Sanar heridas emocionales no implica olvidar, significa por encima de todo conseguir que ellas dejen de controlar nuestras vidas. Algo así requiere un meticuloso proceso de transformación donde entender que no, que ya no volveremos a ser los mismos, porque la curación no es un retorno sino una hábil reconstrucción donde dar forma a alguien nuevo, alguien más fuerte y más valioso.
Todos tenemos heridas que necesitan atención. Vivimos en un mundo donde existen muchas formas de violencia, algunas más explícitas y otras encubiertas y silenciosas. Así, hechos como el sexismo, la discriminación, el bullying, la intimidación física o en las redes sociales, los efectos de la disfunción familiar o incluso los mensajes culturales sobre la belleza y el éxito son también marcas que pueden dejar huella en nosotros.
“Para cuando la razón entiende lo sucedido, las heridas en el corazón ya son demasiado profundas”.
-Carlos Ruiz Zafón-
En los últimos siglos la psicología occidental ha intentado sanar heridas desde su amplio abanico de enfoques y técnicas con más o menos acierto. Esta es una ciencia orientada desde sus esencias a tratar de aliviar ese dolor, a proporcionar adecuadas técnicas con las que mejorar nuestros patrones de pensamiento y comportamiento para conseguir así un cambio, una mejora vital.
No obstante, nada de esto será posible si la persona, si el propio paciente, no pone voluntad. Es más, lo que ocurre muy a menudo es que lejos de atender ese problema, ese hecho puntual o ese pasado traumático, las personas optamos por apretar los dientes, cerrar el corazón y avanzar sin mirar por el retrovisor.
Esta es una mala estrategia, es más, otro error en el que solemos caer es pensar que el tiempo todo lo cura, que no hay más que dejar pasar los días, los meses y los años para que todo se resuelva. Sin embargo el tiempo no cura nada, lo que sana es aquello que hacemos con ese tiempo.
Sanar heridas: en busca del dolor primario
Alba tiene 30 años y hace ya casi ocho meses que perdió a su padre tras un infarto cerebral. Su entorno, su pareja, amigos y familiares se sienten sorprendidos por cómo ha llevado el duelo. No pidió la baja en su trabajo, es más, tras el funeral Alba se centró de forma casi obsesiva en sus proyectos profesionales trabajando de forma frenética.
Nadie la ha visto llorar, ni dar forma a ningún tipo de desahogo emocional. Su comportamiento es más activo que nunca, tanto que ni siquiera en casa para un segundo, es como si intentara mantenerse ocupada en todo momento para no pensar, para no sentir. No obstante, ha llegado a tal punto de agotamiento y estrés que ella misma ha decidido acudir a su médico de atención primaria para que le dé “algo para dormir o relajarse”. No obstante, su médico decide derivarla a atención psicológica.
Así, una vez llevada a cabo la valoración del caso de Alba, el psicólogo tiene muy claras dos cosas. La primera es que su paciente no ha hecho ningún tipo de duelo. La segunda, es que ha creado un “yo de supervivencia” muy efectivo con el que esconder un profundo dolor primario. Alba necesita sanar heridas, heridas que tal vez van más allá de la simple pérdida de su padre, hechos traumáticos que pueden estar en su pasado y que, ahora, con la muerte de su progenitor se han reactivado para conformar un “todo” aún más convulso y complejo.
Esta historia nos permite entender dos cosas que vamos a exponer a continuación. Ante la experiencia de dolor, vacío y confusión que genera un hecho traumático como puede ser un maltrato, un abuso, una pérdida o cualquier otro hecho, es común que la persona intente pasar página, dejar ese hecho atrás, olvidar. Para ello crea un “falso yo”, una personalidad con la que mantenerse a flote.
Sin embargo esa herida primaria sigue ahí, latente, y poco a poco se extenderá hasta crear otras heridas secundarias (aislamiento, trastornos de personalidad, ansiedad, depresión…)
Primeros auxilios emocionales
Existe un libro muy interesante titulado “The primal wound” del psiquiatra John Firman, que nos explica algo tan interesante como útil. Sanar heridas no significa borrar traumas, significa habilitarnos de nuevo como seres humanos y supone por encima de todo saber crear una conexión empática con esa herida primaria.
Puede que esto último nos resulte algo extraño o incluso complejo. Para entenderlo, basta con recordar algo: cuando una persona acude a terapia lo primero que percibirá es un entorno empático, un escenario cálido y cercano donde el psicólogo busca en todo momento conectar con su paciente. Ahora bien, algo que debe conseguir el paciente por su parte es conectar empáticamente con sus heridas, con sus necesidades internas, esas a las que ha descuidado o no ha querido ver.
De este modo, podremos ir poco a poco cicatrizando ese trauma primario y sus efectos secundarios con tiempo, con delicadeza y con seguridad. Asimismo, otro aspecto de utilidad que nos explica el doctor Firman en su libro es la importancia de saber aplicar adecuados auxilios emocionales a todos esos “rasguños y cortes emocionales” que las personas solemos sufrir en el día a día. Veamos algunos ejemplos.
5 primeros auxilios para sanar heridas
- Describe y toma conciencia. Un primer consejo es no dejar para mañana la molestia que siento hoy y para ello nada mejor que saber describir estados emocionales. Palabras como “hoy me siento vacío, enfadado, dolido, tengo miedo, me siento solo contrariado o frustrado, etc”, nos pueden ayudar.
- El segundo paso es la “no dependencia”. Debemos asumir, entender y aceptar que ninguna persona merece ser víctima de su herida traumática, de esa decepción o de ese estado de ánimo negativo y persistente.
- El tercer paso es la auto-compasión. Nadie debe querernos tanto o preocuparse tanto por nuestras heridas como nosotros mismos. Sentir compasión es visibilizar el dolor y entender que debe ser tratado, aliviado.
- Un buen apoyo. Aunque queramos, no siempre es bueno lidiar con nuestros problemas y raspaduras cotidianas en soledad. Contar con un buen apoyo donde favorecer el desahogo emocional es siempre de gran ayuda.
Valeria Sabater
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