Los síntomas ocultos de la tristeza pueden camuflarse de infinitas formas. Ese malestar del que intentamos defendernos y que impacta en nuestro equilibrio psíquico puede manifestarse a menudo en forma de enfados, malhumor, apatía, cansancio, etc. Es una presencia que lo solapa todo y que todo lo invade: nuestra mente, nuestro cuerpo, nuestra motivación…
A menudo suele decirse eso de que hay personas con las más bonitas sonrisas, pero que serían capaces de contarnos las más tristes historias. Es una realidad. Porque pocas emociones nos pasan tan desapercibidas y son, a su vez, tan difíciles de llevar, entender y, por supuesto, de gestionar.
“Dudo en llamar con el nombre bello y serio de tristeza a este sentimiento desconocido cuya dulzura y cuyo dolor me tienen obsesionada. Es un sentimiento tan completo y egoísta que me llega a dar vergüenza, mientras que la tristeza me ha parecido siempre honrosa”.
-Françoise Sagan-
La tristeza podríamos asemejarla esa luz parpadeante que aparece en nuestro coche, avisándonos de que no nos queda combustible. La vemos, pero a menudo no hacemos caso a esa señal de alarma y elegimos segur hacia delante, como si nada. Es entonces cuando todo empieza a fallar, cuando no quedan fuerzas y el mundo parece ir más deprisa de lo normal, mientras nosotros nos quedamos rezagados, desafinados y atrapados en una cuneta extraña con una inexplicable sensación de irrealidad.
Entender esos síntomas ocultos de la tristeza nos ayudará a reaccionar mucho antes. Identificarla, ser más receptivos a sus pistas nos puede permitir manejar mejor esos estados. Es esencial poner nuestra mirada en el centro de esta compleja emoción para saber qué quiere decirnos. Entenderla nos ayudará adaptarnos mucho mejor a nuestro día a día.
La tristeza, esa gran incomprendida
Existe un libro muy interesante titulado “El poder positivo de las emociones negativas”, de los psicólogos Anthony Horwitz y Jerome Wakefield. En él se nos enseña que las personas, por término medio, vemos la tristeza como algo incorrecto, como algo patológico de lo que es mejor no hablar. Es eso que uno elige engullir, esa presencia incómoda que disimular y dejar que cuando así lo quiera, se vaya.
Así, y en referencia a esto mismo, es importante señalar que el campo de la psicología positiva está experimentando un avance muy destacable. Es lo que ha venido en conocerse como “la segunda ola”. Este nuevo enfoque llega en un intento por hacernos entender algo esencial. Hay fenómenos emocionales tan complejos que es imposible etiquetarlos como positivos o negativos. Es un tipo de covalencia que puede darse por ejemplo en el amor.
Cuando amamos a alguien es común experimentar la más increíble de las felicidades y, al instante, la más absoluta desolación. Las emociones, al igual que la propia vida puede ir de la luminosidad a la oscuridad en un mismo minuto, tienen matices muy ricos, . Con la tristeza ocurre lo mismo. Estamos acostumbrados a etiquetarla como “negativa”. Sin embargo, se nos olvida todo lo que esta sensación puede propiciarnos, inspirarnos. Bien entendida y gestionada puede promover en nosotros cambios significativos (y muy positivos).
Síntomas ocultos de la tristeza
Como ya podemos intuir, los síntomas ocultos de la tristeza son muy amplios y heterogéneos. A su vez, cada persona los puede experimentar de un modo particular. Sin embargo hay ejes comunes, realidades habituales que pueden ser recurrentes. Veámoslas a continuación.
“Dudo en llamar con el nombre bello y serio de tristeza a este sentimiento desconocido cuya dulzura y cuyo dolor me tienen obsesionada. Es un sentimiento tan completo y egoísta que me llega a dar vergüenza, mientras que la tristeza me ha parecido siempre honrosa”.
-Françoise Sagan-
La tristeza podríamos asemejarla esa luz parpadeante que aparece en nuestro coche, avisándonos de que no nos queda combustible. La vemos, pero a menudo no hacemos caso a esa señal de alarma y elegimos segur hacia delante, como si nada. Es entonces cuando todo empieza a fallar, cuando no quedan fuerzas y el mundo parece ir más deprisa de lo normal, mientras nosotros nos quedamos rezagados, desafinados y atrapados en una cuneta extraña con una inexplicable sensación de irrealidad.
Entender esos síntomas ocultos de la tristeza nos ayudará a reaccionar mucho antes. Identificarla, ser más receptivos a sus pistas nos puede permitir manejar mejor esos estados. Es esencial poner nuestra mirada en el centro de esta compleja emoción para saber qué quiere decirnos. Entenderla nos ayudará adaptarnos mucho mejor a nuestro día a día.
La tristeza, esa gran incomprendida
Existe un libro muy interesante titulado “El poder positivo de las emociones negativas”, de los psicólogos Anthony Horwitz y Jerome Wakefield. En él se nos enseña que las personas, por término medio, vemos la tristeza como algo incorrecto, como algo patológico de lo que es mejor no hablar. Es eso que uno elige engullir, esa presencia incómoda que disimular y dejar que cuando así lo quiera, se vaya.
Así, y en referencia a esto mismo, es importante señalar que el campo de la psicología positiva está experimentando un avance muy destacable. Es lo que ha venido en conocerse como “la segunda ola”. Este nuevo enfoque llega en un intento por hacernos entender algo esencial. Hay fenómenos emocionales tan complejos que es imposible etiquetarlos como positivos o negativos. Es un tipo de covalencia que puede darse por ejemplo en el amor.
Cuando amamos a alguien es común experimentar la más increíble de las felicidades y, al instante, la más absoluta desolación. Las emociones, al igual que la propia vida puede ir de la luminosidad a la oscuridad en un mismo minuto, tienen matices muy ricos, . Con la tristeza ocurre lo mismo. Estamos acostumbrados a etiquetarla como “negativa”. Sin embargo, se nos olvida todo lo que esta sensación puede propiciarnos, inspirarnos. Bien entendida y gestionada puede promover en nosotros cambios significativos (y muy positivos).
Síntomas ocultos de la tristeza
Como ya podemos intuir, los síntomas ocultos de la tristeza son muy amplios y heterogéneos. A su vez, cada persona los puede experimentar de un modo particular. Sin embargo hay ejes comunes, realidades habituales que pueden ser recurrentes. Veámoslas a continuación.
Enfados frecuentes, mal humor, rabia
La furia es muy a menudo el disfraz de la tristeza. Es su válvula de escape, su canal de expresión. Es ese resplandor emocional que emerge en la forma menos adecuada.
Cuando no somos capaces de poner la mirada en el detonante de esa tristeza o nos negamos a aceptar una realidad, surge el enfado. Aparece la frustración y, en el peor de los casos, la rabia.
La furia es muy a menudo el disfraz de la tristeza. Es su válvula de escape, su canal de expresión. Es ese resplandor emocional que emerge en la forma menos adecuada.
Cuando no somos capaces de poner la mirada en el detonante de esa tristeza o nos negamos a aceptar una realidad, surge el enfado. Aparece la frustración y, en el peor de los casos, la rabia.
Cansancio, lentitud psicomotora, dolor muscular
Las emociones son sabias, y la más sabia de todas es la tristeza. Así, cuando hay algún punto importante que intentamos ignorar, al que no prestamos atención, nuestro cerebro reduce nuestra energía para obligarnos a “ir más despacio”. Lo que busca es que dediquemos tiempo a la introspección, a deshacer ese nudo emocional.
Por ello, es común experimentar cansancio, insomnio e incluso dolor muscular. Es un aviso para que lo hagamos, para que nos detengamos.
Una mente dispersa, incapaz de centrar la atención
A menudo suele decirse eso de que no hay emoción más inspiradora que la tristeza. Es una realidad evidente, uno de esos síntomas ocultos de la tristeza que deberíamos tener presentes.
Las emociones son sabias, y la más sabia de todas es la tristeza. Así, cuando hay algún punto importante que intentamos ignorar, al que no prestamos atención, nuestro cerebro reduce nuestra energía para obligarnos a “ir más despacio”. Lo que busca es que dediquemos tiempo a la introspección, a deshacer ese nudo emocional.
Por ello, es común experimentar cansancio, insomnio e incluso dolor muscular. Es un aviso para que lo hagamos, para que nos detengamos.
Una mente dispersa, incapaz de centrar la atención
A menudo suele decirse eso de que no hay emoción más inspiradora que la tristeza. Es una realidad evidente, uno de esos síntomas ocultos de la tristeza que deberíamos tener presentes.
- Esa mente dispersa que busca escaparse de la realidad, anhela un nuevo escenario donde poder expresarse, donde estar en soledad. De ahí que evitemos el contacto social, de ahí que el mundo nos parezca extraño. Necesitamos intimidad y un canal de expresión.
- Escribir, dibujar, componer… Todo ello son prácticas muy apropiadas para dejar que nuestra mente halle un refugio donde transmitir. Necesitamos por tanto una práctica donde volcar sus emociones y sacar a la luz la auténtica forma de nuestra tristeza.
Mayor sensibilidad
Otro de los síntomas ocultos de la tristeza es la sensibilidad. Esta emoción nos hace mucho más empáticos a las emociones ajenas. Nos conecta más a los asuntos del corazón que de la mente. Es ella la que coloca nuestra mirada en matices que antes nos pasaban desapercibidos…
Podemos pasarnos horas viendo cómo caen las gotas de lluvia en un cristal. Podemos también dejar pasar el tiempo mientras vemos cómo el viento mueve las hojas de los árboles… Son detalles que en un momento dado, pueden inducirnos incluso las lágrimas y con ello el desahogo emocional.
En conclusión, estamos seguros de que más de uno se sentirá identificado con muchas de estas características. Ahora bien, más allá de reconocernos en estos síntomas, hay un hecho aún más importante. Miremos a la tristeza de otro modo. Esta emoción tiene como finalidad propiciar nuestro desarrollo psicológico.
Nos anima a recogernos en la caracola de nuestra introspección para conectar con nuestro yo. Quiere que naveguemos en nuestras necesidades, que nos tratemos con compasión, que despertemos. La tristeza quiere reflexión y ansía cambios. Escuchémosla con más frecuencia, la tristeza es una emoción que habla.
Valeria Sabater
Otro de los síntomas ocultos de la tristeza es la sensibilidad. Esta emoción nos hace mucho más empáticos a las emociones ajenas. Nos conecta más a los asuntos del corazón que de la mente. Es ella la que coloca nuestra mirada en matices que antes nos pasaban desapercibidos…
Podemos pasarnos horas viendo cómo caen las gotas de lluvia en un cristal. Podemos también dejar pasar el tiempo mientras vemos cómo el viento mueve las hojas de los árboles… Son detalles que en un momento dado, pueden inducirnos incluso las lágrimas y con ello el desahogo emocional.
En conclusión, estamos seguros de que más de uno se sentirá identificado con muchas de estas características. Ahora bien, más allá de reconocernos en estos síntomas, hay un hecho aún más importante. Miremos a la tristeza de otro modo. Esta emoción tiene como finalidad propiciar nuestro desarrollo psicológico.
Nos anima a recogernos en la caracola de nuestra introspección para conectar con nuestro yo. Quiere que naveguemos en nuestras necesidades, que nos tratemos con compasión, que despertemos. La tristeza quiere reflexión y ansía cambios. Escuchémosla con más frecuencia, la tristeza es una emoción que habla.
Valeria Sabater
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