¿Cuántas veces te ha pasado que intentas desahogarte con alguien y acabas consolando al otro? ¿Alguna vez has sentido que necesitabas simplemente ser escuchado y no que te dieran consejos? ¿Has vivido en tu propia piel la falta de atención real cuando la has necesitado? Así, para que no seas tú quien cometa este fallos con otros, en esos momentos en los que uno no sabe qué decir y dice palabras que no ayudan, vamos a ayudarte con algunas estrategias.
Escucha, empatía y amor por el otro. Estos son las referencias más importantes cuando queremos ayudar a alguien que está pasando por un proceso de duelo. Puede ser una muerte, una pérdida o un abandono, el problema principal es que ahora existe un vacío donde antes otra persona lo llenaba. ¿Cómo podemos ayudar a alguien en esta situación?
Palabras. Las palabras pueden ser hojas de doble filo, pueden dañar o pueden sanar. Pueden aliviar o pueden generar un peso a quien las usa o las escucha. Las palabras liberan pero también las palabras pueden volverse contra el que las pronuncia o el que las escucha. Las palabras pueden generar oportunidades o condenarnos; salvar o hundir.
“Es mejor ser rey de tu silencio que esclavo de tus palabras”.
-William Shakespeare-
Las palabras no se las lleva el viento
Igual que existen palabras que ayudan al otro, existen palabras que dejan un poso que envenena, es decir, palabras que no ayudan. Alba Payás, experta en situaciones de duelo y pérdidas, comenta en su libro El mensaje de las lágrimas algunas de las frases que no ayudan a una persona en duelo, como por ejemplo:
Ahora tienes que ser fuerte.
Intenta distraerte.
Ya verás como el tiempo lo cura todo.
Ahora ya no sufre.
Ahora podrás ayudar a otros padres, hermanos, hijos etc.
Eres joven !seguro que te recuperas! Puedes volver a casarte, a tener hijos…
Tienes que recordar las cosas buenas.
Eso te hará mejor persona.
Los niños son pequeños, o se acordarán de nada.
Sé cómo te sientes…mi…murió hace…
Y eso que ahora tus hijos son mayores; imagínate si…
Suerte que tienes más hijos, los padres que solo tienen uno…
Piensa en tus otros hijos…
¿De qué ha muerto?
¿Cuántos años tenía?
La persona que sufre no sabe de fuerza en este momento, simplemente necesita recogerse sobre sí misma y sanar la herida, integrando la pérdida. No puede distraerse, su mente se asienta sobre los recuerdos, pero también sobre la propia ausencia. La imposibilidad de compañía, el adiós, la despedida, la incertidumbre,… en muchos casos también el miedo, porque quien se ha ido era un gran apoyo. ¿Y ahora qué?
¿Cómo pueden seguir funcionando los autobuses o el metro cuando todo se ha detenido? La persona en duelo negocia con una fractura en muchos casos en un mundo que es indiferente a ella (o que simula otra actitud, pero en el fondo también está la indiferencia). No sabemos si la persona que se ha marchado sufre o ha sufrido, pero lo que sí podemos ver, sentir, es el sufrimiento de los que se quedan.
Es curioso, pero quizás lo que más se agradece en ese momento es el respeto. No distorsionar el silencio que, en forma de vacío, sentimos cuando el otro se marcha. La compañía, el estoy aquí para cuando quieras. El cuenta conmigo y realmente contar. El parar igual que el otro para, más allá del velatorio y el funeral. Quedarnos en la puerta cuando los indiferentes se han marchado. Porque entonces empieza lo duro: la reconstrucción.
El sufrimiento de cada uno es personal, es su camino y son sus lágrimas. Las palabras que no ayudan, con frecuencia te alejan de esa persona -en estas ocasiones existe poca comunicación neutra-. A veces un gesto de cariño o un silencio acogedor es lo más consuelo genera.
Las palabras que no ayudan crean distancias e incluso, puede llegar a generar sufrimiento.
El poder de las lágrimas
“-Deja que se vayan, Lucía- dijo la abuela desde algún lugar.
-¿Quiénes?
-¡Las lágrimas! A veces parece que son tantas que sientes que te vas a ahogar en ellas, pero no es así.
-¿Crees que un día dejarán de salir?
-¡Claro! -respondió la abuela con una sonrisa dulce- las lágrimas no se quedan demasiado tiempo, cumplen su trabajo y luego siguen su camino.
-¿Y qué trabajo cumplen?
-¡Son agua, Lucía! Limpian, aclaran… como la lluvia. Todo se ve distinto después de la lluvia”
-“La lluvia sabe por qué”.
-María Fernanda Heredia-
Las lágrimas nos liberan, nos dejan fluir, nos limpian por dentro. Permitir que el otro llore es también un trabajo personal, igual que lo es permitir la tristeza o el silencio; la paciencia para que, lo que tiene que salir, salga. Así, si quizás no contamos con el poder para el consuelo con el discurso, si lo tenemos con la escucha. Por muy grande que sea la pérdida, llegará un momento en el que el otro, aunque sea por un instante, mire a su alrededor, y le hará mucho bien vernos.
Adriana Díez