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viernes, noviembre 10, 2017

Tres realidades que parecen amor, pero no lo son

Hay muchas realidades que parecen amor, pero no lo son. Se trata de situaciones que dan origen a vínculos estrechos y, por lo general, muy duraderos. En el fondo no hay afecto real, sino un conjunto de limitaciones o problemáticas que sustentan el lazo.



El amor genuino se caracteriza porque alimenta el crecimiento mutuo. Implica generosidad y libertad. Es más real cuanto más promueva la autonomía de los involucrados. Esto incluye todas las formas de amor: de madre o padre, de pareja, etc.

“No hay disfraz que pueda ocultar largo tiempo al amor donde lo hay, ni fingirlo donde no lo hay”.
-François de la Rochefoucauld-

A veces el verdadero afecto se confunde con otras realidades que parecen amor, sin serlo. Estas realidades suelen involucrar sentimientos muy intensos. Se experimentan desde el fondo del alma, pero muchas veces excluyen el respeto y una verdadera valoración del otro. Nacen de deseos o necesidades egoístas y se mantienen por los beneficios que producen. Estas son algunas de ellas.

Sobreprotección, una de las realidades que parecen amor

La sobreprotección es una de esas realidades que parecen amor, pero que no lo es, por mucho que dicha actitud parta de él. Se trata de una modalidad de comportamiento que se da sobre todo entre padres e hijos. Sin embargo, también es frecuente que aparezca en pareja, entre amigos y en diferentes vínculos de jerarquía.

La sobreprotección representa un afán excesivo por evitar daños o sufrimientos a otra persona, a la que normalmente se toma por vulnerable o indefensa. Cuando amamos a alguien, es obvio que deseamos solo el bien para esa persona. Sin embargo, alguien excesivamente ansioso puede ver peligros en donde no los hay o sobredimensionarlos en caso de que existan. En este sentido, las personas sobreprotectoras suelen ignorar el hecho de que las malas experiencias son fuente de aprendizaje.

Si se dice que es una de las realidades que parecen amor sin serlo, es porque lo que prima ella no es el afecto, sino la angustia. Quienes sobreprotegen proyectan en el otro sus propios miedos. Además, normalmente no consiguen evitar que el ser amado sufra, sino todo lo contrario. Terminan invadiendo de ansiedad al otro y le impiden que crezca.

Control sobre el ser amado

El excesivo deseo de control sobre el otro se parece a la sobreprotección, pero no es lo mismo. En este caso se trata de un vínculo marcado por la demeritación del otro. En el fondo lo que se busca es que el ser “amado” aprenda a desconfiar de sí mismo y nos necesite. De alguna manera se intenta generar una dependencia por parte del otro.

Aunque en el fondo su naturaleza no es esa, estas conductas se presentan como expresiones de amor. El uno le facilita al otro las cosas. Carga con los objetos pesados, le da soporte en las situaciones difíciles o las asume por el otro. También dedica sus esfuerzos a que el otro no pase por incomodidades. Sin embargo, esta disposición no es gratuita. Se paga con la limitación de la autonomía y la libertad.

La intención real es que uno llegue a necesitar al otro de forma definitiva. Desde fuera puede dar la sensación de que el controlador se esmera en hacerle la vida más feliz a quien ama, cuando sus esfuerzos en realidad se dirigen a que no sea capaz de hacer su vida solo. Manipula para que el vínculo se mantenga y se haga cada vez más estrecho. En realidad eso no es amor, sino control egoísta.

Dependencia y amor

El control es la cara y la dependencia es el sello más común de estas realidades que parecen amor, sin llegar a serlo. En este caso, lo que hay es un vínculo peculiar: en él, la persona deposita todas sus necesidades y frustraciones en otra. Le entrega, por así decirlo, la obligación de hacerse cargo de su felicidad. Una especie de padre o madre sustitutos que estén en todo momento disponibles para satisfacer sus deseos.

Esa especie de “tutor” se llega a necesitar desesperadamente. Al fin y al cabo es como un escudo frente a la vida. Le evita la confrontación con sus propios límites. Muchas veces también protege de la angustia de tener que decidir y, con ello, ganar o perder. El dependiente puede sentir que ama profundamente al otro, pero en realidad se trata de un vínculo de explotación mutua.

Todas estas formas de “pseudo amor” son nocivas: encubren situaciones por resolver. Son realidades que parecen amor, pero en realidad tienen más que ver con algún tipo de neurosis. Casi nunca acaban bien. Originan dolor e impiden el crecimiento mutuo. Lamentablemente tienden a dar lugar a lazos muy fuertes, que muchas veces terminan hiriendo a las personas involucradas.

Edith Sánchez

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