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sábado, diciembre 01, 2018

El resentimiento: la cárcel que nos impide avanzar

Hay personas en las que habita el resentimiento crónico. En sus mentes pilota el rencor de forma obsesiva y corrosiva, además de esa defensa a ultranza del ego donde no se deja espacio alguno para la comprensión, la empatía y el respeto. Pocas emociones erigen barrotes más rígidos como esa donde culpar a los demás de todo lo que les ha ocurrido… y pronostican qué les ocurrirá.

 
 
Muchos de nosotros podríamos identificar al instante esos perfiles que pasan gran parte de su tiempo recordando todas las lágrimas de fortuna con las que se han encontrado, sin ver la influencia de su propia forma de actuar. Ese tipo de comportamientos y estilo de atribución es algo sobradamente común. Sin embargo, en ocasiones también nosotros deberíamos llevar a cabo un pequeño ejercicio de autorreflexión.

El resentimiento es por encima de todo, la firma reticencia a ejercitar el perdón. Es permitir que una decepción o un agravio se instale de forma permanente en nosotros para actuar como el peor de los venenos. Queda claro, que tenemos pleno derecho a sentirnos enfadados e indignados: la ira tiene una parte que nos ayuda. Por ejemplo, puede darnos la energía suficiente como para defendernos en un determinado momento. Es el abuso o la mala canalización de esta emoción lo que nos hace daño.

No obstante, es un principio de salud mental el saber gestionar y manejar ese tipo de situaciones. Porque alimentar el pensamiento de que el mundo se ha confabulado en nuestra contra resta inercia a la felicidad. Porque el resentimiento corroe autoestimas, y nos aferra en ese papel de víctima perpetua que no logra ni pone de su parte para favorecer su sanación y su liberación.

“El resentimiento, la crítica, la culpa y el miedo aparecen cuando culpamos a los demás y no asumimos la responsabilidad de nuestras propias experiencias”.
-Louis Hay- 
 
La anatomía del resentimiento

La mayoría de nosotros albergamos ciertas pinceladas de resentimiento. Es ese pequeño poso de incómoda amargura hacia quien nos hizo daño en algún momento. Puede que fuera una pareja afectiva, un familiar o un amigo que disparó sobre nosotros la flecha de la traición… Sea como sea, este tipo de emoción es tan común como comprensible a la vez.

No obstante, cabe señalar que el resentimiento configura una dimensión que no ha sido muy tratada por psicólogos y psiquiatras. Desde un punto de vista sociológico, sin embargo, alberga un notable interés. Desde esta perspectiva se asume, por ejemplo, que muchos dictadores de nuestra historia albergaron en su mente esta entidad emocional de forma crónica y obsesiva.

El resentimiento provoca que se lleguen a racionalizar (e incluso a justificar) ciertos aspectos que en apariencia no tienen sentido. Por ejemplo, si en el pasado una persona de un colectivo puntual me hizo algo, puedo llegar a desarrollar hacia todos ellos un sentimiento de desconfianza y odio. Como vemos, son situaciones tan adversas como peligrosas que conviene tener en cuenta.
 
Del resentimiento al odio hay un paso

Rebecca Sherman, doctora en psicología de la Universidad de Flinders de Australia del Sur realizó un estudio sobre el resentimiento que le reveló algo muy interesante. A través de un experimento con alumnos de la facultad pudo ver que a menudo, tras esta dimensión se esconde también el odio e incluso la sensación de placer cuando la otra persona sufre algún tipo de incidente o desgracia.

Por tanto, de esta dimensión queda descartada la envidia y se corrobora que lo que albergamos hacia quien nos hizo algo en algún instante de nuestro pasado, es rabia y sentimiento de odio.
 
El resentimiento es un agujero negro que todo lo atrapa

Sabemos por tanto que desde un punto de vista sociológico, el resentimiento puede estar detrás de muchas conductas de odio. Sin embargo, donde más abunda esta dimensión es a nivel familiar. Es más, se estima que donde más surge es entre las relaciones paterno-filiales.

Los hijos acostumbran a culpabilizar a sus padres de gran parte de su infelicidad. La mala crianza, los abandonos, el estilo de educación autoritario o determinadas conductas, origina que en ocasiones se vuelque en ellos todo el malestar presente.

De este modo, algo que tarde o temprano debemos comprender es que todos tenemos una firme obligación con nosotros mismos: dejar de ser víctimas de nuestro pasado y ser responsables de nuestro presente. 

En caso de permitir que el resentimiento nos engulla, se sucederán un sinfín de procesos psicológicos:
  • Distorsión del pensamiento.
  • Simplificación de la realidad.
  • Sesgo de confirmación…

Todos estos procesos se resumen en una misma cosa: justificar que cada cosa que nos sucede es responsabilidad absoluta de lo que nos hicieron en el pasado. Nadie puede ni merece vivir de este modo.
 
Cómo manejar el resentimiento

El resentimiento no debe ser nuestra vocación, nuestra forma de vida. Debemos desprendernos de este óxido corrosivo y de ese sentimiento de injusticia lo antes posible. Porque no hay recompensa alguna en este enfoque. Se apaga la autoestima, el potencial humano, la libertad personal y cómo no, la felicidad.

El mundo ya es lo bastante injusto como para acumular el peso de nuestros resentimientos no resueltos. Por tanto, sería de utilidad reflexionar en estas estrategias.
 
Claves para apagar el resentimiento
 
  • Trabajar nuestros valores y propósitos: es común que los perfiles “resentidos” olviden aquello por lo que vivir, aquello que puede y deber despertar sus ilusiones y metas personales. Situar la mirada en un propósito y clarificar valores es un primer paso.
  • Gestión y reconstrucción emocional. El rencor viraliza por completo nuestras emociones para alimentar la rabia, la decepción, la tristeza. Es necesario que purguemos esa negatividad despertando emociones más saludables y poderosas. Para ello, nada mejor que conectar con las personas de forma más respetuosa y compasiva, iniciar nuevos proyectos, nuevos planes…
  • La terapia psicológica. La persona resentida es a menudo alguien que arrastra un daño, un trauma. En estos casos es común que sean perfiles muy sensibles, reacios a iniciar cambios y que alcen feroces empalizadas a su alrededor. Es casi imposible que puedan salir por sí mismos de estas trampas y por tanto, es clave que reciban la ayuda de los profesionales especializados.

El resentimiento es ciego y cegador. Liberarnos y descalzarnos de este peso es un acto de responsabilidad personal en el que todos deberíamos invertir tiempos y esfuerzos. Dejar de culpar a los demás de la propia infelicidad es clave para tomar las riendas vitales y ganar en bienestar. Pensemos en ello.

Valeria Sabater

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