con el otro, sino también valorar aquellos que a nosotros nos ofrecen. Hay muchos que pasan desapercibidos, pero que contribuyen a que nos sintamos mejor. Tan solo hay que estar pendiente, abiertos a la magia del amor.
Cada persona tiene una historia
Esta es una de las reflexiones de amor más valiosas. Somos un puzzle de circunstancias, experiencias y vivencias. Un cúmulo de todo lo vivido que nos da forma, que nos construye. Porque todo cuanto acontece a nuestro alrededor, matiza nuestra experiencia y nuestro sentir, ya sea intensamente como de forma superficial, de puntillas…
Tener esto en cuenta en nuestras relaciones es fundamental. Saber que el otro es diferente y que se encuentra luchando sus propias batallas nos ayuda a comprenderlo.
En buena medida, todo lo vivido nos afecta de algún modo y depende de nuestra historia cómo lo encajamos en el presente.
Gestionar las emociones construye relaciones sanas
No tener conciencia sobre nuestras emociones deriva en conflictos, frustraciones, impotencia y malestar. Ignorar cómo nos sentimos tiene consecuencias tanto para nosotros como para las relaciones que mantenemos.
Si no sabemos qué nos genera tristeza o cuál es el origen de nuestro enfado, de algún modo, somos como desconocidos ante nuestros ojos. No sabemos quiénes somos y difícilmente pueden conocernos los demás. De hecho, es muy probable que desviemos hacia ellos la responsabilidad sobre cómo nos sentimos.
Lo ideal es tomar consciencia de nuestras emociones, de cómo funcionamos a nivel emocional; no solo para conocernos y aprender a gestionarlas, sino también para saber cuáles son sus efectos en nuestro día a día y hacia dónde pueden llevarnos. De esta forma, crearemos relaciones más constructivas.
No todo el mundo puede amarnos
Esta es una de las reflexiones sobre el amor que suele costar aceptar. Nadie está obligado a amarnos, a estar de acuerdo con nuestra forma de pensar o a aprobar lo que hacemos. Es ley de vida.
Es inútil pretender que otra persona nos quiera por como somos o acepte todo de nosotros. No podemos encajar ni gustar a todo el mundo.
Lo mejor es ser libres para tomar las decisiones que deseemos, para recorrer nuestro camino y que todo ello nos lleve junto a personas que sí quieran estar a nuestro lado. Ahora bien, no de forma pasiva, sino desde una actitud de trabajo y esfuerzo.
Las relaciones son desiguales
Es imposible que en una relación gobierne la equidad de forma permanente, pero sí el respeto. A veces, uno de los miembros de la pareja tomará una decisión, en otro momento será el otro. Es como un baile en el que según las circunstancias se van intercambiando los papeles.
No es posible llevar el recuento de manera objetiva de todos los gestos de amor por parte de los miembros de una pareja, del número de veces que se cargan responsabilidades o se toman decisiones. Se trata de un intercambio, en el que se deja entrar al otro hasta cierto punto y se obtiene, a su vez, según sus limitaciones y experiencia de vida.
Cada relación necesita trabajo, cuidados y esfuerzo
El amor es como un jardín que hay que regar cada día, que hay que esforzarse por cuidar. Si queremos ser felices y disfrutar al lado de la otra persona, tenemos que trabajar en nuestra relación.
Porque el amor no es un sentimiento pasivo, se alimenta de nuestros actos.
De esta manera, habrá aspectos que pulir, otros que eliminar y algunos más que tratar de poner en marcha para nutrir la relación. Es inevitable. Si no prestamos atención a la relación, está se deteriorará con el paso del tiempo. Porque al igual que una planta, necesita ser regada y saneada.
Conocerse a uno es mismo es fundamental
Conocerse es el sostén desde el cual establecer vínculos sanos con los demás. Saber cómo somos, qué queremos y qué es el amor para nosotros son preguntas que si nos las planteamos nos ayudarán a tener más claro hacia dónde nos dirigimos.
No pasa nada si te equivocas
Una de las reflexiones sobre el amor más importantes: errar no es una condena, solo una oportunidad de aprendizaje. En cuestión de relaciones es imposible hacer todo bien a la primera, no existen manuales ni tutoriales, ni tampoco fórmulas mágicas.
Se trata de ser flexibles, de barajar la posibilidad de que nos equivocaremos no solo con la pareja, sino con la familia y amigos. No somos magos ni adivinos, tampoco seres con superpoderes, las únicas armas de las que disponemos son la escucha, la empatía y las palabras para expresar qué sentimos y qué queremos.
Ahora bien, al igual que podemos equivocarnos, los demás también pueden hacerlo con nosotros. No lo olvidemos.
Hay que saber decir adiós
Saber poner punto y final es uno de los aprendizajes más complicados. Decir adiós, aceptar que la otra persona ya no estará con nosotros y recomponernos no es nada fácil, pero tampoco imposible.
Hay muchas heridas que curar, mucho que procesar cuando se termina una relación. Se trata de un proceso de reconstrucción que necesita su tiempo, ya sea por decisión propia como por parte de otra persona. Lo importante es, poco a poco, atravesarlo, para ir renaciendo de nuevo.
A través de estas reflexiones sobre el amor podemos percibir que amar es extraordinario, pero mantener viva la llama del amor no es tan sencillo. Lo más importante es permitirnos experimentar este sentimiento de manera sana y, si es posible, hacer que perdure en el tiempo…
Gema Sánchez Cuevas