La heurística de la afectividad nos dice que las emociones determinan gran parte de nuestros pensamientos y, en consecuencia, las propias decisiones. Algo así tiene una gran relevancia, por ejemplo, en el modo en que nos alimentamos, en que compramos y en que reaccionamos ante las dificultades cotidianas de la vida, ahí donde no siempre hay tiempo para reflexionar, para pensar mejor.
En un mundo de prisas, las evaluaciones basadas en lo meramente emocional rigen gran parte de nuestras conductas. A todos nos encantaría, sin duda, disponer de más tiempo para filtrar y procesar gran parte de la información que recibimos. Sería estupendo poder detener el segundero de los relojes y parar el tiempo, para apreciar de manera más relajada todo lo que nos rodea.
Sin embargo, tal matiz no siempre es posible. De ahí, que emitamos a menudo respuestas, comportamientos y elecciones en cuestión de segundos sin que estas pasen previamente por la sala mental de análisis y el tapiz de la reflexión. Así, especialistas en el tema, como Daniel Kahneman, psicólogo cognitivo, Premio Nobel y experto en toma de decisiones, nos señalan algo interesante.
Cuando pensamos rápido, a menudo no lo hacemos bien. Y no lo hacemos por una sencilla razón: porque tampoco nos sentimos bien, porque nuestro estado de ánimo no es en todos los casos el más favorable. Al fin y al cabo, las personas no podemos elegir “el modo en que nos sentimos” y cuando las emociones más complejas toman el control, la realidad se complica.
“Nada es tan grave como parece cuando lo piensas con calma”.
-Daniel Kahneman-
Sin embargo, tal matiz no siempre es posible. De ahí, que emitamos a menudo respuestas, comportamientos y elecciones en cuestión de segundos sin que estas pasen previamente por la sala mental de análisis y el tapiz de la reflexión. Así, especialistas en el tema, como Daniel Kahneman, psicólogo cognitivo, Premio Nobel y experto en toma de decisiones, nos señalan algo interesante.
Cuando pensamos rápido, a menudo no lo hacemos bien. Y no lo hacemos por una sencilla razón: porque tampoco nos sentimos bien, porque nuestro estado de ánimo no es en todos los casos el más favorable. Al fin y al cabo, las personas no podemos elegir “el modo en que nos sentimos” y cuando las emociones más complejas toman el control, la realidad se complica.
“Nada es tan grave como parece cuando lo piensas con calma”.
-Daniel Kahneman-
La heurística de la afectividad ¿qué es?
La heurística de la afectividad nos recuerda que el mundo de las emociones es más poderoso de lo que podamos creer en un primer momento. De hecho, los neurocientíficos no se equivocan cuando señalan aquello de que el ser humano es, por encima de todo, una criatura emocional que, un buen día, aprendió a pensar.
Es más, Antonio Damasio, neurobiólogo cognitivo reconocido por su labor como divulgador, nos explica en El extraño orden de las cosas, que las emociones, entendidas básicamente como marcadores somáticos, influyen en gran parte de nuestros razonamientos. Así, y aunque a veces demos por sentado que “controlando el pensamiento dominaremos las emociones”, la cosa no es tan sencilla como parece.
Heurísticos afectivos: respuestas rápidas ante las necesidades cotidianas
Un heurístico es un atajo mental. Es una estrategia que utilizamos para resolver un problema puntual de manera rápida y lo más simple posible. De este modo, entendemos que los heurísticos afectivos son respuestas y elecciones que tomamos de forma inconsciente basándonos en cómo nos sentimos en ese momento.
Estas evaluaciones basadas solo en el afecto (no en la reflexión) son rápidas y automáticas. Ahora bien ¿quiere decir esto que toda decisión que llevemos a cabo con estos heurísticos son erróneas? La respuesta es “no”. Tal y como nos explican Slovic, Finucane, Peters y MacGregor (2002) los heurísticos afectivos parten también de nuestras experiencias.
Estos serían unos sencillos ejemplos:
- Cuando he tenido un mal día en el trabajo, me voy de compras. Lo hago porque sé que en otras ocasiones me ha hecho sentir bien, y esa sensación me agrada. No obstante ello implica un riesgo ⇒ acabaré comprando cosas que no necesito.
- Soy técnico de selección en una empresa. Tengo que elegir a un candidato entre todos los que he entrevistado en este mismo día. Elegiré al que me dé más confianza independientemente de su formación y experiencia, porque en otras ocasiones me ha dado buen resultado.
Estudios como los llevados por el doctor Paul Slovic, de la Universidad de Oregon, nos indican que este tipo de juicios basados en la heurística de la afectividad se dan cuando las personas no tenemos tiempo para reflexionar o bien, cuando nuestro estado de ánimo es muy bajo y no podemos pensar con claridad, de manera más reflexiva.
¿Qué pasa si tomo todas mis decisiones bajo la heurística de la afectividad?
La heurística de la afectividad nos demuestra que este tipo de “atajo mental” media en gran parte de nuestras decisiones, sean grandes o pequeñas. En ocasiones, no hay duda, podemos actuar con acierto al dejarnos llevar por ese primer impulso, por esa impronta somática, como la define Antonio Damasio.
Sin embargo, en una buena parte de las veces, al actuar de manera automática y puramente emocional, derivamos en conductas nocivas y hasta negativas para nosotros mismos. Podemos, por ejemplo, caer en algún trastorno de la alimentación, en comportamientos adictivos, o simplemente, tomar una decisión de la que más tarde terminemos arrepintiéndonos por completo.
Ahora bien, para evitar (o controlar al menos) este tipo de conductas, no se trata en absoluto de excluir al completo el componente emocional de nuestra mente. Las personas somos básicamente emociones y por lo tanto no hay que separarlas, hay que entenderlas, manejarlas, integrarlas y tener un dominio sobre ellas.
El doctor Daniel Kahneman, nos explica en su libro Pensar rápido, pensar despacio, que deberíamos promover un pensamiento más lento y deliberativo, ahí donde no llevarnos siempre por el primer impulso. Equilibrar las emociones con el sentido de lógica, enhebrar el sentimiento con el hilo de la adecuada reflexión, nos ayudará sin duda a tejer decisiones más meditadas y seguramente, hasta acertadas. Intentémoslo al menos.
Valeria Sabater
La heurística de la afectividad nos demuestra que este tipo de “atajo mental” media en gran parte de nuestras decisiones, sean grandes o pequeñas. En ocasiones, no hay duda, podemos actuar con acierto al dejarnos llevar por ese primer impulso, por esa impronta somática, como la define Antonio Damasio.
Sin embargo, en una buena parte de las veces, al actuar de manera automática y puramente emocional, derivamos en conductas nocivas y hasta negativas para nosotros mismos. Podemos, por ejemplo, caer en algún trastorno de la alimentación, en comportamientos adictivos, o simplemente, tomar una decisión de la que más tarde terminemos arrepintiéndonos por completo.
Ahora bien, para evitar (o controlar al menos) este tipo de conductas, no se trata en absoluto de excluir al completo el componente emocional de nuestra mente. Las personas somos básicamente emociones y por lo tanto no hay que separarlas, hay que entenderlas, manejarlas, integrarlas y tener un dominio sobre ellas.
El doctor Daniel Kahneman, nos explica en su libro Pensar rápido, pensar despacio, que deberíamos promover un pensamiento más lento y deliberativo, ahí donde no llevarnos siempre por el primer impulso. Equilibrar las emociones con el sentido de lógica, enhebrar el sentimiento con el hilo de la adecuada reflexión, nos ayudará sin duda a tejer decisiones más meditadas y seguramente, hasta acertadas. Intentémoslo al menos.
Valeria Sabater
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