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sábado, noviembre 10, 2018

Del silencio al grito: el dramático péndulo emocional

No es exagerado decir que somos un poco analfabetos en términos de emociones. Lo usual es que nos eduquen en conocimientos y en valores, pero no en emociones. Se supone que la moral y la ética nos guían y así todo queda resuelto. Por eso a veces llegamos a la edad adulta sin tener muy claro cómo gestionar lo que sentimos. Eso es lo que ocurre en el llamado péndulo emocional.

 
 
El tema tiene que ver con la tramitación de la ira, una de las emociones más incomprendidas. El péndulo emocional se configura cuando una persona decide tragarse los agravios que recibe, o callar las molestias que siente frente a alguien. Después de un tiempo, todo esto se acumula y revienta como una olla a presión. Se da entonces una oscilación entre dos extremos: el silencio y el grito.

“Cuesta más responder con gracia y mansedumbre, que callar con desprecio. El silencio es a veces una mala respuesta, una respuesta amarguísima”.
-Gar Mar-

El péndulo emocional es propio de quienes temen a sus propios sentimientos, en particular a la ira. Así mismo, no tienen muy clara cuál es la forma de poner límites al trato que reciben de parte de otros. Esto es lo que los lleva a debatirse entre dos extremos y a gestionar inadecuadamente sus sentimientos agresivos. No es nada grave: siempre se puede aprender a manejar todo esto de otro modo. 

El péndulo emocional y el autocontrol

El tema del autocontrol no siempre es comprendido de la manera adecuada. Fácilmente termina confundiéndose el autocontrol con la represión y son dos realidades muy diferentes. En un caso es fruto de la conciencia; en el otro, del condicionamiento o del miedo. 

La primera gran diferencia entre lo uno y lo otro, es que quien mantiene el autocontrol desarrolla esta actitud previamente a cualquier situación de alta intensidad emocional. En otras palabras, hay todo un trabajo alrededor del objetivo de mantener un estado de serenidad. Es un estilo de vida, que es fruto de una conciencia de autocuidado. Se caracteriza porque difícilmente una situación saca de sus casillas a quien vive de este modo.

En la represión, en cambio, lo que hay es un esfuerzo de contención. Se experimentan los sentimientos con profunda intensidad, pero se evita expresarlos. En ese caso hay una ruptura entre lo interno y lo externo.

Es cierto que a veces tenemos que hacer uso de esa represión para impedir que una situación tome mayores proporciones. Sin embargo, en quien acostumbra a reprimirse esto va más allá. En realidad, quisiera expresar plenamente lo que siente, pero por alguna razón no puede hacerlo.
 
El ciclo del péndulo emocional

Las personas que se reprimen son quienes más frecuentemente presentan ese péndulo emocional que las lleva del silencio absoluto, al grito estridente. Lo usual es que sientan que no saben cómo expresar lo que les molesta. Tienen la idea de que no hay forma de expresar los desacuerdos, o las inconformidades, sino es con ira. Y que, como consecuencia, todo ello conduce necesariamente a un conflicto cuando precisamente eso es lo que quieren evitar. 

También ocurre comúnmente que no se sienten con derecho a expresar desacuerdos o molestias. De un modo u otro, creen que sus sentimientos no son lo suficientemente valiosos o lo suficientemente legítimos como para ser expresados y tomados en cuenta por los demás. Callan y se reprimen porque algo o alguien les ha hecho creer que no deben decir lo que sienten.

Toda esa incomodidad acumulada siempre llega a un tope. Es el momento en que el sentimiento se abre paso abruptamente y termina apoderándose de la persona. Lo que lleva guardado es en realidad una bomba de tiempo, que tarde o temprano explota. Las consecuencias pueden ser tan desastrosas que después se convierten en un motivo más para inhibirse y caer de nuevo en el ciclo.
 
Menos represión, más asertividad

Prácticamente solo hay una solución para no caer en ese péndulo emocional de extremos. Esa solución es la obvia: decir las cosas tan pronto como las sentimos. No esperar el mejor momento para hacerlo, ni esperar a llenarnos de razones. Al soltar inmediatamente lo que tenemos para decir, la carga emocional es mucho menor que si esperamos e incubamos más ira.

Guardarnos las cosas es ponernos una trampa a nosotros mismos. Llega un punto en el que es materialmente imposible ser asertivos, porque hay demasiadas emociones acumuladas. La asertividad es la habilidad para decir las cosas de tal manera que el otro pueda comprenderlas apropiadamente. Ser claros y respetuosos al mismo tiempo. Sobre todo, ser coherentes: decir exactamente lo que pensamos o sentimos. 

Cuando hay mucha ira acumulada y se producen esas situaciones explosivas, resulta básicamente imposible ser asertivos. La rabia y el rencor nos enceguecen. No nos permiten comunicarnos, sino que se instalará el imperativo de herir para devolver las ofensas recibidas y guardadas. La represión nunca funciona. Por el contrario, nos envenena internamente y termina haciéndole daño a los demás también.

Edith Sánchez

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