Hay una realidad creadora que se revela al hombre cuando la mente se halla en estado de pasividad, de captación, sin juzgar ni condenar, a un lado los prejuicios, las tradiciones, el dolor y el placer, los apegos, los deseos, las propagandas, las teorías, el yo externo; es decir, todo lo que tienda a la separación y a la desintegración. El juicio de la comparación nos conduce a la multiplicidad y sólo la captación sin opción puede llevarnos a la unicidad, a la reconciliación de los opuestos en una comprensión total, en un amor infinito, en una libertad perfecta.
El proceso liberador comienza en la comprensión, reconociendo lo que ES. El camino del medio no es como se ha pensado una neutralidad negativa, sino una apreciación objetiva positiva. La verdadera liberación del hombre es hallarse a sí mismo, con todas las posibilidades, actuando correctamente en todo sentido, libre de temores y de ignorancias. Debe cesar el ruido para que advenga el silencio, el yo debe sumergirse en el Yo, y el pensamiento obtendrá el creador silencio de la intuición. La liberación auténtica no es una dádiva, ha de ser descubierta y vivenciada. Es un estado de ser, como el silencio en el que no existe devenir sino plenitud.
Ese tesoro imperecedero en el que brota la felicidad trascendente como un significado de la vida se encuentra cuando el pensamiento se libra de la concupiscencia, de la soberbia, de la vanidad y la ignorancia. Ha de vivenciarse a través de recto pensar y la meditación que culmina en la contemplación divina y entonces, sólo entonces, hallaremos que el amor es inclusivo, lo supremo, lo inmensurable en su misma eternidad.
La búsqueda de la felicidad llegará a convertirse en certeza vivenciada, en realidad de hallazgo. El hombre se sabrá una parte de lo Absoluto. Al hallarse a sí mismo, encontrará también a Dios, y como corolario de ello brotará en su interior la voz inaudible del Maestro. En la realización preliminar del Yo, morante en el templo del cuerpo, surge así una dicha inexplicable, un gozo profundo que ya no dejará de sentirse, eterno como la activa llama de la Luz en el cielo. Surge así la inefable paz que es gozo y bienaventuranza.
Gabriel Cruz Martínez
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