No os contentéis con un ideal fácilmente realizable, porque un ideal fácilmente realizable no es un verdadero ideal. Imaginemos que estáis al pie de una montaña: aunque su cima, a lo lejos, os parezca inaccesible, empezad al menos su ascensión. No os quedéis abajo contentándoos con mirar maravillados hacia esta cima de vez en cuando y resaltar su belleza, porque la cima no va a bajar hasta vosotros, sino que seguirá alzándose hacia el cielo. Si no queréis subir, tanto peor, la cima – y evidentemente con esto me refiero también a una enseñanza o a un Maestro espiritual – no va a descender. Diréis que es una crueldad. No, porque aunque no descienda, esta cima continúa proyectando hacia el valle, allí abajo, algo de sus pensamientos, de su amor. Como el sol… El sol envía sus rayos a la tierra, y estos rayos son semejantes a largas cuerdas que nos tiende para que nosotros nos agarremos a ellas. Así es como trata de subirnos hasta él sin tener que descender él mismo. Decidíos a emprender esta larga ascensión hacia la cima, hacia el sol, porque esta es vuestra predestinación.
Un Maestro espiritual se esfuerza en ver en los seres las divinidades que aún no son. No le interesa lo que son ahora. Cada vez que les ve, piensa en esta chispa divina que hay enterrada en ellos y que espera el momento en que, por fin, le den la posibilidad de manifestarse. He ahí la expresión más elevada del amor: saber conectarse con la chispa divina en cada criatura para alimentarla y reforzarla.
¡Qué diferentes serían las relaciones entre los humanos si, ellos también, cuando se encontrasen, pensaran que el hombre o la mujer que tienen ante ellos, es el depositario de una chispa que ha brotado del fuego divino! Incluso en un criminal hay que buscar esta chispa para tratar de reanimarla. No siempre es posible, pero al menos hay que intentarlo. No siempre sabemos por qué ciertos seres se dejaron arrastrar por una mala pendiente, ni tampoco sabemos lo que podría enderezarlos y reanimar súbitamente la chispa que hay en ellos. Por eso nunca hay que emitir juicios definitivos sobre lo que son.
¿Qué sentimos ante un fuego? En el movimiento de las llamas hay algo que nos incita a elevarnos del suelo, a abandonar el mundo de la multiplicidad para volver hacia la unidad. Cualesquiera que sean los objetos que nos retengan abajo, hay un momento en el que debemos abandonar el mundo de la multiplicidad para tomar el camino hacia lo alto. Así es cómo reconstituimos la unidad de nuestro ser. Después de la dispersión, siempre debemos volver a centrarnos en nosotros mismos y subir. Las llamas se elevan hacia el cielo y las cenizas permanecen en el suelo. Aquéllos que miran un fuego sienten el misterio, pero ¿comprenden acaso su enseñanza? ¡Cuántos quisieran que las cenizas también subiesen al cielo! Quiero decir con ello que, la mayoría de las veces, los humanos tratan de proyectar los valores pesados y terrestres hacia lo alto, dejan que gobiernen su vida, contrariando así el proceso natural. Pues bien, no, para elevarnos como el fuego, debemos abandonar nuestros intereses materiales, egoístas, y poner toda nuestra voluntad, todas nuestras facultades, al servicio del principio divino en nosotros.
Omraam Mikhaël Aïvanhov
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