El momento en que decides amar tu cuerpo por encima de su forma y peso es un paso en la historia de “tu” humanidad. Es un paso que muchas personas no son capaces de dar por la inmensa cantidad de prejuicios que han ido acumulando acerca de “cómo debe ser un cuerpo”.
Pero… ¿Cómo debe ser? Preguntémonos, antes de juzgar, machacar y destrozar la dignidad de nuestro cuerpo: cómo debe ser un buen cuerpo…¿para qué?, ¿para quiénes?. Las modas también llegaron (para quedarse) en el tema corporal. Nuestro cuerpo se ha visto presa de una serie de modas que responden a determinados intereses. Los de otros, y no tanto a los nuestros.
Intereses que son perfectamente válidos y que están en su derecho de existir. Ya que, al fin y al cabo, es uno mismo el que tendrá que decidir si prefiere aceptar su cuerpo en función de unos estándares escritos desde fuera o de unos construidos en base a uno mismo. Es una elección personal en todos los casos, pero no consciente en muchos.
Nuestro cuerpo merece una mirada de aceptación en vez de desprecio constante
Si la aceptación que hagamos de nuestro cuerpo depende de unos estándares externos, que cambian según la moda que impere en el momento, nos pasaremos toda nuestra vida vendidos a algo que está fuera de nuestro control. No obstante, si somos nosotros los que lo defendemos, en vez de atacarlo en función a lo que está “escrito” ahí fuera, seremos capaces de emprender, por fin, el camino hacia la aceptación.
En vez de atenderle desde el cariño y el cuidado, le atendemos desde la crítica y la necesidad de “reparación” constante. Siempre hay algo indigno en él. Y la indignidad a veces se torna en crueldad. Sobre todo en determinados momentos vitales. En la adolescencia, por ejemplo, el cuerpo es una de las principales vías de expresión de la identidad.
La necesidad que existe de ser visto y admirado en muchos casos se vuelva y se limita al cuerpo. Y el cuerpo “ha de estar” a la altura de semejante pretensión. Ese cuerpo donde colgaremos la ropa que nos identifica como alguien único y especial. Ese mismo cuerpo se acaba convirtiendo en un espacio de lucha interna constante.
Nos han enseñado a juzgar nuestro cuerpo en función de unos estándares externos
Así, nuestro cuerpo se convierte en un campo de batalla, representando una auténtica zona catastrófica o zona cero. Nos han enseñado a centrar nuestra atención en aquello que no nos gusta de nuestro cuerpo (en base a estándares dominados por las modas y a otros intereses comerciales) en vez de enseñarnos a aceptarlo, a amarlo e incluso a explorarlo con curiosidad y no con ánimo de crítica. Castigamos a nuestro cuerpo incluso antes de reconocerlo.
Por tanto, para muchas personas el cuerpo se acaba convirtiendo en una especie de celda en la que están condenados a vivir. No en su casa, no en el lugar sorprendente y cambiante con el diseño más perfecto. Para ellas es más una pesada carga que afea su tarjeta de presentación, una tara que les resta valor en un mundo muy competitivo, en el que el físico es importante.
Quizá nos esté gritando en silencio y no le escuchamos. ¡Quiéreme! ¡Cuídame, por favor! ¡No me vendas al mejor postor!… Pero cuando consigamos liberarnos del filtro del juicio externo (que hemos internalizado), descubriremos que nuestra mirada se torna más amable, menos dramática y más sana.
Querer a nuestro cuerpo es querernos a nosotros mismos
Algo así como “Sí, tengo celulitis y decido mirar a mi cuerpo con cariño y no con asco”. “Sí, tengo mucha tripa pero en vez de acudir al gimnasio desde el castigo, acudo desde la aceptación de mi cuerpo”. Por supuesto la salud es la base de cualquier necesidad urgente de cambio. Sentirnos bien en nuestro cuerpo pasa por cuidarlo y mantenerlo desde la aceptación y el cariño.
Hacer ejercicio, bailar, cuidarlo, observarlo… forma parte de estar en contacto con él, de descubrirlo. Trabajar por tener una mirada amable y libre de prejuicios hacia nuestro cuerpo merecerá la pena. Nos ayudará a tenerla hacia el exterior y hacia el cuerpo de los demás también.
“No hagas de tu cuerpo la tumba de tu alma”
-Pitágoras- Compartir
Por tanto existe una diferencia muy grande entre querer “cuidarse” desde el castigo y el desprecio a nuestro cuerpo, como si este fuera un lugar “provisional” hasta que estemos como los cánones mandan y querer cuidarse para sentirnos más sanos. Esta vez desde la aceptación de que ese es nuestro cuerpo y le queremos por encima de lo que pese y por encima de sus formas. Ese momento…será un gran paso para reconciliarte una vez más contigo mismo.
Alicia Garrido Martín
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