Conocerte a ti mismo es quizás la tarea más ardua y también una de las más importantes de las que tienes que emprender. Algunas señales dan muestra de si lo has logrado en alguna medida, o no. Podríamos decir que nadie lo consigue por completo, ya que el proceso es altamente subjetivo. Tú eres tanto el sujeto que conoce, como el objeto a conocer. Esto hace que sea muy difícil lograrlo.
Aceptarte y valorarte es una de las señales de que te conoces a ti mismo. A la vez, solo quien se acepta y se valora logra vivir de una forma que le resulta satisfactoria. De ahí que sea tan importante ese autoconocimiento, ya que de este depende en gran medida cómo actúas y los objetivos que logras.
“Creo que de una manera u otra aprendemos quienes somos realmente y luego vivimos con esa decisión”
-Eleanor Roosevelt-
Lo que hace difícil ese proceso de conocerse a uno mismo es la educación y el entorno. Cada persona es interpretada por quienes la rodean, desde el mismo momento de nacer y de manera inevitable. En otras palabras, los demás le otorgan un significado a lo que eres y a lo que haces, desde que comienzas a vivir.
No siempre, o más bien casi nunca, esa interpretación es acertada. Tiene que ver más con los intérpretes que contigo mismo. Así que el proceso de conocerte comienza por independizarte de esas visiones. ¿Cómo sabes si te conoces o no te conoces todavía? Enseguida te enumeramos algunas señales que lo indican.
Buscar tu verdad en factores externos, una de las señales
Una de las señales de que no te conoces es la tendencia a buscar respuestas, razones o motivos en algún factor externo. No crees que haya sabiduría dentro de ti. Menosprecias lo que hay en tu interior y por eso le das validez a esos elementos que están fuera de ti.
Quizás no has caído en la cuenta de que en lo que tiene que ver con tus sentimientos, tus emociones y el destino de tu vida no hay respuestas posibles fuera de ti. Y si las hay, son siempre parciales y posiblemente erróneas. Nada ni nadie tiene derecho a decirte lo que debes hacer o cómo te debes sentir. La respuesta a todo eso siempre está en ti mismo.
Te comparas con los demás
Compararte con los demás es una manera equivocada de responder a las preguntas sobre quién eres y qué eres capaz de hacer. Es falso que si fulanito pudo, entonces tú también puedes. O lo contrario. También es falso que si muchos van en determinado sentido, ese sea el camino correcto.
Al compararte con los demás estás cayendo en una trampa. ¿Te parece razonable comparar el color amarillo con el azul? ¿Te resulta válido hacer un paralelo entre el agua y la tierra? La comparación, en particular cuando es neurótica, solo lleva a la frustración o al falso amor propio.
Te arrepientes de decir “sí” o de decir “no”
Es una de las señales típicas de falta de autoconocimiento. Mantienes una cierta duda frente a todas las decisiones que afrontas. No importa si se refieren a aspectos grandes o pequeños, siempre lo dudas. Y muchas veces terminas optando por algo que realmente no querías.
Dices “sí” o “no” porque te sientes presionado por las circunstancias o por alguna persona. Dices “no” por miedo a ser demasiado osado, o dices “sí” porque se impone el poder de la mayoría. No consultas con tu corazón, ni con tu mente o tu experiencia antes de comprometerte con un “sí” o un “no”. Y terminas arrepintiéndote.
Buscas la aprobación de las figuras de poder
Las figuras de poder ejercen una gran fascinación sobre quienes no se conocen a sí mismos. Esta es una señal inequívoca. En realidad, no se evalúa la calidad de esas figuras de poder, sino que se les otorga importancia y se busca su aprobación con independencia de los valores que representen.
La aprobación por parte de una figura de poder compensa la sensación de incertidumbre que provoca el no conocerse a uno mismo. Es una forma de sustituir el vínculo con el propio yo por otro con un agente exterior con la suficiente fuerza para diluir las inseguridades personales.
Te afectan profundamente las críticas o burlas de los demás
Como no se ha desarrollado un criterio propio para evaluar las acciones personales, se le otorga un valor excesivo a la opinión de los demás. Si esa opinión es aprobatoria, hay serenidad. Si esa opinión es censuradora o de reprobación, el mundo se desmorona.
Depender de la opinión de los demás es un camino seguro para deformar progresivamente la imagen que tienes de ti mismo. Por supuesto, todos queremos que los demás nos acepten y piensen bien de nosotros. Pero esto no se puede lograr a costa de sacrificar la identidad. Si no, se convierte en esclavitud.
Si cometes un error, quieres morirte
Cuando no te conoces a ti mismo, sueles juzgarte con gran severidad. Conocer es comprender. Y cuando se comprende, los juicios se relativizan. No solo se miran los resultados, sino que también se observan los procesos, las causas y las consecuencias.
La comprensión suscita unos razonamientos más bondadosos. Si cometes un error, logras perdonarte más fácilmente porque entiendes que forma parte de un aprendizaje. Si no te conoces, asumes un error como una amenaza. Temes anularte y desaparecer.
Reaccionas impulsivamente ante el conflicto
Quien se conoce a sí mismo no se siente atraído por el conflicto. Sabe que sus energías emocionales son limitadas y que no puede darse el lujo de gastarlas en ejercicios innecesarios. A quien no se conoce le pasa lo contrario: busca el conflicto como medio para reafirmarse. Eso sí, nunca busca conflictos de gran envergadura, sino por pequeñeces.
Una de las señales que indica un buen grado de conocimiento propio es el autocontrol. Si te conoces, sabes gestionar tus emociones y rara vez te dejas llevar por el impulso inmediato. En caso contrario, reaccionas como un resorte ante situaciones triviales inclusive, porque sientes que casi todo te pone en riesgo.
El autoconocimiento es una tarea que lleva toda una vida, pero cualquier esfuerzo en ese sentido vale la pena. Y lo vale porque te permite alcanzar un mayor grado de conciencia, de independencia, de libertad y de seguridad. No te niegues la oportunidad de navegar entre los enigmas y las maravillas de la persona más importante: tú mismo.
Edith Sánchez
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