La ideología o pensamiento meritocrático es la creencia de que el mundo es justo y cada uno recibe lo que se merece. ¿Cuantas veces hemos dicho o escuchado “le pasó porque se lo merecía”?
La meritocracia es una creencia muy extendida y que usamos para justificar las acciones que nos suceden y que les suceden a los demás en el día a día. Por extensión, la meritocracia define un sistema social, sociedad u organización en la cual la gente tiene poder debido a sus habilidades, no debido a su dinero o a su posición social.
Según esta creencia mejorar la movilidad social, que todo el mundo pueda llegar alto en la sociedad, es tan simple como mejorar las habilidades de las personas. La fórmula que define la meritocracia es la siguiente: IQ + esfuerzo = mérito
Esto es, un cociente intelectual alto más el esfuerzo son los que hacen posible el mérito. Ejemplos de esta fórmula son “el que se esfuerza lo consigue” o “no lo consiguió porque la cabeza no le daba para más”.
La cara oscura de la meritocracia
La meritocracia es una forma de mantener el status-quo. Si existe la creencia de que un estado es meritocrático cuando este no lo es, aquellos que no lleguen a conseguir grandes cosas serán tachados de ser vagos, acusados de no esforzarse lo suficiente o se les atribuirá una inteligencia baja.
Por el contrario, aquellos que consigan ascender en la escala social u ocupen puestos de gran prestigio serán elogiados por sus habilidades e inteligencia. Aunque el primer pensamiento que se nos viene a la cabeza es similar a estas definiciones, en nuestra sociedad hay otros muchos factores que determinan el éxito y el estatus. Algunos de estos factores son la suerte, la herencia, el capital económico y el llamado “cuñadismo”.
La cara soleada de la meritocracia
Cuando algo malo le sucede a alguien tenemos la necesidad de encontrar una causa y, además, de hacer que esa causa sea controlable o de alguna manera impida que nosotros nos podamos encontrar en esa situación.
Cuando alguien vive en la calle o ha sido desahuciado lo justificamos pensando que se lo merecía, que era un vago que no quería trabajar. Esta forma de pensamiento hace que nos quedemos más tranquilos al pensar que no nos va a pasar a nosotros, pero a la vez nos distancia de estas personas generando lo que se denomina yo-ellos.
Otro claro ejemplo del pensamiento meritocrático son las violaciones. Cuando una violación ocurre nos distanciamos del suceso y existe una tendencia a culpar a la víctima. Si asumimos que la víctima es lo que es, una víctima, asumimos a la vez que el mismo suceso nos podría ocurrir a nosotros.
Por desgracia, son muy típicos comentarios como que es una puta, que llevaba una falda muy corta o que lo iba buscando. Este pensamiento hace que no tengamos empatía hacia la víctima y nos distanciemos, a la vez que nos hace creer que vivimos en un mundo justo o al menos más justo de lo que es.
El pensamiento meritocrático se da en muchos ámbitos. A continuación se ejemplifican algunos de ellos:
- La meritocracia de los ricos: el pensamiento meritocrático también sirve para justificar las acciones de la gente rica. Así, cuando pensamos en una persona rica creemos que ha hecho su fortuna mediante un gran esfuerzo y que si nosotros nos hubiéramos esforzado tanto como ellos o fuésemos tan inteligentes seguramente hubiéramos tenido la posibilidad de generar una riqueza similar.
- La meritocracia como justificación propia: los ricos creen que ellos se merecen sus riquezas porque se han esforzado mucho. Esto les lleva a creer que los que tienen menos que ellos es porque se lo merecen. Porque han trabajado menos o son menos inteligentes que ellos.
- Meritocracia y religión: esta ideología está muy relacionada con la religión, los buenos van al cielo y los malos al infierno. Los reyes declaraban su estatus de divinos y era merecido que el vulgo les pagara con sus rentas y les agasajara.
El mundo justo
El pensamiento meritocrático nos lleva a creer en el mundo justo. Pensamos que nuestros país tiene un sistema justo que acaba por situar a cada persona donde se lo merece según sean su esfuerzo e inteligencia. Esta creencia en el mundo justo nos hace alejarnos del cambio e intentar mantener el sistema vigente. Si el sistema cambiara nuestro estatus cambiaría porque ya no se beneficiarán nuestras habilidades.
Creemos que un cambio podría variar nuestra situación social a peor cuando nosotros no nos lo merecemos, ya que nos hemos esforzado mucho por conseguirla. Claro ejemplo lo encontramos en el tan escuchado “toda la vida trabajando para que vengan los comunistas a quitármelo todo”.
¿Es este sistema en el que vivimos un mundo justo? La respuesta es claramente no, no vivimos en una meritocracia. Lo cierto es que existen muchos más factores, algunos de ellos tan aleatorios como el lugar en el que nacemos o el seno de la familia en la que crecemos, que condicionan la posición en la que en este momento nos encontramos.
Roberto Muelas Lobato
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