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martes, mayo 09, 2017

Reconocer la tristeza es de valientes

¿Cuántas veces has intentado contener o maquillar la tristeza? Desde que somos pequeños recibimos mensajes por parte de la sociedad que nos dicen que no podemos permitirnos estar tristes, que hay que ser valientes, que hay que ser fuertes en todo momento, que no podemos desfallecer, que no aprendemos nada de la tristeza….que la alegría es la única emoción deseable y que nos hace bien. Una alegría, por supuesto, también contenida: nada de regulada o eufórica.



Claro que la tristeza es una emoción de valencia negativa, pero…¿y si la convertimos en una emoción que nos proporcione algo positivo, y si fuésemos capaces de aceptarla como emoción y aprender de ella? ¿Y si en vez de encarcelarla le diésemos algo de espacio?

La tristeza: una emoción básica

La pérdida de un familiar, una ruptura amorosa, perder el trabajo, una enfermedad, cuando no cumplimos las expectativas que nos marcamos a nosotros mismos…son algunas de las situaciones que hacen suelen producirnos tristeza. Bien es cierto que muchas veces no es una tristeza instantánea, ya que en los primeros momentos lo que surge es enfado contra esas fuerzas que nos han ocasionado la pérdida.

Una diferencia muy importante es la que existe entre la tristeza y la depresión. Esta última no es una emoción, es una enfermedad que va más allá de un momento puntual y necesita para ser diagnosticada un estado de tristeza mantenida y más intensa asociada a otros síntomas. A pesar de esta diferencia, que es muy importante, la tristeza es vista de una forma parecida a cómo se entiende la depresión, de manera que muchas personas lo que intentan es terminar con ella.

Si además de estar muy triste durante algún tiempo, experimentas trastornos del sueño, incapacidad para sentir placer con actividades que antes sí te la proporcionaban, ausencia de ganas para tus actividades diarias, falta de concentración, sentimientos de culpa…no tengas duda: es el momento de buscar ayuda profesional.

Sin embargo, la tristeza en sí misma, como emoción, es una oportunidad única para conocernos. Una emoción a la que algunos estudios relacionan con una mayor activación de nuestro cuerpo para que respondamos después de una pérdida. Además, es una emoción que por sí misma demanda el apoyo y la ayuda de las personas queridas y no de un tratamiento clínico.

“A veces las cosas salen mal y no es culpa de nadie. Pero todos quieren un porqué. Un motivo. Algo que puedan envolver, ponerle un lacito y enterrarlo en el jardín de atrás. Enterrarlo tan hondo que parezca que nunca ha pasado”.
-El mundo de Leland-

Las lágrimas

Con la cantidad de lágrimas que los seres humanos derramamos y todavía no hemos conseguido conocer del todo el misterio que encierran. Aunque todos los estudios apuntan a que, como seres sociales que somos, cumplen una función de liberación y de comunicación con los demás para buscar consuelo.

Detrás de ellas lo habitual es que exista un entramado complejo de emociones, más que una sola. Las circunstancias en las que podemos llorar también son muchas: podemos llorar de felicidad, por empatía con las personas que nos rodean, de rabia e incluso viendo una película que nos emociona. Cada lágrima cuenta una historia que es importante para nosotros.

Así, contenerlas o visualizarlas como enemigas no nos hace personas más fuertes ni mejores, simplemente nos estamos comportando en base a lo que los demás pueden opinar sobre ellas. Y en este punto debemos preguntarnos ¿Acaso esa persona no ha llorado nunca? Si no la ha hecho, algo no funciona bien.

Llorar nos calma, baja nuestros niveles de ansiedad, hace que respiremos mejor, hace que seamos fieles a lo que sentimos, que conectemos con los demás y, para colmo, hace que eliminemos bacterias protegiendo nuestro organismo ¿Qué hay de malo entonces en ellas?

No llores, sé fuerte

Si somos de lágrima fácil, ¿cuántas veces en nuestra vida hemos escuchado a alguien censurar nuestro desahogo? Que tenemos que ser fuertes ante todo, que llorar es de personas débiles, que es ridículo o, lo que es peor, que somos infantiles por ello. Además, de tanto escuchar resta respuesta, nosotros mismos hemos llegado a interiorizarla. Así, nos hemos trasformado en los primeros censores de nuestras lágrimas.

Podemos comprender en algunas ocasiones por qué nos lo dicen. Quizás no lo hagan con mala intención, al fin y al cabo son frases que escuchamos y aprendemos desde que somos pequeños y que se incorporan en nuestro repertorio. Las construimos y las compartimos de forma automática, sin reparar en ellas.

Sin embargo, como hemos dicho su efecto no es inocuo. La aceptación y la socialización de este mensaje es el terreno fértil para que cale en las nuevas generaciones que heredan el producto de nuestros pasos. Así, los niños no suelen tardar e incorporar a este censor que les proponen los adultos, como si hacerlo constituyera un paso necesario hacia la adolescencia y la etapa adulta.

Con ellos y cono nosotros tenemos una responsabilidad: la de entender el papel de las emociones, sean de la valencia que sean. Se trata de aceptarlas y de dejar que tomen aire para que puedan desempeñar su papel reparador o su papel motivador. Por otro lado, teóricamente puede resultar muy didáctico separar a nuestra parte emocional de nuestra parte más lógica, sin embargo a nivel funcional no podemos olvidar que los procesos suelen entremezclarse, haciendo que el todo tenga u resultado muy distinto al que podríamos imaginar con la suma de las partes.

“Ríe cuando puedas y llora cuando lo necesites”
-Chojin-

En definitiva, la tristeza, es una más de nuestras *emociones* y, bien usada y razonada, es una de nuestras grandes aliadas. Así, no la trasformes en una enemiga iniciando una batalla contra ella, porque en estos casos el único resultado posible es un sufrimiento todavía más intenso y descorazonador.

Álvaro Cabezuelo

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