El cielo, con sus interesantes mutaciones, es como el mar en el que se refleja el rostro de la vida, o al menos el lienzo en el que podemos encontrar fenómenos, de alguna manera, paralelos, similares o comparables. En las dos dimensiones (tierra y cielo; corazón y emoción), en la de las nubes y en la de lo cotidiano hay momentos, días incluso, de tormenta. De pendiendo de la zona en la que habites, dependiendo también en parte del entorno que te rodea. Hablamos por supuesto del sol y de las nubes grises que rabian cuando hay tormenta.
Porque un día de lluvia, en el que el cielo está poblado de nubes grises, es realmente hermoso cuando hace una pizca de frío, estás bajo un techo que te protege y tienes un libro a mano en el que perderte… porque a veces las historias de otros calman las nuestras. Las palabras escritas nos hablan y nosotros les contamos. Les decimos a través de un diálogo silencioso en el que somos libres, porque no hay personaje que juzgue ni venda consejos, salvo que sean a precio de risa, ni tampoco existe el que no escuche a su manera.
Días de nubes grises
Seguro que recuerdas más de un día en el que has pensado, “qué bien habría hecho quedándome en la cama hoy; si lo sé, no me levanto”. Y es curioso, porque lo que no pensamos es que para que podamos valorar un semáforo en verde tiene que existir el rojo. Es más, tiene que existir y tenemos que encontrárnoslo alguna vez. Puede parecer paradójico, pero muchas veces son nuestras pequeñas desgracias las que facilitan que valoremos nuestras grandes fortunas.
En el semáforo en rojo, como en el día frío de tormenta, podemos encontrar una oportunidad. La de cerrar los ojos y respirar, la de intuir las historias de las personas a las que les ha tocado esperar junto a nosotros. En este sentido, sino nos van a devolver el tiempo que gastamos esperando, ¿por qué no buscar una manera de aprovecharlo, incluso de disfrutarlo?
“Muchas veces son nuestras pequeñas desgracias las que nos muestran nuestras grandes fortunas”
Emociones que encuentran alimento
Algo parecido pasa con las emociones (nubes grises), esas que consideramos negativas e indeseables. Hablamos de la tristeza, del enfado o el miedo. De la envidia, el odio, el asco o el resentimiento. Esas que nadie quiere para sí ni para las personas a las que quiere. Y sin embargo, y aquí acude a nuestro naufragio otra de nuestras grandes contradicciones. Son emociones que no queremos pero a las que muchas veces alimentamos, garantizando su supervivencia, o maquillamos realzando así su papel protagonista.
¿Por qué lo hacemos si a esas nubes grises las tachamos de indeseables? Muchas veces lo hacemos porque nos reportan unas cuantiosas “ganancias secundarias”. Descubrimos que cuando estamos tristes recibimos una mayor atención o que cuando nos enfadamos quienes nos rodean cuidan mucho más el trato que nos dispensan. Veamos: atención, trato cuidadoso, preferencia, ¿a quién no le resultan seductores esta serie de privilegios?
Por otro lado, ¿qué niño no ha simulado alguna vez estar enfermo para no ir al colegio? Pues bien, ¿quién de nosotros no ha simulado alguna vez una emoción para obtener alguna de estas ganancias secundarias? Podemos no haberlo hecho de manera consciente y premeditada (la mayoría de las veces lo hacemos así), por supuesto nadie es tan retorcido (pido perdón por la ironía) para hacerlo de otra manera. El caso es que, al contrario de lo que sucede cuando intentamos en su momento esquivar una mañana de lecciones aburridas, las emociones suelen nacer de verdad cuando las simulamos.
Nacer o mantenerse. En muchos casos esta simulación aparece una vez que la emoción original ha desaparecido. Imaginemos a esa abuela que se ha quedado viuda y con la que sus familiares se han volcado para facilitar y aliviar el duelo. Nuestra querida abuela puede sentir que si deja de mostrar ante los demás que está triste, los demás le retirarán la atención y los cuidados con las que la obsequian. En este sentido, no es raro que empiece en algún grado a simular la emoción, perpetuando sin darse cuenta la propia emoción… porque como hemos dicho, las emociones difícilmente se pueden simular sin caer en sus redes.
Las emociones difícilmente se pueden simular sin caer en sus redes.
Energía e información, el gran poder de las nubes grises
En este sentido, un sano ejercicio de introspección puede señalarnos que estamos en una dinámica parecida a la que ha empezado nuestra querida abuela. Sin embargo, esto no quiere decir que intentemos apartar de nosotros, de manera inmediata, toda emoción negativa que sintamos. Es decir, muchas veces es cierto que nos sentimos tristes y que necesitamos ese cariño. No pasa nada por recibirlo, nos ayudará, no somos ni seremos más débiles por aceptarlo.
Este es uno de los verdaderos sentidos adaptativos de las emociones negativas. El otro tiene que ver con la información y con la energía. Toda emoción tiene estos dos elementos. Por ejemplo, el enfado nos avisa de que puede que alguien o algo nos haya dañado y la energía nos permite actuar en caso de que pensemos que en necesario intervenir.
En caso de que no lo consideremos necesario (y aquí es donde marca la diferencia una buena gestión emocional), tendremos que encontrar la manera de disipar esa energía que nos mueve por dentro. Un forma que no dañe a nadie, empezando por nosotros mismos.
Sergio De Dios González
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