Si logramos establecer límites saludables, firmes y claros, ganaremos en salud mental. No solo eso, nuestras relaciones interpersonales mejorarán al dejar bien claro qué es y qué no es permisible. Es además, ese ejercicio cotidiano con el que clarificar la propia identidad, los valores y ejercitar una asertividad altamente eficaz con la que sentirnos seguros en cualquier situación.
Ahora bien, hay quien señala que los límites personales son un calle de doble sentido. En el momento que los demás identifiquen y tengan claro cuál es nuestra dirección, el resto seguirá su propio camino con milimétrico respeto. Sin embargo, como bien sabemos, esto no siempre se cumple.
Aunque no nos guste, siempre existirán ese tipo de perfiles hábiles a la hora de invadir espacios ajenos y cuestionar fronteras psicológicas y emocionales. Por ello, no basta solo con delimitar esas barreras personales, también hay que saber mantenerlas en pie. Lograrlo es clave para que el resto de inversiones en nuestra salud mental den sus frutos.
Esto mismo es lo que nos explicaron en su día Edward T. Hall y Robert Sommer. Estos antropólogos y psiquiatras fueron los pioneros en el estudio del espacio personal. Estas investigaciones, iniciadas en 1969, nos hablaban ya de esos límites donde se contiene una persona y en la que habita algo más que un territorio físico.
Es un lugar donde nos sentimos mental, física y emocionalmente protegidos, un refugio que nadie puede vulnerar con sus comentarios o comportamientos. No obstante y por llamativo que nos parezca, algo que nos revelaron estos expertos es que en nuestra cotidianidad es común que se sorteen esas fronteras, esas barreras que no siempre protegemos con la atención y los recursos que necesitan para no caer. Veamos a continuación cómo lograrlo.
“Las buenas cercas hacen buenos vecinos”.
-Robert Frost-
Aunque no nos guste, siempre existirán ese tipo de perfiles hábiles a la hora de invadir espacios ajenos y cuestionar fronteras psicológicas y emocionales. Por ello, no basta solo con delimitar esas barreras personales, también hay que saber mantenerlas en pie. Lograrlo es clave para que el resto de inversiones en nuestra salud mental den sus frutos.
Esto mismo es lo que nos explicaron en su día Edward T. Hall y Robert Sommer. Estos antropólogos y psiquiatras fueron los pioneros en el estudio del espacio personal. Estas investigaciones, iniciadas en 1969, nos hablaban ya de esos límites donde se contiene una persona y en la que habita algo más que un territorio físico.
Es un lugar donde nos sentimos mental, física y emocionalmente protegidos, un refugio que nadie puede vulnerar con sus comentarios o comportamientos. No obstante y por llamativo que nos parezca, algo que nos revelaron estos expertos es que en nuestra cotidianidad es común que se sorteen esas fronteras, esas barreras que no siempre protegemos con la atención y los recursos que necesitan para no caer. Veamos a continuación cómo lograrlo.
“Las buenas cercas hacen buenos vecinos”.
-Robert Frost-
1. La honestidad: el oxígeno de los límites saludables
La honestidad es una actitud, que engloba a la intención de verdad y transparencia. Nada es tan necesario para lograr unos límites personales firmes y seguros que incluir la en nuestro propio cajón de actitudes o disposiciones. Para ello, tengamos en cuenta:
Es imposible establecer límites si no dejamos claro con anterioridad que violarlos tendrá consecuencias.
Por ejemplo, en el marco de una relación afectiva, la otra persona debe entender que si se ataca nuestra autoestima, valores y dignidad, ese vínculo ya no podrá mantenerse.
Intentemos mantener una coherencia. Es difícil pretender que los demás no violen nuestros límites cuando nosotros no lo hacemos con los demás o que los demás no se pierdan cuando las sanciones que imponemos no se ajustan a lo que los demás han hecho.
Ser honesto implica a su vez, mantener una equidad entre lo que se dice y lo que se hace, entre lo que demandamos y ofrecemos.
Asimismo, los límites saludables necesitan de una labor de actualización y mantenimiento. No vale ceder, no vale dejar abierta una ranura por donde entre el chantaje y se introduzca esa petición a la que decimos “sí”, cuando debía haber sido un “no” rotundo.
La honestidad es una actitud, que engloba a la intención de verdad y transparencia. Nada es tan necesario para lograr unos límites personales firmes y seguros que incluir la en nuestro propio cajón de actitudes o disposiciones. Para ello, tengamos en cuenta:
Es imposible establecer límites si no dejamos claro con anterioridad que violarlos tendrá consecuencias.
Por ejemplo, en el marco de una relación afectiva, la otra persona debe entender que si se ataca nuestra autoestima, valores y dignidad, ese vínculo ya no podrá mantenerse.
Intentemos mantener una coherencia. Es difícil pretender que los demás no violen nuestros límites cuando nosotros no lo hacemos con los demás o que los demás no se pierdan cuando las sanciones que imponemos no se ajustan a lo que los demás han hecho.
Ser honesto implica a su vez, mantener una equidad entre lo que se dice y lo que se hace, entre lo que demandamos y ofrecemos.
Asimismo, los límites saludables necesitan de una labor de actualización y mantenimiento. No vale ceder, no vale dejar abierta una ranura por donde entre el chantaje y se introduzca esa petición a la que decimos “sí”, cuando debía haber sido un “no” rotundo.
2. Límites a prueba de microagresiones
Las microagresiones son como gotas de cianuro que acabamos diluyendo en nuestra cotidianidad casi sin darnos cuenta. Es esa frase sarcástica de un amigo. A su vez, es también ese comentario machista, “pero gracioso”, que acabo riéndole a un compañero de trabajo. Es esa burla camuflada de cariño que nos deja caer nuestra pareja o incluso ese comentario de nuestra madre que no duda en juzgarnos…
Todos esos ejemplos, son en realidad los sutiles aguijones de la microagresión cotidiana. Si dejamos pasar una tras otra esas pequeñas embestidas, si esas pequeñas espinas se nos van clavando un día sí y otro también llegará un momento en que aparecerá el dolor y la herida. No debemos permitirlo, es necesario establecer unos límites saludables y firmes por donde no entren las agresiones, con independencia de la magnitud de estas.
Las microagresiones son como gotas de cianuro que acabamos diluyendo en nuestra cotidianidad casi sin darnos cuenta. Es esa frase sarcástica de un amigo. A su vez, es también ese comentario machista, “pero gracioso”, que acabo riéndole a un compañero de trabajo. Es esa burla camuflada de cariño que nos deja caer nuestra pareja o incluso ese comentario de nuestra madre que no duda en juzgarnos…
Todos esos ejemplos, son en realidad los sutiles aguijones de la microagresión cotidiana. Si dejamos pasar una tras otra esas pequeñas embestidas, si esas pequeñas espinas se nos van clavando un día sí y otro también llegará un momento en que aparecerá el dolor y la herida. No debemos permitirlo, es necesario establecer unos límites saludables y firmes por donde no entren las agresiones, con independencia de la magnitud de estas.
3. Eres responsable de ti mismo, respétate cada día
Todos nosotros exigimos respeto de los demás, sin embargo ¿nos respetamos a nosotros mismos? Por llamativo que nos parezca la respuesta es evidente: no siempre.
Los psicólogos de la Universidad de Virgina, Timothy D. Wilson y Elizabeth W. Dunn, realizaron un estudio en el 2004 donde evidenciar que uno de los principales errores de la población en materia psicológica, era precisamente no haber trabajado el autoconocimiento.
Si no somos capaces de profundizar en esa arquitectura privada de las necesidades, deseos, fragilidades, miedos e identidades, dificilmente podremos establecer unos límites firmes para protegernos de los demás. Porque ¿qué es lo que debo proteger si no sé que es lo que me define, qué es permisible para mí o qué es lo que me duele o indigna?
Esta tarea, la del autoconocimiento, solo nos compete a nosotros mismos. Por tanto, si exigimos respeto a los demás empecemos por respetarnos a nosotros mismos escuchando esa voz interna para saber qué es lo que necesita.
Todos nosotros exigimos respeto de los demás, sin embargo ¿nos respetamos a nosotros mismos? Por llamativo que nos parezca la respuesta es evidente: no siempre.
Los psicólogos de la Universidad de Virgina, Timothy D. Wilson y Elizabeth W. Dunn, realizaron un estudio en el 2004 donde evidenciar que uno de los principales errores de la población en materia psicológica, era precisamente no haber trabajado el autoconocimiento.
Si no somos capaces de profundizar en esa arquitectura privada de las necesidades, deseos, fragilidades, miedos e identidades, dificilmente podremos establecer unos límites firmes para protegernos de los demás. Porque ¿qué es lo que debo proteger si no sé que es lo que me define, qué es permisible para mí o qué es lo que me duele o indigna?
Esta tarea, la del autoconocimiento, solo nos compete a nosotros mismos. Por tanto, si exigimos respeto a los demás empecemos por respetarnos a nosotros mismos escuchando esa voz interna para saber qué es lo que necesita.
4. El desapego como clave para ejercitar el espacio psíquico
A menudo, nos cuesta decir “no” a esa persona cercana porque tenemos con ella un vínculo afectivo. Dimensiones como la cercanía, la amistad, el afecto o incluso el simple respeto hacia alguien provocan que nos cueste un poco alzar unos límites saludables y firmes. Casi sin saber cómo, acabamos cediendo, diciendo “sí” cuando debía haber sido un “no” y descubriendo como ciertas personas, acaban vulnerando nuestras fronteras.
Debemos tenerlo claro: el mejor músculo para crear un espacio psíquico seguro es el desapego. Es establecer una distancia entre sentimientos o lealtades afectivas respecto a nuestra identidad y necesidades reales. Al mismo tiempo, no podemos dejar de lado algo evidente: quien nos respete de verdad nunca se atreverá a cruzar ni a vulnerar nuestras fronteras emocionales y psicológicas.
A menudo, nos cuesta decir “no” a esa persona cercana porque tenemos con ella un vínculo afectivo. Dimensiones como la cercanía, la amistad, el afecto o incluso el simple respeto hacia alguien provocan que nos cueste un poco alzar unos límites saludables y firmes. Casi sin saber cómo, acabamos cediendo, diciendo “sí” cuando debía haber sido un “no” y descubriendo como ciertas personas, acaban vulnerando nuestras fronteras.
Debemos tenerlo claro: el mejor músculo para crear un espacio psíquico seguro es el desapego. Es establecer una distancia entre sentimientos o lealtades afectivas respecto a nuestra identidad y necesidades reales. Al mismo tiempo, no podemos dejar de lado algo evidente: quien nos respete de verdad nunca se atreverá a cruzar ni a vulnerar nuestras fronteras emocionales y psicológicas.
Para concluir, tal y como podemos ver a la hora de erigir unos límites saludables debemos focalizar primero todo el trabajo en el interior: en nosotros mismos. El autoconocimiento, el ejercicio de la autoestima, de la autorresponsabilidad y el desapego son esos ingredientes esenciales con los que podremos crear un refugio seguro a prueba de intrusiones.
Valeria Sabater
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