El predicador no compartía la opinión del Maestro acerca de nuestra dependencia de Dios.
«Dios es nuestro Padre», decía, «y nunca dejamos de estar necesitados de su ayuda».
«Cuando un padre ayuda a su hijo pequeño», dijo el Maestro, «todo el mundo sonríe; cuando ayuda a su hijo ya crecido, todo el mundo llora».
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