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sábado, diciembre 31, 2016

Las caricias emocionales son el mejor alimento para el alma

El arte de las caricias emocionales va más allá del simple contacto físico. Es acariciar el alma con una mirada, es hablarle con ternura a un niño para decirle “estoy orgulloso de ti”, es un “te tengo en cuenta, te respeto y te quiero”, es la música que da aliento a nuestro cerebro emocional para aprender a valorarnos los unos a los otros.



Eric Berme, médico psiquiatra y fundador del Análisis Transaccional definió las caricias emocionales como unidades básicas de reconocimiento que buscan, por encima de todo, proporcionar estimulación a los individuos. Hablamos pues de un tipo de transacción, de un intercambio sabio donde se inscribe un tipo de lenguaje que actúa como un auténtico alimento para ese delicado universo psicoemocional que nos sustenta y define.

“Y he llegado a la conclusión de que si las cicatrices enseñan, las caricias también”
-Mario Benedetti-

Por mucho que defendamos nuestra independencia o ese placer ocasional por la soledad, las personas somos seres sociales por naturaleza, y para sobrevivir, para crecer en felicidad y seguridad necesitamos este tipo de estímulos: las caricias emocionales. Sin embargo, y aquí llega el auténtico problema, a día de hoy seguimos siendo unos humildes aprendices del mundo emocional.

Porque tal y como ya sabemos, hay quien escatima energías y voluntades en eso llamado reciprocidad, tampoco faltan los que por alguna razón piensan que no son dignos de recibirlas, y abundan, por supuesto, los hábiles arquitectos de las caricias emocionales negativas, esas que se ejecutan a través del sarcasmo, del desprecio y de la indiferencia.

Las mismas que recibe un niño que no es atendido o valorado por sus padres, la misma que siente una persona al no recibir afecto de su pareja. Un tema con muchos matices del que deseamos profundizar contigo.

La caricia emocional en peligro de extinción

El afecto, así como el respeto, no necesitan del contacto físico para demostrarse ni validarse. La caricia emocional, por ejemplo, se ejerce también en el ámbito laboral con ese directivo que delega su confianza en sus trabajadores, que los refuerza o los valora con palabras de admiración, de respeto y de gratitud. De hecho, tal y como decía Berme, este tipo de actos constituyen la unidad básica de todo acto social que cada uno de nosotros deberíamos saber aplicar.

“Educar la mente sin educar el corazón, no es educar en absoluto”
-Aristóteles-

Cuanto más amplio sea el repertorio de las caricias emocionales que dediquemos a los demás y que a su vez, recibamos del resto, más enriquecedora y hábil será nuestra convivencia. Sin embargo, en esta sociedad tan docta en conocimientos modernos se está perdiendo un poco la habilidad de conectar con la mirada, de hacer un refuerzo verbal, de ofrecer la palabra justa en el momento necesitado. Ahora, los emoticonos son nuestros grandes refuerzos conversacionales, y esos a los que recurrimos a veces con exceso.

Deberíamos ser capaces de desarrollar una ecología emocional para alzar escenarios más sostenibles en cuanto a reconocimiento, reciprocidad, empatía y respeto. Los niños, por ejemplo, no necesitan solo caricias emocionales de su familia. También la escuela y los educadores deben ser intuitivos en este tipo de refuerzos donde frenar dimensiones tan comunes como la frustración, el aislamiento o la inseguridad.

Asimismo, también las organizaciones y las empresas deberían ser capaces de crear climas más favorecedores donde el reconocimiento y el valor hacia el capital humano, incentive al fin y al cabo la creatividad y la productividad.

Acariciarse a uno mismo, acariciar a los demás

Las caricias emocionales deberían fluir entre nosotros como la placidez de un viento cálido que va de aquí y allá en las tardes de verano. En tranquilidad, iluminando a quien lo necesita, dando alas a quien se ha venido a bajo, arrancando sonrisas a quien hace un momento solo sentía amarguras.

Claude Steiner, autor del reconocido libro “Educación Emocional” abordó un aspecto que vale la pena tener en cuenta: así como hay gente que no sabe ofrecer caricias emocionales, también hay quien, sencillamente, cree no merecerlas. Son personas que, en un momento dado, y por la razón que fuera, dejaron de acariciarse a sí mismos, es decir, dejaron de valorarse, de alimentar su autoestima.

Este tipo de comportamiento encaja en lo que se conoce como la “ley de la escasez”, es decir; no pidas caricias positivas y no rechaces las caricias negativas, cuando en realidad, todos deberíamos vivir en ese mundo opuesto regido por la “ley de la abundancia”, a saber:
  • Ofrece caricias positivas.
  • Acepta las caricias positivas.
  • Sé capaz de pedir caricias positivas.
  • Sé capaz de de rechazar las caricias negativas.
  • El arte de saber poner en práctica las caricias emocionales

Las caricias emocionales son, por encima de todo, la artesanía de la valoración. Valorar a alguien es demostrarle un “tú existes para mí, tú eres importante”.
Ese reconocimiento manifiesto a través de un cumplido, un gracias o incluso a través de un consuelo, favorece la validación de la autoestima de esa persona así como su cooperación en la sociedad: todos salimos ganando.

Sin embargo, y esto conviene saberlo, las caricias emocionales tienen su lado oscuro. Aquí ya no hablamos de arte, sino de agresión y estaría representado por las siguientes acciones:

  • Utilizar las caricias emocionales como forma de manipulación psicológica.
  • Hacer uso de la hipocresía como herramienta para ejercer el poder o lograr un objetivo.

Sin embargo, y para nuestra tranquilidad, en el ser humano abundan más los comportamientos positivos que los negativos. Porque al fin y al cabo, es así como sobrevivimos como especie: ofreciendo afecto, ternura, atención, consideración… Así pues, nunca está de más recordar cuáles son los principios y los beneficios de las caricias emocionales:
  • Las caricias emocionales se pueden ofrecer en cualquier momento y en cualquier lugar.
  • Son económicas, fáciles de ofrecer y ocasionan grandes efectos secundarios.
  • Las caricias emocionales están por encima de la clase social, de la edad, el género y la raza. Es algo universal.
  • Son el mejor antídoto contra el miedo, la frustración, las dudas y cualquier problema psicológico.
  • Las caricias emocionales promueven la salud mental y emocional, son, sin lugar a dudas, el mejor alimento para el alma.

Valeria Sabater

viernes, diciembre 30, 2016

Aprender es soltar lo prendido

Decía uno de los grandes filósofos clásicos, concretamente Platón en su teoría de la reminiscencia, que aprender es recordar. Recordar lo que nuestras almas ya conocían y que olvidaron al caer al mundo cavernario de los sentidos: en el que no se manifiesta lo verdadero, sino las sombras de lo verdadero.



Para hablar de este tipo de aprendizaje Platón toma como referencia a las matemáticas. Lo hace porque en esta disciplina podemos encontrar enunciados que se validan dentro del propio mundo matemático, sin necesidad de acudir a un laboratorio o de medir variables que introduzcan incertidumbre en los resultados. De esta manera, la verdad no saldría del mundo exterior sino de la razón propia, mostrando cómo la mente -o el alma en términos platónicos- es capaz de producir información que puede validarse de manera universal.

Apoyando la inseguridad platónica, el estudio de la percepción en psicología ha demostrado que efectivamente nuestros sentidos son fáciles de engañar. Especialmente relevante -porque es el sentido que más utilizamos- es la inocencia de nuestra vista y de las células que interpretan la información que nos llega nuestro cerebro a través de los nervios ópticos.

Pero no solo como interpretadores patinamos, sino que también lo hacen algunas de nuestras capacidades. Sin que nos demos cuenta, alguien externo puede tomar el control de nuestra atención o crear el ambiente propicio para que inventemos recuerdos o en nuestra memoria se modifiquen algunos detalles de los mismos. Detalles que pueden tener unas repercusiones importantes cuando se modifican, por ejemplo, a la hora de que un testigo afronte una ronda de reconocimiento.


El aprendizaje: mirar hacia dentro, mirar hacia fuera

Así, al idealista de Platón no le faltaba razón al decir que quizás nos fiamos demasiado del aprendizaje entendido de manera clásica: un estudiante, unos codos, una mesa y un manual de los que pesan, complementado con los apuntes del profesor. De una manera más naturalista: mirar a nuestro alrededor y observar, sintetizar y concluir.

De los filósofos clásicos y de su amor por la reflexión nos llega el aforismo griego “Conócete a ti mismo“, (que en griego clásico es γνῶθι σεαυτόν, transliterado como gnóthi seautón), que según Pausanias estaba escrito en el pronaos del templo de Apolo en Delfos. Estás tres palabras no dejan de ser la base de muchos manuales de autoayuda que hoy engalanan los escaparates de las librerías.

Sea este un aprendizaje válido o no, lo que sí se plantea esta inscripción atribuida a tantos filósofos es un tipo de aprendizaje diferente. Por lo sintética que es, podríamos pensar que nos dice que lo que tenemos que hacer es conocernos a nosotros mismos como lo hacemos con una pareja romántica, para amarnos y querernos.

Otra interpretación más pragmática sería aquella que habla de explorar nuestros límites, para explotar al máximo nuestras capacidades. En cualquier caso, en ningún momento relega a los sentidos, no dice que ese aprendizaje no pueda darse en la caverna de la que Platón pretendía que saliéramos.

Aprender es soltar lo prendido

Otra forma de aprendizaje es aquella que tiene que ver con desnudarnos. No en un sentido erótico, aunque el proceso al principio perezoso no pueda rodearse, una vez emprendido, de cierto placer. Se trata del aprendizaje como abandono de lo prendido. Se trataría de un aprendizaje como búsqueda de aquello que nos sobra. Lejos de ser una manera arcaica de entender el aprendizaje, algunas de las llamadas “terapias de tercera generación” se sitúan, en parte, en esta perspectiva.

Hablamos de identificar aquellas programaciones, como pueden ser los estilos de afrontamiento, que sistemáticamente se encuentran en la base de nuestros errores y que actúan de manera limitante. Lo prendido “a soltar”, lejos del mundo cognitivo, también pueden ser sentimientos, como el resentimiento: ese enfado no manifestado y guardado que nos golpea constantemente, nos tumba y nos llena los ojos de lágrimas. Finalmente también pueden ser personas que no nos hacen ningún bien.

Por otro lado, el planteamiento del aprendizaje en estos términos nos recuerda algo que acompaña nuestra condición de humanos y que se dice mucho de los niños pequeños: somos esponjas. Dicho de otra manera, podemos asimilar conocimiento de manera activa, pero eso no hace que dejemos de asimilar otro gran montón de elementos de manera pasiva y sin que necesariamente haya conciencia en ello. Así, podemos decir que se nos pegan muchos conocimientos, tanto deseables como indeseables.

Es precisamente el examen de estos conocimientos y la eliminación o el descarte de los malos lo que pretende esta manera de aprender. Practicándola enriquecemos aún más la escritura que algún filósofo dejó hace siglos en el templo de Apolo y, de paso, nuestra vida.

Sergio De Dios González

jueves, diciembre 29, 2016

Meditar es descansar la mente para iniciar un diálogo con el alma

Llega un día en que lo necesitamos, así, sin más: apagar el ruido de la mente para sintonizar esa voz interna que teníamos descuidada y que tanto tiene que decirnos. Porque meditar es, ante todo, propiciar un reencuentro con nuestra alma, una conexión vital con la que hallar respuestas en estos tiempos de mares convulsos.



No existe una única razón por la cual, una persona elige empezar a practicar la meditación. A veces, se llega por casualidad. Alguien tiene un dolor de espalda y le recomiendan el yoga, y del yoga, casi sin saber cómo, se inician en este arte ancestral del que existen tantas escuelas como curiosos enfoques.

“Meditar es regalarte un momento para ti, para estar contigo de manera íntima y especial”

Por otra parte, cabe señalar también que la meditación tiene diferentes significados según el contexto. A pesar de no estar ligada a ninguna religión en concreto, sí es un componente destacado en muchas creencias. No obstante, y dejando a un lado el aspecto espiritual, el interés psicológico por la meditación ha sido siempre destacable por muchas razones y finalidades terapéuticas.

Este ejercicio se centra ante todo en esa capacidad para “autorregular” la mente y sus procesos, de manera que podamos alcanzar así un adecuado equilibrio entre los pensamientos y las emociones. Es algo muy interesante, algo a lo cual se llega a través de un entrenamiento planificado y que podría, sin duda, ayudarnos a complementar muchas estrategias a la hora de ciertos “picos de lanza” psicológicos, como el estrés, la ansiedad o la depresión.

Te proponemos reflexionar sobre el tema.


Meditar para restaurar nuestro equilibrio interior

Para muchos hablar de meditación es hablar de Budismo. Sin embargo, cabe recordar que también los druidas hacían uso de estas técnicas para conectar con la naturaleza y la divinidad. Para lograrlo, debían afrontar una serie de resistencias a las que denominaban las “cuatro tristezas”: la nostalgia, el dolor de la pérdida, la envidia y la dificultad del viaje. Algo que, sin duda, nos es ligeramente familiar.

“Orar es hablar con la parte más profunda de nuestro Ser, meditar es hallar la Respuesta”

Si uno ahonda un poco en el complejísimo e interesante mundo de las religiones y la espiritualidad, se dará cuenta de que hay ejes vertebradores que siempre se repiten. Mircea Eliade, conocido filósofo e historiador, dijo una vez que en el momento en que el ser humano miró hacia arriba por primera vez y descubrió las estrellas, quedó hechizado por esa calma y esa magia, casi divina. Algo debía ocurrir en aquella dimensión que tanto se alejaba de las necesidades y penurias de la humanidad.

Desde que hemos tenido uso de razón, siempre hemos ansiado hallar esa calma, ese equilibrio interior con el cual, alcanzar una comprensión más intuitiva de las cosas, una serenidad más sabia y profunda con la que invocar al auténtico ser que llevamos dentro y que, de algún modo, nos permitiría conocernos mejor y conectar de otro modo con nuestro entorno. Algo que, si lo pensamos bien, es bastante complejo a día de hoy, en este mundo donde prima la acción y el estrés, ese desgaste inadvertido que fragmenta por completo esa dimensión divina: nuestra autoestima.

Dejar de ser esclavos de las circunstancias externas

Nadie puede controlar al 100% lo que acontece en nuestro exterior. No obstante, lo que sí podemos dominar es el modo en que nos afectan esas circunstancias. Lo creamos o no, cada uno de nosotros convivimos a diario con una serie de saboteadores internos a los cuales, no vemos pero están ahí. Son como los ácaros de nuestra conciencia, a los que debemos hacer frente de forma hábil, sabia.

Serían los siguientes:
  • Las preocupaciones.
  • Ser adictos a recordar el pasado.
  • Pasarnos la vida juzgando.
  • Ser críticos con nosotros mismos y aún más con los demás.
  • Culparnos de todo lo que acontece a nuestro alrededor.
  • Ser un catastrofista empedernido
  • Ser un adicto a las dudas y a las indecisiones.

Cuando una persona empieza a meditar, se inicia al mismo tiempo en un viaje contemplativo donde ver cada una de estas dimensiones. Ahora bien, lejos de contemplar estas empalizadas con desdén o desprecio, las veremos con esa calma serena de quien es capaz de NO juzgar para entender que el cambio siempre es posible. Porque la meditación es, ante todo, arroparnos a nosotros mismos con respeto y amor para clarificar las metas y salir reforzados de ese instante de paz y equilibrio.

Elige tu tipo de meditación y cuida de tu cerebro

A día de hoy, la ciencia tiene muy claro que meditar genera cambios muy positivos en nuestra arquitectura cerebral. Se incrementa, por ejemplo, el grosor cortical, esa área relacionada con la introspección y la atención. Asimismo, también aumentan las conexiones en el área del hipocampo o el área frontal, estructuras relacionadas con las emociones o la toma de decisiones.

La meditación es, como vemos, un arte en el que vale la pena iniciarse si así lo creemos y si lo necesitamos. Tenemos además diferentes tipos de meditación, entre los que podemos elegir los que mejor se ajusten a nosotros en un momento dado.

Serían las siguientes:
  • Meditación Budista
  • Meditación Trascendental
  • Meditación Vipassana
  • Meditación Zazen
  • Meditación Kabbalah
  • Meditación Mantra
  • Meditación Sufi
  • Meditación Dzogchen
  • Meditación Chakra

No obstante, y como curiosidad, cabe señalar que tampoco es imprescindible seguir un enfoque determinado. Meditar es un ejercicio con el que podemos alcanzar un estado de conciencia y de relajación para beneficiarnos de una serie de procesos cognitivos y psicológicos. En ocasiones, para lograrlo basta con visualizar imágenes positivas mientras verbalizamos mentalmente una serie de afirmaciones que se ajusten a nuestras necesidades.
  • Tengo plena confianza en mí.
  • Me siento libre para tomar mis propias decisiones.
  • Escucho mi intuición.
  • Nada ni nadie tiene derecho a vulnerar mi paz interior.
  • No soy menos que nadie y nadie es menos que yo.
  • Me atrevo por fin a iniciar el cambio, a luchar por mi felicidad.

Para concluir, en ocasiones, para mantener o recuperar nuestra vitalidad en estos tiempos inciertos y complejos, es necesario iniciar un camino inverso: en lugar de correr hacia un lugar como deseando escapar, lo mejor es reencontrarnos. Para ello, nada mejor que empezar a meditar.

Valeria Sabater

miércoles, diciembre 28, 2016

Mi mayor triunfo: haber alcanzado la autonomía emocional

Uno de nuestros mayores logros a nivel personal es alcanzar en un momento dado la total autonomía emocional. Es ese instante en que nos responsabilizamos por completo de nosotros mismos sin dependencias tóxicas, sin necesidad de ser validados por nadie para poder luchar con dignidad y aplomo por lo que queremos y merecemos.



No es fácil. La autonomía emocional es esa aspiración en materia de crecimiento personal que no todos logran alcanzar con autenticidad. Esta autonomía, definida siempre como la capacidad de tomar decisiones de acuerdo a la propia voluntad, tiene varios muros, altas alambradas y todo un ejército de aguerridos enemigos. Las presiones externas y nuestros saboteadores internos coartan la mayor parte del tiempo este objetivo.

“Si no eres capaz de amarme como merezco, entonces vete. Alguien habrá que sea capaz de disfrutar de lo que yo soy”
-Walter Riso-

Este constructo psicológico vertebra, en realidad, muchas dinámicas cotidianas que nos pueden ser más o menos familiares. Todo padre, toda madre, por ejemplo, intenta propiciar en sus hijos una adecuada autonomía emocional. Un saber hacer con el que puedan sentirse mucho más competentes a la hora de pensar, de sentir y clarificar objetivos sabiendo asumir las consecuencias de los mismos.

Por su parte, existe mucha bibliografía al respecto de la dependencia emocional y de esas relaciones donde alguno de los dos miembros ejerce el poder, mientras el otro, asume y calla por miedo, por un amor ciego o incluso por la presión de una cultura determinada. La otra cara de la moneda es, por tanto, un aspecto del que no se habla tanto como se debería en muchos de nuestros manuales de autoayuda: la autonomía emocional.

Te proponemos ahondar en este aspecto clave.


Las sibilinas redes del control y la dominación

Algo en lo que deberíamos empezar a reflexionar es en el hecho de que las personas que no saben controlarse a sí mismas son las que más ejercen la dominación sobre los demás. Hablamos sin duda de esos perfiles que carecen de una auténtica madurez emocional y que, a su vez, necesitan controlar a quien más quieren para así, reforzar su propia autoestima y validar su poder.

Tal y como señalábamos al inicio, es muy complejo salir de estas dinámicas. En especial, porque casi siempre existe un ancla soterrada que nos impide movernos de ese terreno habitado por la dependencia hacia ciertas figuras de poder: padres, madres, parejas… Las redes de control y dominación son las más delicadas y las más resistentes, porque se alimentan del amor más tormentoso que existe: nos referimos a ese amor que nos quita el oxígeno, la vida, la luz.

La vida, por sí misma, no siempre nos permite disfrutar de una total y absoluta autonomía personal. Sin embargo, lo que sí tenemos a nuestro favor es la capacidad de poder de decidir. Es ahí donde la autonomía emocional adquiere su máxima relevancia. En el momento en el que logremos desarrollar una adecuada claridad mental para recuperar la voz y la dignidad, seremos capaces de decir qué queremos, cuándo lo queremos, qué no queremos y a quién no queremos en nuestra vida.

Nos alzarnos, por tanto, como nuestras propias e indiscutibles referencias de poder.


Cómo lograr nuestra autonomía emocional

Alzarnos como hábiles estrategas en autonomía emocional, implica dominar ante todo eso que definimos como autoeficacia. Construir una identidad fuerte que vele por nuestra integridad, que sepa tomar decisiones responsabilizándose de las consecuencias y que a su vez, nos aporte un actitud positiva ante la vida, implica hacer un viaje muy particular. Un viaje a nuestro interior para ser consciente de diversos aspectos.

“Quien mira hacia fuera sueña, quien mira hacia dentro, despierta”
-Carl Gustav Jung-

Te proponemos iniciar ese recorrido a través de los siguientes pasos.

Las bases de la autoeficacia

Si alguien elige las cosas por ti, no te sientes eficaz. Si resuelven tus problemas, si esperas que alguien valide tus ideas, que te den permiso, o te indiquen por dónde debes ir y por donde no, nunca desarrollarás una adecuada autoeficacia. Así pues, recuerda, aunque dudes, aunque te de miedo, aunque no te sientas capaz, hazlo: decídete a actuar por ti mismo.

  • Uno de los mayores enemigos a de la independencia emocional, es sin duda la “autonomía comprometida”. Son esas situaciones complejas construidas sobre todo a nivel de pareja, donde los dos miembros viven en un autoengaño muy destructivo.

Es cuando le decimos al otro aquello de “tú haz lo que quieras”, “decide lo que necesites”, “Lo que digas me parecerá bien”, “sal esta noche con tus amigos si así lo quieres…” Cuando en verdad, lo que esperamos es justo lo contrario. En realidad, se trata de mandatos implícitos que debemos saber gestionar para que la autonomía emocional sea auténtica y plena en esa relación.

La autonomía emocional nos dicta también que ninguna persona tiene derecho a decidir por nosotros el estado de ánimo que debemos tener. “Tú estás bien donde estás”, “Eso es lo que te conviene, eso es lo que te hace feliz y no esas tonterías que tienes en la cabeza”.
  • Otro aspecto en el que debemos reflexionar es en el hecho de que muchos de nosotros conocemos de sobra cuáles son los componentes que conforman la autonomía emocional. Los conocemos porque sabemos qué es la autoestima, la asertividad, la resiliencia… Sin embargo, a pesar de tenerlo claro seguimos lidiando con múltiples bloqueos emocionales.

Tal vez deberíamos tomar como propio el consejo que nos dejó Erich Fromm en su momento: “atrévete a ser libre”. Porque a veces, no es más que eso, atrevernos, dar el paso hacia delante para convertirnos en aquello que realmente queremos.

Valeria Sabater

martes, diciembre 27, 2016

¿Conoces los mecanismos de defensa que más utilizamos?

Todos, absolutamente todos los seres humanos, nos hemos puesto alguna vez pequeñas capas para salvaguardar nuestra integridad, nuestra dignidad, o nuestra salud psíquica. Estas capas, que llamamos en Psicología mecanismos de defensa, son mágicas porque parecen protegernos del daño. Pero lo cierto es que habitualmente la amenaza, y el daño en algunos casos, no quedan contrarrestados tan fácilmente como en un principio puede parecer. Dicho de otra manera, estas estrategias no suelen ser tan efectivas como prometen.



Así, en ocasiones nos tapamos los oídos muy fuerte porque no queremos escuchar una verdad que sospechamos dolorosa. El problema es que esto acaba convirtiéndose en algo real. Acabamos tapándonos “los oídos del alma“. No escucho lo que no quiero escuchar. Me hace tanto daño que prefiero vivir en la ignorancia. Una ignorancia muy peligrosa.

El problema es que vivir en la ignorancia es un castigo también. Porque lo que negamos nos somete. Se nos presentará una y mil veces hasta que lo aceptemos. Y esto…ya lo decía Carl Gustav Jung:

“Lo que niegas te somete, lo que aceptas te transforma”
-C. G. Jung-

Parece que la vida nunca hará oídos sordos a nuestra existencia y nos pondrá una y otra vez aquellas situaciones que estamos evitando para poder afrontarlas y aceptarlas.

Los mecanismos de defensa nos protegen de las verdades dolorosas

Para ayudarnos a protegernos de estas verdades, que tanto nos daña conocer, existen los mecanismos de defensa. Estas verdades dañan el ego, dañan a nuestro amor propio, dañan el concepto que teníamos de nosotros mismos… A pocas personas les resulta agradable aceptar aquello que está relacionado con una parte que detestan de sí mismos y que difícilmente reconocerán frente a un espejo.

Por ejemplo, hay personas que dan por supuesto que su pareja desea a otras personas y ello les enfada. De hecho no dudan en echárselo en cara, cuando realmente son ellas los que desean a otras personas (ajenas a su pareja). Así, es su propio deseo el que proyectan en su pareja en forma de recriminación.

Reconocer que deseamos a otros, cuando somos celosos, es una verdad que puede ser a la vez causa de dolor y vergüenza. Asumirla implica reconocer que lo que nos aterra ver en el otro, en verdad lo estamos haciendo nosotros. Así, quienes estarían haciendo algo “despreciable” -porque así lo juzgamos- somos nosotros.

Proyección o cómo echar hacia fuera lo que es mío

Entonces llega un punto en el que tenemos que ver todo con cierta claridad y realidad para poder sentirnos de una manera o de otra. Si no aceptamos ni reconocemos lo que a nos está pasando, nos pasaremos una vida viéndolo con soberana nitidez en la otra persona. Lo que detestamos de nosotros lo vemos en el otro perfectamente. De forma tan nítida que nos trasformamos en jueces severos y sin ningún ápice de empatía con la víctima.

A este mecanismo de defensa, que de alguna manera protege la integridad de nuestro auto-concepto, se le llama “proyección” y es uno de los más utilizados. Mediante él “proyectamos” -y nunca mejor dicho- en el otro aquello que detestamos de nosotros. Rebaja la ansiedad que causaría velo en nosotros al verlo en el otro.

Cuanto más proyectemos hacia fuera, más ciegos nos estamos volviendo. Cuanto más pongo DE MÍ en el afuera, más me voy difuminando y más capacidad de actuación voy perdiendo. En cambio, si poco a poco, vamos haciendo un ejercicio en el que vayamos recuperando y rescatando todas aquellas flechas que lanzamos con crueldad hacia fuera, con toda seguridad iremos ganando en autenticidad, honestidad y conciencia.

Negación o cómo tapar todo aquello que no queremos ver

La proyección está íntimamente ligada con la negación. Mediante la negación tapamos algo que no queremos ver. Ponemos diques encima de ese torrente de verdad que tenemos que asumir. No queremos ver la verdad, ni olerla si quiera. La verdad, lejos, a un mundo mágico donde dejamos todo aquello que no queremos ver.

La negación, por ejemplo, es una de las fases por las que pasa una persona que está en duelo. Ya sea por una ruptura sentimental, por la muerte de alguien querido, por un cambio drástico y definitivo en su vida… La negación es una defensa contra la angustia y el dolor.

Pero la vida también es dolor… y ya sabemos que es pasando por este y aceptándolo como podemos seguir caminando. Las defensas están ahí para ayudarnos en muchas ocasiones, pero hemos despojarnos de ellas si queremos vivir con toda nuestra potencialidad y siendo fieles a lo que en realidad somos.

Alicia Garrido Martín

lunes, diciembre 26, 2016

Las catástrofes personales son las mejores guías para nuestras emociones

A veces siento que voy a caer, que me derrumbo. Y pienso… si yo soy más fuerte que todo esto, si ya he superado cosas peores antes, si mi amiga tiene una situación personal peor y siempre es optimista… pero la realidad es otra, somos proyectos dirigidos por emociones. Así que, a veces asumo que me siento mal y que no tiene por qué ser racional. Y lloro, lloro mucho, a ver si las heridas cicatrizan con lágrimas. O con helado. O con abrazos. Y, en efecto, a veces lo hacen.



Pero otras… no hay nada que calme esa desazón que siento dentro. E insisto a los que me quieren que no, no es su culpa. Y que no, no pueden hacer nada, solo estar… a veces eso es más que hacer algo. Me siento frustrada, y me da rabia. Porque sí, los psicólogos somos una especie de topógrafos que hacemos mapas para que los demás den con la clave de su felicidad. Lo que no implica que, necesariamente, los tengamos para nosotros mismos. Como popularmente se dice “en casa del herrero, cuchillo de palo”.

¿Te ha ocurrido esto alguna vez?

¿Qué son las metaemociones?

La metaemoción es una emoción que surge como reconocimiento de otra emoción, como cuando te sientes culpable por haberte enfadado con tu amigo. ¿Verdaderamente tienes razones para sentirte así? Si tu respuesta es no, enhorabuena, no hace falta que continúes leyendo si no quieres. Pero, como es normal, la mayor parte de nosotros pensamos que sí. Que de lo contrario, no nos sentiríamos así. Si este es tu caso y quieres saber qué hacer al respecto ahora veremos cómo identificar y gestionar este tipo de emociones.

Lo cierto es que es normal que una emoción nos suscite otras emociones. El verdadero problema es no saber identificar y canalizar esas metaemociones, si estas empiezan a interferir con nuestra vida y nuestra forma habitual de actuar. Es el caso de muchos padres y madres de familia que se sienten culpables por sentirse felices.

¿De qué hablo? En las familias que se han visto tocadas por la crisis han sido avocadas a sobrevivir más que a vivir y, por tanto, el ocio es total y absolutamente prescindible, y más si hay niños de por medio. ¿Qué provoca esto? Que cuando los sustentadores principales de este núcleo familiar tienen un espacio para desconectar (ir al partido con los amigos, tomar café con los compañeros de trabajo…) o una necesidad (como un abrigo, ir a la peluquería) la omiten porque “hay otras prioridades”. Y, en caso de hacerlo, muchas veces se acaban sintiendo culpables haber disfrutado. Al igual ocurre cuando tienes a un familiar enfermo.


La catástrofe natural

El mero aprendizaje de que esa experiencia no ha sido positiva, es positivo. Yo lo denomino “catástrofes naturales”. Son todos aquellos acontecimientos vitales muy negativos y dolorosos inevitables que te cambian. Te cambian, increíblemente, para bien. Es cierto que en ocasiones parece que la vida nos está poniendo a prueba y te preguntas el típico “¿qué he hecho yo para merecer esto?”

Lo peor es que, muchas veces, no hay respuesta. No has hecho nada para merecerlo y, aún así, enferma algún familiar, te despiden de tu trabajo de toda la vida o tienes un grave accidente de tráfico. Y no, ya no vuelves a ser el mismo/a, y tampoco sabes cómo seguir adelante con ese “nuevo tú”. Un tú mismo, nos los que te rodean, que te notan cambiado/a y algo nuera de lo normal. El dolor sigue ahí, pero ya como algo que es parte de ti. Lo has asumido y sabes que no se irá, pero a la vez eres capaz de ver el lado bueno de todo aquello y te sientes bien por ello.

Son catástrofes naturales porque no pudiste prevenirlas, arrasaron todo lo que conocías y, ahora que ya son historia, todavía hay una huella muy notoria del daño que causaron. Todos tenemos nuestras propias catástrofes naturales. Y, quiero decirte que, nadie estamos a salvo de ellas pero solo tú eres quién decide qué hacer cuando un día una llega a ti.

En el año 2011, de los 365 días que tuvo ese año, solo 6 minutos de todos esos días causaron una brecha en la vida de muchas personas en todo el mundo. El tsunami de Japón, causó ‎15893 muertos, 172 heridos y 8405 desaparecidos. Se dieron dos reacciones muy diferentes entre la gente que vivió esta experiencia. Por un lado, aquellos que temen y temerán al mar el resto de sus vidas, pero, por el otro, están los que incorporan este suceso como parte de su experiencia vital.
Completar ciclos para poder seguir

Párate, respira y piensa… la vida está llena de ciclos que debemos ir completando y cerrando. Nadie cuenta con una vida perfecta, todo pasa. Es más necesitamos tiempos difíciles para darnos cuenta verdaderamente de lo importante que es disfrutar de la cresta de la ola cuando estamos en lo más alto.

Entonces, ¿cómo puedes completar esos ciclos? Bueno, la respuesta a esta pregunta me lleva a un libro que leí hace algún tiempo y que no tenía que ver en absoluto con lo que es un típico manual de autoayuda. El libro trata sobre cómo aconsejaban despedirse a enfermos conscientes de padecer una enfermedad terminal. Pues bien, se resume en cuatro frases: lo siento, te perdono, te quiero y gracias.


Libera tus emociones

Bien, ahora te estarás preguntando qué hacer con esta información si no estás en un proceso terminal de una enfermedad. Puedes decir esas cuatro frases a la persona o situación que no te deja seguir adelante. Es decir, reconocer nuestros errores y los de los demás pero también lo bueno que hicimos ambos, reconocer el aprecio que tienes a esa persona o sonreír ante esa etapa de tu vida y dar las gracias por haber vivido la experiencia.

El perdón no exime, pero al mismo tiempo permite que dejes ir aquello que te está anclando y te ofrece la posibilidad de verte o de ver a los demás como entidades mucho más complejas y ricas. Ya no te afecta, sigues adelante. El libro habla de una mujer que perdonó a su padre, el cual había abusado de ella, en el lecho de muerte.

Somos humanos, cometemos errores, y perdonar a la vida y a ti mismo por esos momentos o decisiones de los que no estás orgulloso e incorporarlos como parte de tu pasado, sin sentirte incómodo por ello, es uno de los retos más hermosos que existen. Son estas personas, las que harán que la catástrofe natural pase a ser un punto fuerte de sus vidas y de su personalidad. Y volverán. Volverán para mirar cara a cara el mar y decir “sigo aquí”.

Ninguno podemos elegir una catástrofe natural pero podemos elegir si huir o salir reforzados de ella. La mía comenzó hace algún tiempo, y no cambiaría nada de lo que ha sucedido desde entonces que me ha llevado a escribiros desde aquí.

Rocío San Segundo Alonso

domingo, diciembre 25, 2016

Valora a las personas por como te tratan, no por sus creencias

En esta sociedad en la que parece que, si no estas conmigo estás contra mí, es importante valorar a las personas por su trato más que por sus creencias. Al fin y al cabo, una creencia es un estado de la mente en el que suponemos verdadero el conocimiento o la experiencia que tenemos acerca de un suceso u objeto.


Las creencias describen el contenido educativo y cultural de las personas, en cambio la forma de tratar a los demás muestra algo más personal, la capacidad de empatía. Como tratamos a los demás, dice mucho de nosotros mismos.

La empatía es la capacidad de percibir lo que otro ser puede sentir poniéndonos en sus condiciones y adoptando su escala de prioridades. Esta puede dividirse en afectiva y cognitiva. La empatía afectiva, es la capacidad de responder con un sentimiento adecuado a los estados mentales de otro. Por su parte, la empatía cognitiva es la capacidad de comprender el punto de vista o estado mental de otro.

Las personas empáticas consiguen que los demás se sientan comprendidos, escuchados y emocionalmente recogidos. Desde un punto de vista psicológico, en los vínculos afectivos que formamos es más determinante cómo nos relacionamos con los demás que las creencias que atesoremos.

“La creencia es involuntaria; nada involuntario es meritorio o condenable. Un hombre no puede ser considerado mejor o peor por su creencia”
-Percy Bysshe Shelley-

¿Por qué necesitamos hacernos una impresión de los demás?

Toda la información que recibimos y la forma en la que organizamos el mundo pasa por nuestro filtro perceptivo. La interpretación que hacemos de la realidad que nos rodea es fruto de nuestro bagaje personal en forma de expectativas, emociones, necesidades, valores.

La percepción de los demás es el proceso a través del cual pretendemos conocer y comprender a otras personas. Se refiere a cómo percibimos a los otros y sigue los mismos principios que la percepción que hacemos de nosotros mismos. El autoconcepto está ligado íntimamente a la percepción de los demás, porque en parte aprendemos cómo somos por la percepción que tenemos de la reacción de los demás.

Necesitamos categorizar a los demás en esquemas o grupos, en forma de guía para poder orientarnos. Esta evaluación tiene que ver con la evolución de nuestra especie y es un recurso adaptativo. Necesitamos hacernos una impresión sobre los demás para adaptar así nuestra reacción. Necesitamos información para valorar si nos tenemos que mostrar cercanos, alejarnos lo máximo posible o mostrar indiferencia.

“El regalo más preciado que podemos dar a otros es nuestra presencia. Cuando nuestra atención plena abraza a los que amamos, florecen como flores”
-Thich Nhat Hanh-

Personas que hacen más fácil nuestro mundo

Rodéate de gente que te haga más fácil la vida. Las personas de trato agradable y que nos hacen sentir apreciados comparten una serie de características. Son afables, nobles, cariñosas, respetuosas y les gusta escuchar a los demás. Todo lo contrario hacen las personas que no respetaran nuestra forma de vida, nuestras decisiones y nuestra manera de ver el mundo.

Pensemos, ¿es preferible estar rodeados de bordes, soberbios y prepotentes que piensan igual que nosotros o de personas amables, cariñosas y que nos cuidan, aunque no compartan varias de nuestras creencias?

Cada quien tendrá su opinión, pero está demostrado que rodearte de personas empáticas nos ayuda a afrontar de manera más optimista nuestro día a día ya que contar con ellas ya es en sí un gran motivo para este optimismo. No olvidemos que una creencia es una manera de interpretar la realidad, no la única. Son múltiples los beneficios de rodearte de personas por su manera de relacionarse y apreciar a los demás y no exclusivamente por sus creencias, aparte de enriquecernos con otras culturas y opiniones.
Cuando todos los días resultan iguales es porque el hombre ha dejado de percibir lo bueno que se ha ido atesorando en su vida

Fátima Servián Franco

sábado, diciembre 24, 2016

La enfermedades como conflicto entre cuerpo y la mente

El cuerpo habla y se expresa por síntomas. Las enfermedades, los dolores, las heridas, el malestar… son síntomas de que dentro de él algo negativo está pasando. Muchas veces esto negativo sobre lo que el cuerpo nos alerta tiene que ver con nuestro mundo emocional.



Diferentes técnicas terapéuticas abordan este enfoque. Una manera de mirar la realidad que parecía pertenecer al caduco psicoanálisis de Freud y su teoría de la represión, pero hay más. Las terapias de tercera generación, como el mindfulness, o el yoga, la medicina de renovación celular, la bioquímica corporal y cerebral, y la física cuántica han llegado desde diferentes ópticas a que la mente y el cuerpo están directamente relacionados y la influencia que tienen el uno sobre el otro es muy poderosa.

Los avisos de nuestro cuerpo

Cuando nos duele algo, nos encontramos cansados, o surge una enfermedad, el cuerpo nos está avisando. Nuestra mente está interpretando una situación, quizás relacionada de manera íntima con nuestras emociones. Es hora de parar y analizar qué está pasando, cómo nos estamos sintiendo y en qué medida nos afecta.

Teniendo en cuenta siempre y como primera opción el uso de la medicina tradicional, podemos ayudarnos del poder de nuestra mente para potenciar los efectos de este tratamiento médico y de las conductas de auto-cuidado. Para poder explorar el poder que nuestra mente atesora en este sentido tenemos que darnos el tiempo, el permiso y la paciencia necesaria.

“Toda enfermedad no es más que la manifestación física de un malestar, de un trastorno debido a una condición mental que altera el equilibrio del cuerpo”
-Dr. Edward Bach-

El poder de los pensamientos

La mente equivale a todo lo que pensamos. Cada pensamiento que pasa por nuestra cabeza influye en nuestra vida y cuerpo, en nuestra realidad. Los pensamientos que más influyen nuestro entorno son aquellos a los que prestamos más atención y alimentamos con nuestra palabra, acción y reacción.

Si los pensamientos afectan nuestra realidad y cuerpo, entonces pensar en positivo podría ayudar a solucionar los problemas, enfermedades y carencias. Sin embargo, pensar en positivo no es suficiente. Pensar solamente en lo que a nuestro parecer es “bueno”, supone emitir juicios y creer que lo que se desea se va a cumplir sin más.

Para cambiar esa forma de pensar o interpretar lo que percibimos, hay que ir más allá, al profundo mundo de las emociones. Al desarrollo de la inteligencia emocional y al conocimiento de nosotros mismos.

Las enfermedades como interpretaciones propias de la realidad

Una enfermedad puede reflejar que nuestra mente está haciendo algo que no queremos. Para cambiar esto, habría que observar con qué tipo de programaciones trabaja nuestra mente y de qué manera las hemos adquirido y la estamos ejecutando mediante conductas. Pensemos que nuestro aprendizaje en la familia es el origen de la gestión emocional.
Las emociones como el miedo, la ira, la rabia, la tristeza o la duda… reflejan ciertas actitudes mentales que nos hacen reaccionar de formas no fluidas. Quizás no confiamos o estamos esperando demasiadas cosas de los demás.

Determinadas molestias corporales están sembradas y cultivadas en nuestro mundo emocional. Algunas de nuestras dolencias son la consecuencia de no haber entendido algunas experiencias que nos han provocado dolor, insatisfacción o ira. Estas experiencias se quedan guardadas en nosotros y poco a poco se van reflejando en nuestro cuerpo.

En resumen, podemos decir que algunos síntomas corporales o dolencias tienen que ver con cierto grado de infelicidad o insatisfacción, resultado del apego, el exceso de control, la ira negada o no entendida, etc. Se dice que en el fondo toda enfermedad es algo que ocultamos. Si al corazón le duele, le irrita, le arde o desilusiona una experiencia, el cuerpo lo reflejara de igual forma. El cuerpo es el reflejo más inmediato de la forma en cómo pensamos y sentimos la vida.

Emociones y enfermedades

Las investigaciones volcadas en el libro Emociones y salud, de Editorial Ariel ponen de manifiesto desde una perspectiva psicológica, fisiológica y/o social cómo las emociones y las conductas juegan un importante papel en el bienestar de las personas, y en la manifestación de enfermedades.

Cada vez existe mayor conocimiento de los factores o al variables que en un determinado rango son aliadas de nuestra salud. Pero también somos más conocedores de la presión, competitividad y exigencias que se nos impone en nuestra actividad diaria. En este marco de referencia, la gestión emocional se convierte en una especie de filtro determinante de la salud y, por extensión, la enfermedad de las personas.

Yo pienso, yo soy

Louise L. ha ha dedicado gran parte de su vida a enseñar a las personas que sus pensamientos pueden cambiar sus vidas. Ha escrito muchos libros que han ayudado a gente a descubrir su propia valía, y ha creído que si los niños pueden aprender a una edad temprana el potencial que tienen sus pensamientos, su viaje a través de la vida sería más feliz y gratificante.

Os invito a pensar en el poder de las afirmaciones, entendidas como pensamientos y palabras que utilizamos a diario. Si conseguimos identificarlas, y transformar esos pensamientos negativos en acciones y palabras positivas, e interiorizarlos, cambiaremos nuestra forma de sentir y nuestra forma de vivir.

“El poder esta siempre en el momento presente”
-Louise L. Hay-


Para sentirnos mejor

Podemos ver que todo lo que vivimos es para algo. El mayor aprendizaje de una experiencia está en aprender. Aprender a conocernos y a aceptar. Tener una buena relación con nosotros mismos y con los demás. Aprender que hay que dejar de esperar y empezar a amarnos más para poder amar, tener paciencia y confiar, ser más compasivos, dejar de criticarnos y exigirnos de más, disfrutar lo que tenemos y permitirnos entusiasmarnos con las cosas y creernos que la naturaleza nos ha puesto todo a nuestro alcance para ser felices. 

Si aprendemos a manejar las emociones que la mente siente, nuestro cuerpo minimizará el envío de señales preocupantes. Un estado continuado de cansancio, defensas bajas o constipados repetitivos pueden ser síntomas de que estamos comprometiendo a nuestro sistema inmunológico haciendo una gestión pobre de nuestras emociones. Por otro lado, al estar contentos y tranquilos, en un estado de crecimiento, descubrimiento y plenitud, segregamos hormonas y nos llenamos de energía, vida y salud.

Cristina Tabernero Neira

viernes, diciembre 23, 2016

Cuidado con la tristeza, puede convertirse en un vicio

La tristeza es tan necesaria como la alegría. Pero desde hace unas décadas en la sociedad occidental se nos exige un falso “felicismo” que nos lleva a no experimentar de forma sana emociones necesarias para nuestro crecimiento. Parece que solo es válido mostrar la cara bonita de nuestra vida, como si estuviera prohibido sentir y mostrar emociones que no acompañan a esta obsesión de estar alegre en todo momento.



La tristeza es una emoción necesaria, pero el hecho de que se convierta en un vicio o un estado recurrente nos indica que tenemos que poner más atención a la hora de mejorar nuestra gestión emocional. Incluso cuando estar tristes es natural, ante la pérdida de un ser querido, el conocimiento de una enfermedad o la pérdida del trabajo, se puede convertir en una emoción insana cuando alcanza niveles de intensidad muy altos o se perpetúa en el tiempo.

Otro tipo de tristeza, mas desadaptativa, es aquella que nace de no quererse uno mismo. Es el resultado de despreciarnos sin saberlo, y no a la atribución de la falta de cariño de los demás. Estamos tristes y sin ganas de nada porque subjetivábamos que los demás no comprenden lo que nos pasa por dentro.

A la vida no le importa lo que tú quieres. Su función es darte en todo momento lo que necesitas.

¿Cuándo la tristeza deja de ser adaptativa?

La tristeza es considerada una de las emociones básicas, correspondientes a reacciones afectivas innatas, presentes en todos los seres humanos y necesarias para una correcta regulación emocional ante situaciones negativas.

La presencia en nuestra vida de emociones como la tristeza es normal y adaptativo, ya que nos ayuda a adaptarnos a la realidad cuando vivimos situaciones de separación física o psicológica, la pérdida o el fracaso, la decepción, ante la ausencia de actividades reforzadas y ante la experiencia de dolor crónico, entre otros.


Cuando esta emoción deja de ser adaptativa y viene acompañada por otros síntomas, como dificultad para conciliar el sueño o dormir en exceso, apatía, pérdida de ilusión, pensamientos negativos sobre uno mismo y sobre su vida, la vida de la persona sufre una interferencia. Entonces estamos frente a un problema.

La presencia de pensamientos y sentimientos negativos y distorsionados sobre la realidad origina tristeza y desesperanza. Las personas tristes se perciben a sí mismas como poco valiosas, se dejan llevar por estas emociones de tal manera que abandona sus actividades. Así, no solo se perciben como de menos valor sino que abandonan las actividades en las que podrían contrastar con la realidad esta estimación de valor, de manera que la creencia se toma por válida.

Es aquí cuando empieza el círculo vicioso, puesto que dejan de lado su rutina y actividades placenteras por su estado de ánimo negativo, sin saber que precisamente son estas actividades las que le podrían ayudar a mejorar su situación y a evitar que el bajo estado de ánimo se intensifique. Así, se crea una dinámica en la que la inactividad “llama” a la inactividad.

“Evita el placer que provoca cierta tristeza”
-Solón-

Contra la tristeza, autoestima

La tristeza más desadaptativa no es la expresión de que nadie nos quiera, sino el impacto negativo de no quererse uno mismo. El origen de esta tristeza no es el odio de los demás, sino el desprecio de uno mismo que se manifiesta en los pensamientos que se tienden a rumiar en estas circunstancias.

En algunos casos, el origen de este mundo atormentado hay que buscarlo en la ausencia de cuidado, de afecto y de amor en los primeros años de nuestra vida. La mala gestión de las emociones durante la infancia es la semilla plantada en su día que hoy tiene como fruto la manera de ralacionarse con la tristeza que hemos descrito.

La importancia de la autoestima radica en que nos concierne a nosotros, a nuestra manera de ser y al sentido de nuestra valía personal. Por lo tanto, puede afectar a nuestra manera de estar, de actuar y de relacionarnos con los demás. Nada en nuestra manera de pensar, de sentir, de decidir y de actuar escapa a la influencia de la autoestima.

Tener una autoestima ajustada ayuda a controlar los pensamientos y emociones negativos sobre uno mismo y los demás que alimentan a la tristeza. Una buena autovaloración personal aleja los sentimientos de desesperanza, melancolía y tristeza que nos llevan a la desidia y al abandono de las actividades placenteras.
La verdadera seguridad no está relacionada con tus circunstancias externas, las cuales están regidas por leyes universales que no puedes controlar. Más bien se trata de un estado emocional interno que te permite vivir con confianza, coraje y valentía.

Fátima Servián Franco

jueves, diciembre 22, 2016

La culpa, una emoción aprendida desde niños

La culpa es una emoción muy poderosa. Y muy dañina. Señala también que somos responsables de nuestros actos. En ese sentido podemos tomar conciencia de lo que ha pasado y cómo hemos actuado. Si nos juzgamos, nos señalamos como culpables y nos quedamos anclados en esa emoción, sin actuar, puede llegar a arrastrarnos hasta lo más profundo de pozo, donde nos espera el malestar emocional y físico.



Te propongo una reflexión sobre lo que te hace sentir culpable. Comienza por comprender qué es sentirte culpable. Para mí, sería más saludable analizar de qué te sientes responsable. Porque si comienzas con la connotación negativa que introduce el sentimiento de culpabilidad, probablemente aparecerán también otras emociones poco saludables en principio, como la rabia. A partir de ahí, determina lo que depende de ti y lo que es responsabilidad de los demás.

Cómo surge la culpa

La culpa surge cuando haces algo que sabes que no está bien. Una voz interior te lo remarca. Te sientes mal y ese estado emocional al que te precipitas va a depender de lo que hayamos aprendido, es decir, de la educación que hayamos tenido. Los sentimientos que acompañen a la culpa, como la vergüenza, también van a depender de lo que hayamos aprendido.

Las situaciones que pueden generar culpa son muchas: nos sentimos culpables por no ser buenos padres, buenos hijos, buenos amantes, buenos amigos… Nos torturamos por no haber cumplido las metas que nos fijamos, por engordar, por no llegar a todo… Nos sentimos culpables por lo que hacemos y por lo que no hacemos…Culpables por ser así o pensar esto, sentir aquello o desear lo otro…


Las creencias que tenemos, la educación de nuestros padres y nuestros aprendizajes determinarán en cada situación cómo nos sentimos. Desde niños, el peso de la culpa se adquiere desde la familia y el colegio. Los padres contribuyen a este sentimiento de culpa a través de algo tan sencillo como hacer creer al hijo que es la causa de su malestar y sus emociones.

Culpa o responsabilidad

Lo importante es diferenciar entre culpa útil, separada de la culpa asfixiante, estéril y patológica, que tortura. Los sentimientos de culpa que nos permiten rectificar los errores o faltas que hayamos podido cometer resultan útiles. Se entiende así la culpa como responsabilidad. Los otros sentimientos de culpa, suponen un lastre que agota nuestra energía y generan inútiles y profundos sentimientos de malestar. La culpabilidad patológica no tiene nada que ver con la culpabilidad sana o responsable, que sanciona una falta.

Al hilo de esto, Luis Rojas Marcos, prestigioso psiquiatra andaluz afincado en EEUU, habla de una actitud positiva y no sentirse culpable para mejorar en las enfermedades crónicas.
Niños educados en la culpa o en la responsabilidad

Culpabilizar a los niños para tratar d ejercer el control sobre ellos es una estrategia muy peligrosa. Un niño educado en la culpa desarrolla una sensibilidad particular hacia esa moción: será más fácil de manipular y también habrá una mayor probabilidad de que actúe como manipulador. Cada vez que los padres atribuyen al hijo la causa de sus estados de ánimo, contribuyen a reforzar su sentimiento de omnipotencia al hacerle creer que él es el responsable de sus emociones. Cuando las emociones son desagradables, directamente el niño se siente culpable.

En cambio, los padres que ayudan a sus hijos a reflexionar sobre sus faltas de una manera constructiva y no acusatoria o condenatoria estarán ayudando a sus hijos a enfrentarse de otra manera a sus errores. Después de un comportamiento, los niños pueden reflexionar sobre lo que han hecho y sus consecuencias. A la vez, pueden repararlas y no quedarse estancados en la culpabilidad. Recordemos que una vez que ha señalado el daño y motivado su reparación, este sentimiento debería marcharse.

Es tan fácil contribuir al sentimiento de culpa en un niño como hacerle creer que es el causante del malestar emocional del adulto. Así los padres que atribuyen a los hijos la causa de sus estados de ánimo, les hacen sentir culpables de su enfado o tristeza. Frases como Menos mal, tu hermana no nos ha salido como tú… Estoy muy triste por tu culpa… Con el dinero que nos cuesta el colegio, mira cómo lo aprovechas… Nos da vergüenza que te comportes así… El mensaje es totalmente equivocado: los niños tienen que comprender que cada uno es el responsable de gestionar sus emociones.

Es habitual que el sentimiento de culpa consciente o inconsciente no se gestione bien desde la infancia y pueda llegar a condicionar toda la vida de la persona, generándole aprensiones, miedos, autorrecriminaciones, inseguridades… a veces sin el propio afectado se de cuenta.

Aprender a gestionar la culpa

La culpa nos hace angustiarnos, torturarnos y despreciarnos. El problema no radica en sentirla, sino en cómo manejar la culpa. Para mejorar su gestión te proponemos estos sencillos pasos:

1.- Examina si eres responsable de lo que ha pasado

La clave de la intervención en la culpa patológica consiste en delimitar tu parte de responsabilidad con la ajena. Para liberarnos de ella es necesario saber cómo afrontamos la responsabilidad. Bajo los efectos de los sentimientos de culpa asumimos responsabilidades que no nos corresponden.

2.- Reconoce la culpa

El psicoanalista Sigmun Freud decía que solo se puede vence al enemigo en su presencia. Acoger el sentimiento de culpa supone asumir su presencia y ponerle palabras. Pensamiento y lenguaje entran en juego para reconocer las emociones.

3.- Expresa la culpa

Si reprimimos y ocultamos la culpa, nos encerraremos en la soledad y el silencio, y en la duda. Las palabras permiten romper ese aislamiento. Contarle a alguien lo que nos hace sentir culpables y cómo nos sentimos ayudará a aliviar el sentimiento.

4.- Reconoce tus propias limitaciones

Disminuir nuestro nivel de exigencias y exceso de responsabilidades de asuntos o sufrimientos ajenos, ayuda a no sentirnos culpables por todo. Renunciar al control, aceptar la existencia de situaciones que se nos escapan, y saber que no podemos llegar a todo, es muy importante.

5.- Elimina los auto-reproches

Los auto-reproches sirven de muy poco. Por el contrario generan dolencias de todo tipo y estados de ansiedad que potencian círculos viciosos de pensamientos negativos. Unos ciclos que a su vez alimentan el sentimiento de culpa.

6.- Pide disculpas

Reflexiona sobre tu modo de actuar, y si sientes que has obrado mal o con desgana, no le des más vueltas. Busca alternativas para reparar el daño, y si no, pide disculpas a la persona afectada. Proporciona un gran alivio y sobre todo abre las ventanas a emociones más positivas.

-¡Pero no hay a quien juzgar! -exclamó el principito.

-Te juzgarás a ti mismo -le respondió el Rey-. Es lo más difícil. Es mucho más difícil juzgarse a sí mismo que a los demás. Si logras juzgarte bien a ti mismo, eres un verdadero sabio.

-Antoine de Saint-Exupery. El principito-

Cristina Tabernero Neira

miércoles, diciembre 21, 2016

Descarga tu mochila emocional para avanzar

Cada uno de nosotros soporta en su espalda el peso de las situaciones vividas en forma de mochila emocional. Su contenido son recuerdos y experiencias de diferentes tamaños que de alguna manera no hemos soltado y quedan reflejados en nuestra piel.



Si no aprendemos a vaciar nuestra mochila de las experiencias tóxicas y negativas, cuanto más tiempo pase más cargada estará y mayor peso tendremos que soportar, repercutiendo en nuestro estado de ánimo y relaciones.
Llevar a cuestas nuestra mochila emocional sin sacar de vez en cuando lo que llevamos dentro genera heridas emocionales que son importantes sanar.

El peso de nuestra mochila

En el mundo actual tendemos a sobrecargarnos, no solo a nivel laboral sino también emocional. Cada experiencia que vivimos deja huella de una u otra manera. Lo importante es que esta huella nos sirva para impulsarnos y crecer en lugar de generar cadenas que nos aten al pasado por su peso emocional.

No es lo mismo avanzar con heridas emocionales que se abren y duelen que con heridas que han sido sanadas y nos han proporcionado una oportunidad de aprendizaje.

El fantasma de la culpa, la sensación de traición o abandono, las voces críticas, los vacíos de las ausencias o la carga de la frustración conforman entre otras ese peso que nos hace caminar despacio y nos impide disfrutar. Experiencias que nos tiñen y transforman, y que configuran parte de nuestra historia. Pero, ¿cómo vaciarnos de ello si llega un momento en el que forma parte de nosotros? 

Revisa tu mochila y reflexiona sobre lo que llevas dentro, tanto lo que hayas incorporado tú como lo que hayan depositado otras personas. Tómate tu tiempo. Aunque no puedas verlo, está presente en tu día a día. Ten en cuenta que muchas de tus reacciones tienen que ver con el peso que soportas: para aliviarlo tendrás que aprender a diferenciar entre lo que te ayuda y lo que no. Llevar tu mochila a rebosar es un lastre para cualquier avance que pretendas hacer.

Descargar tu mochila emocional para avanzar

No dejes que tu mochila se sobrecargue hasta llegar al punto de que no puedas casi moverte y la vida en general te pese. No pierdas las ganas de seguir adelante ni dejes tu presente a manos del pasado. Tampoco te obsesiones con olvidar, porque el olvido no es amigo de la intención.

Por incómodo y complicado que resulte tienes que sacar lo que llevas dentro, para aprender a crecer con ello en lugar de anclarte. El primer paso consiste en reconocer qué provoca nuestro peso y aceptarlo.

Puede que incluso, te inunde un sentimiento de identidad y de apego que te impida, en un principio, deshacerte del peso que conforma tu mochila emocional. Ese vértigo es el miedo enmascarado fruto de la rutina, te has acostumbrado tanto a esas heridas que si faltan parece que no eres nadie y se origina un vacío. Pero créeme, solo es el temor a la incertidumbre y a lo desconocido: el temor a soltar.

Aprende a vaciarla soltando todo aquello que te tiene preso del pasado y te agota. Acepta tus errores, identifica y conoce tus emociones, dale alas a tus sueños, descubre tus fortalezas, valórate y sobre todo, aprende que crecer es aceptar lo que te pasa y no luchar contra ello, sino encontrarle una enseñanza. Recuerda que a veces soltar no es un un simple adiós sino un agradecimiento por lo aprendido para seguir avanzando.

Dejar ir el peso que nos paraliza de nuestra mochila emocional es un gran paso para permitir que entren otros sentimiento y experiencias nuevas, algunos nos ayudarán a seguir creciendo y otras tendremos que sanar de nuevo, pero así es la vida. Despréndete del peso que te paraliza por tu bien y por el de tu espalda.

Gema Sánchez Cuevas

martes, diciembre 20, 2016

Cómo Sanar Nuestras Creencias y Transformar Profundamente Nuestra Vida

Hoy quería hablar de nuestras creencias profundas y de cómo sanarlas de raíz.



Este es uno de los aspectos más importantes de nuestro crecimiento personal.

Nuestras creencias personales son el elemento que más influye en nuestra vida. En última instancia, todo depende de nuestras creencias.

Y en ellas está la clave para sanar cualquier cosa que nos preocupe.


Por Qué Son Importantes Nuestras Creencias Personales

A lo largo de los últimos artículos hemos hablado mucho de la importancia de nuestra mente y de cómo lo que pensamos crea la realidad.

Este es un hecho que cuesta aceptar del todo, pero cada vez somos más los que vemos claro que es cierto.

Y una vez nos damos cuenta de que nuestra vida es una consecuencia directa de lo que pensamos, nuestras creencias adquieren una gran importancia.

Por un motivo muy simple: nuestros pensamientos dependen de nuestras creencias.

Los pensamientos que tenemos a lo largo de nuestro día a día salen de nuestras creencias.

Nuestra mente está constantemente generando pensamientos. Algunas veces nosotros decidimos deliberadamente qué pensar, pero la mayoría de las veces lo hace de forma automática. Y siempre que nuestra mente genera un pensamiento de forma automática, lo hace en base a nuestras creencias.

En este sentido, nuestras creencias son como un saco lleno de ideas que creemos firmemente que son ciertas. Y siempre que nuestra mente necesita un pensamiento, va a ese saco y elige alguna de las ideas que se encuentra en él.

Esta es la idea que muestra la siguiente imagen:Los pensamientos concretos que tenemos en cada instante de nuestra vida surgen de nuestras creencias.

Si yo creo que el mundo es hostil, mis pensamientos serán de miedo y hostilidad. Si yo creo que el dinero es algo sucio, mis pensamientos serán de rechazo hacia la riqueza. Si yo creo que la vida es dura, mis pensamientos serán de pesimismo y cansancio.

Y al revés sucede lo mismo.

Si yo creo que las personas son buenas, mis pensamientos serán de amistad y amor. Si yo creo que la vida es un regalo, mis pensamientos serán luminosos y positivos.

Nuestras creencias determinan los tipos de pensamientos que tenemos. Y los pensamientos que tenemos determinan cómo nos sentimos y qué cosas que nos pasan.

En definitiva, las creencias que tenemos determinan la vida que tenemos.


Cómo Sanar las Creencias con Tapping

Si queremos mejorar nuestra vida, uno de los ejercicios más eficaces que podemos hacer es analizar nuestras creencias y cambiar aquellas que van en contra de nuestro bienestar.

Uno de los caminos más rápidos para conseguirlo es el tapping. Con tapping podemos sanar todas las creencias que están impidiendo que nuestra vida pueda fluir con armonía. Y podemos hacerlo de forma relativamente rápida y sencilla.

Solo tenemos que escucharnos bien a nosotros mismos y mirar qué creencias tenemos en nuestra mente que dificultan nuestro bienestar. Y luego hacer tapping con las frases que describan estas creencias.

Algunas posibles creencias pueden ser:
Creo que el mundo va mal.
Creo que tal problema no tiene solución.
Creo que las personas son egoístas.
Creo que tal persona es de tal manera.
Creo que no me merezco ser feliz.
Creo que tal cosa es imposible.
Creo que no soy capaz de hacer ______.
Creo que la vida es dura.
Creo que mi cuerpo es débil.
Etc.

Estos son algunos ejemplos genéricos de algunas de las creencias más habituales. Pero en tu caso, si quieres hacer este ejercicio, es muy importante mirar bien qué creencias tienes tú, y escribirlas con frases muy específicas que describan lo que crees con detalle. Cuanto más detalladas sean las frases, mejor.

Este proceso hace que nuestras creencias se transformen profundamente.

Y si nuestras creencias se transforman, nuestra vida se transforma.

Muchas veces creemos que las losas de nuestra vida son las cosas que nos pasan: problemas de salud, dificultades económicas, conflictos, etc. Pero en realidad, lo de que de verdad nos pesa son nuestras creencias. Tan simple como esto.

Las verdaderas losas de nuestra vida son nuestras propias creencias.

Solo tenemos que cambiarlas y volver a respirar.

http://www.jananguita.es/

lunes, diciembre 19, 2016

Instantes en los que lo tenemos todo, sin necesitar nada más

Hay instantes maravillosos en que lo tenemos todo, donde cada aspecto se sostiene en un equilibrio casi prodigioso. Sin embargo, al poco esa magia se desvanece o simplemente, caduca. Es entonces cuando nos damos cuenta de que al final lo importante en esta vida es estar bien con nosotros mismos, tener calma, tener paz.



Zygmunt Bauman, sociólogo y filósofo polaco nos indica que actualmente vivimos en una sociedad de consumo que nos invita a desear aquello que otros dicen que nos falta, a desechar lo que ya tenemos y a hacer un uso fugaz de lo que nos ofrecen. Nos están convirtiendo, de algún modo, en criaturas insatisfechas, en personas que valoran la inmediatez y no la calma, que anhelan lo que no poseen en lugar de apreciar lo que ya tienen.

“A veces, podemos pasarnos años sin vivir en absoluto, y de pronto, toda nuestra vida se concentra en un instante”
-Oscar Wilde-

Esta cultura del desapego hace que muchas veces nos desesperemos al percibir que la felicidad nunca llega, y si lo hace, es tan fugaz como un parpadeo, como la gota de rocío que desaparece con el sol del medio día. Es entonces cuando le echamos la culpa a los estamentos, a las esferas políticas, a nuestros jefes, nuestras familias y a esa persona que quizá nos prometió amor eterno sin saber que su concepto de eternidad no iba más allá de un trimestre.

Nos convertimos en huérfanos de la autoestima, en vagabundos emocionales que tardarán un tiempo en comprender que a veces, tenerlo todo es aceptar lo que ya nos envuelve: a nosotros mismos, a nuestra familia, los amigos y nuestra capacidad para crear, no para ser moldeados.

Instantes en que nos permitimos fluir

Muchos de los idiomas que conforman nuestro mundo tienen la particularidad de encerrar en una sola palabra, ideas que en otras lenguas necesitan de muchos más términos para definirla. En Japón, por ejemplo, disponen de una curiosa expresión llamada “Yūgen” (幽玄), que se traduciría como esa emoción profunda, misteriosa e intensa que tiene alguien cuando observa el universo.

Es ante todo, la capacidad de mirar el mundo desde el corazón o los sentimientos para adquirir sabiduría más profunda sobre lo que nos envuelve. Algo así solo se adquiere desde esa mente relajada, centrada y sosegada que ha aprendido a priorizar, a hacer de los instantes eternidades cargadas de significado. Esto mismo es lo que pensaba también Reinhold Messner, el que hasta el momento se considera el mejor alpinista del mundo.

Fue la primera persona en alcanzar los picos más altos del mundo sin oxígeno y, la mayoría de las veces soledad, un amante de la naturaleza, de las experiencias extremas y a menudo criticado por su carácter. Alguien que aprendió de forma temprana que la auténtica felicidad son instantes, que el bienestar más intenso, pleno y auténtico se halla no consiguiendo ni acumulando cosas: sino haciendo lo que uno ama y observando las maravillas que nos envuelven.

Este estado de ánimo donde uno siente que lo tiene de todo de verdad y que la felicidad lo abraza como un velo invisible pero reconfortante, es lo que Mihaly Csikszentmihalyi definió en 1990 como estado de flujo. Estar inmerso/a en una actividad, la propia retroalimentación positiva al alcanzar un grato sentimiento de bienestar y la autoeficacia, es lo que define esta alegría básica del ser a la que todos deberíamos aspirar.

Momentos en que lo tenemos todo, instantes en que no falta nada

Al ser humano actual siempre le falta algo. Comprar un teléfono de última generación supone que al poco tiempo salga otro con mejores prestaciones. Conseguir un trabajo nos da felicidad, pero esa felicidad desaparece cuando la tarea se vuelve rutinaria y no nos sentimos autorrealizados. Iniciamos apasionadas relaciones, pero al poco, aparece ese vacío donde una vez más, sentimos que algo nos falta, que ese amor es incompleto.
“Cuando entiendas que no se trata de luchar sino de aceptar y fluir, habrás entendido el sentido de la vida”

Podríamos decir casi con ironía que “esos vacíos”, esas necesidades indefinibles, eternas y a veces hasta angustiantes, son como ese “troyano” escondido en nuestro cerebro que siempre nos invitará a buscar algo más. Porque la insatisfacción invita a la búsqueda y la búsqueda a un nuevo descubrimiento. Sin embargo, antes de convertirnos en eternos Ulises en un viaje sin retorno, vale la pena detenernos y, simplemente, apreciar lo que ya tenemos.

Esos instantes en que por fin nos damos cuenta de que lo tenemos todo, aparecen cuando uno descubre su pasión y se dedica a ello. Reinhold Messne la encontró en las montañas, nosotros la podemos encontrar en otra afición, en nuestro trabajo, en nuestra familia, en el deporte, en el arte… Porque la felicidad es ante todo un propósito y una actividad, es tomar decisiones y es equilibrar el momento presente con una mente que se siente centrada, satisfecha, competente.

Mihaly Csikszentmihalyi lo llama el “punto dulce”, es un estado al que se llega cuando uno se descalza de presiones y ansiedades, en que se apaga el ruido mental y caen las resistencias, las actitudes limitantes… Toda una aventura en nuestro crecimiento personal en la que vale la pena invertir cada día, cada instante.

Valeria Sabater