La fábula de Andrés nos habla de un contable extraordinario. Nos referimos a un joven brillante y ambicioso que quería llegar tan lejos como le fuera posible. Terminó la universidad con buenas calificaciones y por eso fue recomendado por sus profesores para trabajar en una prestigiosa empresa, en la que comenzó como auxiliar.
El buen Andrés fue el primero en llegar y el último en irse. Quería empaparse totalmente del funcionamiento de la empresa. Su objetivo era llegar a saber tanto y a ser tan eficiente que la compañía pudiera llegar a pensar que era imprescindible. Por eso no ahorraba ningún esfuerzo en su labor.
Así, con esta motivación a modo de motor, la calidad del trabajo de Andrés era muy alta. Así que su jefe decidió darle un ascenso. Como en el cargo anterior, Andrés se desempeñó con excelencia en su nuevo puesto. Esta vez incrementó su dedicación. Cuando no estaba trabajando, estaba leyendo sobre su trabajo o ensayando nuevos métodos que le hicieran más eficiente. Se convirtió en alguien muy respetado dentro de la empresa.
“La pasión es una obsesión positiva. La obsesión es una pasión negativa”.
-Paul Carvel-
Así, con esta motivación a modo de motor, la calidad del trabajo de Andrés era muy alta. Así que su jefe decidió darle un ascenso. Como en el cargo anterior, Andrés se desempeñó con excelencia en su nuevo puesto. Esta vez incrementó su dedicación. Cuando no estaba trabajando, estaba leyendo sobre su trabajo o ensayando nuevos métodos que le hicieran más eficiente. Se convirtió en alguien muy respetado dentro de la empresa.
“La pasión es una obsesión positiva. La obsesión es una pasión negativa”.
-Paul Carvel-
Una nueva responsabilidad
Nos cuenta la fábula de Andrés que todos comentaban acerca de las grandes cualidades del joven. Pasaron tan solo dos años y la junta directiva tomó la decisión de nombrarlo gerente de contabilidad. Nadie mejor que él para desempeñar ese cargo. Se lo había ganado a pulso y las cuentas de la compañía no podían quedar en mejores manos.
Cuando Andrés ocupó el puesto directivo, se incrementó su obsesión por evitar el fantasma del error. Ya no trabajaba 8 horas, sino 12 cada día. Comenzó a sentir temores inexplicables. Por alguna razón pensaba que los demás querían su posición, ya que tenía un salario envidiable y un prestigio notable dentro de la empresa. De ahí, nació una desconfianza que le terminaría envenenando.
Como directivo que era, tenía que dirigir el trabajo de otros. Sin embargo, la fábula de Andrés nos cuenta que en este punto él se volvió muy receloso. No orientaba a nadie con fluidez, sino que daba las menos indicaciones posibles. Pensaba que si le daba demasiada información a sus subalternos, tal vez alguno de ellos podría igualarle en conocimientos y quitarle su flamante cargo. Al poco tiempo, ya nadie le preguntaba nada.
Un cambio inesperado
Dice la fábula de Andrés que todo marchaba bien para el nuevo gerente, pero un par de años después de comenzar a ejercer su cargo, el presidente de la compañía le pidió en persona que entrenara a Juan. Este era otro joven que llegó a la empresa para ser la mano derecha a Andrés, ya que todos lo veían sobrecargado de trabajo. Por supuesto, a Andrés no le cayó nada bien esta nueva situación.
Como era su costumbre, en lugar de entrenar a Juan, lo que hizo fue darle unas instrucciones mínimas. Juan lo notó y no insistió. Más bien se dedicó a averiguar por sí mismo los pormenores de la actividad con gente de otros departamentos. Preguntaba aquí y allá. Así logró tener un buen desempeño y compensar los fallos en su entrenamiento.
Pasaron otros cinco años y la junta directiva anunció que iba a seleccionar un nuevo gerente general de la compañía. Andrés, que se ocupaba de muchas cuestiones relevantes en la empresa, pensó que había llegado su gran momento. Se hizo una selección minuciosa y al final quedaron solo dos candidatos: Andrés y Juan.
La moraleja de la fábula de Andrés
Contra todos los pronósticos, Juan fue elegido como gerente general. Andrés no podía creerlo. Ningún empleado era tan eficiente como él. No entendía cómo le habían arrebatado el cargo. Sin embargo, la junta directiva le explicó que él era insustituible como gerente de contabilidad. Nadie podía hacer ese trabajo mejor que él, así que debía permanecer en ese cargo.
Más adelante, los empleados de contabilidad fueron invitados a un curso de capacitación. Andrés quería asistir, pero no logró hacerlo. Como tenía acaparadas casi todas las funciones y trabajaba 12 horas al día, era imposible que tuviera tiempo suficiente para asistir al curso.
Lamentablemente, la capacitación trataba sobre nuevas formas de trabajo y nuevos programas informáticos para la compañía. Como Andrés no había asistido, en pocos meses su carencia en cuanto a formación se hizo patente. No lograba adaptarse a los cambios.
Además, el software nuevo realizaba varias de las funciones en las que Andrés se había especializado. Por consideración a su antigüedad, fue reasignado a un puesto menor y no le despidieron. Y es así como la fábula de Andrés nos enseña que las obsesiones nos ciegan y en muchas ocasiones hacen real aquello que tanto tememos.
Edith Sánchez
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