¿Qué somos? Es una pregunta trascendental y, a menudo, frecuente cuando nos encontramos en situaciones específicas. Cuando no sabemos qué decidir, cuando nos enfrentamos a una ruptura amorosa o cuando tenemos que decidir qué trabajo escoger. ¿Qué tienen en común todas estas situaciones? Que en todas juegan las emociones.
Así pues, de forma muy directa, la identidad y nuestro mundo emocional están relacionados. A menudo, la confusión sobre lo que sentimos extiende la duda a otras cuestiones importantes, como nuestra capacidad de control; un control que, por otro lado, podemos intentar recuperar influyendo o condicionando a los demás. De esta manera, pretendemos espantar nuestras dudas, comprobando que tenemos la capacidad de ascender sobre los demás y, por lo tanto, de influir en el devenir de los acontecimientos.
Nuestras emociones nos definen
Saber identificar, regular y gestionar nuestras emociones es una asignatura pendiente en la educación. La importancia de esta habilidad es tan elevada que de ella dependerá, no solo nuestra salud mental, sino también la de los que formen una vida con nosotros.
Pensemos que las emociones son una moneda doble cara: por un lado tienen energía, por otro lado tienen uno o varios mensajes. Estas dos caras son igual de importantes y una buena regulación emocional pasa por alinearlas para que se pongan al servicio de nuestros intereses.
La tristeza nos suele pedir que reflexionemos y nos da un tipo de energía que invita a la pausa. El enfado con frecuencia dicta que alguien ha pisado nuestros derechos, y nos proporciona una energía para que pongamos los medio para que esto no vuelva a pasar. Ahora, somos nosotros los que decidimos qué hacer con ese mensaje, qué sentido darle. También somos nosotros quienes podemos regular la liberación de esa energía.
Somos nosotros, los responsables de nuestras emociones. El problema es que, de pequeños, no nos enseñan qué hacer con ellas -más allá de esconderlas o contenerlas-.
Las emociones que experimentamos, dependiendo de los estímulos externos, son responsabilidad nuestra, hecho que no es fácil de aceptar, ya que la tendencia a culpar a los demás sobre nuestra ira, nuestra tristeza o nuestra melancolía, es común. Es por esa razón, que la forma en la que se transforme la ira en tristeza o el miedo en alegría, definirá nuestra forma de afrontar los retos diarios y los problemas más abismales. Nos definirá a nosotros.
Validar las emociones
La validación emocional es aceptar y dar por válido lo que estamos sintiendo o lo que piensa otra persona, estemos o no de acuerdo con aquella emoción. Así, podemos validar nuestras emociones y también las de los demás.
A nivel teórico puede parecer un acto sencillo; sin embargo, validar las emociones está en proceso de extinción. Quejas comunes como “no me escucha”, “no me entiende”, “no me comprende” mientras la otra persona niega atónita tales afirmaciones, ya que considera “que sí que comprende” “sí que escucha” y “sí que entiende”, en muchos casos, son consecuencia de la falta de validación.
La posibilidad de que se produzca una validación emocional se evapora ante la necesidad de juzgar, opinar o defendernos ante una emoción que desconocemos. En ocasiones, sin intención de invalidar a la otra persona, usamos respuestas, comunicación no verbal o justificaciones que son un obstáculo para la construcción de puentes empáticos. Una empatía propicia para las raíces de la propia comprensión.
Las personas que no se sienten escuchadas, puede que tengan al público más atento, pero nadie estará validando sus emociones.
¿Qué sucede cuando no validamos emocionalmente?
Lo que sucede cuando no validamos emocionalmente, es parecido a lo que pasa cuando no expresamos emociones o las negamos. Como si fuésemos ollas a presión, vamos acumulando emociones poco ordenadas hasta que un día salen en forma de falta de autocontrol.
Al validar las emociones de nuestros hijos, de nuestras parejas, de nuestros familiares o de nuestros compañeros de trabajo, les acompañamos y estamos presentes en su malestar, les hacemos sentir seguros, protegidos, contenidos, cuidados, respetados y queridos.
La validación emocional permite, sin juicio, aceptar lo que le pasa al otro y dejarle cambiar las emociones negativas por emociones positivas.
La invalidación emocional es todo lo contrario. Es un rechazo indirecto de los sentimientos de la otra persona. Una negación de lo que está sintiendo que se traduce en falta de comprensión y de escucha.
Cuando nos cuentan algo alegre, sabemos acompañar, pero cuando nos cuentan algo triste, sólo sabemos invalidar.
La validación emocional es aceptar y dar por válido lo que estamos sintiendo o lo que piensa otra persona, estemos o no de acuerdo con aquella emoción. Así, podemos validar nuestras emociones y también las de los demás.
A nivel teórico puede parecer un acto sencillo; sin embargo, validar las emociones está en proceso de extinción. Quejas comunes como “no me escucha”, “no me entiende”, “no me comprende” mientras la otra persona niega atónita tales afirmaciones, ya que considera “que sí que comprende” “sí que escucha” y “sí que entiende”, en muchos casos, son consecuencia de la falta de validación.
La posibilidad de que se produzca una validación emocional se evapora ante la necesidad de juzgar, opinar o defendernos ante una emoción que desconocemos. En ocasiones, sin intención de invalidar a la otra persona, usamos respuestas, comunicación no verbal o justificaciones que son un obstáculo para la construcción de puentes empáticos. Una empatía propicia para las raíces de la propia comprensión.
Las personas que no se sienten escuchadas, puede que tengan al público más atento, pero nadie estará validando sus emociones.
¿Qué sucede cuando no validamos emocionalmente?
Lo que sucede cuando no validamos emocionalmente, es parecido a lo que pasa cuando no expresamos emociones o las negamos. Como si fuésemos ollas a presión, vamos acumulando emociones poco ordenadas hasta que un día salen en forma de falta de autocontrol.
Al validar las emociones de nuestros hijos, de nuestras parejas, de nuestros familiares o de nuestros compañeros de trabajo, les acompañamos y estamos presentes en su malestar, les hacemos sentir seguros, protegidos, contenidos, cuidados, respetados y queridos.
La validación emocional permite, sin juicio, aceptar lo que le pasa al otro y dejarle cambiar las emociones negativas por emociones positivas.
La invalidación emocional es todo lo contrario. Es un rechazo indirecto de los sentimientos de la otra persona. Una negación de lo que está sintiendo que se traduce en falta de comprensión y de escucha.
Cuando nos cuentan algo alegre, sabemos acompañar, pero cuando nos cuentan algo triste, sólo sabemos invalidar.
La invalidación emocional y el robo de la identidad
No validar emocionalmente lo que está sintiendo el otro puede ser un motivo que enfríe el vínculo y la relación. Como hemos mencionado al principio del artículo, las emociones no solo nos definen, sino que también nos orientan hacia determinadas opciones, estilos de vida, conductas y demás caminos que nos hacen únicos -a la par que reconocibles-, marcando así parte de nuestra identidad y autocontrol.
Por el contrario, que los demás no validen nuestras emociones puede sembrar en nosotros la idea de que no encajamos, de que hay algo oscuro en nuestro interior que nos hace frágiles, impredecibles y poco fiables. Así, si alimentamos y regamos esta semilla, si copiamos la posición de los demás ante nuestras emociones es fácil que terminemos extraviando por el camino la idea de quienes somos; al tiempo que el futuro se vuelve abrumador por no saber responder tampoco a la pregunta de quiénes queremos ser.
Es de gran relevancia validar las emociones durante la infancia, ya que la aceptación incondicional de las emociones de los más pequeños, facilitará su expresión, identificación y gestión emocional. Si por lo contrario, por miedo a la tristeza que pueda sentir un hijo, se evade con indirectas, con dobles mensajes o con soluciones, le estaremos invalidando emocionalmente y por lo tanto, le generaremos altas dosis de ansiedad, irritabilidad, nerviosismo e inseguridad.
El desconocimiento a las emociones, nos defienden de ellas.
El arte de saber validar las emociones
Existen algunos puntos que nos pueden ayudar a la hora de hacer una validación emocional:
- Escucha activa o atención plena.
- Posición corporal acogedora y empática.
- Normalizar las emociones.
- Evitar dar soluciones a las emociones.
- Evitar justificarse o defenderse de ellas.
- Evadirlas con humor.
- Mantener la mente abierta sin juzgar.
Algunos ejemplos de validación e invalidación emocional que podemos ofrecer para una mejor comprensión al lector son:
Invalidación emocional
María: no he podido acabar la tarea y estoy muy frustrada
Laura: ya la acabarás mañana, tranquila
María: ya pero es que lo estoy haciendo muy mal todo
Laura: no es el fin del mundo, María
María: yo creo que sí, ojalá me hubieses podido ayudar
Laura: yo he tenido que hacer muchas cosas hoy eh
Validación emocional
María: no he podido acabar la tarea y estoy muy frustrada
Laura: ya, normal, debe de dar rabia dejarla a medias, ¿no?
María: sí, mucho. Creo que lo estoy haciendo muy mal todo
Laura: si? así te sientes?
María: la verdad es que sí. Ojalá me hubieses podido ayudar
Laura: es verdad, te hubiese ido bien. Me hubiese encantado poder echarte una mano. Lástima que he tenido un día lleno de cosas.
Validar las emociones es todo un arte digno de aprender para mejorar la humanidad y la empatía dentro de las relaciones humanas, para ayudar a que los más jóvenes crezcan sin sentir terror hacia el mundo emocional, y así podamos nombrar las emociones sin que sean territorio inexplorado. Entre todos, hagamos que “lo de ponerse en la piel del otro” un resultado mucho más humano, cercano y generoso.
Berta Escobosa
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