Las entidades luminosas sólo intervienen en aquellos que los invitan. Si no se les pide nada, no entran. Aunque seáis presa de entidades tenebrosas, los ángeles, que echan a veces un vistazo sobre los humanos, dicen: «No tenemos derecho a imponernos a esta criatura: no nos ha pedido nada, así que debemos respetar su libertad.
Sólo los espíritus maléficos se permiten entrar sin autorización. Esto es, precisamente, lo que diferencia a los espíritus luminosos de los espíritus tenebrosos. Los espíritus tenebrosos no respetan nada. Por el contrario, los espíritus luminosos esperan que os abráis a ellos. Y cuando se sienten invitados, ¡qué gozo para ellos! Ven en vosotros a un ser despierto y cantan: «Por fin, nosotros, los poderes del Cielo, podemos entrar en estas almas, ayudarlas, trabajar con ellas», e inspiran vuestros pensamientos, vuestros sentimientos, vuestros actos, vuestras palabras.
La única clarividencia que necesitamos realmente cada día es aquélla que une en nosotros el intelecto con el corazón: comprender con el intelecto y, al mismo tiempo, sentir con el corazón. Esto es lo que hace que veamos claro: la sensibilidad unida a la comprensión. Cualquier otra forma de clarividencia comporta peligros.
En vez de consultar las cartas, el péndulo, los posos del café, la bola de cristal, etc., muchos harían mejor abriendo sus ojos al mundo visible que les presenta tantos indicios irrefutables. Y cuando tienen problemas que resolver, que recuerden de que el Cielo les ha dado ojos para ver, oídos para oír, un cerebro para reflexionar y sacar conclusiones… y un corazón para amar.
La vida que recibimos tiene su fuente en Dios, y es hacia Él a quien debemos hacerla volver para que vuelva a recobrar su pureza original. Pero éste es un pensamiento que rara vez aflora en los humanos. Se pasan el tiempo despilfarrando esta vida que Dios les ha dado al satisfacer sus deseos y sus ambiciones. Y cuando un día se ven obligados a hacer balance, se dan cuenta de que han perdido casi todo para ganar muy poco.
Podemos comparar al ser humano con un rascacielos: cada piso de este inmueble está ocupado por unos habitantes a los que hay que suministrar energía. El último de estos pisos es el cerebro. ¿Pero qué quedará para los habitantes del cerebro, si toda el agua, el fluido vital, sólo sirve para alimentar a los habitantes de los pisos inferiores, los instintos, las pasiones,los deseos egoístas? Allá arriba están, los pobres, entumecidos, paralizados, ya no pueden producir nada. Evolucionar es aprender a orientar las energías hacia las regiones sublimes: así, estas energías despertarán en las células del cerebro, facultades de cuya existencia todavía no se sospecha.
Omraam Mikhaël Aïvanhov
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