La vida es un proceso en movimiento, progresivo, donde participamos en acciones y relaciones que nos involucran en situaciones de dualidad. En un extremo, nos vemos inmersos en crisis, conflictos, dificultades; en otro extremo, disfrutamos períodos de recompensa donde están presentes la alegría y la risa desbordante junto con alguna sensación de paz y espontáneo optimismo.
Hemos oído decir que la vida no es un camino sino una jornada. Sin embargo, en nuestro atributo de viajeros que nos desplazamos por la geografía del planeta y por los escenarios humanos, nos imaginamos recorriendo caminos eventuales.
Esos caminos pueden ser escabrosos y monótonos si nos habituamos a lo conocido, lo rutinario, lo que no parece tener cambios significativos o notables y donde nos conformamos con las relaciones y los resultados tal como han sido establecidos por los personajes que representamos-: todo previsible de acuerdo a la repetición, tan fácil de describir como un engranaje mecánico con sus ruedas que giran encajando sus piñones e impulsadas por fuerzas externas. O pueden ser luminosos y variables, con su energía plena llenando nuestra mente y nuestro corazón pasajeramente y
mostrándonos exultantes y afables, impulsados por nuestras propias fuerzas
y motivaciones.
En ocasiones, atendemos las señales de alerta que la vida pone a nuestro paso, y podemos entender la dinámica de los conflictos por resolver: nos anuncian que es adecuado e impostergable realizar cambios. Para cada uno de nosotros se presenta entonces una bifurcación de caminos: uno sigue siendo el que hemos transitado y otro el camino que podemos emprender como opción de esos cambios posibles. No podemos seguir a la vez por los dos caminos porque son distintos.
Ahora nos corresponde elegir.
Si nos decidimos por el camino positivo, nos movemos por el espacio que representa acciones y modificaciones para descubrir nuestros sentimientos de bienestar; que no está asociado con cargas, ni culpas, ni reproches, ni temores; que podemos recorrer con agrado. Podemos experimentar alegría mientras avanzamos por ese camino; podemos sentir una brisa cálida y afable acariciándonos la piel.
El otro camino podemos llamarlo negativo: nos sentimos mal recorriéndolo, como transeúntes sobrecargados, lentos y fatigados, y además desesperanzados, con la cabeza baja y negándonos a ver los colores y sonidos del paisaje.
¿Cuál camino escogemos?
Todo lo que elegimos nos corresponde con sus cualidades.
La vida es cambio siempre. Lo que no cambia podemos llamarlo estancamiento, apego, limitación, un campo desolado donde sólo quedan vestigios de vida ˆel vuelo de algún ave solitaria, el ruido del viento sobre el follaje, el silencio de voces y de pasos, la luz apagada del invierno llenándonos de pesimismo y de aflicción.
Mientras tanto, la jornada va agotándose y nos queda imposible reconstruir los momentos de la vida que ya cumplimos: se han ido los actores y la utilería ha sido removida de los escenarios que ocupamos antes. Ahora han sido redecorados los ambientes para que otros actores recitan sus líneas y solo podemos asistir allí como espectadores que contemplamos espectáculos
parecidos a los que ya experimentamos.
*Hugo Betancur* (Colombia)
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