La mayoría de las veces no tenemos un salvavidas para cada naufragio ni un paracaídas para cada salto al vacío. Sin embargo, de todo se sale. A veces con una sonrisa, otras con un portazo y sin mirar atrás. Porque aunque no tengamos una pomada para curar cada error o una brújula que nos marque siempre el mejor camino, tarde o temprano lo hacemos: salimos adelante con la cabeza bien alta.
Puede que este razonamiento nos suene a un eslogan más de la psicología positiva. Uno de esos que defienden el lema de “si quieres, puedes”, acompañado de una cara amarilla sonriente. Bien, cabe señalar que este enfoque psicológico es mucho más que un simple lema con poco sentido. De hecho, podemos reconocer una evolución desde que Martin Seligman asentara sus bases teóricas y científicas allá por los años 90.
La psicología positiva actual vive una segunda ola. Esa donde se valora un aspecto clave: nuestra capacidad para transformarnos. Para lograrlo, debemos entender lo complejas que son las experiencias emocionales, ahí donde no siempre es fácil separar lo positivo de lo negativo. Para sobrevivir, para superar cualquier adversidad, hay que saber convivir con todo ese abanico de sentimientos, a menudo desafiantes, pero también complementarios e integrantes de un equilibrio que autorregular con eficacia.
La psicología positiva actual vive una segunda ola. Esa donde se valora un aspecto clave: nuestra capacidad para transformarnos. Para lograrlo, debemos entender lo complejas que son las experiencias emocionales, ahí donde no siempre es fácil separar lo positivo de lo negativo. Para sobrevivir, para superar cualquier adversidad, hay que saber convivir con todo ese abanico de sentimientos, a menudo desafiantes, pero también complementarios e integrantes de un equilibrio que autorregular con eficacia.
“Enfrentarse, enfrentarse siempre… ¡Ese es el único modo de superar los problemas!”
-Joseph Conrad-
Pero, ¿dónde está la salida?
Puede que tu problema se solucione con un avión: poniendo distancia, cambiando de aires, de mapas, de piel, de escenarios conocidos. O tal vez no sea esto, tal vez lo que necesites es decir en voz alta eso que llevas tanto tiempo callando. Expresarte con claridad y cerrar esa etapa de tu vida con una sonrisa o con un portazo. Ahora bien, también puede ocurrir que aquello que necesitas ya lo tengas, y solo te haga falta darte cuenta de ello.
Sea cual sea tu situación personal, tu agujero negro o dificultad, solo debes saber una cosa. De todo se sale, siempre y cuando, eso sí, tengas la mirada puesta en la propia “salida” y no en el laberinto del problema. Porque, lo creamos o no, eso es algo que hacemos la mayoría. Así, cuando la adversidad nos visita y nos atrapa en su tejido de imprevistos e injusticias, a menudo nos enfocarnos solo en lo que duele, en lo que indigna, en lo que amenaza… Miramos cara a cara al miedo, pero nunca por encima de él.
Todo problema tiene una frontera e ir más allá nos permitirá respirar, alejar esa sensación de ahogo. Y entonces, atisbar un plan de escape. ¿Pero lo hacemos? La verdad es que muchas veces no, y esa es una cuenta elevada que pagamos de manera repetida. Porque la adversidad paraliza y estamos poco acostumbrados (mal entrenados) a lidiar con las emociones negativas. No las toleramos. La psicología positiva, en esa segunda ola que vive en la actualidad, enfatiza en cambio la importancia de no agotar nuestros recursos encapsulándolas. Si logramos aceptar las emociones negativas en lugar de pelear con ellas, avanzaremos.
De todo se sale, pero… ¿dónde está la salida? La salida está justo ahí, por encima del horizonte del miedo.
-Joseph Conrad-
Pero, ¿dónde está la salida?
Puede que tu problema se solucione con un avión: poniendo distancia, cambiando de aires, de mapas, de piel, de escenarios conocidos. O tal vez no sea esto, tal vez lo que necesites es decir en voz alta eso que llevas tanto tiempo callando. Expresarte con claridad y cerrar esa etapa de tu vida con una sonrisa o con un portazo. Ahora bien, también puede ocurrir que aquello que necesitas ya lo tengas, y solo te haga falta darte cuenta de ello.
Sea cual sea tu situación personal, tu agujero negro o dificultad, solo debes saber una cosa. De todo se sale, siempre y cuando, eso sí, tengas la mirada puesta en la propia “salida” y no en el laberinto del problema. Porque, lo creamos o no, eso es algo que hacemos la mayoría. Así, cuando la adversidad nos visita y nos atrapa en su tejido de imprevistos e injusticias, a menudo nos enfocarnos solo en lo que duele, en lo que indigna, en lo que amenaza… Miramos cara a cara al miedo, pero nunca por encima de él.
Todo problema tiene una frontera e ir más allá nos permitirá respirar, alejar esa sensación de ahogo. Y entonces, atisbar un plan de escape. ¿Pero lo hacemos? La verdad es que muchas veces no, y esa es una cuenta elevada que pagamos de manera repetida. Porque la adversidad paraliza y estamos poco acostumbrados (mal entrenados) a lidiar con las emociones negativas. No las toleramos. La psicología positiva, en esa segunda ola que vive en la actualidad, enfatiza en cambio la importancia de no agotar nuestros recursos encapsulándolas. Si logramos aceptar las emociones negativas en lugar de pelear con ellas, avanzaremos.
De todo se sale, pero… ¿dónde está la salida? La salida está justo ahí, por encima del horizonte del miedo.
Lecciones sobre la adversidad
En los últimos años, no solo la psicología positiva está experimentando un interesante avance. Cada vez tenemos a nuestra disposición más trabajos y artículos enfocados en lo que se conoce como psicología del crecimiento postraumático. Esta corriente incide en que, aunque de todo se sale, no emergeremos de ese túnel siendo los mismos. Todo proceso implica un cambio y todo cambio significa pérdidas e incorporaciones, en definitiva, transformaciones.
Las lecciones sobre la adversidad nos dicen que tal vez perdamos un pedacito de nuestra inocencia. De nuestra capacidad de confianza, de nuestra espontaneidad de antaño… Nos desprenderemos de ciertas cosas en ese proceso de salida y quedarán heridas, no hay duda. Sin embargo, como señala el poeta y arquitecto Joan Margarit, una herida es también un lugar donde vivir. Lo es porque emerge de nosotros una fuerza creativa sin igual, hallamos recursos que no sabíamos que teníamos y creamos además, una visión de nosotros mismos más satisfactoria.
De todo se sale si trazamos un plan de escape. De todo se sale si tomamos conciencia de que ya no volveremos a ser los mismos: seremos más fuertes. Entenderlo, hacer nuestros estos principios nos ayudará sin duda en este viaje vital donde comprender en primer lugar que nadie es ajeno ni inmune a la adversidad. Y en segundo, que todos tenemos el potencial para poner en funcionamiento lo que se conoce como crecimiento postraumático.
El propio Martin Seligman nos lo recuerda en su trabajo sobre el 11-S. Algo que pudo ver en una buena parte de las personas que habían sobrevivido al ataque terrorista era su capacidad de resiliencia. A menudo, los acontecimientos más duros pueden actuar como agentes catalizadores para los cambios más positivos. Nos confieren una mirada más humilde, mayor templanza, resistencia psicológica, aceptación de la propia vulnerabilidad y una filosofía de vida más íntegra y valiosa.
Para concluir, la fuerza de una persona no está ni mucho menos en la fuerza que tenga para resistir ciertas cosas. Nuestra fuerza se halla en nuestra indomable voluntad para transformarnos, para reconstruirnos una y otra vez.
Valeria Sabater
En los últimos años, no solo la psicología positiva está experimentando un interesante avance. Cada vez tenemos a nuestra disposición más trabajos y artículos enfocados en lo que se conoce como psicología del crecimiento postraumático. Esta corriente incide en que, aunque de todo se sale, no emergeremos de ese túnel siendo los mismos. Todo proceso implica un cambio y todo cambio significa pérdidas e incorporaciones, en definitiva, transformaciones.
Las lecciones sobre la adversidad nos dicen que tal vez perdamos un pedacito de nuestra inocencia. De nuestra capacidad de confianza, de nuestra espontaneidad de antaño… Nos desprenderemos de ciertas cosas en ese proceso de salida y quedarán heridas, no hay duda. Sin embargo, como señala el poeta y arquitecto Joan Margarit, una herida es también un lugar donde vivir. Lo es porque emerge de nosotros una fuerza creativa sin igual, hallamos recursos que no sabíamos que teníamos y creamos además, una visión de nosotros mismos más satisfactoria.
De todo se sale si trazamos un plan de escape. De todo se sale si tomamos conciencia de que ya no volveremos a ser los mismos: seremos más fuertes. Entenderlo, hacer nuestros estos principios nos ayudará sin duda en este viaje vital donde comprender en primer lugar que nadie es ajeno ni inmune a la adversidad. Y en segundo, que todos tenemos el potencial para poner en funcionamiento lo que se conoce como crecimiento postraumático.
El propio Martin Seligman nos lo recuerda en su trabajo sobre el 11-S. Algo que pudo ver en una buena parte de las personas que habían sobrevivido al ataque terrorista era su capacidad de resiliencia. A menudo, los acontecimientos más duros pueden actuar como agentes catalizadores para los cambios más positivos. Nos confieren una mirada más humilde, mayor templanza, resistencia psicológica, aceptación de la propia vulnerabilidad y una filosofía de vida más íntegra y valiosa.
Para concluir, la fuerza de una persona no está ni mucho menos en la fuerza que tenga para resistir ciertas cosas. Nuestra fuerza se halla en nuestra indomable voluntad para transformarnos, para reconstruirnos una y otra vez.
Valeria Sabater
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