El cuerpo es prestado y habrá que devolverlo. Aunque sea muy usado y sin planchar.
La respiración y los latidos no tienen dueño.
El pelo y las uñas crecen sin darnos explicaciones.
Los amaneceres no están pendientes de nuestras órdenes.
El amor llega cuando quiere y se puede ir sin dar muchas explicaciones.
La vida, tozuda, parece que sólo piensa en llegar a su meta final.
No controlamos los sueños ni las necesidades fisiológicas.
La muerte toma sus decisiones por sí misma.
Se nos van, sin ser gozados en muchas ocasiones, el tiempo, el aire, las ganas de muchas cosas, los olores, los amados…
El viento cabriolea a su capricho y las montañas permanecen firmes, ambos ajenos a nuestro antojo.
Nuestros pensamientos nunca son nuestros: son de la mente.
La mente es una mercenaria que se va detrás de sus divagaciones.
Los sentimientos, las emociones, las alegrías, las tristezas… no influimos en ellos.
Ni nosotros mismos somos nuestros, que somos de la vida y de la muerte.
A fin de cuentas… nuestro, del todo nuestro… que de verdad nos pertenezca… tal vez la nada es lo único que es nuestro.
En cambio, tozudamente insistimos en apegarnos a las cosas, en querer prolongar indefinidamente las que nos resultan agradables, en querer amarrar al tiempo para que no avance imparable, en querer vivir jóvenes y más años, y en muchas otras imposibilidades creyendo –siempre como ingenuos que no escarmientan- que somos dueños de la vida y del destino, o que el mundo está a nuestro servicio.
Y está demostrado que es mejor dejar al aire que siga su camino en vez de pretender encerrarlo, y que es mejor aceptar las cosas que ya son, y que oponerse a algunas no es más que una pérdida de tiempo y una batalla derrotada de antemano, y así cómo somos conscientes de que una puesta de sol sólo la podemos vivir en su momento exacto y sólo podemos detenerla en la memoria o con el recuerdo, no somos capaces de admitir con la misma aceptación y acato que las cosas no nos pertenecen, que pueden y deben seguir su camino, y las personas tienen que vivir su vida sin darnos explicaciones y sin doblegarse a nuestras decisiones, y nada es nuestro sino que todo es de sí mismo, y esa equivocada costumbre de inmiscuirnos en los asuntos ajenos nombrándonos un cargo que no nos corresponde es una injerencia a la que no tenemos derecho, y ese nombrarnos gobernantes de todas las vidas es de una insolencia y una prepotencia imperdonables.
Quien se valora por lo que tiene –por lo que le pertenece- está equivocado, lo que no sería un problema si no tuviera como resultado que con su actitud siempre perjudica a terceros. Uno vale por quién es y no por lo que tiene.
Y quien comprenda esto, quien lo integre dentro de sí de modo que sea capaz de escapar a su pésima influencia, vivirá mucho más relajado, desapegado, sin preocuparse por responsabilidades que no le corresponden, y sin afectar al resto del mundo.
Nada nos pertenece, y eso es un gran alivio.
Te dejo con tus reflexiones…
Francisco de Sales
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