La muerte, aunque parte esencial de la vida, despierta naturalmente sentimientos de tristeza, desolación y frustración en la mayoría de nosotros. La imposibilidad de saber a ciencia cierta qué nos depara “la vida en el más allá” explica, en gran parte, la tendencia humana a rechazar la idea de la muerte como una transición deseable, así como el sufrimiento que genera la pérdida de un ser querido.
El amor después de la muerte suele ser un tema poco explorado en los diálogos del día a día, básicamente por la brecha que la mayoría de las culturas del mundo establecen entre la partida física de una persona y la aceptación de sus allegados. Si bien la mayoría de religiones del mundo hacen referencia de una u otra forma a la “vida después de la muerte” (lo que alivia el sufrimiento de muchos), la ausencia que conlleva la muerte física de alguien deja un vacío emocional que los psicólogos consideran “irreparable”, y el dolor puede enfermanos físicamente.
La pérdida de un ser amado no es algo que podamos solventar, reparar o modificar; de hecho, el duelo por la muerte de un familiar o amigo íntimo es un proceso tan delicado que puede extenderse durante meses, años e incluso décadas. El hecho de que no podamos influir en el pasado ni sustituir a nuestros seres queridos hace de nuestra habilidad para lidiar con la muerte un punto crítico para nuestra salud física y mental.
Aprendiendo a amar a los nuestros más allá de la muerte
Desde luego, es muy doloroso recordar a quienes ya no están con nosotros y sentir que nunca más podremos sentir el calor de un abrazo, un beso o un gesto de amor en un sentido corporal. La mayoría de las personas reacciona de forma negativa ante la muerte (lo cual es normal y comprensible), sin embargo, la partida física de nuestros seres queridos sería, sin duda, mucho más llevadera si nos concentráramos en honrar los aportes y enseñanzas positivas que dejaron en nuestras vidas.
En un contexto espiritual, puede que ya no podamos disfrutar físicamente de la compañía de esa persona especial, pero pensar en la conexión álmica que, según ciertas culturas, perdura más allá del tiempo y el espacio, puede ayudarnos a encontrar alivio y asimilar las cosas de mejor manera.
En algunos países, como México, se celebra el Día de los Muertos como una fecha especial para recordar y “compartir” con quienes han trascendido a otro plano. Las personas escriben cartas, improvisan, crean altares, oran y hasta comen en los lugares de sepultura de sus seres queridos.
Aunque esta tradición podría resultar escandalosa o demasiado bizarra para algunos, es un ejemplo de cómo afrontan la muerte otras culturas y de qué manera podemos recurrir a la práctica de rituales para asumir la muerte de una persona valiosa. Los mexicanos, por ejemplo, llevan presentes al cementerio y dan serenatas, declaman poesía a los muertos y se toman el tiempo de crear un espacio para unirse en familia con seres queridos que han fallecido (así no sea posible una reunión física).
Basta que alguien me piensa para ser un recuerdo (Oliverio Girondo)
Quizás, el mayor mérito del Día de los Muertos en México sea la apertura y valentía con que las personas están dispuestas a aceptar que el cuerpo es únicamente el vehículo de un alma inmortal, y que la muerte es parte del camino. Esta madurez emocional e interpretación del ciclo de la vida resta mucho peso y sufrimiento al espíritu, y nos permite concentrarnos en cosas más importantes, como el recuerdo y celebración de los momentos vividos con nuestros seres amados, el impacto positivo de su existencia, la semilla que dejaron en nosotros y el vínculo afectivo que ni la muerte ni el tiempo pueden quebrantar.
Si bien no todos estarán dispuestos a imitar al pie de la letra las costumbres mexicanas, los expertos en salud mental recomiendan a quienes han sufrido la pérdida de un ser querido que se permitan explorar el ritual más compatible con sus creencias y tradiciones, de modo que sea posible para ellos encontrar una forma saludable de expresar sus sentimientos. Después de todo, la verdadera muerte es el olvido, y la verdadera vida, el recuerdo.
Phrònesis
La pérdida de un ser amado no es algo que podamos solventar, reparar o modificar; de hecho, el duelo por la muerte de un familiar o amigo íntimo es un proceso tan delicado que puede extenderse durante meses, años e incluso décadas. El hecho de que no podamos influir en el pasado ni sustituir a nuestros seres queridos hace de nuestra habilidad para lidiar con la muerte un punto crítico para nuestra salud física y mental.
Aprendiendo a amar a los nuestros más allá de la muerte
Desde luego, es muy doloroso recordar a quienes ya no están con nosotros y sentir que nunca más podremos sentir el calor de un abrazo, un beso o un gesto de amor en un sentido corporal. La mayoría de las personas reacciona de forma negativa ante la muerte (lo cual es normal y comprensible), sin embargo, la partida física de nuestros seres queridos sería, sin duda, mucho más llevadera si nos concentráramos en honrar los aportes y enseñanzas positivas que dejaron en nuestras vidas.
En un contexto espiritual, puede que ya no podamos disfrutar físicamente de la compañía de esa persona especial, pero pensar en la conexión álmica que, según ciertas culturas, perdura más allá del tiempo y el espacio, puede ayudarnos a encontrar alivio y asimilar las cosas de mejor manera.
En algunos países, como México, se celebra el Día de los Muertos como una fecha especial para recordar y “compartir” con quienes han trascendido a otro plano. Las personas escriben cartas, improvisan, crean altares, oran y hasta comen en los lugares de sepultura de sus seres queridos.
Aunque esta tradición podría resultar escandalosa o demasiado bizarra para algunos, es un ejemplo de cómo afrontan la muerte otras culturas y de qué manera podemos recurrir a la práctica de rituales para asumir la muerte de una persona valiosa. Los mexicanos, por ejemplo, llevan presentes al cementerio y dan serenatas, declaman poesía a los muertos y se toman el tiempo de crear un espacio para unirse en familia con seres queridos que han fallecido (así no sea posible una reunión física).
Basta que alguien me piensa para ser un recuerdo (Oliverio Girondo)
Quizás, el mayor mérito del Día de los Muertos en México sea la apertura y valentía con que las personas están dispuestas a aceptar que el cuerpo es únicamente el vehículo de un alma inmortal, y que la muerte es parte del camino. Esta madurez emocional e interpretación del ciclo de la vida resta mucho peso y sufrimiento al espíritu, y nos permite concentrarnos en cosas más importantes, como el recuerdo y celebración de los momentos vividos con nuestros seres amados, el impacto positivo de su existencia, la semilla que dejaron en nosotros y el vínculo afectivo que ni la muerte ni el tiempo pueden quebrantar.
Si bien no todos estarán dispuestos a imitar al pie de la letra las costumbres mexicanas, los expertos en salud mental recomiendan a quienes han sufrido la pérdida de un ser querido que se permitan explorar el ritual más compatible con sus creencias y tradiciones, de modo que sea posible para ellos encontrar una forma saludable de expresar sus sentimientos. Después de todo, la verdadera muerte es el olvido, y la verdadera vida, el recuerdo.
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