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lunes, diciembre 19, 2016

Instantes en los que lo tenemos todo, sin necesitar nada más

Hay instantes maravillosos en que lo tenemos todo, donde cada aspecto se sostiene en un equilibrio casi prodigioso. Sin embargo, al poco esa magia se desvanece o simplemente, caduca. Es entonces cuando nos damos cuenta de que al final lo importante en esta vida es estar bien con nosotros mismos, tener calma, tener paz.



Zygmunt Bauman, sociólogo y filósofo polaco nos indica que actualmente vivimos en una sociedad de consumo que nos invita a desear aquello que otros dicen que nos falta, a desechar lo que ya tenemos y a hacer un uso fugaz de lo que nos ofrecen. Nos están convirtiendo, de algún modo, en criaturas insatisfechas, en personas que valoran la inmediatez y no la calma, que anhelan lo que no poseen en lugar de apreciar lo que ya tienen.

“A veces, podemos pasarnos años sin vivir en absoluto, y de pronto, toda nuestra vida se concentra en un instante”
-Oscar Wilde-

Esta cultura del desapego hace que muchas veces nos desesperemos al percibir que la felicidad nunca llega, y si lo hace, es tan fugaz como un parpadeo, como la gota de rocío que desaparece con el sol del medio día. Es entonces cuando le echamos la culpa a los estamentos, a las esferas políticas, a nuestros jefes, nuestras familias y a esa persona que quizá nos prometió amor eterno sin saber que su concepto de eternidad no iba más allá de un trimestre.

Nos convertimos en huérfanos de la autoestima, en vagabundos emocionales que tardarán un tiempo en comprender que a veces, tenerlo todo es aceptar lo que ya nos envuelve: a nosotros mismos, a nuestra familia, los amigos y nuestra capacidad para crear, no para ser moldeados.

Instantes en que nos permitimos fluir

Muchos de los idiomas que conforman nuestro mundo tienen la particularidad de encerrar en una sola palabra, ideas que en otras lenguas necesitan de muchos más términos para definirla. En Japón, por ejemplo, disponen de una curiosa expresión llamada “Yūgen” (幽玄), que se traduciría como esa emoción profunda, misteriosa e intensa que tiene alguien cuando observa el universo.

Es ante todo, la capacidad de mirar el mundo desde el corazón o los sentimientos para adquirir sabiduría más profunda sobre lo que nos envuelve. Algo así solo se adquiere desde esa mente relajada, centrada y sosegada que ha aprendido a priorizar, a hacer de los instantes eternidades cargadas de significado. Esto mismo es lo que pensaba también Reinhold Messner, el que hasta el momento se considera el mejor alpinista del mundo.

Fue la primera persona en alcanzar los picos más altos del mundo sin oxígeno y, la mayoría de las veces soledad, un amante de la naturaleza, de las experiencias extremas y a menudo criticado por su carácter. Alguien que aprendió de forma temprana que la auténtica felicidad son instantes, que el bienestar más intenso, pleno y auténtico se halla no consiguiendo ni acumulando cosas: sino haciendo lo que uno ama y observando las maravillas que nos envuelven.

Este estado de ánimo donde uno siente que lo tiene de todo de verdad y que la felicidad lo abraza como un velo invisible pero reconfortante, es lo que Mihaly Csikszentmihalyi definió en 1990 como estado de flujo. Estar inmerso/a en una actividad, la propia retroalimentación positiva al alcanzar un grato sentimiento de bienestar y la autoeficacia, es lo que define esta alegría básica del ser a la que todos deberíamos aspirar.

Momentos en que lo tenemos todo, instantes en que no falta nada

Al ser humano actual siempre le falta algo. Comprar un teléfono de última generación supone que al poco tiempo salga otro con mejores prestaciones. Conseguir un trabajo nos da felicidad, pero esa felicidad desaparece cuando la tarea se vuelve rutinaria y no nos sentimos autorrealizados. Iniciamos apasionadas relaciones, pero al poco, aparece ese vacío donde una vez más, sentimos que algo nos falta, que ese amor es incompleto.
“Cuando entiendas que no se trata de luchar sino de aceptar y fluir, habrás entendido el sentido de la vida”

Podríamos decir casi con ironía que “esos vacíos”, esas necesidades indefinibles, eternas y a veces hasta angustiantes, son como ese “troyano” escondido en nuestro cerebro que siempre nos invitará a buscar algo más. Porque la insatisfacción invita a la búsqueda y la búsqueda a un nuevo descubrimiento. Sin embargo, antes de convertirnos en eternos Ulises en un viaje sin retorno, vale la pena detenernos y, simplemente, apreciar lo que ya tenemos.

Esos instantes en que por fin nos damos cuenta de que lo tenemos todo, aparecen cuando uno descubre su pasión y se dedica a ello. Reinhold Messne la encontró en las montañas, nosotros la podemos encontrar en otra afición, en nuestro trabajo, en nuestra familia, en el deporte, en el arte… Porque la felicidad es ante todo un propósito y una actividad, es tomar decisiones y es equilibrar el momento presente con una mente que se siente centrada, satisfecha, competente.

Mihaly Csikszentmihalyi lo llama el “punto dulce”, es un estado al que se llega cuando uno se descalza de presiones y ansiedades, en que se apaga el ruido mental y caen las resistencias, las actitudes limitantes… Toda una aventura en nuestro crecimiento personal en la que vale la pena invertir cada día, cada instante.

Valeria Sabater

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