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sábado, noviembre 05, 2016

5 sabios consejos que sembró mi abuelo en mi corazón

Mi abuelo era un hombre valiente, de alma humilde y mirada traviesa. En su piel curtida se contenían años de trabajo, sin embargo, su mano siempre me pareció suave cuando me acompañaba al colegio. Son muchos los recuerdos que duermen en el refugio de mi corazón, en especial, sus sabios consejos. Esos que evoco cada día.



Puede que nuestras generaciones fueran muy distintas. Es posible que esos años en que nuestros abuelos construyeron los cimientos de sus vidas tuvieran otros vientos y otras voces ajenas a las nuestras. Nuestro presente lo marcan estímulos diferentes y nuevas modas. Sin embargo, las esencias siguen siendo las mismas. De ahí, que su legado de sabiduría susurrado a través de largos paseos o al lado de un tazón de chocolate siga siendo igual de valioso.

“Dime lo que haces y te diré quiénes eran tus abuelos”
-Alejandro Jodorowsky-

Los abuelos conforman ese anclaje emocional y significativo al que siempre complace volver. Sabemos que nuestras madres y nuestros padres son todo un “arsenal” en cuanto a consejos y directrices que siempre agradecemos. Sin embargo, evocar aquellas conversaciones de antaño con nuestros abuelos es como abrir una puerta de aires sosegados donde siempre nos agrada regresar. 

Porque somos unos nostálgicos irremediables.

Tal vez sea porque ellos, no tenían la obligación explícita de “educar”, de poner reglas. Los abuelos acompañan y estimulan esos descubrimientos relajados a los que la mente de un niño siempre es tan receptiva. Todo ello explica por qué, aún viendo el mundo a través de los cristales de un adulto, ponemos el retrovisor mirando hacia las raíces de nuestra infancia.

A continuación, te proponemos reflexionar en una serie de consejos que muchos de nuestros abuelos nos transmitieron en algún momento.

1. No eres mejor que nadie, nadie es mejor que tú

Uno de esos sabios consejos que nos dejaron nuestros abuelos es el de ser humildes de mente y corazón. Ellos fueron los mediadores de muchas de nuestras peleas entre hermanos. Apagaron nuestras tensiones cuando nos enfadábamos con otros niños y, con voz paciente, nos animaron a calmar nuestro ego en esos años en que todo nos parecía injusto.

Su voz paciente y sus oportunas palabras transformaban siempre los enfados en carcajadas. Solo entonces descubríamos que nos enojábamos por nada, y que la ira se apagaba casi por arte de magia cuando focalizábamos la atención en otra cosa.
Nuestros abuelos nos enseñaron que las peleas no resuelven los conflictos. Que creerse más que alguien es ser menos que nadie.
Nos hicieron ver además que ninguna persona es mejor que nosotros y que las injusticias empiezan siempre cuando dejamos a un lado la humildad para permitir que nos embista el viento del egoísmo.

2. Heredarás la Tierra: cuídala

Fueron muchas las tardes en las que, llevados de la mano de nuestros abuelos, descubrimos por primera vez los ciclos de la Tierra.

Paseamos por caminos cubiertos por hojas en otoño y nos adentramos en esos bosques donde el rocío matinal arrancaba a los helechos miles de destellos durante el invierno. Comprendimos que entre la siembra y la cosecha se necesitan lluvias, abonos y paciencia. Que los árboles viven más que los hombres y que aún así, lejos de venerarlos como dioses los talamos.

Nuestros abuelos nos enseñaron a amar a los animales, a mirarlos sin alterar sus entornos y a comprender que este, es un mundo que no nos pertenece. La Tierra es solo un lugar de paso al que atender y respetar como un ser vivo.

3. Los libros son un refugio maravilloso

Nadie llega a amar la lectura por imposición ajena. A un libro se llega por curiosidad, por placer, por imitación. Un consejo valioso que nos transmitieron nuestros abuelos es el de divertirnos en un océano de letras. El de soñar con los ojos abiertos sumergidos en las páginas de un libro.

Nos alentaron a dar la vuelta al mundo en 80 días, a conquistar islas misteriosas y alzarnos como héroes de reinos olvidados mediante globos y submarinos. Los libros fueron ese legado que nos descubrieron como quien deja una golosina en una mesa. Nos ofrecieron un refugio donde los adultos no molestaban, y en el cual, convertirnos en custodios de un mundo privado donde ser siempre Peter Pan.

4. Después de llorar, el mundo brilla mucho más

Puede que con nadie encontrarás mayor complicidad para ser tu mismo, que con tu abuelo. Mientras nuestros padres nos animaban a “ser mayores” y a sentar la cabeza cuanto antes, por nuestra parte anhelábamos un regazo donde desahogar miedos, ansiedades y frustraciones.

Los adultos nos hicieron creer durante mucho tiempo que llorar es cosa de niños débiles. Mientras nosotros, sintiéndonos aún muy niños, conteníamos la rabia y las lágrimas por temor a ser sancionados. A ser objeto de burlas.

Sin embargo, con nuestros abuelos siempre obteníamos el mejor consuelo. Su “no pasa nada, ya verás cómo el mundo brilla más ahora” siempre ayudaba. Sabíamos que podíamos hacerlo, que podíamos llorar sin que nadie nos juzgara, y que tras dejar ir el llanto, las cosas tomaban otra perspectiva.

5. Puedes conseguir lo que te propongas

A sus ojos, éramos merecedores de todo aquello que deseáramos. Lejos de malcriarnos, lo que consiguieron nuestros abuelos es conferirnos aliento, autoconfianza y valor. Nos pusieron magia en los bolsillos y un par de alas a la espalda para impulsarnos. Para darnos ese coraje enhebrado por un amor sincero que deja marca en el corazón e impronta en nuestras mentes.

Quizá por ello, cuando en algún momento llegamos a un abismo en nuestras encrucijadas vitales, recordamos los consejos de nuestros abuelos. Recordamos que tenemos alas. Que aunque nadie las vea están ahí, solo hace falta poner la mano en nuestros bolsillos para que la magia nos de aliento una vez más, para recordar que nada es imposible.

Valeria Sabater

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