Nadie se atreve a reconocerlo en voz alta, pero ocurre con mucha frecuencia: no nos alegramos de que el otro sea feliz. Ese otro puede ser la pareja, un amigo de infancia, e incluso un hijo. Todos los vínculos humanos son susceptibles de generar ese tipo de sentimiento.
Se supone que cuando queremos realmente a alguien, sus tristezas son nuestras tristezas y sus alegrías las nuestras. Eso dice la teoría y el acuerdo no escrito de lo políticamente correcto. Pero en la práctica no siempre esto sucede. Siempre quisiéramos tener la grandeza para alegrarnos de que el otro sea feliz, pero a veces sucede todo lo contrario.
“Nuestra envidia dura siempre más que la dicha de aquellos que envidiamos”.
-François de La Rochefoucauld-
La mayoría de las veces no somos capaces de admitirlo a viva voz. Simplemente exclamamos unas felicitaciones tibias, mientras sentimos que por dentro algo se retuerce. O llegamos incluso a tratar de minimizar su logro, poniéndole un “pero”, o un “cuidado no es lo que crees”. En el fondo sabemos que su triunfo nos genera una cierta frustración. ¿Qué pasa ahí? ¿Cómo podemos manejarlo?
“Nuestra envidia dura siempre más que la dicha de aquellos que envidiamos”.
-François de La Rochefoucauld-
La mayoría de las veces no somos capaces de admitirlo a viva voz. Simplemente exclamamos unas felicitaciones tibias, mientras sentimos que por dentro algo se retuerce. O llegamos incluso a tratar de minimizar su logro, poniéndole un “pero”, o un “cuidado no es lo que crees”. En el fondo sabemos que su triunfo nos genera una cierta frustración. ¿Qué pasa ahí? ¿Cómo podemos manejarlo?
Cuando nos duele que el otro sea feliz
No siempre nos duele que el otro sea feliz. A veces, sí podemos experimentar una dicha enorme por el éxito ajeno. Es un sentimiento maravilloso que nos engrandece y engrandece la relación. ¿Por qué, entonces, en otras ocasiones se abre paso esa molesta sombra de la envidia?
Digamos primero que todos somos seres humanos y que, por lo mismo, estamos sujetos a experimentar cualquier clase de sentimiento, bueno o malo. No son privilegio de unos pocos. Todos los tenemos alguna vez, en mayor o menor medida. Así que no es para enorgullecerse, pero tampoco para fustigarse, el hecho de que sintamos envidia por alguien querido.
Nos duele que el otro sea feliz porque nosotros no estamos bien. Tal vez hemos trabajado por conseguir un éxito análogo. El otro lo logró y nosotros no. Lo valoramos, pero no podemos evitar que nos recuerde nuestro deseo insatisfecho. Sin quererlo, comparamos su felicidad con nuestra tristeza y decidimos que hay algo injusto en ello. Es algo que sentimos mucho, pero pensamos poco.
No siempre nos duele que el otro sea feliz. A veces, sí podemos experimentar una dicha enorme por el éxito ajeno. Es un sentimiento maravilloso que nos engrandece y engrandece la relación. ¿Por qué, entonces, en otras ocasiones se abre paso esa molesta sombra de la envidia?
Digamos primero que todos somos seres humanos y que, por lo mismo, estamos sujetos a experimentar cualquier clase de sentimiento, bueno o malo. No son privilegio de unos pocos. Todos los tenemos alguna vez, en mayor o menor medida. Así que no es para enorgullecerse, pero tampoco para fustigarse, el hecho de que sintamos envidia por alguien querido.
Nos duele que el otro sea feliz porque nosotros no estamos bien. Tal vez hemos trabajado por conseguir un éxito análogo. El otro lo logró y nosotros no. Lo valoramos, pero no podemos evitar que nos recuerde nuestro deseo insatisfecho. Sin quererlo, comparamos su felicidad con nuestra tristeza y decidimos que hay algo injusto en ello. Es algo que sentimos mucho, pero pensamos poco.
El otro no es un espejo
Todo esto nos sucede cuando vemos al otro como si fuera un reflejo de nosotros mismos. En otras palabras, cuando lo percibimos como si todo lo suyo fuera igual a lo nuestro. Dejamos de lado el contexto en el cual se produjo su logro y nos enfocamos solo en el resultado que consiguió. Un resultado que también hubiéramos deseado para nosotros.
La clave está en ampliar esa perspectiva. No fijarnos solo en lo que esa persona consiguió, sino examinar todo lo que tuvo que hacer por ello y todo lo que le falta también por obtener. Es una manera de humanizar la situación y de encontrar esos elementos que nos diferencian.
Cuando vemos al otro como si fuera nuestro espejo, hacemos una proyección narcisista sobre él. Ahí es cuando nuestro ego sale herido y nos duele que el otro sea feliz. En cambio, cuando decidimos mirarlo como alguien independiente de nosotros, llegamos a comprender su mérito. Y nos alegramos por él.
Todo esto nos sucede cuando vemos al otro como si fuera un reflejo de nosotros mismos. En otras palabras, cuando lo percibimos como si todo lo suyo fuera igual a lo nuestro. Dejamos de lado el contexto en el cual se produjo su logro y nos enfocamos solo en el resultado que consiguió. Un resultado que también hubiéramos deseado para nosotros.
La clave está en ampliar esa perspectiva. No fijarnos solo en lo que esa persona consiguió, sino examinar todo lo que tuvo que hacer por ello y todo lo que le falta también por obtener. Es una manera de humanizar la situación y de encontrar esos elementos que nos diferencian.
Cuando vemos al otro como si fuera nuestro espejo, hacemos una proyección narcisista sobre él. Ahí es cuando nuestro ego sale herido y nos duele que el otro sea feliz. En cambio, cuando decidimos mirarlo como alguien independiente de nosotros, llegamos a comprender su mérito. Y nos alegramos por él.
Aprende de la situación y madura
Que sientas envidia de alguien querido es algo normal. No te hace mala persona, ni mezquino. Lo que sí debes evitar es dejar que ese sentimiento comience a crecer y alimentarlo con suspicacias o resentimientos. Eso no sirve para nada y, en cambio, hace mella en el vínculo con otra persona de quien puedes aprender mucho.
Es hora de crecer. Hay cosas que deseamos fervientemente y jamás obtenemos. Hay cosas que deseamos y que solo obtenemos después de grandes esfuerzos. También las hay que llegan a nosotros mucho más fácilmente de lo que pensábamos. Exactamente lo mismo le ocurre a los demás. Lo que sí cambia es que a veces ocurre en momentos diferentes, o que no se da en la misma proporción.
Cuando te duele que el otro sea feliz estás descentrándote. Juzgando lo tuyo a partir de lo ajeno. Es un gran error. La evolución de cada persona es completamente particular y no tiene nada que ver con la de los demás. Son diferentes y están en circunstancias diferentes. Por lo tanto, los resultados que obtienen también son disímiles.
La envidia se quita identificándola y aceptándola. Es decir, reconociendo, con generosidad, que el otro merece lo que obtuvo y que el amor debe imponerse sobre esas pequeñas mezquindades.
Edith Sánchez
Que sientas envidia de alguien querido es algo normal. No te hace mala persona, ni mezquino. Lo que sí debes evitar es dejar que ese sentimiento comience a crecer y alimentarlo con suspicacias o resentimientos. Eso no sirve para nada y, en cambio, hace mella en el vínculo con otra persona de quien puedes aprender mucho.
Es hora de crecer. Hay cosas que deseamos fervientemente y jamás obtenemos. Hay cosas que deseamos y que solo obtenemos después de grandes esfuerzos. También las hay que llegan a nosotros mucho más fácilmente de lo que pensábamos. Exactamente lo mismo le ocurre a los demás. Lo que sí cambia es que a veces ocurre en momentos diferentes, o que no se da en la misma proporción.
Cuando te duele que el otro sea feliz estás descentrándote. Juzgando lo tuyo a partir de lo ajeno. Es un gran error. La evolución de cada persona es completamente particular y no tiene nada que ver con la de los demás. Son diferentes y están en circunstancias diferentes. Por lo tanto, los resultados que obtienen también son disímiles.
La envidia se quita identificándola y aceptándola. Es decir, reconociendo, con generosidad, que el otro merece lo que obtuvo y que el amor debe imponerse sobre esas pequeñas mezquindades.
Edith Sánchez
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