“Yo soy el culpable. Todo ha sido por mi culpa” y por eso, lo que me ocurre, “me lo tengo merecido”.., todas ellas son frases que en algún momento de nuestra vida cotidiana hemos podido pronunciar y con las que nos hemos podido castigar más de la cuenta.
El lenguaje que usamos tiene un impacto directo en nuestra forma de entender e interpretar la vida. Las personas difícilmente somos conscientes de este efecto ineludible, por lo que caemos en la trampa de llevar al extremo muchas de nuestras vivencias adversas. Lo hacemos solo por el condicionamiento que ejercen las palabras que hemos empleado para expresarlas.
Todos hemos pasado por momentos en los que no nos gusta cómo nos hemos comportado, cómo hemos resuelto alguna situación o cómo alguien nos ha hecho sentir mal con sus palabras o acciones. En ocasiones llegamos a ser muy duros con nosotros mismos, pudiendo machacarnos y juzgarnos con dureza.
Es más, probablemente se trate de algo que ya pertenece al pasado y que no tiene un gran impacto real en el momento presente. Sin embargo, nos sentimos culpable y nos torturamos. Reflexionemos sobre ello…
El boicot contra nuestro yo interno
“Todo esto es por mi culpa. Soy el culpable” es una frase cargada de connotaciones negativas que nublan la capacidad de nuestro cerebro para razonar, ya que la emoción que produce en nosotros es muy intensa. Asimismo, bloquea todos nuestros recursos y fortalezas para afrontar la situación de manera exitosa, llegando a pensar con clara certeza que somos merecedores de todo lo negativo que nos ocurre.
Si optamos por convencernos de que todo está mal y nos refugiamos en el “nada puedo hacer”, ¿qué razones habría para poner medios en salir de ese bache?
Podemos encontrar un símil de esta convicción en las supersticiones: creencias irracionales mediante las que las personas le echan la culpa de sus incidentes a haber derramado sal, a haber roto un espejo o a haberse cruzado con un gato negro. Estos azares traen una mala suerte inevitable y nada se puede hacer para hacerle frente, refieren algunos.
Los seres humanos somos responsables -que no culpables- de la interpretación que hacemos de nuestra vida, de nuestras acciones y de nuestras palabras. Este concepto tiene una connotación positiva y nos sitúa en un lugar privilegiado de control interno. Así, nos encontramos en una situación que nos predispone a actuar hacia aquello que queremos solucionar, cambiar o mejorar, tanto si hemos tocado madera como si no.
La trampa de la mala suerte
Ocurre que si nombramos a la suerte como capitana de nuestro destino, dejaremos de sentirnos responsables de nuestra vida. De hecho nos situaremos justo en el lado opuesto, en un lugar de control externo, perfecto para atribuir nuestras penas y glorias al puro azar o a la intervención de otras personas.
Si afianzamos esta óptica dentro de nuestras secuencias perceptivas y de razonamiento, seguiremos mostrándonos pasivos ante los sucesos que ocurren a nuestro alrededor, por lo que nuestra autoestima y auto respeto perderán solidez.
El hecho de posicionarnos y posteriormente permanecer en el lugar de control interno se puede conseguir e integrar en nuestra personalidad. Es entonces cuando dejamos de percibir que nuestras experiencias, positivas o negativas, se escapan de nuestro control, a pesar de haber puesto todo nuestro empeño.
No olvides que un porcentaje alto de tus logros personales depende de ti y que el modo en que se desarrollan tus relaciones interpersonales está en tu mano. No te ensombrezcas y saca a la luz todas tus habilidades personales que te hagan conciliarte con todo lo que te rodea.
A ti que no te conozco (o sí), deja de machacarte, de cuestionarte, de sentirte culpable, deja de perder el tiempo sintiéndote merecedor de todo lo negativo que te ocurre. Quiérete y respétate. Sé responsable de tu propia vida, de manera que no comprometas tu autoestima: solo así podrás poner en marcha todo lo imprescindible -y más- para mejorar, progresar y cambiar eso que te está inquietando.
“La disposición a aceptar la responsabilidad de nuestra propia vida, es el origen de donde surge el autorespeto”
-Joan Didion-
Raquel Martínez Rico
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